Museo: Interactividad, Reclamo o Provocación

Museo: Interactividad, Reclamo o Provocación

El concepto de interactividad está muy ligado a otras propuestas básicas dentro del ámbito general del museo como, por ejemplo, la interpretación. Hay especialistas que se han pronunciado sobre el concepto de interpretación en el museo, aportando ideas muy interesantes sobre cómo puede aplicarse dicho concepto al espacio del museo. El museólogo inglés Aldridge señala que «la interpretación es el arte de explicar el lugar del hombre en su medio, con el fin de incrementar la conciencia del visitante acerca de la importancia de esa interacción, y despertar en él/ella el deseo de contribuir a la conservación del ambiente». Por otro lado el especialista museólogo Tilden afirma que la interpretación «es una actividad educativa que persigue revelar sentidos y relaciones a través de objetos originales por experiencia directa y por medios ilustrativos, y no solo transmitir información de hechos».

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La interpretación se convierte entonces en una especie de traducción del entorno (entendiendo éste desde todos los puntos de vista posibles: cultural, social, natural, científico, histórico…) para el conjunto de visitantes, facilitándoles que entiendan, comprendan y valoren mejor dicho entorno. De hecho, al igual que la interactividad, la interpretación requiere cierto nivel de implicación y participación por parte del visitante, sin el cual la función del mediador (educador, guía, monitor, etcétera) quedaría muy tocada, pudiendo hacer que el mensaje a transmitir no llegara correctamente al visitante de nuestro museo.

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Si relacionamos ambos conceptos (interactividad e interpretación), podemos decir que la interactividad es un medio de interpretación con un progresivo aumento de posibilidades que se desarrollan mediante la aplicación de la innovación tecnológica en la museografía, de la interacción dentro de la comunicación y de la difusión. Existen discrepancias y polémicas entre los que defienden el uso de artefactos interactivos en los museos y los que no (que suelen ser los mismos de siempre, ya sabéis…), aunque pocas personas dudan, a día de hoy, del potencial didáctico de los medios interactivos, éso sí, siempre y cuando éstos formen parte de un proyecto diseñado con sentido y sensibilidad desde el momento de la creación de la idea, su desarrollo e implantación final. Su diseño, contenido y materialización final deberán ajustarse fielmente al mensaje expositivo que se pretende mostrar al visitante. El museo debe ser el guardián que haga que los sistemas interactivos se justifiquen y concreten sus objetivos de difusión de ideas y conceptos hacia el perfil tipo del visitante universal.

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Uno de los usos más populares de los sistemas de interactividad es el de provocar o reclamar la atención del visitante. En este sentido, los módulos interactivos se convierten en un excelente modo de conducir el ritmo de la exposición y la circulación del público en el museo, para que no se dispersen distrayéndose con lo irrelevante.

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Ahora bien, los módulos interactivos tienen el peligro de convertirse en un modo de entretener al público sin más objetivo que el de accionar botoncitos. Nada de eso es útil para nadie, salvo para el instalador que los ha vendido y el mantenedor de los sistemas que, además, suelen ser carísimos (a mayor número de botones, más caros resultan).

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Muchos museos utilizan únicamente los interactivos como reclamo para que el visitante se detenga dentro de su circuito en su propio recorrido. De esta manera el interactivo se convierte en un juguete sin más, un objeto muerto e inmóvil, convirtiéndose un punto de atención sin ton ni son. Este es un hecho que amenaza seriamente al propio museo ya que, de algún modo, aleja al visitante del objeto u objetivo de la exposición y lo conduce a conceptos e ideas recreadas por parte de la industria del ocio; como un lector mencionaba el otro día:»el museo está en el punto medio entre exposición y Disneylandia», y tampoco es éso.

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Las animaciones, escenas, películas, audiovisuales y maquetas con contenidos poco rigurosos y que no están conectados con la colección, pueden llegar a ser interpretados como fiascos educativos. Un típico panel repleto de botones que los niños y niñas deben manipular puede resultar poco interactivo por su falta de interés. Como siempre, el equilibrio es la base de lo que realmente tiene valor para todos nosotros y para la buena didáctica dentro del museo.

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Imagen principal y para redes sociales: Mercedes Benz

Recursos: SANTACANA MESTRE, Joan y SERRAT ANTOLÍ, Nuria: «Museografía didáctica». Editorial Ariel Patrimonio, Barcelona (2205).

 

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