Museografía Emocional Responsable

Museografía Emocional Responsable

 

Vivimos en una sociedad acostumbrada a la manipulación emocional. Estamos pendientes de las redes sociales, recibimos noticias sin parar y un aluvión de pings, vibraciones, pitidos y destellos que nos mantienen atados a nuestros dispositivos móviles.

Si nos trasladamos al contexto de los museos, ¿cómo podemos asegurarnos de no manipular las emociones de nuestros visitantes?- especialmente cuando el contenido aborda la violencia y el sufrimiento humanos -. ¿Somos capaces de diseñar recorridos por paisajes emocionales complejos que generen experiencias convincentes y pedagógicamente sólidas? Aprovechar la emoción como método de aprendizaje en las exposiciones puede convertirse en una espada de doble filo. Por un lado, podemos inspirar un compromiso significativo, una profunda inmersión en un tema que deje en el visitante impresiones duraderas. Por otro, corremos el riesgo de caer en la manipulación, con el consiguiente retraso en el aprendizaje, especialmente en casos de contenido sobre violencia, religión o ideología de cualquier tipo. Incluso la manera en la que los museógrafos y educadores de museos definen la emoción, tiene implicaciones sobre los tipos de experiencias que creamos para los visitantes. No basta con centrarnos en las emociones superficiales; también debemos considerar otras más complejas, así como la ausencia percibida de emociones o de empatía, e incluso el entumecimiento emocional.

La elección del diseño de las emociones no se pude tomar a la ligera. Debemos crear espacios que permitan a los visitantes responder de forma natural, resistir al impulso de empujarlos hacia respuestas emocionales predeterminadas, y apoyarlos mientras procesan el contenido intelectual de la exposición y responden a él emocionalmente. Como científicos del aprendizaje, los educadores en derechos humanos y diseñadores de experiencia, Stacey y Danny, han estado explorando, desde el 2008, el impacto de la emoción en el aprendizaje, con un enfoque en el diseño de la educación sobre derechos humanos. Aunque valoramos el potencial que la emoción tiene para mejorar el aprendizaje, debemos reflejar nuestras preocupaciones sobre la protección del público – especialmente de los jóvenes estudiantes – en cuanto a la manipulación abierta o al trauma indirecto que provoca la presentación de materiales diseñados, a menudo involuntariamente, para generar respuestas emocionales. Las investigaciones sobre la relación entre la emoción, la pedagogía y el diseño, defienden varias metodologías que los museógrafos pueden utilizar para permitir a los visitantes administrar sus propios estados emocionales y responder de manera individual.

El contenido de un museo no es intrínsecamente emocional. Es nuestra respuesta personal a lo que vemos lo que dicta su impacto emocional: la capacidad del museo de provocar en nosotros un compromiso más profundo con una historia, un objeto, una lectura determinada o el interés íntimo por todos ellos. Así, por ejemplo, las imágenes de refugiados en una exposición de fotografía pueden evocar tristeza e ira, pero también esperanza y alivio, o entumecimiento y conmoción. O bien provocar cualquier combinación de diferentes respuestas emocionales, dependiendo del punto de vista único de cada visitante y de sus propias experiencias.

La respuesta del público a esas mismas fotografías puede verse influenciada por la curaduría (¿qué imágenes mostramos?), la interpretación (¿qué historia, y cómo, estamos proporcionando?), y el contexto museográfico (¿cómo se presenta el material?).

Para responder éticamente, debemos alejarnos de cualquier tipo de tergiversación. Si queremos presentar los contenidos con naturalidad hemos de evitar  lo siguiente:

  • Sentimentalización: enfatizar demasiado sobre el contenido, o subestimar sus complejidades con el objetivo de tocar las fibras del corazón y provocar lágrimas, especialmente cuando hablamos de derechos humanos y justicia social.
  • Sensacionalismo: presentar contenidos que pretendan provocar una conmoción, especialmente cuando hablamos de guerra y atrocidades.
  • Romanticismo: controlar nuestra tendencia a buscar esperanzadores, pero engañosos (o incluso falsos), finales estilo Hollywood. Debemos evitar manipular a nuestros visitantes buscando emociones específicas. Esto puede privarles de experimentar una respuesta integral ante el contenido y llegar, incluso, a neutralizar el pensamiento crítico sobre los objetos e ideas de la exposición.

Una museografía responsable ofrece al público la oportunidad de responder de manera natural, auténtica y compleja y, a su vez, le apoya en sus respuestas personales. Al diseñar una exposición – como con cualquier otra forma de narrativa -, tratamos de crear una confianza emocional e intelectual con los visitantes. Si se rompe esa confianza, es muy difícil recuperarla.

La ventaja de aprovechar la emoción es la de poder establecer fuertes conexiones personales con nuestros visitantes; conexiones que pueden fomentar un compromiso profundo y significativo. Se estima que el 98% de nuestro razonamiento es reflexivo e inconsciente a medida que damos sentido a la información directa e indirecta que recibimos. Las experiencias inmersivas o sensoriales dentro de las exposiciones pueden aprovechar este inconsciente cognitivo para emocionar – a través del color, la textura, el sonido, el paisaje, la visión o incluso el olfato -. Por otro lado, la resonancia emocional afecta la forma en que se forman y almacenan nuestros recuerdos. El uso de ganchos emocionales dentro de una narración puede ayudar a los visitantes a generar empatía o a forjar caminos personales hacia sus recuerdos personales. Nuestras emociones, combinadas con nuestras respuestas fisiológicas (hormonas, adrenalina, dopamina, etcétera), refuerzan la memoria a través de disparadores cognitivos o sensoriales. Incluso las experiencias táctiles pueden ayudarnos a aprovechar nuestros recuerdos de manera muy real y personal.

