11/9: Recordando la Ausencia y la Presencia en Zona Cero

11/9: Recordando la Ausencia y la Presencia en Zona Cero

 

 

Hoy recordamos los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, hace ya 20 años. La Zona Cero, en el Bajo Manhattan, se ha convertido desde entonces en un destino turístico por excelencia. La reconstrucción del sitio supuso muchos años de debate político y disputas, costó miles de millones de dólares (gran parte del erario público) y estuvo plagada de maquinaciones políticas, visiones fallidas y oscuras maniobras desde el poder arquitectónico e inmobiliario. Ahora, se acerca a su finalización definitiva, en una ruta que comenzó con la inauguración del Memorial del 11 de Septiembre en 2011, el Memorial National Museum 11/9 en 2014, un centro comercial/centro de transporte Oculus en 2016, cinco edificios de oficinas y un gran complejo comercial, con el centro de artes escénicas en construcción casi terminado; todos ellos funcionan para atraer a decenas de miles de turistas al área cada dia.

Toman fotos de todo, se hacen selfies en el monumento y compran souvenirs en la tienda del museo, una actividad que se fomenta al lado de sus dos estanques gigantes con agua en cascada. Los allí presentes observan los restos destrozados en la exposición del museo y escuchan las conmovedoras historias sobre aquellos que murieron, y de los que sobrevivieron a ese día. Al salir del monumento o del museo, pueden entrar sin dificultad al centro comercial / centro de transporte Oculus, diseñado por Santiago Calatrava. Se trata de un espacio tipo catedral en donde muchos se toman una foto para Instagram; otros, se lanzan al consumo de alto nivel. Sin embargo, dentro de las paredes del museo, somos capaces de conmovernos hasta llorar escuchando las palabras de algunos que murieron allí mismo. La gran variedad de actividades que se desarrollan en los espacios del Ground Zero resulta tremendamente contradictoria; nos hace vivir experiencias y emociones diferentes y potencialmente encontradas.

Pretendemos reflexionar sobre las tensiones entre los modos de presencia y ausencia que constituyen una especie de trasfondo de esta percepción de fluidez. Sobre este tema, las contradicciones de la Zona Cero continúan estallando a través del tejido liso de sus espacios arquitectónicos, que, incluso una vez finalizado como un sitio de renacimiento, no puede contener los fantasmas que viven allí. Y no nos referimos a fantasmas al uso, imaginarios o reales, sino a la presencia fantasmal de los edificios y las personas que desaparecieron sin dejar rastro aquel 11 de septiembre. Como ha escrito Avery Gordon (2008 [1997]:

[…] lo inquietante altera la experiencia de estar en el tiempo, en la forma en que separamos el pasado, el presente y el futuro. Estos espectros o fantasmas aparecen cuando lo que representan ya no está contenido, reprimido o bloqueado para la vista. (pág. XVI).

Cada aspecto del diseño, la conmemoración e, incluso, el comercio en el sitio reconstruido de la Zona Cero, tiene como objetivo mediar con las contradicciones de los muchos significados que conlleva, tratando de contener a los muertos, el evento y sus consecuencias dentro de narrativas familiares. Pero las imágenes espectrales del 9/11 continúan irrumpiendo, pudiendo sentirse estas emociones a partir de las tensiones que se producen en un lugar de ausencia y presencia.

Desde el principio, fue precisamente esa ausencia la narrativa principal sobre el espacio de la Zona Cero, una preocupación central que necesitaba ser resuelta. El vacío dejado por las desparecidas torres gemelas en el horizonte de Nueva York, produjo una especie de duelo por los edificios en sí. Se trataba de un duelo desconcertante: ¿tenía algún sentido llorar a los edificios? Sin embargo, las torres siguieron filtrándose en el imaginario colectivo, desde los intentos iniciales de reinsertarlas en el horizonte con imágenes de la ciudad, hasta las propuestas de diseño que surgieron más tarde, con arquitectos proponiendo la reconstrucción en pares de dos, con la continua proliferación de recuerdos y postales de las torres gemelas, y con la venta de merchandising en la tienda de regalos del museo, un museo que evoca la fachada gótica modernista de los edificios como motivo de diseño. La construcción del One World Trade Center, una banalidad modernista y ceñida de seguridad de dos edificios idénticos que se elevaban a una altura récord de 541 metros; pudiera tener éxito anclar de nuevo en el horizonte del centro de la ciudad una réplica exacta de un recuerdo terrible, pero sería imposible evitar la sensación de pérdida de esas dos torres cuya naturaleza como santuario queda ya en nuestra memoria.

