Es posible, que últimamente nos fijemos mucho en ejemplos norteamericanos, pero no lo podemos evitar. La Casa Museo de Rowan Oak – permitid que pongamos otro ejemplo anglosajón entonces -, está enclavada sobre una colina cerca del centro de Oxford, un pueblecito en Mississippi (EEUU). Una señales un tanto deslucidas y entusiastas voluntarios, dirigen a los visitantes en torno a la propiedad en la que el escritor vivió durante 32 años de su vida. Los suelos poco firmes, habitaciones espartanas, la pipa, botas y gafas del autor esperan a quien quiera verlos. Aquellos que han olvidado llevar dinero en efectivo para la entrada (3 euros), podrán entrar con la promesa de enviar un talón. Después de todo, como decía Faulkner, «El dinero no tiene valor alguno. Lo tiene la forma en que lo gastas».
Pero la casa de Rowan Oak necesita inversión. A pesar de que fue restaurada en el año 2005 con un costo de 1,5 millones de dólares, más de un tercio de los cuales fue cubierto por la Universidad de Mississippi (propietaria de la casa), ahora «necesita un trabajo de pintura a fondo», según su comisario, William Griffith. Además del mantenimiento, sin embargo, las tasas recogidas de alrededor de 30.000 visitantes al año, sólo sirven para pagar las facturas de electricidad y teléfono. «Es un negocio duro», admite nuestro amigo Mr. Griffith.
Cámara Democrática de Aaron Huey
La obtención de fondos suficientes para mantener los sitios históricos como se merecen, resulta complicada en todo el mundo. En el caso de Estados Unidos, un tercio de las renovaciones de Rowan Oak fueron pagadas por los fondos de Save America, un programa de donaciones para ayudar a este tipo de casas históricas que comenzó en los años de Clinton. La decisión del Congreso en 2011 para dejar de financiar el programa, ha hecho trizas a las casas museo. Lo dice Stephanie Meeks, directora de la Fundación Nacional para la Preservación Histórica, una organización benéfica privada: «Fue el único esquema de financiación para poner ladrillos y mortero dirigido por el gobierno federal».
Por otra parte, debemos reconocer que el mantenimiento de edificios antiguos es muy caro, eso es más que cierto. Alrededor de 12 millones de dólares, invertidos en los últimos cuatro años, se han dedicado al mantenimiento de 26 casas históricas en todo Estados Unidos, a cargo de la Fundación Nacional para la Preservación Histórica. La guía residente Toby Aldridge, del Museo Casa de Flannery O’Connor, otro gran escritor del sur de Estados Unidos, nos dice: «Es un tremendo trabajo mantener estos lugares con una apariencia agradable». Pero las reformas que se hicieron en la casa en el año 2007, han incrementado el número de visitantes. En cuatro meses, más de 2.600 personas han visitado la casa, bastantes más que el año anterior. En la exposición, libros de la infancia del autor, tales como «Los cinco pequeños pimientos y cómo crecieron», están a la venta mezclados con los que la propia O’Connor ha publicado por sí misma.
La Granja Andaluza, cerca de Milledgeville, fue el hogar de O’Connor mientras escribió la mayoría de sus historias. El museo pudo hacerse realidad una vez que se consiguió dinero de las contribuciones de Save America, pero ahora utiliza la madera del bosque de su propiedad para las reparaciones, pudiendo así mantener los costos bajos. También el museo depende de las donaciones de particulares para cubrir su presupuesto de funcionamiento valorado en 220.000 dólares cada año. La directora de la granja, Elizabeth Wylie, ha organizado el Festival Anual Bluegrass, un evento gastronómico con sala de lectura para tratar de atraer a más gente. «La innovación es la consigna,» dice ella. Nosotros decimos que la creatividad es la llave, no hay otra.
La señora Meeks está muy de acuerdo con esto último. La mayor amenaza para las casas museo son las otras casas museo. Ella lo dice recordando que Estados Unidos tiene alrededor de 15.000 de ellas. Su organización está explorando asociaciones con restaurantes y tiendas en ciertos sitios como una forma de encontrar un ingreso extra y atraer más visitantes. Pero los filántropos privados acaban ayudando más, dependiendo para quién y para qué. Un reciente regalo de 10 millones de dólares para Montpelier, la finca dónde el presidente James Madison vivió en Virginia, pagará para, entre otras cosas, la reconstrucción de viviendas de los esclavos del lugar. Estas cosas solo pasan allí, es ciencia ficción en otros países. La cuestión es: ¿Qué podemos hacer cuando los gobiernos se han olvidado sistemáticamente y por completo del patrocinio histórico de sus países? Pinta muy mal.
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Fotografía principal y para redes sociales: Telemundo
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El 9/6/2016 6:33, EVE Museografía escribió:
> Espacio Visual Europa (EVE) posted: «»El pasado nunca muere. Ni tan > siquiera es pasado». Esto lo escribió William Faulkner en «Requiem para una > monja». En su casa, Rowan Oak, casi se puede tocar su vieja máquina de > escribir, con la que tecleó en el papel aquellas palabras. La Underwood > desca» >