Museos y Teoría de la Sosteniblidad

Museos y Teoría de la Sosteniblidad

 

«Sostenibilidad», una palabra cada vez más utilizada por académicos, responsables políticos y comunidades profesionales, pero que rara vez se define y aplica correctamente en el contexto museológico. El ICOM adoptó recientemente la sostenibilidad como una de sus áreas prioritarias. Por esta razón, en 2018 se creó un grupo de trabajo con la misión de «ayudar al ICOM a considerar cómo integrar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París en su gama de actividades, apoyando a sus museos miembros para que contribuyan constructivamente en la defensa los Objetivos de Desarrollo Sostenible y hacia la adaptación y mitigación del cambio climático» (sitio web del ICOM, página del «Grupo de trabajo sobre sostenibilidad»; «Transformar nuestro mundo», Acuerdo de París 2015). A través de sus alianzas regionales y comités internacionales, nacionales y otras organizaciones especializadas, el ICOM se focaliza cada vez más en el papel que pueden desempeñar los museos para la solución de desafíos globales urgentes, como el cambio climático, o para la preparación de respuestas ante emergencias, la migración y la descolonización. Sin embargo, este posicionamiento de los museos y la cultura en un escenario global, dentro de la acción de desarrollo sostenible, no siempre ha sido tan claramente articulada. La innovadora Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1987 (conocida más comúnmente como el Informe Brundtland) definió el esfuerzo sostenible como «el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades» («Nuestro futuro común», 1987, p. 8). Este Informe enunciaba lo que se conocería como los «tres pilares de la sostenibilidad» – medio ambiente, economía y sociedad -, e incluía la cultura como cuarto pilar (UNESCO, 1998; Agenda 21, 2004; Nurse, 2006). Desde entonces, la economía ecológica ha impulsado nuevas formas de visualizar el desarrollo sostenible a través de conceptos como la «sostenibilidad fuerte», en la que los límites ambientales proporcionan el contexto dentro del cual debemos actuar (Neumayer, 2003; 2012), o el «anillo de límites sociales y planetarios» (Raworth, 2017), que desarrolla formas constructivas de criticar los «Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030». Lograr sociedades saludables y justas en las que sus miembros vivan con integridad ecológica debe situarse en un primer plano.

Los museos y las organizaciones patrimoniales intentan mantener, además de una variedad de activos – como los económicos y comunitarios -, el patrimonio mismo. Al mismo tiempo, al reflexionar sobre los niveles macro y micro de la justicia climática como un problema sistémico, los museólogos y profesionales de los museos están aprendiendo a cuestionar las ideologías políticas prevalecientes para crecer como grupos organizados, y a hacerlo de manera más ética, reduciendo el consumo y descolonizando sus colecciones. En palabras del especialista en cultura y sostenibilidad Douglas Worts: «dado lo estrechamente ligada que está nuestra economía al consumo, y cómo el consumo está ligado a las emisiones de carbono, y cómo las emisiones de carbono impulsan la crisis climática, se puede argumentar que cualquier crecimiento económico a niveles microeconómicos que aumente el crecimiento macroeconómico esencialmente impulsa a las sociedades en direcciones muy peligrosas a nivel de sistemas globales» (Worts, 2019, comunicación personal; ver también de Varine, 2006; 2008; 2010; Sutter, 2006; Worts, 2006 ; 2011; Dorfman, 2019).

En los últimos años, el campo de los estudios del patrimonio ha sido cada vez más profético sobre cuestiones de sostenibilidad, y esto ha abierto una amplia gama de debates respecto al impacto del cambio climático, la ética del desarrollo turístico, la pérdida de biodiversidad, el patrimonio de la guerra y la salvaguarda del patrimonio cultural intangible, entre otros (Gegner y Ziino, 2012; Cameron y Neilson, 2014; Akagawa y Smith, 2019). Últimamente, el mundo de los museos internacionales ha intensificado su opinión al reconocer sus responsabilidades y obligaciones ecológicas hacia los paisajes culturales como recursos fundamentales para futuros sostenibles (Carta de Siena, 2016; Mac Devitt, 2017; Riva, 2017; Davis y Smeds, 2018). Los enfoques activistas de la sostenibilidad también se están acelerando en respuesta al cambio social (Brophy y Wylie, 2008; Chaumier y Porcedda, 2011; Janes y Sandell, 2019; «La cultura declara una emergencia», 2019). Estas acciones se basan en la premisa de que los museos pueden proporcionar lugares para que las comunidades se reúnan, trabajen, compartan y medien ideas, construyan la sostenibilidad social y fomenten el bienestar personal y colectivo para un fin común. Entender su papel en el contexto global más amplio significa transformar nuestra comprensión de los museos en toda su diversidad, desde los grandes museos nacionales de zonas urbanas multiculturales hasta los pequeños museos comunitarios situados en entornos nativos o indígenas, y aprender a valorarlos como lugares donde los seres humanos podemos buscar el equilibrio entre nuestro bienestar y la salud del planeta Tierra.