La extraña inquietud generada por la ausencia de las torres gemelas derivó en la preocupación arquitectónica por la estética del vacío. El Memorial del 11-S, diseñado por Michael Arad (con un proyecto adicional en su plaza del arquitecto paisajista Peter Walker), originalmente recibió el nombre de «Reflecting Absence». Su elemento principal eran dos enormes vacíos de granito negro cortados sobre las antiguas huellas de las torres gemelas originales, llenas de agua en cascada remarcando esta ausencia: una peculiaridad del monumento que, de hecho, elimina dos grandes áreas del espacio público. Sin embargo, su minimalismo modernista y su escala abrumadora tienen un efecto silenciador en las respuestas afectivas que se producen en su presencia.

La sensación generalizada de ausencia en la Zona Cero va mucho más allá de los edificios que ya no están. Se trata, sobre todo, de la ausencia de los que murieron en el World Trade Center aquel día, más de la mitad de los cuales nunca han aparecido. El 11 de septiembre en Nueva York, dos aviones se estrellaron contra dos edificios de 110 pisos que se derrumbaron interiormente, creando una enorme debacle que dejó toda la materialidad del sitio alterada. El poderoso acero se retorció más allá de lo reconocible y, todo, ordenadores, escritorios, archivadores, mesas y papeles se convirtieron en polvo entre montones de escombros. La mayoría de los cuerpos de los que murieron fueron borrados, desaparecieron sin dejar rastros discernibles, convertidos en la nada.

El 10 de mayo de 2014, varias semanas antes de la inauguración del Museo Memorial del 11-S, se colocaron casi 8000 restos no reclamados y no identificados en un depósito detrás de una pared en el piso inferior del museo. Este proceso, desde la Oficina del Médico Forense hasta el museo, involucró a miembros del Departamento de Bomberos de Nueva York (FDNY), el Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) y a la Policía de la Autoridad Portuaria. Todos saludaron cuando pasó el camión de bomberos que transportaba los restos, y a algunos miembros de las familias que lo acompañaban (Aronson, 2016: 227–228; Farrell, 2014: A20). Pero también acudieron familiares en señal de protesta por la colocación de los restos dentro de las paredes del museo. Como decía un cartel de un manifestante: «Los restos humanos no pertenecen a un museo».

Si bien los huecos de granito negro y las cascadas son el elemento de diseño más obvio del monumento, los nombres de los fallecidos representan su característica más poderosa. Es una lista de nombres elegante y sobria que, que resulta enormemente conmovedora cuando de noche se ilumina desde abajo; se pueden tocar los nombres y tomar calcos de ellos; y el diseño, en su conjunto, genera una especie de intimidad entre el visitante y los rememorados. El Memorial del 11 de Septiembre encarna, pues, una tensión a escala entre los dos grandes vacíos de la plaza conmemorativa y los nombres que perfila su entorno. Los estanques son tan inmensos que nos hacen fijar la mirada en ellos mientras los fuertes sonidos del agua en cascada nos envuelven. Los nombres, en cambio – y a pesar de que su presencia se ve dominada por la inmensidad de la cascada -, invitan a una observación más íntima y personal que exige una reflexión sobre los que ya no están. Cada uno de esos nombres afirman al individuo fuera del sujeto masivo del desastre, presentándonos cada vida perdida como una entidad única.

Mientras que el monumento rinde homenaje a los que ya no están, el Museo del 11 de Septiembre despliega una amplia gama de medios para generar su presencia. En general, el museo tiene un doble propósito, narrar la historia del día 11 de septiembre de 2001 (historizar) y conmemorar a las víctimas. Con ello, se invita a los visitantes a que participen afectivamente de modos  diferentes mientras recorren el museo, desde la reflexión histórica hasta el asombro por los artefactos (y el espacio) y el duelo por los muertos. Los medios digitales son una de las principales formas de que dispone el museo para reanimar de manera efectiva a los que murieron. En la Galería Conmemorativa, las paredes están cubiertas con fotos de los fallecidos, y varias vitrinas muestran, de forma giratoria, sus objetos privados más significativos. La característica principal del Memorial Gallery es un archivo digital donde los visitantes pueden tocar la imagen de una persona concreta, guardar el perfil digital de ésta y pedir que se reproduzca en la galería. Familiares y amigos pueden registrar sus recuerdos sobre alguien para agregarlos al perfil digital. En éste, vemos las principales estrategias a través de las cuales algunos intentan conjurar las cualidades de las personas que amaban, cuya vida fue cortada arbitrariamente, narrando historias sobre ellos, mencionando sus gustos y disgustos… Las herramientas digitales de la Galería Memorial consiguen proporcionar un nivel interactivo y profundo sobre el retrato en mayor grado que si se utilizara una forma tradicional de fotografía. Sin embargo, el medio que emerge como el más efectivo para crear presencia sobre los ausentes es el sonido. Dentro de la exposición histórica, llena de imágenes y texto, existen varios nichos donde los visitantes pueden sentarse y escuchar testimonios en audio de los supervivientes así como grabaciones de voz de los atrapados en las torres y en los aviones secuestrados. Estos audios se muestrean digitalmente en grupos de aproximadamente seis o más narrativas integradas. Los visitantes que escuchan pueden contemplar también un mapa de las torres gemelas que ubica a cada orador. El entorno, con poca luz, permite al público concentrarse en las voces que cuentan historias de cómo escaparon de las torres o de cómo llegaron a la plaza entre el sonido de cuerpos chocando. También sonidos de policías y bomberos gritándoles para correr y no dar la vuelta; o rostros de bomberos subiendo las escaleras. El collage de audio del vuelo 93, en una alcoba separada, resulta particularmente escalofriante y dramático, y recoge testimonios tomados de los pasajeros mientras se percataban de lo que estaba sucediendo. También aparece un mapa de la trayectoria y clips de audio de llamadas telefónicas, conversaciones de los controladores de tráfico aéreo y mensajes de voz.

