El Museo Emocional

El Museo Emocional

 

El papel de las emociones dentro de la escenografía de los museos es un tema fundamental en el trabajo de diseño museográfico. En este contexto, dirigiremos nuestras reflexiones a partir de tres preguntas que consideramos muy importantes – entre otras dudas y certezas, experimentos e intuiciones -. En primer lugar, trataremos de encontrar una respuesta adecuada al «porqué»: ¿Por qué tener en cuenta las emociones al crear un museo o una exposición? En segundo lugar, «¿dónde?»: ¿Dónde colocar las emociones?, o deberíamos decir mejor, ¿cuál es el lugar que les corresponde dentro del recorrido expositivo y su dinámica? Y, finalmente, «¿cómo?»: ¿Qué herramientas y enfoques deberíamos utilizar para escenificar emociones en el entorno de un museo?

Creemos que donde radica la mayor dificultad es en la elaboración de respuestas apropiadas en línea con la coherencia, pertinencia y corrección de la transcripción formal de contenidos en el esfuerzo mediador del conocimiento entre el museo y el público; respuestas que no pueden enmarcarse en fórmulas prefabricadas que sean iguales para todos, y que deben ser elegidas y realizadas a medida, recurriendo constantemente a la imaginación, la creatividad, la sensibilidad y la capacidad crítica para cuestionarlo todo.

«¿Por qué tener en cuenta las emociones?» Esta cuestión implica, en primer lugar, reconocer que las emociones y sensaciones tienen una enorme importancia en el contexto de nuestros museos. Y esta relevancia parte de consideraciones y creencias personales sobre la función, el papel cultural y simbólico de los museos, y la centralidad de las emociones en nuestra vida cotidiana. Impulsadas por la observación -ampliamente reconocida – , las emociones son la base del conocimiento en el proceso de aprendizaje, y tanto la ciencia como la neurociencia, la filosofía y varias otras disciplinas, se ha confirmado plenamente la existencia de formas de «inteligencia emocional», ligadas a la intuición, la sencillez, la inmediatez y la empatía.

Es por eso que podemos hablar de «museos emocionales» más que de «museos emocionantes»: en el sentido de museos que son capaces de dar vida a las emociones y hacerlas resonar en el público y los visitantes, de manera que sean ellos mismos los que interactúen con esas emociones que están sintiendo. Museos capaces de despertar y motivar al mismo tiempo.

«¿Cuál es el lugar de las emociones?»: Esta cuestión merece un discurso más articulado y, sobre todo, debe enmarcarse en una perspectiva más amplia y evolutiva, comenzando por reconocer que las emociones ocupan un lugar central en el corazón de la relación dialéctica entre contenido, contenedor y visitante. Se trata de una posición fuertemente dinámica, flexible y fluida, que no está ni rígidamente subordinada al constante predominio de las colecciones y contenidos expuestos – como todavía ocurre en muchas exposiciones clásicas -, ni sometida a la supuesta centralidad del público. Más bien, se halla debidamente apoyada por la narrativa museológica. Las emociones se sitúan «en el centro» de un diálogo permanente entre formas y contenidos, exposiciones y diseño, colecciones y puestas en escena, jugando precisamente con la coordinación de estos tres elementos: protagonistas, portadores de sentido y narrativa.

En realidad, hablamos de una posición «interactiva» en constante evolución, que no deja de cambiar, de variar en forma y tamaño, haciéndose cada día más necesaria. Una interactividad que la aparición del Covid-19 y sus consecuencias han hecho aún más indispensable y urgente, al servicio de una audiencia «real» que ya no admite zonas grises, ambigüedades, fake news, decoraciones llamativas o virtuosismos virtuales por sí mismos, sino que, por el contrario, busca verdades profundas, emociones significativas, valores auténticos y compartidos, dimensiones espacio-temporales de la socialidad y el intercambio…

Hablamos, también, de una posición «multiforme» que se integra y se completa en la visión global de un «museo emocional», capaz de ser, al mismo tiempo, un museo de emociones, un tesoro único y extraordinario de impresiones, sensaciones, ideas, motivaciones, sugerencias, maravillas; un lugar mágico, especial, absolutamente único y no reproducible en otro lugar, que se comunica a los más altos niveles culturales y disciplinarios partiendo también – y ante todo – del asombro, con la capacidad de sorprender, de excitar la imaginación, de empujar a cada visitante al placer de la observación, a la actitud crítica y al cuestionamiento, despertando la curiosidad, la creatividad, la memoria, el ensueño y la imaginación; la emoción como primer motor de todo proceso cognitivo; un museo para todos los gustos, que solicita nuevas formas de experiencia física, sensorial, estética e intelectual abierta a los más diversos públicos, en el que cada visitante tiene la oportunidad de encontrar su propio nivel de interés, su modo y horario de visita propio, y las claves a la interpretación que más les agrada; un museo para todos los sentidos, donde no solo mirar, sino también tocar, escuchar, saborear, sentir, oler, inhalar, vivir: un espacio-tiempo multisensorial, sensible que respira, pulsa, vibra, resuena – sin un exceso de tecnología – y trabaja para ofrecer a cada visitante tiempo, espacio, el placer de imaginar, degustar, regocijarse en sus emociones; un museo sin límites, a la vez centrífugo y centrípeto, que se niega a encerrarse para proteger y defender su perímetro físico y su fortaleza institucional, y que proyecta hacia afuera, hacia el exterior, su cuarta dimensión extramural, marcando la huella a partir de la trama cognitiva de una serie de aperturas, ventanas, brechas, exploraciones reales y virtuales hacia y desde el territorio, el exterior, la alteridad, el presente y el futuro; un museo que acepta el desafío de la contemporaneidad, que se pone a sí mismo y a su prestigio en juego para explorar – desde su punto de vista privilegiado – las grandes contradicciones, problemas y cuestiones abiertas de nuestras sociedades hoy y mañana; un museo acogedor, que tiene en cuenta a todo su público, para ofrecer, por un lado, una dimensión colectiva, compartida y participativa de gran sociabilidad y, por otro, una presencia individual, más íntima, confidencial, de secreta complicidad; un espacio-tiempo en el que todos puedan sentirse, a la vez, «en casa» y «en el corazón» de una institución pública, abierta, accesible, participativa. Donde «el Museo», con el artículo que precede a la mayúscula en la fachada, se convierte en «mi museo», capaz de combinar el adjetivo posesivo «mi» con el concepto institucional, público y social inherente al sustantivo «museo». Un «museo emocional» que nos llegue al corazón y nos fascine, así como a los diversos actores profesionales que contribuyen a su diseño, implementación y gestión. Un museo concebido como un gran viaje emocional entre la imaginería y la imaginación; un viaje iniciático de historias y geografía, externa y mental, que parte del poder de las imágenes en exposición para estimular a cada visitante a aprovechar el enorme potencial de su imaginación. ¿Podría ser esta la definición definitiva de museo, aunque resulte un tanto larga?

