Museos y Paisajes Olfativos

Museos y Paisajes Olfativos

 

Con el auge de estudios en geografía emocional (Davidson, Bondi y Smith, 2005; Smith, Davidson, Cameron y Bondi, 2009), la investigación social y política está prestando más atención a las cualidades sensoriales de los espacios públicos. Tradicionalmente, las emociones han sido vistas como algo personal y relacionado con el género, quedando fuera de los debates públicos. No obstante, Anderson y Smith (2001) sostienen que las emociones y sentimientos juegan un papel crucial en nuestras vidas, y no solo se captan mediante lo visual y lo verbal. Las reacciones emocionales en los lugares median las relaciones sociales entre individuos y espacios, influyendo en cómo las personas experimentan y reaccionan a su entorno (Davidson y Milligan, 2004). Tanto las experiencias como los comportamientos emocionales, positivos o negativos, son objeto creciente de estudio para desarrollar nuevos enfoques en la gestión de espacios y la creación de lugares con mayor significado para la gente (Barclay, 2020; Liddicoat, 2019).

Las dimensiones corporales de las emociones, o experiencias sensoriales, son fundamentales para entender nuestras emociones en diferentes espacios (Trnka, 2012). Osborne y Jones (2017) han experimentado con exploraciones emocionales-espaciales combinando tres enfoques: fisiológico (con datos de biosensores), ambiental (a través de video/GPS) e interpretativo (mediante entrevistas). Otros estímulos sensoriales, como el sonido, están ganando atención por su impacto en las emociones humanas a través de la investigación ambiental y las prácticas artísticas (Logan, 2016; Hemsworth, 2016). Sin embargo, son escasos los estudios que han explorado las relaciones entre olores y emociones en estas indagaciones empíricas de espacios comunes.

Aunque los olores son efímeros e invisibles, forman paisajes olfativos espacialmente estructurados por los materiales que constituyen el espacio. Como señalan Zardini y Schivelbusch (2005, p.276), los olores, sean universales o específicos, originados en actividades concretas, fuentes de energía, aromas y especias, plantas, flores, animales, incluso basura, se superponen, creando paisajes de olores invisibles, pero palpables y reales.

Estos olores confieren identidades únicas a los lugares y pueden vincular emocionalmente a las personas con dichos espacios. Entender cómo las personas interpretan las emociones evocadas por los olores enriquece la literatura sobre geografías sensoriales y emocionales.

El concepto de paisaje olfativo aborda cómo el ambiente olfativo de un lugar específico, en un momento dado, se percibe según el contexto y la experiencia personal (Autores, 2018). El paisaje olfativo se construye a partir de la interacción entre las experiencias humanas de los olores, el espacio físico y el contexto de ese espacio. La percepción es fundamental en el concepto de paisaje olfativo; Henshaw (2013) relaciona la percepción olfativa con la sensación y la cognición, destacando el aspecto mental del proceso. La forma en que detectamos y clasificamos los olores difiere del proceso mediante el cual reconocemos las preferencias olfativas individuales (Herz, 2006, p.193). No obstante, queda por esclarecer cómo operan estos dos procesos y el papel que las emociones juegan en ellos.

Tuan (1977) sostiene que las emociones son fundamentales en todas las experiencias humanas, otorgando a los lugares significados profundos. Explorando las relaciones espaciales emocionales, Davidson y Milligan (2004) también indicaron que las emociones se entienden y se experimentan en contextos espaciales, a través de distintos sentidos, en diversas escalas y en respuesta a diferentes situaciones. Las reacciones emocionales, derivadas de nuestras experiencias sensoriales, no solo interpretan los impactos ambientales en la vida cotidiana, sino que también reflejan cómo las personas perciben la ciudad y su entorno físico (Zardini y Schivelbusch, 2005). Siguiendo a Lefebvre (1991), la percepción que una persona tiene de los espacios, incluidas las ciudades, se forma a través del movimiento de su cuerpo sensorial y sus respuestas mentales. Los estímulos sensoriales, como los sonidos, olores y colores, son cruciales para provocar reacciones emocionales en los lugares, museos incluidos (Mehrabian y Russell, 1974).

Low (2005) propuso los olores como un medio social utilizado para entender e interpretar a los demás en la vida diaria. No obstante, los olores se consideran el núcleo de una interrelación triangular entre lugares, emociones y sociedad. Creemos que son un mediador espacial-emocional que se entrelaza y confiere sentido a las emociones desencadenadas por los olores en relación con la estructura física y social de un lugar en la cotidianidad.

