La misión de recolectar objetos significativos y valiosos y de conservarlos en un lugar especialmente dedicado, ha adquirido diversas y diferentes características a lo largo de los siglos. Si en la época clásica la palabra “mouséion” representaba el templo donde vivían las musas protectoras de las artes, más adelante pasó a designar el lugar donde conservar los objetos con fines educativos y para la glorificación del reinante.
En la antigua Roma, las colecciones privadas, compuestas principalmente por obras de arte y botines de guerra, se exponían en lugares públicos, como las termas y il fori; en la Edad Media, la iglesia desempeñó el papel de institución dedicada a la preservación del arte religioso. En el período del humanismo se produjo una transformación del coleccionismo hacia una fase erudita y enciclopédica: las colecciones privadas (gabinetes de las maravillas) se situaban en las salas de estudio de los palacios nobles. Entre los siglos XVI y XVII se difundió una especie de interés denominado «científico» que recogía instrumentos, especímenes y hallazgos anatómicos. En el siglo XVIII, los caballeros nobles realizaban largos viajes al extranjero con el fin de asimilar conocimiento. Eran los llamados grandes viajes (Grand Tour), donde se ofrecía la oportunidad de admirar las colecciones más famosas de Europa. De esta manera, creció la conciencia sobre la importancia de las mismas para la educación y el conocimiento de las ciencias y las artes. Si bien hasta el siglo XVIII las colecciones eran privadas y estaban abiertas a estudiosos, artistas y visitantes – solo por invitación o por encargo -, más adelante muchos señores y propietarios privados, para evitar la dispersión, dieron lugar a donaciones públicas; así en 1753 se fundó el Museo Británico de Londres.
Sin embargo, el carácter público de las colecciones se estableció a partir de la Revolución Francesa y con la apertura en 1793 del Louvre, proclamado Museo de la República. Todos los hombres, sin distinción de censo o de clase, tenían derecho a admirar allí las obras maestras del arte. Las colecciones de las monarquías y la aristocracia fueron confiscadas y declaradas propiedad del pueblo. A partir de entonces, las colecciones se hicieron públicas en toda Europa: en 1796 se fundó el Museo de Historia Natural de París, en 1797 el Museo Kaiser Friedrich de Berlín, en 1824 la Galería Nacional de Londres, en 1830 la Glyptoteca de Múnich, en 1840 el Hermitage de San Petersburgo, en 1846 el Victoria & Albert Museum de Londres. Además de los museos de arte, los de etnografía y etnología, y los de ciencia, se fundaron los museos de técnicas y artes decorativas; estos últimos bajo la influencia de exposiciones universales (especialmente la de 1851).
Los arquitectos de los primeros museos públicos se inspiraron en modelos clásicos: galerías a menudo dispuestas alrededor de un patio, vestíbulo de entrada, casi siempre con una distribución central y coronados por una cúpula. La referencia explícita era el mundo grecorromano, prefiriéndose composiciones geométricas inspiradas en las formas simples del cubo y la esfera.
En contraposición a esas referencias clásica, y con motivo de la Exposición Universal de Londres de 1851, se abrieron nuevas perspectivas, prestando especial atención a las formas de iluminación de los espacios museísticos: en el Crystal Palace, Paxton, Fox y Henderson propusieron una estructura realizada íntegramente en hierro y vidrio para exhibir los artefactos, nuevas máquinas y objetos artísticos. A principios del siglo XX, fueron muchos los conceptos arquitectónicos que desarrollaron soluciones innovadoras. En 1930, Le Corbusier presentó el concepto de “Musée a croissance illimitée”, una construcción estandarizada sobre un módulo cuadrado compuesto por elementos repetidos que podían resolver problemas de flexibilidad y capacidad de expansión. Según Karel Teige, el museo moderno debía reflejar la organización de los espacios interiores en sus formas arquitectónicas. En 1939, Philip Goodwin y Edward Durell Stone aplicaron este concepto al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), diseñando una organización vertical de espacios en forma de rascacielos. Su construcción involucró varias plantas sin medianeras, y se construyó una fachada similar a la de los edificios de oficinas. No había ni un eje de composición predominante ni una entrada monumental, y los espacios expositivos eran grandes plantas diáfanas que se podían organizar según las necesidades del momento.
En contraposición al museo flexible y ampliable, el siglo pasado estuvo marcado por una serie de logros impresionantes: el Museo Salomon Guggenheim en Nueva York diseñado por Frank Lloyd Wright (1943-1959), el Museo de Arte Kimbell en Fort Worth por Louis Kahn (1966-1972) y el High Museum de Atlanta (1984) de Richard Meier.
En los años ochenta, el museo se fue convirtiendo en un hito urbano, una fuerte marca de quienes lo diseñaban y, al mismo tiempo, un lugar de entretenimiento social, visitado no solo por académicos y amantes de los museos, sino por mucha otra gente movida por la curiosidad ante un nuevo “producto-contenedor” de cultura. Esta actitud es muy clara en el Museo Nacional de Arte Moderno del Centro Georges Pompidou de París (1977), diseñado por Renzo Piano y Richard Rogers: el museo de arte es integrado en un complejo cultural que incluye biblioteca, cine, teatro, exposiciones temporales, diseño industrial, música y una vista panorámica de la ciudad accesible a través de escaleras mecánicas insertadas en un tubo de vidrio. El complejo ha transformado la plaza pública frente a este museo en un foco de atracción para el turismo internacional.
Todo lo recogido anteriormente demuestra cómo una profunda innovación en los rasgos distintivos del museo ha dado lugar a cambios evolutivos significativos que la crítica ha enmarcado en las siguientes tipologías:
- Museos de la primera generación: generalmente palacios nobles con colecciones adquiridas gradualmente y que crecen con el tiempo; posteriormente se abrirán a un público cada vez más amplio, con personajes tipológicos ajenos a la función museística.
