Manipulación de Emociones y Museos de Historia

Manipulación de Emociones y Museos de Historia

 

Las respuestas emocionales en los museos de historia generalmente solo se provocan deliberadamente por razones específicamente morales, éticas o políticas. La mayoría de los museólogos/as relacionados con la Historia trabajan dentro de una disciplina cambiante en la que se ha necesitado recurrir a la narrativa como la forma de involucrar al público (Cheng, 2012: 130), al tiempo que se varía la idea de que la Historia que se exhibe en el museo debe ser veraz (por supuesto) y desapasionada (en ningún caso). La excepción a esto es el uso que se le da a la emoción con fines políticos o sociales, en cuyo caso se pueden utilizar estrategias para estimular las respuestas emocionales a partir de la museografía, fomentando así una forma de «memoria protésica» (Landsberg, 2004; Arnold-de Simine, 2013) que, a su vez, promueve determinadas actitudes políticas, sociales o morales dirigidas tanto hacia el pasado como hacia el presente. Muchos historiadores y museólogos/as consideran que no tener una implicación emocional forma parte de su profesionalismo, y esto tiene que ver con una actitud tradicional según la cual el historiador debe adoptar un enfoque desinteresado de la Historia a la hora de narrar la verdad. Algunos historiadores de los museos temen que si se ven envueltos por las emociones pueden volverse «parciales» (Ahmed, 2004: 2-3) y no emitir un juicio independiente. Creen que el hecho de registrar y dar fe del pasado de una manera seria e imparcial, narrando la verdad tal como la ven, debería estar exento de emociones.

Muchos profesionales de los museos –  en ocasiones preparados para intentar provocar emociones – adoptan, en general, un enfoque evolutivo de la idea de la emoción (Ahmed, 2004: 3). En otras palabras, consideran que algunas emociones son mejores que otras. La idea del placer estético, divorciado del contexto histórico, suele estar presente en las galerías de arte, mientras que los museos de historia promueven más bien sentimientos de empatía que generan simpatía hacia los demás. Otras emociones, como la rabia, el miedo y el disgusto que, siguiendo una interpretación evolutiva, sugieren debilidad o primitivismo, se examinan y explican al visitante, pero rara vez se fomentan como respuesta de éste. Sin embargo, en algunos museos de historia, estas emociones se alientan con fines políticos.

Un ejemplo, entre otros muchos, de museo en el que, desgraciadamente, se fomentan emociones indeseables y con un discurso que no obedece en absoluto a la verdad es el infame Museo Militar Nacional de Estambul, con su terrible explicación sobre la masacre armenia a manos de los turcos a principios del siglo XX (recomendamos visitar el Museo de la Memoria y Tolerancia de Ciudad de México – se puede hacer virtualmente – para saber la verdad sin manipulaciones sobre el genocidio de los armenios). Este episodio histórico que el gobierno turco niega que fuera un genocidio, se interpreta como una forma de defensa contra la narrativa tradicional de los armenios, que es ampliamente aceptada en el resto del mundo. Las paredes de una pequeña habitación aparecen cubiertas con fotografías en blanco y negro de cuerpos turcos mutilados. Desafían la visión occidental tradicional de la victimización armenia; los turcos son las víctimas. Las imágenes son horribles e impactantes, y mejor que reproducirlas, mencionamos algunos de los textos que se utilizan para describirlas:

«Turcos masacrados prendiendo fuego en sus ingles y cortándoles la cara».

«Niños masacrados en la carretera».

«Mujeres, niños masacrados por los armenios y los fetos extraídos del útero de sus madres en la aldea de Kars en Subatan».

¿Cómo responden los turcos nativos ante esto, cuando reciben instrucciones de su gobierno de no creer en las afirmaciones de los armenios? Las emociones se rigen en este caso no solo por el contexto cultural en el que se encuentran, sino también por las nociones de lo que se espera que expongan los museos. Las imágenes de atrocidades resultan aún más impactantes por la poca frecuencia con la que se muestran en los museos, incluso en los militares. En este ejemplo, podemos ver que el museo eligió exponer imágenes al público- algo poco habitual, y mucho menos a los más pequeños- y, por lo tanto, «transgredir» el orden evolutivo aceptado de respuestas emocionales para fomentar la ira (junto con la conmoción, el disgusto, la lástima y el horror), pero solo en un contexto político regulado. No hubo necesidad de recurrir a nuevas tecnologías: el impacto del horror de las fotografías es inmediato, y más fuerte, precisamente por su simpleza.

