Pensamiento Reflexivo: Objetivo de la Interpretación Moderna

Pensamiento Reflexivo: Objetivo de la Interpretación Moderna

 

Observemos a dos amigos disfrutando de la visita a las ruinas de un castillo. Recordemos que, capitalizando la curiosidad de uno de ellos por ese castillo, el amigo va explicando lo que ese castillo significa para él. Mientras observaban las ruinas, con su campanario aún en pie, cuenta su relato interpretativo basado en hechos históricos que vinculan el lugar con conceptos intangibles tales como la tiranía, libertad, etcétera. El amigo narrador, al mencionar en su relato las «virtudes de caballeros» y a sus «sangrientos enemigos» da pie a que su interlocutor cuestione la coherencia de los significados.

Este escenario da pié a una breve conversación sobre las virtudes de los nobles en la época medieval; el narrador señala a su amigo que la valentía en la lucha se consideraba una gran virtud para los caballeros, además de la generosidad y la moderación. El que escucha responde que todo eso hoy parece haber cambiado para muchas personas. En su caso, la «moderación» y la «valentía» que implica matar no representan lo mismo. Al cabo de un tiempo abandonan el tema y continúan paseando.

Después, mientras descienden la colina hacia el camino principal, el que ha escuchado la narración comienza a reflexionar sobre la «valentía». ¿Es una virtud en sí misma o podría tratarse de algo negativo en determinados contextos? Evidentemente, un bombero valiente hace algo bueno, pero ¿qué pasa con la valentía de los que vuelan en parapente y arriesgan sus vidas por nada? (o quizás sea por algo).  El saltador de base disfruta con la subida de adrenalina y tal vez aún más con la admiración de sus amigos. ¿Pero no es esto simple vanidad? Y, ¿cómo de «valiente» es un hombre que se arriesga a atacar a dos hombres ricos pero obviamente fuertes como para robarlos?

Existe una diferencia de pensamiento entre el momento en el que está escuchando a su amigo durante el diálogo y cuando reflexiona posteriormente mientras camina. En el diálogo con otros, normalmente vamos moviéndonos entre nuestra propia posición y perspectiva y la del interlocutor, e intentamos establecer con qué estamos de acuerdo y con qué no. En diálogos fluidos y abiertos escuchamos a los demás para entender su perspectiva. Nuestra conciencia se mueve entre «el otro» y nuestros conceptos, ideas y creencias preconcebidos, es decir, nuestra propia posición mental. Participamos en el pensamiento dialéctico, listos para ajustar nuestra propia comprensión sobre el tema en discusión.

Sin embargo, a menudo sucede que un diálogo no es tan abierto: intentamos persuadir al otro de que nuestras convicciones son las correctas, definiendo nuestro punto de vista. Estamos usando nuestro pensamiento, pero no con la mente abierta. Comprobamos rápidamente cuáles de los argumentos de los demás ignoramos y cuáles podemos atacar con un contraargumento. Podemos llamar a esta actividad «pensamiento persuasivo».

Pero cuando nos involucramos en un verdadero pensamiento reflexivo, establecemos un diálogo dialéctico silencioso con nosotros mismos. Es nuestro yo quien responde; es nuestra segunda voz interior la que comprueba la coherencia de un pensamiento respecto a nuestros conceptos e ideas preconcebidos. Hablamos de un estado mental fundamentalmente diferente. No saltamos de un lado a otro – del mundo exterior a nuestro punto de vista -, sino que estamos con nosotros mismos. Tratamos de integrar un concepto nuevo, o revisado de manera coherente, al cosmos interior de conceptos e ideas intangibles, que está conectado de manera múltiple con nuestro tesoro interno de experiencias y conocimientos.

Este yo interior con el que hablamos en el pensamiento reflexivo es el que nos espera cuando volvemos a casa; como dijo Sócrates: «es aquel con quien tenemos que acompañarnos después de actuar en el mundo o hablar con otros». Hablamos de nuestra conciencia.

En el pensamiento reflexivo interactuamos conscientemente con nuestra conciencia. No podemos engañarnos a nosotros mismos mientras estamos activos en este modo de pensar; de lo contrario, nos contradiríamos conscientemente, lo que no es del todo posible. Intentaríamos deliberadamente traicionarnos a nosotros mismos mientras somos conscientes de ello. Pero una traición no puede funcionar si se hace con total franqueza, pues es obvio para el que será traicionado. Solo hay una forma de escapar: detener el pensamiento reflexivo.

Reflexionar sobre el significado de conceptos intangibles y sus relaciones con otros intangibles constituye el «pensamiento puro». El significado de un concepto se ilumina a través de sus relaciones con otros conceptos e ideas. Este razonamiento sobre las ideas universales y otros intangibles es un estado mental extraordinario. La persona pensante no está con su conciencia del «ahí afuera» – en el mundo de las cosas, los objetos y sus interacciones -, sino enteramente en la esfera de conceptos e ideas, más allá de la realidad ordinaria del espacio y del tiempo.

