La Emoción en los Museos de Arte

La Emoción en los Museos de Arte

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¿A qué llamamos arte? ¿Experimentamos emociones «reales» con las artes? ¿Tienen los juicios estéticos algún valor de verdad objetiva? ¿Podemos juzgar la habilidad plástica en el arte abstracto? ¿En qué medida nuestras creencias sobre la mente y el proceso artístico dan forma a nuestras evaluaciones sobre las obras de arte? ¿Qué tiene de malo una falsificación perfecta? Son preguntas que muchos pensadores e intelectuales, incluso filósofos, se han planteado durante siglos. Ahora los psicólogos han comenzado a explorar estas cuestiones utilizando los métodos empíricos de la ciencia social: entrevistas, observación, experimentación, recopilación de datos y análisis estadístico. En el libro «Cómo funciona el arte» (Ellen Winner, 2018), se examinan algunos de los fascinantes hallazgos que han surgido de los estudios psicológicos. Hoy, analizaremos lo que sabemos acerca de las reacciones emocionales en las artes visuales, considerando por qué la gente expresa emociones menos poderosas con ellas que con la música.

Stendhal (el seudónimo de Marie-Henri Beyle) se vio afectado a partir de la contemplación de ciertas obras de arte; existe, incluso, una enfermedad que lleva su nombre: el Síndrome de Stendhal. Mientras estaba en una capilla en Florencia, llena de hermosos frescos – la capilla donde Maquiavelo, Miguel Ángel y Galileo fueron enterrados – Stendhal, con 34 años, tuvo una poderosa experiencia emocional acompañada de extraños síntomas físicos. Estas fueron sus palabras sobre el suceso que experimentó:

«Entré en una especie de éxtasis, por la idea de estar en Florencia, cerca de los grandes hombres cuyas tumbas había visto. Absorto en la contemplación de la belleza sublime […]. Llegué al punto donde uno se encuentra con sensaciones celestiales […]. Todo hablaba tan vívidamente a mi alma. Ah, si tan solo pudiera olvidar. Tenía palpitaciones en el corazón, lo que en Berlín llaman «nervios». La vida me fue drenada. Caminaba con miedo a caerme». (Stendhal, 1829)

Una psiquiatra de Florencia, Graziella Magherini, observó muchos casos similares de reacciones fisiológicas increíblemente intensas al contemplar grandes obras de arte: palpitaciones, mareos, confusión, desmayos y una sensación de desorientación (Magherini, 2003). Según ella, este síndrome ocurre más frecuentemente en Florencia, la ciudad con mayor densidad de arte renacentista del mundo, y porque dicho arte cuenta con un atractivo particularmente poderoso. Magherini insiste sobre esto diciendo que, lejos de tratarse de un estado patológico, el síndrome de Stendhal puede ser experimentado por cualquiera que observe obras de arte con la mente abierta y el deseo de experimentar sentimientos fuertes (Barnas, 2008). ¿Podría esta reacción deberse al tema del arte: las figuras religiosas en los frescos que impresionaron a Stendhal? ¿Tendría que ver con el lugar, sabiendo que Florencia fue el hogar de los más grandes pintores y eruditos de todos los tiempos? Stendhal escribió que, al darse cuenta de que estaba en presencia de las tumbas de Miguel Ángel, Maquiavelo y Galileo, «la marea de emoción que me abrumaba fluía tan profundamente que apenas se distinguía del asombro religioso». Aparentemente también existe un Síndrome de Jerusalén, por el cual los que acuden a esa ciudad se sienten abrumados al estar en un sitio tan religioso. Quizás por todo esto la respuesta se deba a más cosas y situaciones que a la presencia en sí de obras de arte. La experiencia de Stendhal bien podría estar predeterminada o restringida a determinados sitios y momentos.