Un viaje, sin embargo, no admite trucos ni atajos, sino que impone un pacto de solidaridad y confianza entre el museo y sus visitantes; un entendimiento profundo que no se construye sobre consignas o artefactos artificiales, sino que se basa en la práctica de la verdad, la corrección, la coherencia entre los contenidos culturales, disciplinarios y pedagógicos y su transcripción en términos escenográficos. Un pacto que, precisamente en este período de distanciamiento social, de alejamiento, de pérdida de referencias identitarias, se hace cada vez más fuerte, más urgente…

¿A qué pregunta deberíamos responder cada vez que abordamos un proyecto de museo? – Con toda la atención, precauciones y dudas -. «¿Qué actitudes, qué herramientas hemos de utilizar para escenificar emociones?»

Esto parte, en primer lugar, de una práctica multidisciplinar integrada – entre escenografía, diseño, gráficos y comunicación, sistemas audiovisuales e interactivos, espacialización sonora y ambiental – que conduce a la visión de una configuración compleja: una realidad multimedia, interactiva, inmersiva, tridimensional, con el  despliegue de lo experiencial, donde el objetivo no es crear una «escenografía hermosa» sino efectiva, al servicio del contenido y la poética de la emoción. Esto ocurre dentro de un modelo de actitud múltiple que, en nuestro trabajo, privilegia los aspectos de la comunicación, con la elección de un vocabulario relevante de formas, elementos, instrumentos y técnicas de interacción integradas en el escenario, entre sonidos y silencios, luces y sombras, pausas y secuencias, sólidos e intangibles; aupando los aspectos de la síntesis, en la selección y posicionamiento del objeto único según su fuerza expresiva y narrativa, su capacidad para participar con su propia voz singular en un gran cuento polifónico, coral y plural; los aspectos de sonido y sonorización, en los que insistimos mucho por su capacidad para generar emociones de forma absolutamente directa e inmediata y que conciernen a la elección de la música, así como a las tecnologías de reproducción. Aquí, nuevamente, no se trata de crear una música de fondo agradable sino de mucho más; de desarrollar atmósferas sonoras efectivas, apropiadas para la historia general y capaces de lograr su propia dimensión acústica; los aspectos del tiempo, en el desarrollo de una forma de visitar que se articule a través de una sucesión de tres momentos en el tiempo, que deben integrarse y apoyarse de la mejor manera.

Y… «¿Dónde?». Lo primero es el momento del asombro, el guiño a la inteligencia emocional, la desorientación y la descontextualización. En la práctica, es el momento de la seducción: nosotros, los visitantes, recorremos las salas, sin recibir información cognitiva racional alguna, ya no tenemos que leer ni observar cualquier cosa específica, pero sí hay cosas que ver, objetos, formas, colores, luces, sonidos y sus atmósferas; el contenido viene hacia nosotros despertando nuestras emociones. El segundo momento es el tiempo del análisis, el tiempo del amor: las emociones nos capturan, nos estimulan, nos despiertan las ganas de investigar, de intentar comprender, de ir más allá, de profundizar, de aprender, de conocer: yo, el visitante, disminuyo la velocidad y permanezco atento. El tercero es el tiempo del conocimiento, de la intimidad, de la complicidad ; el tiempo del éxtasis amoroso: nosotros, los visitantes, nos detenemos.

El tiempo se suspende y se detiene, el tiempo y el espacio ya no existen. Estamos perdidos en un museo emocional.

Consultas: gestion@evemuseos.com

Recursos:

Alberto Del Bimbo (2020): Emotions in digital. Emotions and learning in museums. NEMO – The Network of European Museum Organisations.

R. Cucchiara y A. Del Bimbo (2014): Vision(s) for Augmented Cultural Heritage Experience, IEEE Multimedia.

P. Ekman y R.J. Davidson (1994) The Nature of Emotion – Fundamental Questions, Oxford University Press.

J. Hohenstein y T. Moussouri (2018) Museum Learning: Theory and Research as Tools for Enhancing Practice, Routledge.

E. Wood y K.E. Latham (2013) The Objects of Experience: Transforming Visitor-Object Encounters in Museums, Left Coast Press.


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