- Museos de segunda generación: creados específicamente en edificios nuevos o mediante la renovación y remodelación de otros ya existentes, creados con pautas precisas.
- Museos de tercera generación: básicamente son museos de arte contemporáneo, creados con el deseo de exhibir obras maestras y eventos artísticos, a veces incluso tridimensionales y multisensoriales, y por lo tanto diseñados para generar una simbiosis entre el evento expositivo y las formas arquitectónicas.
- Museos de cuarta o última generación: son museos al aire libre, museos del territorio, eco-museos, organizados principalmente para presentar temas y objetos relacionados con la cultura e historia de un territorio, en espacios abiertos y cerrados, utilizando infraestructuras y edificios pertenecientes a un contexto simbólico (por ejemplo, el pueblo, la ciudad, el parque). Actualmente, el museo, desde un lugar privilegiado de conservación y exhibición, se consolida cada vez más como un poderoso medio de comunicación social y puesta en valor comercial y turística. No es de extrañar que el museo también ofrezca espacios públicos similares a plazas urbanas o centros comerciales, con restaurantes, cafés, tiendas. El Museo Guggenheim de Bilbao y la Tate Modern de Londres son ejemplos de cómo un icono arquitectónico, con función de museo, ha conseguido transformar barrios enteros, que habían perdido su función original vinculada a la industria, en un lugar capaz de atraer a millones de visitantes.
En cuanto a los espacios interiores, la atención se centra cada vez más en ofrecer a los visitantes experiencias espaciales significativas, además de exhibir las colecciones. En este sentido, cobra importancia la variedad de espacios interiores – tanto en dimensiones como en formas – y la relación entre interior y exterior. Desde ese punto de vista, donde los aspectos escenográficos contribuyen a mejorar la visita, el uso de la iluminación natural y artificial, y sus efectos, se convierten en parte integral del proyecto de diseño de la exposición.
En los últimos años, el espacio del museo ha tenido que organizarse para dar cabida a las manifestaciones del arte contemporáneo, diversificándose en forma, tamaño (de obras pequeñas a gigantes) y técnicas (de tradicionales a inmateriales). Actualmente, el museo se ocupa de temas muy variados, por lo que se da la circunstancia de tener que exhibir diferentes objetos en el mismo edificio, y explicar su contenido a una amplia gama de visitantes de edades y educación diversas. Cómo consecuencia, el papel de la comunicación a través de dispositivos y soportes técnicos adquiere una importancia primordial a través de la arquitectura, con repercusiones en la organización interior del museo y en las rutas de visita. La relación entre visitantes y objetos exhibidos – de cualquier tipo – se establece desde la curiosidad por ver, tocar y conocer nuevos argumentos de enriquecimiento personal. El papel que juegan los arquitectos actuales es el de crear un espacio arquitectónico capaz de generar un nuevo tipo de visita dentro de él.
Por otro lado, la vocación de narrar historias forma parte de todas las colecciones de los museos que, gracias a las nuevas tecnologías, se transforman con el uso del storytelling digital en objetos que cobran vida, tienen voz y cuentan historias que involucran a un público de cualquier edad y educación. De esta forma, los recorridos en los museos se enriquecen con sistemas multimedia interactivos que enriquecen la visita, con el objetivo, además, de vencer el aburrimiento que muchas veces se genera dentro de su espacio. Vivimos en una era en la que los museos se centran, cada vez más, en la experiencia del visitante: el visitante en el centro antes, durante y después de la visita.
Internet, las redes sociales y los dispositivos móviles son, hoy en día, el principal canal de información para preparar la visita y, frecuentemente, comprar las entradas. Las audioguías permiten visitar un lugar de cultura en perfecta autonomía. Sin embargo, presentan varias limitaciones: utilizan rutas predefinidas y proporcionan información estándar a todo el público. Para evitarlo y hacer que la experiencia de los visitantes sea más personal, muchos museos utilizan tecnología que aprovecha la proximidad del usuario a un punto de interés para enviar información contextualizada. En otras palabras, si un visitante necesita saber más sobre un objeto, simplemente deberá acercarse para recibir contenido adicional en su dispositivo. Después de la visita, las redes sociales se convertirán en el lugar donde compartir la experiencia. La tecnología permite a los visitantes construir sus propias rutas e, incluso, realizar un seguimiento de las mismas gracias a aplicaciones para enviar, vía e-mail, la ruta realizada.
Como consecuencia de todo esto, es necesario que arquitectura de los museos se reinvente, reimagine y replantee. Ya no se trata tanto de edificios de arquitectos estrella, sino de «conexiones con el conocimiento», que es lo verdaderamente importante. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado con presupuestos eximios porque el dinero que debería estar destinado al contenido museológico ya se ha gastado en el edificio? Hoy en día esto no tiene ya ninguna lógica, máxime si consideramos la crisis que azota al ámbito de los museos en todo el mundo.
Recursos bibliográficos:
Simona Canepa (2020): Visiting and Learning: The Museum Becomes Immersive. Journal of Civil Engineering and Architecture 14, 498-508.
Canepa, S., Vaudetti, M. y Musso, S. (2014): Esporre Allestire Vendere. Torino: Wolters Kluwer Italia (en italiano).
Basso Peressut, L. (1999): Musei Architetture 1990-2000. Milán: Federico Motta Editore (en italiano).
Suma, S. (2007): Musei 2 Architetture 2000-2007. Milán: Federico Motta Editore (en italiano).
Barreneche, R. A. (2005): New Museums. Londres: Phaidon.
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