Sin embargo, los mismos mecanismos que nos permiten forjar conexiones personales y recordar con alegría y placer – mejorando así nuestra experiencia en el museo -, también pueden generar tristeza, miedo y traumas. La violencia y el sufrimiento humanos pueden desencadenar ira, alivio, frustración, esperanza, solidaridad, cinismo, simpatía, confusión, vergüenza, ansiedad, incredulidad, cinismo, repulsión, conmoción, entumecimiento e incluso apatía –  incluso la combinación de todas estas emociones complejas -. No tenemos forma de saber qué tipo de experiencias vitales, dificultades o sensibilidades traen consigo nuestros visitantes cuando atraviesan la puerta. Aun con una evaluación más cuidadosa, no podríamos presumir de que todos ellos, especialmente los más jóvenes – que pudieran no estar preparados para determinadas cosas -, se involucran con el contenido. Algunos, además, podrían venir con traumas o conexiones profundamente personales sobre el contenido específico que se exhibe. Es en este sentido donde nosotros, como museógrafos, educadores, desarrolladores y curadores, debemos ser conscientes y responsables de las elecciones que hacemos y de sus posibles implicaciones y consecuencias para el público.

Al preparar a los visitantes para lo que pueden experimentar – ante su necesidad de verificar y regular sus emociones -, podemos trazar un camino para el aprendizaje. Cuando somos capaces de anticipar e identificar posibles respuestas emocionales, estamos en mejores condiciones para manejar esas respuestas y reflexionar sobre ellas de una manera productiva que promueva, en lugar de sofocar, el aprendizaje. En las exposiciones con apoyo profesional, podemos capacitar, por ejemplo, a los guías para que ayuden a los visitantes a verificar su conocimiento previo y administrar así las expectativas sobre lo que verán o experimentarán. Además, pueden ser entrenados para apoyar las experiencias del público, monitoreando sus respuestas ante el contenido durante la visita y redirigiendo las explicaciones hacia aquellos que se muestren abrumados. En ausencia de personal interpretativo, la señalización y la museografía pueden ayudar a los visitantes a autorregularse, dándoles la oportunidad de participar, o no, de las experiencias. Una vez más, un enfoque responsable proporciona los mecanismos para gestionar las expectativas del público y comprometerse con el contenido que puede percibir como emocionalmente duro.

La museografía fundamenta la experiencia en recuerdos personales, individuales y colectivos, una técnica que puede ayudar a construir una conexión empática con el contenido. Las instalaciones de arte, por ejemplo, pueden ofrecer a los visitantes la oportunidad de enfrentarse a preguntas críticas a través de la lente de la interpretación de un artista, que, al reformular las confrontaciones con las realidades de la violencia, podrían minimizar, incluso, las respuestas emocionales extremas.

Las palabras que empleamos serán interpretadas, y potencialmente internalizadas, por los visitantes en ausencia de docentes o museógrafos que puedan aclarar el significado o la intención que no es inmediatamente perceptible. En el Museo Henry Ford, la exposición «Libertad y Unión» presenta un panel de texto que describe los «pros y contras» de la esclavitud. Aunque probablemente no sea intencional, la noción de que existen, o existieron, «profesionales» de la esclavitud es terrible, lo que puede llegar a desviar la atención de las lecciones más importantes que ofrece la exposición. Alternativamente, este mismo contenido podría presentarse mostrando los factores que contribuyeron a la persistencia de la esclavitud, evitando la acepción del posible valor positivo sobre esa práctica atroz.

Como profesionales de los museos, debemos recordar que cumplimos una misión educativa. Tenemos la responsabilidad de hacer que el contenido resulte atractivo, pero hemos de ser explícitos en la planificación de nuestras elecciones e intenciones, así como sobre el impacto que generará en el público. Si manipulamos a nuestros visitantes para que experimenten ciertas respuestas, corremos el riesgo, en el mejor de los casos, de perder su confianza, y en el peor, de desencadenar un posible trauma. Si hacemos suposiciones sobre cómo «percibirán el contenido», les impedimos experimentar emociones holísticas y respuestas intelectuales. Si simplificamos, sentimos o sensacionalizamos demasiado el contenido, podemos caer en la manipulación de las historias que se nos confía narrar, e incluso  alienar a aquellos visitantes que pueden llegar a identificarse con la oscuridad de esas narrativas. Debemos mantener a nuestro público en el centro de cada decisión de diseño para garantizar que, aunque las experiencias que vayamos a crear sean atractivas, sus respuestas y su aprendizaje sigan siendo naturales, espontáneos y auténticos.

Recurso bibliográfico:

Stacey Mann y Danny M. Cohen (2017): Llorando en el museo. Una llamada a un responsable diseño emocional. The Exhibitionist Magazine, Spring’2017


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