Claramente, algunas personas tienen fuertes respuestas emocionales frente al arte visual. Pero, ¿es tan común este tipo de experiencia? Un estudio presentó a una serie de personas nueve emociones (tomadas de la Escala de Música Emocional de Ginebra), y les pidió que calificaran la frecuencia con la que experimentaron cada una de ellas en respuesta a la pintura y la música (Miu et al., 2016). Si bien los resultados parecían bastante similares para ambas formas de arte, los participantes informaron que, con mayor frecuencia, se sentían maravillados por las pinturas y que, a menudo, experimentaban nostalgia, paz, poder, activación alegre y tristeza por la música.

La sensación de estar conmovido no es algo que se comprenda con claridad. El psicólogo Winfried Menninghaus trató de aclarar qué queremos decir con la frase «me siento conmovido» (Menninghaus et al., 2015). Él y sus colaboradores pidieron a los estudiantes que recordaran un evento conmovedor y describieran éste y los sentimientos aflorados. La tristeza y la alegría fueron las emociones más comunes experimentadas en situaciones de movimiento; sentirse conmovido siempre se percibía como algo intenso. Las causas enumeradas con más frecuencia fueron los principales acontecimientos de la vida: muerte, nacimiento, matrimonio, separación, reunión. Si bien los eventos relacionados con el arte se contemplaron como uno de los seis tipos de experiencias que más conmovían, aparecían en una minoría muy distinta. Los tipos de experiencias artísticas que se mencionaron como conmovedoras fueron el cine y la música; nadie nombró las artes visuales (Kuehnast et al., 2014). Sin embargo, cuando los psicólogos piden a las personas que hablen sobre experiencias sólidas de las artes visuales, se obtiene una imagen diferente. Solo existe un estudio sobre esto, y se trata de una disertación inédita en sueco dirigida por Alf Gabrielsson: «los hallazgos muestran que las personas comúnmente informan sobre sentimientos de asombro y sorpresa cuando son absorbidos por una obra de arte visual» (Gabrielsson, 2011).

Tenemos claro, entonces, que la clave está en la forma de formular la pregunta. Si preguntamos directamente a las personas qué emociones sienten por el arte visual, la respuesta suele ser «asombro y sorpresa», lo que puede interpretarse como sentirse conmovido. Pero si pedimos que enumeren las experiencias que las han conmovido con las artes visuales, es mucho más probable que mencionen experiencias interpersonales. Nuestro mundo social domina a nuestra vida emocional.

Cuando pedimos a las personas que cuantifiquen en qué grado se sienten conmovidas por obras de arte visual específicas, tal como las ven, suelen estar muy dispuestas a informar que se sienten profundamente conmovidas. Sabemos esto por una colaboración entre los neurocientíficos Edward Vessel y Nava Rubin y la erudita literaria Gabrielle Starr (Vessel et al., 2012). En sus investigaciones mostraron a diferentes personas 109 pinturas, occidentales y orientales, representativas y abstractas, del siglo XV al XX. Se pidió a los encuestados que calificaran cada una de ellas por la fuerza con la que les había «movido»(trabajos que encontraron poderosos, agradables y profundos), en una escala del 1 al 4. Mientras observaban las obras, cada uno de ellos llevaba colocado un sistema de resonancia magnética funcional (fMRI) escáner, sistema capaz de detectar qué áreas del cerebro estaban más activadas, y si lo estaban por una pintura individual, algo predicho por la calificación que la persona le había dado a esa pintura.

En promedio, cada pintura que conseguía una alta calificación por parte de una persona recibía una baja de otra. Por tanto, lo que nos mueve es profundamente idiosincrático. El hallazgo interesante fue que los investigadores descubrieron áreas específicas del cerebro que se activaban más cuando las personas se sentían muy conmovidas por las obras de arte – en aquellas que calificaron como 4 -, en comparación con todas las demás (calificadas como 1, 2 y 3). El área activada al contemplar las pinturas clasificadas como 4 era parte de la red de modo predeterminado, un área del cerebro asociada a la autorreflexión: mirar hacia adentro y pensar en uno mismo (Gusnard, Raichle, 2001).