Para terminar, mencionar que se ha permitido la transformación de la Zona Cero en un lugar que combina el turismo de la memoria y el consumismo, remarcado por las narrativas nacionalistas sobre el significado del 11 de septiembre sin haber sido cuestionadas. Aronson (2016) señala que el esfuerzo forense se llevó a cabo por razones morales y políticas – además de científicas y legales – para demostrar que «los estadounidenses, las personas y la sociedad, eran dramáticamente diferentes de los terroristas, quienes ignoran cruelmente el valor de la vida» (p. 2). Lo mismo puede decirse de las narrativas implícitas del monumento y Museo del 11 de Septiembre, que afirman una posición de superioridad moral que justifica efectivamente las guerras que se libraron como venganza. Es por eso que el discurso de la memoria en el sitio restringe cualquier evaluación de las secuelas del 11- S, debido a todas las formas en que la historia socava esta posición moral y plantea preguntas sobre la valoración desigual de las vidas. Toda la reconstrucción de la Zona Cero, los objetivos de rehabilitación y finalización, la vasta labor de identificación de los muertos, el resurgimiento del turismo y la cotidianidad de las compras han tratado de suavizar este evento traumático, convirtiéndolo en un experiencia empaquetada para el consumo. Sin embargo, en esos momentos de presencia, con el testimonio de personas atrapadas en la violencia de la historia que demostraron bondad y cuidado hacia los extraños, percibimos atisbos de la frágil humanidad de quienes afrontaban la muerte que nos ofrecen una especie de esperanza en una humanidad unida.

Consultas: info@evemuseos.com

Recursos:

Aronson, J.D. (2016): Who Owns the Dead? The Science and Politics of Death at Ground Zero. Cambridge, MA: Harvard University Press, pp. 98–105.

Farrell, S. (2014): In «ceremonial transfer,», remains of 9/11 victims are moved to memorial. The New York Times, 10 May, A20.

Gordon, A.F. (2008 [1997]): Ghostly Matters: Haunting and the Sociological Imagination. Minneapolis, MN: University of Minnesota Press.

Lipton, E. y Glanz, J. (2002): DNA science pushed to the limit in identifying the dead of Sept. 11. The New York Times.

Pager, T. (2018): Keeping its promise to families, New York identifies another 9/11 victim. The New York Times.

Rosenblatt, A. (2017): Aparición con vida: disappearance and the politics of the counterfactual, from Argentina to Ayotzinapa. In: Paper presented at the Latin American Studies Association Annual Meeting. Lima, Perú.

Shapira, H. (2013): Reflecting absence: an interview with Michael Arad. Public Books.

Sturken, M. (2007): Tourists of History: Memory, Kitsch, and Consumerism from Oklahoma City to Ground Zero. Durham, NC: Duke University Press.

Warner, M. (1993): The mass public and the mass subject. In: Robbins B (ed.) The Phantom Public Sphere. Minneapolis, MN: University of Minnesota Press, pp. 234–256.

Yaeger, P. (2003): Rubble as archive, or 9/11 as dust, debris, and bodily vanishing. In: Greenberg J (ed.).

Sturken, M. (2020): Containing absence, shaping presence at Ground Zero. Memory Studies, Vol. 13(3) 313–321.

«Trauma at Home»: After 9/11. Lincoln, NE: University of Nebraska Press, pp. 187–194.


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