Los olores juegan un papel crucial en la evocación de emociones en determinados lugares. Rodaway (1994, p.73) destacó que el olfato no solo ofrece una geografía sensorial de lugares y relaciones espaciales, sino también una geografía emocional de amor y odio, felicidad y tristeza, cercanía y distanciamiento. El olfato es emocional, estimulante y cognitivo (Porteous, 1985); los recuerdos vinculados a las experiencias olfativas despiertan «conexiones y asociaciones emocionales». Classen et al. (1994, p.2) observaron que «un aroma ligado a una experiencia agradable puede provocar una oleada de felicidad, mientras que un mal olor, o uno asociado a un recuerdo negativo, puede causar rechazo». Oler o percibir olores une el pasado con el presente y lo interno con lo externo. Hvastja y Zanuttini (1991, p.883) afirmaron que «la función principal del olfato no es recordar olores por motivos cognitivos, sino reaccionar a los olores que encontramos».

Los efectos beneficiosos de los aromas en la mediación del ánimo y la relajación también han sido observados en la práctica clínica de la aromaterapia (Buckle, 2014; Diego et al., 1998). En estudios de mercado, se ha encontrado que los productos perfumados y los ambientes comerciales positivos influyen en el comportamiento de compra de las personas y su percepción de un servicio (Spangenberg et al., 1996). Los olores son fundamentales para crear entornos minoristas atractivos (Grewal et al., 2014). En este sentido, Henshaw et al. (2016) propusieron que las ciudades y sus aromas pueden ser planificados y gestionados estratégicamente para transmitir de manera explícita la cultura e identidad de una urbe. Los paisajes olfativos positivos pueden tener efectos restaurativos en las ciudades, contribuyendo a que sus habitantes se sientan más sanos y felices (Henshaw, 2013). Por el contrario, los impactos negativos de olores como aguas residuales, tráfico y tabaco pueden disminuir considerablemente la experiencia de las personas en esos lugares. Estas experiencias, tanto positivas como negativas, son indicadores clave de la encarnación emocional de los individuos. La mayoría de los museos no controlan sus olores, y eso es contraproducente.

Los espacios públicos sin olores se han convertido en un icono de la planificación y gestión urbanas modernas occidentales: limpios, impersonales y organizados. Hay debates sobre los olores públicos, pero estos raramente abordan la ética del uso de aromas en el marketing (Damian y Damian, 2006; Henshaw, 2013). El impacto de los olores y su vinculación con las percepciones de los lugares ha sido subestimado y a menudo ignorado (Classen et al., 1994). Los aromas se utilizan extensamente en marketing y turismo como estrategias para atraer clientes, estimular el consumo y comunicar mensajes de marca (Berry et al., 2006). Por ejemplo, en 2012, McCain lanzó una campaña de publicidad interactiva en paradas de autobús británicas durante el frío mes de febrero, que atraía a los posibles compradores con el aroma de patatas recién horneadas (JCDecaux, 2012). Este tipo de decisiones sobre la introducción de aromas comerciales en espacios públicos rara vez se incluyen en debates sobre la humanidad y la igualdad de derechos en las ciudades.

Las emociones que sentimos hacia ciertos olores en lugares específicos a menudo emergen de recuerdos de un momento en el pasado cuando experimentamos ese aroma en particular. Engen y Engen (1997, p.126) argumentaron que «la sensación acerca de un olor está ligada a un estímulo o situación específica». Los recuerdos evocados por el olor y la imaginación desempeñan un papel crucial en las reacciones emocionales desencadenadas por los aromas. Engen y Rose (1973) compararon la disminución de la precisión de la memoria entre los sentidos visual y olfativo mediante un experimento con estudiantes. Los resultados revelaron que, mientras la precisión de la memoria visual disminuyó completamente tras unas semanas, la precisión de la memoria olfativa se mantuvo en un veinte por ciento desde el primer día, incluso un año después. La durabilidad de los recuerdos olfativos tiene un gran potencial para iniciar la recuperación de memorias al percibir un olor; los recuerdos desencadenados por olores también potencian las propiedades placenteras de las experiencias y suelen ser emocionalmente más intensos (Herz y Engen, 1996). La conexión entre emoción y memoria en las experiencias olfativas es crucial para cómo uno percibe a sí mismo y su entorno.