Este enfoque holístico del desarrollo local se debatió hace casi 50 años en la histórica Mesa Redonda de Santiago de Chile (1972) y en el informe posterior de la UNESCO (UNESCO, 1973; Do Nascimento Junior et al., 2012). Se puede observar que las iniciativas provenían de una variedad de actores del mundo de los museos, de la agricultura y el desarrollo en un momento de malestar sociopolítico, y de la acción de movimientos como la teología de la liberación y la pedagogía de los oprimidos (de Varine, 2017, pp. 24-25, p. 147). El informe recomendaba que los museos se centraran en su papel social. Hugues de Varine, uno de los organizadores, declaró que aquel evento ofreció «una gran oportunidad para reunir a las dos categorías de especialistas, expertos en museos y en desarrollo económico y social para resolver un problema: la integración de los museos en el desarrollo» (Do Nascimento Junior et al., 2012, p. 206; Hennelly, 1990; Assunção, 2010, pág.5). Como quedó registrado, la Mesa Redonda de Santiago dio origen a la llamada «nouvelle muséologie latina», desafiando las estructuras existentes en la sociedad y trabajando hacia la descolonización cultural a través de sus ideas y prácticas antielitistas. Este enfoque del desarrollo social debe distinguirse de la Nueva Museología en la literatura británica (Desvallées y Mairesse, 2005; Assunção y Primo, 2010). Desde entonces, se han creado museos y «ecomuseos» comunitarios en todo el mundo, a menudo desarrollados a nivel de base como agentes para el desarrollo local, y definidos por Peter Davis como «museos o proyectos patrimoniales impulsados ​​por sus comunidades para contribuir al desarrollo sostenible» (Davis, 2007, pág. 199). Ante los desafíos globales actuales, las recomendaciones de la Mesa Redonda de Santiago de 1972, junto con la Convención del Patrimonio Mundial del mismo año que reunió la discusión sobre el patrimonio natural y cultural, asumen una resonancia verdaderamente importante. Esto se debe a que los museos comunitarios vinculados a sus entornos naturales distintivos se encuentran entre los catalizadores más comprometidos con sus comunidades, y están orientados al bienestar para la construcción de la sostenibilidad y la resiliencia social.

Una de las características más destacadas que se desprende de la investigación en curso sobre ecomuseos y museos comunitarios – desde el punto de vista de los museos progresistas y las agendas de desarrollo local -, es la atención que se presta al papel de la memoria cultural y del patrimonio cultural inmaterial, o «Patrimonio vivo», en los procesos de herencia comunitaria (UNESCO, 2019). La Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (2003) exige que el patrimonio vivo (incluidas las tradiciones orales, las habilidades artesanales tradicionales, las artes escénicas, las prácticas sociales y el conocimiento y las prácticas relacionadas con la naturaleza y el universo) sea clave para la resiliencia comunitaria en todo el mundo. A medida que la gente busque comprometerse con el pasado, comprenderá el presente y planificará futuros significativos. La Convención resultó especialmente relevante para las poblaciones indígenas y nativas que vivían en áreas de importancia natural y, en ese momento, fue ampliamente apoyada por países del llamado Sur global – no menos latinoamericanos y caribeños –  poniendo en valor su herencia y cosmovisiones. Desde entonces, la propia Convención ha sido ampliamente criticada por, en el peor de los casos, reforzar las dicotomías (occidental e indígena; tangible e intangible); sin embargo, el concepto ha demostrado ser productivo para deconstruir las ideologías predominantes que afectan nuestra comprensión del patrimonio y de los «usos del pasado» (Smith, 2006; Erll, 2011; Stefano et al., 2012; Akagawa y Smith, 2019).

Así pues, basarse en los métodos de investigación eco-museológicos que han sido desarrollados hasta ahora, requiere una transformación en los temas subjetivos e individuales de salud y bienestar, así como del «desarrollo de la audiencia» del museo, para centrarse en el aprendizaje incorporado, la espiritualidad y el bien colectivo dentro de un territorio dado. De esta forma, los museos pueden ofrecer un prisma de investigación museológica activo, con capacidad para incidir en los debates internacionales emergentes relacionados con el bienestar y la salvaguarda de nuestro entono natural.

Recurso bibliográfico:

Karen Brown (2019): Museums and Local Development: An Introduction to Museums, Sustainability and Well-being. Museum International, 71:3-4, 1-13.


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