Los museos rara vez presentan versiones matizadas de eventos en los que hay víctimas claramente identificables. De hecho, el mensaje moral de que se ha hecho el mal y debe ser condenado casi siempre, no está mediado por puntos de vista alternativos. Cuando los museos intentan provocar compasión por las víctimas, los motivos del perpetrador apenas se examinan. Existe un bien/mal, algo binario en la mayoría de las narrativas históricas de victimización. Mostrar al perpetrador como un ser humano justificable por ser humano e imperfecto, e intentar comprender sus acciones, conlleva el riesgo de generar simpatía por el malhechor. Esta actitud tradicional es comprensible, particularmente cuando las víctimas aún están vivas, pero debemos cuestionar siempre si es deseable – seguro que no -, generando respuestas emocionales de quienes condenamos la idea de que los perpetradores no son irremediablemente malos.

Un estudio más matizado del pasado, fuera del museo, proporciona muchas pruebas de que los malhechores pueden cometer ellos mismos actos malvados, por otra parte demasiado humanos. Se proponen frecuentemente razones para intentar justificar sibilinamente sus acciones: se dice que estaban obligados a proteger a sus propias familias (Watson 2015); pudieran estar motivados por el temor por sus vidas, pero carecen del coraje moral para ir en contra de la opinión de la mayoría; pueden odiarse a sí mismos y continuar en su camino de infligir dolor y destrucción. Nuestra respuesta emocional ante sus acciones –  con una sensación de ira y disgusto que sienten por infligir sufrimiento a los demás -, puede cegarnos al tratar de entender las razones por las que actuaron de esa manera. Por ello, los museos rara vez intentan comprender cómo y por qué las malas acciones, perpetradas por seres humanos ordinarios, tuvieron lugar en el pasado. Nos permiten adentrarnos en el terreno moral, sentir disgusto por los perpetradores, pero no cuestionar ni entender sus motivos. De esta forma, no logran involucrarnos en un proceso que nos permitiría aprender del pasado y comprender por qué surgen situaciones en las que se produce el mal. Por supuesto, es mucho más fácil condenar a los perpetradores y establecer una clara distinción entre nosotros y ellos.

Una excepción a todo esto es el Museo de la Resistencia (Verzetsmuseum), en Amsterdam, donde los colaboradores y la resistencia al régimen nazi explican sus acciones. Los primeros, permanecían a veces en sus puestos oficiales porque pensaban que así podían mitigar mejor la opresión nazi; algunos afirmaron que pensaban que la otra alternativa era el comunismo y apoyaron a los nazis para frustrarlo. Otros amaban a su país y creían en el futuro que les ofrecía el partido nazi. Ninguno era del todo malvado, aunque cometieran actos malvados.

Por impopular que sea este punto de vista, creemos que es interesante que los museos alienten a los visitantes a comprender no solo que el bien y el mal suceden y las personas sufren, sino por qué tanta gente comete actos crueles o mira hacia otro lado en silencio mientras se llevan a cabo. Los museos que se adentran en el terreno moral, señalando un bien y un mal binarios, toman el camino fácil hacia la satisfacción emocional del visitante, ya que le permiten empatizar con la víctima y demonizar al perpetrador. Es mucho más complicado alentar al público para que comprenda las emociones y los motivos de todos aquellos que transgredieron la decencia humana común en el pasado. Algunas de estas personas pueden ser psicópatas irredimibles, pero frecuentemente se trata de individuos como nosotros, que tratan de hacer bien su trabajo, aunque no siempre se tomen las decisiones correctas en circunstancias difíciles o imposibles.

Consultas: gestion@evemuseos.com

Recursos:

Ahmed, Ahmed, S. (2008): The Cultural Politics of Emotion, Edimburgo, Edinburgh University Press.

Arnold-de Simine, S. (2013): Mediating Memory in the Museum: Trauma, Empathy, Nostalgia, Basingstoke: Palgrave Macmillan.

Cheng, E. K. ( 2012): Historiography: A Brief Guide, Nueva York y Londres: Continuum Books, Ltd.

Landsberg, A. (2004): Prosthetic Memory: The Transformation of American Remembrance in the Age of Mass Culture, Nueva York: Columbia University Press.

Smith, L. (2021): Emotional Heritage: Visitor Engagement at Museums and Heritage Sites, Londres y Nueva York: Routledge

Watson, S. (2017): The Legacy of Communism: Difficult Histories, Emotions and Contested Narratives, International
.

Watson, S. (2020): Emotions in the history museum. Emotions and learning in museums. NEMO – The Network of European Museum Organisations.


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