Muchos de los que se involucran en un pensamiento reflexivo sobre los intangibles experimentan que esta actividad no conduce necesariamente a respuestas concretas. Pero puede aclarar nuestros conceptos preconcebidos e identificar los erróneos. Puede, además, ampliar el horizonte mental o espiritual; pero al mismo tiempo, el pensamiento produce casi inevitablemente nuevas preguntas que destruyen, a posteriori, otras certezas preconcebidas. Por lo tanto, la búsqueda de significado es capaz de despertar el impulso de examinar más nuestros conceptos para descubrir contradicciones internas sobre otros conceptos y sus relaciones.

Por otro lado, el diálogo silencioso con uno mismo se percibe como un despertar, una actividad pura. En el proceso de pensamiento reflexivo, los conceptos se vuelven fluidos, pueden cambiar y adaptarse a su «entorno conceptual».

Lo que queda de esta actividad de pensamiento es una idea, una relación fija entre conceptos que podrían haber cambiado sus formas, es decir, sus significados. Ese concepto, así como otros disponibles, se pueden comparar con sombras congeladas del proceso de pensamiento activo. De este modo, cuando el pensamiento reflexivo se despierte nuevamente, es probable que también cuestione ese pensamiento preconcebido.

Al pensar, podemos experimentar lo que Tilden denomina «una verdad más amplia», pero, como mortales que somos, no tenemos la capacidad de captar la verdad eterna completa y final. Las nuevas percepciones del pensamiento revelan más bien un nuevo aspecto de lo intangible.

Cuando obtenemos un pensamiento innovador, aún puede ser difícil expresar una visión tan nueva con palabras de nuestro idioma. Muchos intérpretes del patrimonio encuentran que solo a través de metáforas y símiles es posible expresar significados tan profundos. Pero también las metáforas resaltan solo un aspecto del significado, incluso cuando se trata de uno esencial. Al examinar la metáfora desde otra perspectiva mental, probablemente ya no encajará; los lectores podrían haber notado: «resaltar» es una expresión metafórica en sí misma, como «reflexivo», «percepciones», «enfoque», «concepto fluido» y «pensamiento congelado».

Conocemos, asimismo, el mismo proceso de pensamiento reflexivo desde el campo de las ciencias. Thomas Kuhn, en su libro sobre la estructura de las revoluciones científicas, distinguió la «ciencia normal» de la «ciencia extraordinaria». La primera, aplica las reglas y conceptos establecidos de una disciplina y desarrolla nuevos conocimientos. La ciencia extraordinaria cuestiona el significado de esos paradigmas fundamentales. Tal empresa puede conducir a un cambio de paradigma que abra nuevos horizontes y formas de percibir el sujeto científico.

El pensamiento reflexivo se produce en un estado mental extraordinario.

Esta actividad de pensamiento es fundamentalmente diferente a la de simplemente aplicar y conectar conceptos preconcebidos y congelados a través del pensamiento normal del sentido común, o en la ciencia y la ingeniería tecnológica.

El pensamiento reflexivo, sobre los significados intangibles, está bastante alejado de nuestra vida cotidiana y del sentido común. Sin embargo, a pesar del hecho de que dicho pensamiento no suele producir resultados tangibles inmediatos, puede desempeñar un papel vital en la forma en que vivimos juntos como seres humanos.

No es necesario ser un filósofo o un científico destacado para enfrentarse a la búsqueda de significado. Todos lo hacemos. Este modo extraordinario de conciencia se puede invocar en situaciones extraordinarias, como el nacimiento y la muerte, incidentes que cambian la vida, que le ocurren a uno mismo, a familiares cercanos o amigos queridos. Y todos pueden detener deliberadamente sus actividades diarias para encontrar un espacio para la contemplación y la reflexión. Pero, por supuesto, no siempre se hace.

Esto es bastante habitual; todos somos «personas» en nuestra vida cotidiana. Es nuestro modo normal de conciencia de sentido común en el «ahí fuera». En la vida normal, no podemos darnos el lujo de excluirnos de nuestras actividades diarias para comenzar a reflexionar; necesitamos conceptos, reglas y hábitos preconcebidos para actuar y reaccionar con rapidez. Pero aquellos que nunca se involucran en el diálogo silencioso consigo mismos para examinar el significado de conceptos significativos, no desarrollan su propia conciencia. Esto puede convertirse en un problema para la sociedad, porque esas personas no estarán preparadas para enfrentase a situaciones extraordinarias, ni serán empáticas con los demás.

Cuando alguien aparece en una comunidad y establece nuevas reglas, con una nueva ideología y nuevos «valores», los «sonámbulos» también serán los primeros en obedecer esas nuevas reglas, porque es menos probable que reflexionen sobre ellas. Su visión del mundo y su sistema de valores pueden revertirse con bastante facilidad. Esta idea lleva a Hannah Arendt a una interpretación inquietante de lo que sucedió en Alemania en la era nazi:

“La facilidad con la que se puede producir una reversión de este tipo en determinadas condiciones sugiere de hecho que todo el mundo estaba profundamente dormido cuando ocurrió. Me refiero, por supuesto, a lo que sucedió en la Alemania nazi y, en cierta medida, también en la Rusia estalinista, cuando de repente se invirtieron los mandamientos básicos de la moral occidental: en un caso, «No matarás»; en el otro, «No darás falso testimonio contra tu prójimo». Y, la secuela: la reversión de la reversión, el hecho de que fue tan sorprendentemente fácil «reeducar» a los alemanes después del colapso del Tercer Reich, tan fácil en verdad que era como si la reeducación fuera automática; eso tampoco debería consolarnos. En realidad, se trataba del mismo fenómeno».