Sólo aquellas obras de arte que se experimentaron como las más conmovedoras llevaron a este tipo de activación- aunque recordemos que lo más conmovedor para una persona no lo fue para otra -. La activación aumentó linealmente a medida que las pinturas pasaban de los niveles 1 a 3, y posteriormente se produjo un salto pronunciado cuando se trasladaron al nivel 4. Este estudio amplía nuestra comprensión de la experiencia conmovedora en respuesta al arte visual. Encontramos, además, que las obras de arte que más nos conmueven son las que nos impulsan a reflexionar sobre nosotros mismos. Por supuesto, para estar seguros de esto, necesitaríamos la evidencia de que las personas reflexionan sobre sí mismas cuando su red de modo predeterminado se activa mientras observan obras de arte que encuentran muy conmovedoras.

¿Son, por tanto, las artes visuales menos emocionantes que la música, el cine o la literatura, e, incluso, menos conmovedoras para la persona promedio, en general? Realmente, no se puede asegurar en este momento. Desde un punto de vista científico, sabemos mucho más sobre las respuestas emocionales frente a la música que ante las artes visuales. Necesitaríamos realizar más estudios, y pedir a los visitantes que informaran sobre sus sentimientos más fuertes mientras observan las obras de arte. Sólo así podremos encontrar si los testimonios sobre las experiencias con las artes visuales son tan emocionales como las que se relacionan con la música, aunque lo más probable es que no lo sean

¿Por qué una pintura podría evocar menos niveles de emociones específicas, como la tristeza, la nostalgia o la alegría, que la música? En primer lugar, está el factor soledad. Necesitamos experimentar la observación íntima sin distraernos con otras personas que conversan a nuestro alrededor. Cuando visitamos un museo de arte, normalmente lo hacemos en compañía, hablando con nuestros amigos mientras pasamos de pintura en pintura. Es poco probable experimentar emociones fuertes en un museo abarrotado o cuando se conversa con el espectador que está a tu lado (Pelowski et al., 2014). Deberíamos observar a los visitantes de los museos de arte cuando se encuentran solos, absortos y en salas vacías.

Cuando escuchamos música en compañía de otros, no charlamos; solo escuchamos. Pero al contemplar el arte con otros, tenemos la tentación de conversar (Liljeström et al., 2013). Por otro lado, personas dan respuestas emocionales más fuertes ante la música cuando la escuchan con un amigo cercano que cuando lo hacen solos. Así pues, estar con otros puede fortalecer las respuestas emocionales frente a la música, pero debilitarlas, en cambio, con respecto al arte visual.

En segundo lugar, debemos sentirnos sumergidos en la percepción de las cosas. La música nos «sumerge» más que el arte visual; se siente más «dentro de nuestra mente» que una pintura (Thompson, 2009), después de todo, el objeto visual que está causando un nivel de percepción es externo a nosotros. El sonido no tiene un elemento analógico externo para ver o tocar. Siempre podemos apartar la mirada de una pintura u observar algo más en nuestra visión periférica, pero no podemos dejar de escuchar la música. Quizás la importancia de sentirse sumergido explique por qué, en comparación con la contemplación del arte, podemos sentir emociones más poderosas al entrar en cierto tipo de espacios arquitectónicos, como las catedrales o en las salas construidas por el artista James Turrell. En una de esas construcciones de Turrell, nos sentamos y miramos hacia una abertura rectangular en el techo, a través de la cual se vislumbra el cielo azul intenso y las nubes que pasan. Al principio es difícil saber si el cuadrado es una pintura del cielo o se trata del cielo real. La ilusión es extraña y poderosa.

En tercer lugar, debemos dedicar tiempo a la observación, más allá del promedio de 27,2 segundos que los visitantes conceden a las obras de arte en un museo (Smith et al., 2017).