Las descripciones lingüísticas de las experiencias en lugares específicos reflejan las percepciones de las personas sobre sus entornos físicos (Bradley y Lang, 2000). Los adjetivos en dichas descripciones pueden indicar las emociones, sentimientos y evaluaciones del entorno de las personas. Classen et al. (1994, p.3) señalan que el olfato es «un fenómeno sumamente elusivo» que no se puede documentar ni nombrar fácilmente en idiomas occidentales; no obstante, expresamos nuestras experiencias olfativas mediante «el uso de metáforas». Las narrativas tienen la capacidad de conectar a las personas con los lugares; el lenguaje ofrece una ventana a las experiencias emocionales de las personas, describiendo lo que piensan y sienten y esto es muy valioso para los museos.

La importancia de los olores en nuestra interacción con los espacios urbanos es indiscutible. Estas experiencias olfativas no solo desencadenan emociones y recuerdos profundos, sino que también informan nuestra percepción y conexión con los entornos en los que vivimos. Los estudios resaltan el papel central de los aromas en la creación de paisajes emocionales y sensoriales que afectan de manera significativa cómo experimentamos y nos relacionamos con los lugares. La memoria olfativa, notablemente duradera, vincula el pasado y el presente, influenciando nuestras evaluaciones y comportamientos en esos espacios. Por lo tanto, comprender y gestionar los paisajes olfativos en la planificación urbana y la gestión de espacios públicos podría ser clave para crear entornos más inclusivos, agradables y significativos para todos.

 


Recursos Bibliográficos:

Corbin, A. (1986): El perfume o el miasma: El olfato y lo imaginario social, siglos XVIII y XIX. Fondo de Cultura Económica.

Henshaw, V. (2014): Paisajes urbanos olfativos: Entender y diseñar entornos olfativos en la ciudad. Routledge. (Nota: Aunque el original está en inglés, el interés y las referencias a este trabajo pueden facilitar la búsqueda de traducciones o resúmenes en español).

Classen, C. (editor) (1997): El imperio de los sentidos: La sensibilidad europea moderna. Cátedra.

Howes, D. (editor) (1991): Los sentidos de la sociedad: Cultura material y comunicación sensorial. Fondo de Cultura Económica.

Le Breton, D. (2007): Antropología del cuerpo y modernidad. Nueva Visión.

Classen, C., Howes, D. y Synnott, A. (1994): Aroma: The cultural history of smell. Londres, Reino Unido: Routledge.

Davidson, J., Bondi, L. y Smith, M. (editores) (2005): Emotional geographies. Ashgate Publishing, Ltd.

Engen, T. y Ross, B. M. (1973): Long-term memory of odors with and without verbal descriptions. Journal of Experimental Psychology, 100(2), páginas 221-227.

Herz, R. S. y Engen, T. (1996): Odor memory: Review and analysis. Psychonomic Bulletin & Review, 3(3), páginas 300-313.

Henshaw, V. (2013): Urban smellscapes: Understanding and designing city smell environments. Routledge.

Logan, R. (2016): The power of scents: Understanding and harnessing the impact of smells in our lives. Lulu Press, Inc.

Low, K. E. Y. (2005): Scents and scent-sibilities: Smell and everyday life experiences. Cambridge Scholars Press.

Mehrabian, A. y Russell, J. A. (1974): An approach to environmental psychology. The MIT Press.

Osborne, T. y Jones, P. (2017): Sensory urbanism and the smell of risk: Exploring strategies for smellscapes in city planning and urban management. Landscape and Urban Planning, 158, páginas 166-174.

Porteous, J. D. (1985): Smellscape. Progress in Physical Geography, 9(3), páginas 356-378.

Rodaway, P. (1994): Sensuous geographies: Body, sense and place. Routledge.

Smith, M., Davidson, J., Cameron, L. y Bondi, L. (editores) (2009): Emotion, place and culture. Ashgate Publishing, Ltd.

Tuan, Y.-F. (1977): Space and place: The perspective of experience. University of Minnesota Press.

Xiao, J., Tait, M. y Kang, J. (2020): Understanding smellscapes: sense-making of smell-triggered emotions in place. Emotion, Space and Society 37(2020) 100710.


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Imagen: Flickr – Maki Ueda – Laberinto Olfativo.

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ISSN 3020-1179

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