Esto debería ser muy perturbador en el contexto de nuestras investigaciones: de la observación de Hannah Arendt se deduce que animar a las personas mediante la interpretación o reinterpretación de hechos históricos a la luz de «buenos valores» no es una solución definitiva. Podríamos tener éxito en reinterpretar la Historia haciéndola significativa para la gente de acuerdo con los «valores universales». Cuando los intérpretes y otras personas les dicen a las personas, mientras están en el modo de sonambulismo, cómo interpretar el mundo a la luz de las nuevas ideas en un nuevo marco, esto les proporciona una nueva orientación. La mayoría adoptará esos nuevos conceptos e ideas sobre la marcha, sin examinarlos (populismo). Estos sonámbulos son, nuevamente, fáciles de gobernar, ya que tienden a seguir las nuevas reglas y valores sin mucho cuestionamiento (populismo).

Es por eso que la reinterpretación puede ser muy poderosa. Para ser claros y poniendo un ejemplo: hasta la fecha, en Europa no se ha logrado la reinterpretación de la Historia desde una perspectiva europea y de sus valores fundamentales. Solo hay intentos tímidos en esta dirección, como el Sello de Patrimonio Europeo; pero estos intentos son demasiado débiles para lograr un impacto. Son casi invisibles, en comparación con todos los esfuerzos de la UE relacionados con el funcionamiento de los mercados y las industrias.

Pero imaginemos que la UE, junto con sus estados miembros, hubiera aprovechado las últimas décadas para emprender una campaña realmente grande que fomentara los valores europeos a través de la reinterpretación del patrimonio y la historia, todo ello dirigido a la población en general. Supongamos que tal empresa hubiera sido un gran éxito. Debemos aprender una lección de la observación de Hannah Arendt: tal éxito «tampoco debería consolarnos». Esa gente revertida aún sería vulnerable a alguien más que ofreciera una ideología cómoda, una ideología que hiciera que fuera más fácil sentirse parte de un «gran grupo», tal vez un «grupo sobresaliente» que mirara hacia abajo respecto a la corriente principal. Los líderes de estos grupos prometen felicidad a través de la certeza, al proporcionar respuestas simplistas a grandes preguntas (y, una vez más, populismo).

Por otro lado, están aquellas personas que han desarrollado el hábito de cuestionar conceptos importantes, es decir, que están frecuentemente en contacto con su conciencia. Examinan sus propios significados preconcebidos. Examinan lo que otros dijeron mientras gestionan mentalmente cómo entendieron al otro. Emplean este hábito de ejercitar el diálogo silencioso consigo mismo cuando sienten que un tema es importante.

Estos individuos pensantes no son tan fáciles de gobernar. Pensar en las personas puede ser difícil y poco confiable dentro de un orden determinado. No siempre funcionan bien, y sus pensamientos a menudo se consideran subversivos. Sócrates fue condenado a muerte por ese motivo. Pero aquellos que están acostumbrados al pensamiento reflexivo son también los que tienen más probabilidades de cuestionar las ideologías populistas y sus implicaciones.

En resumen, el fin más alto para la interpretación del patrimonio es proporcionar alimento para el proceso de pensamiento reflexivo, es decir, alimentar el fuego que arroja luz sobre los significados de conceptos intangibles e ideas universales. La interpretación puede ser un medio para ayudar a las personas a experimentar el pensamiento puro, el diálogo activo y consciente con uno mismo, algo que inevitablemente conduce al crecimiento de nuestra conciencia.

Consultas: gestion@evemuseos.com

Recursos:

Ahmed, Ahmed, S. (2008): The Cultural Politics of Emotion, Edimburgo, Edinburgh University Press.

Arnold-de Simine, S. (2013): Mediating Memory in the Museum: Trauma, Empathy, Nostalgia, Basingstoke: Palgrave Macmillan.

Cheng, E. K. ( 2012): Historiography: A Brief Guide, Nueva York y Londres: Continuum Books, Ltd.

Landsberg, A. (2004): Prosthetic Memory: The Transformation of American Remembrance in the Age of Mass Culture, Nueva York: Columbia University Press.

Smith, L. (2021): Emotional Heritage: Visitor Engagement at Museums and Heritage Sites, Londres y Nueva York: Routledge

Watson, S. (2017): The Legacy of Communism: Difficult Histories, Emotions and Contested Narratives, International
.

Watson, S. (2020): Emotions in the history museum. Emotions and learning in museums. NEMO – The Network of European Museum Organisations.


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