Y finalmente está la dimensión del movimiento. La música nos provoca ganas de movernos, de bailar; nos movemos en sincronía con el ritmo, balanceándonos, marchando, moviendo la cabeza, dando golpecitos con los pies (Janata et al. 2012). Moverse de esta manera (lo que se denomina el «arrastre» de la música) puede intensificar nuestras emociones. ¿Tenemos ganas de movernos cuando contemplamos el arte? Cuando la fatiga mental nos llega al leer la decimonovena cartela indescifrable y nos duelen los pies. ¡Ciertamente no vemos a la gente bailando y aplaudiendo mientras mira cuadros!

Si bien es interesante comparar los tipos de respuestas emocionales ante diferentes formas de arte, dicha comparación no debe tomarse como evaluativa. No hay razón para suponer que todas las formas de arte tienen los mismos efectos e impacto en nosotros. La grandeza del arte no se mide solo por las emociones que nos despierta, también tiene el poder de hacernos pensar, de provocar una reflexión personal.

Recursos bibliográficos:

Ellen Winner (2019): Emotions in the art museum. Studi di estetica, anno XLVII, IV serie, 1/2019

Barnas, M. (2008): Confrontaciones. Una entrevista con la psiquiatra florentina Graziella Magherini. Metropolis M., nº. 4.

Gabrielsson, A. (2011): Fuertes experiencias con la propia música. La música es mucho más que solo música, Oxford, Oxford University Press.

Gusnard, D.A., Raichle, M.E. (2001): Buscando una línea de base. Imágenes funcionales y el cerebro humano en reposo. Nature Reviews Neuroscience, nº. 2, págs. 685-93.

Janata, P., Tomic, S.T. y Haberman, J.M.(2012): Acoplamiento sensorio-motor en la música y la psicología del ritmo. Journal of Experimental Psychology: General, nº. 141, págs. 54-75.

Kuehnast, M., Wagner, V., Wassiliwizky, E., Jacobsen, T. y Menninghaus, W. (2014): Moverse. Representación lingüística y estructura conceptual. Fronteras en psicología, nº. 5 (2014), págs. 12-42.

Liljeström, S., Juslin, P.N. y Västfjäll, D. (2013): Evidencia experimental de los roles de la elección musical, el contexto social y la personalidad del oyente en las reacciones emocionales a la música, Psicología de la música, n. 41/5, págs. 579-99.

Magherini G. (2003). La sindrome di Stendhal, Firenze, Ponte alle Grazie.

Menninghaus, W., Wagner, V., Hanich, J., Wassiliwizky, E., Kuehnast, M. y Jacobsen, T. (2015): Hacia una construcción psicológica del ser movido, PLOS One, nº. 6/10, págs. 1-33.

Miu, A.C., Pitur, S. y Szentágotai-Tătar, A. (2016): Emociones estéticas en las artes. Comparación entre pintura y música. Fronteras en psicología, nº. 6, págs. 19-51.

Pelowski, M., Liu, T., Palacios, V. y Akiba, F. (2014): Cuando un cuerpo se encuentra con un cuerpo. Una exploración del impacto negativo de las interacciones sociales en las experiencias artísticas de los museos, “Revista Internacional de Educación y Artes”, n. 15/14, págs. 1-47.

Smith, J.K., Smith, L.F. y Tinio, P.L. (2017): Tiempo dedicado a ver arte y leer etiquetas, “Psicología de la estética, la creatividad y las artes”, n. 1/11 (2017), págs. 77-85.

Stendhal, Roma, Nápoles y Florencia (1817), Londres, John Calder, 1959.

Thompson, W.F., Música, pensamiento y sentimiento. Entendiendo la psicología de la música. Oxford, Oxford University Press, 2009.

Vessel, E., Starr y G. Rubin, N. (2012): The brain on art. Intense aesthetic experience activates the default mode network. Frontiers in Human Neuroscience, n. 6, pp. 1-17.


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