El Visitante como Mediador

El Visitante como Mediador

 

Los visitantes solitarios en los museos son, en general, bastante pocos. La mayoría prefiere tener una experiencia más social -realizando la visita en compañía-  o encontrarse e interactuar con personas que responden a un mismo interés. Las vivencias compartidas en un museo brindan la oportunidad de fomentar intercambios entre los visitantes. Hoy hablaremos de tres enfoques de diseño de estrategias interpretativas, ideados deliberadamente para aumentar las oportunidades de mediación visitante-visitante, considerando las implicaciones de cada uno. Los métodos utilizados incluyen dispositivos digitales móviles, medios impresos y el modelo de «embajador de estudiantes».

El diseño de la experiencia del visitante de nuestros museos rara vez se fija únicamente en el público que posee conocimientos especializados en áreas determinadas. Normalmente, se espera que una misma experiencia ofrezca «todo» a todos, o al menos a una gran variedad de visitantes. Sin embargo, existen discrepancias en cuanto al diseño, especialmente en base al dilema afectivo-informativo y al conflicto diferencial entre visitantes nuevos y los de siempre. El dilema afectivo-informativo hace referencia, fundamentalmente, a la curiosidad del visitante, que hay que tratar de provocar y alimentar al máximo. Para ello, se le anima a que observe más detenidamente lo que encuentra en sus recorridos, y a que piense y comunique a otros lo que vio o sintió. Estas ideas constituyen el centro de cualquier estrategia de interpretación, y vienen siempre acompañadas por el aumento en la satisfacción de la audiencia.

En lo que respecta a la participación de los visitantes, la visita al museo debe generar algún tipo de aprendizaje, normalmente de tipo informal, si bien éste es, en sí mismo, un término controvertido. El aprendizaje formal, por lo general, se basa en un programa no establecido por el alumno; el informal es espontáneo. Hablamos de que es muy probable que la motivación de cada uno se vea afectada por ese aprendizaje. En cualquier caso, cuando el objetivo de los museólogos es «educar», lo importante es trasmitir información como evidencia del «aprendizaje». En el discurso didáctico más academicista se pone menos énfasis en las experiencias puramente afectivas. Hoy en día, tanto si se aplica, como si no, la estrategia emocional relacionada con el aprendizaje informal, las exposiciones no interpretadas son raras, al menos en instalaciones contemporáneas.

Y, sin embargo, el campo de la psicología del comportamiento nos habla del significado de aquellos momentos de la experiencia que desencadenan recuerdos duraderos o, incluso, cambios de actitud. ¿Puede haber alguna duda respecto al poder de las experiencias únicas en los museos, sensualmente ricas y poderosamente afectivas, que permanecen con nosotros mucho tiempo después de la visita, y que hacen que el mundo se transforme ligeramente y la perspectiva de uno cambie de manera irrevocable? Existen relatos anecdóticos de muchas personas que tuvieron experiencias tempranas en museos que marcaron sus vocaciones profesionales.

Al provocar o alimentar la curiosidad de los visitantes, las exposiciones y experiencias en las que la interpretación escrita prácticamente no existe, pueden funcionar como un estímulo muy poderoso. Se ha demostrado que un buen diorama, donde los objetos se colocan sobre un fondo escénico con poca, o ninguna, explicación -más allá de las cartelas con el nombre-, es capaz de provocar un alto grado de atención y discusión sobre los visitantes. Lograr que hablen de lo que ven es seguramente un buen primer paso para que piensen en ello, y ésto, combinado con una poderosa reacción afectiva, parece ser una extraordinatria herramienta que ayuda a disfrutar de momentos memorables.

Pero, dado que la experiencia épica e inspiradora no siempre es posible o permisible, si nuestro objetivo es que los visitantes hablen, ¿cómo podríamos diseñar intervenciones que provocaran conversaciones entre ellos?

Veamos, comenzando por lo más sencillo, podríamos usar una interpretación impresa que el visitante pudiera transportar en el recorrido expositivo. Cuando aplicamos la gráfica impresa a un objeto, estamos invitando al visitante a pararse y observar atentamente el contenido a partir de una pregunta. Plantear diferentes cuestiones nos sirve como gancho para iniciar una conversación sobre la exposición. Esto resulta útil si la respuesta se extrae a partir de la observación. Con grupos de familiares, los padres y cuidadores encuentran este sistema muy eficaz, ya que permite interactuar con los niños alrededor de las exposiciones de manera sencilla. La formulación de una buena pregunta ayuda a hablar sobre la exposición. Al menos en teoría, se trata de un sistema muy fácil de poner en funcionamiento, aunque puede que el resultado esperado no sea el que cabría desear.

La interpretación digital puede aportar material adicional para mejorar el factor sorpresa, especialmente cuando el contenido está disponible en una película que muestra aspectos de la exposición que no pueden observarse en un primer momento. Las pruebas de uso de esta tecnología provocan una serie de efectos en el comportamiento de los visitantes. Quizás, el más sorprendente sea que produce una mayor interacción entre ellos en torno al contenido del dispositivo.

Las experiencias cara a cara, con guías profesionales del museo son, probablemente, las mejores: ¿puede haber algo más gratificante que «experimentar» una exposición en compañía de una persona amena, divertida y conocedora, capaz de narrarnos historias basadas en su experiencia personal – eso seria lo ideal-, y responder a las preguntas que queramos formularle? Sin embargo, contar con este servicio, y que sea excelente, es probable que se dé en muy pocos museos. El efecto que puede generar en los visitantes un guía nefasto – y no por tener un mal día, eso nos pasa a todos- resulta muy negativo para el museo. Los artistas, científicos, museólogos, curadores o conservadores poseedores del conocimiento de primera mano, no trabajan como guías -necesitarían, además, ser empáticos-. Los voluntarios entusiastas son perfectos para este trabajo, aunque muchas veces los buenos no están disponibles. Un esquema interesante, ideado por el programa Enterprising Science y basado en el Museo de Ciencias de Londres, plantea un diseño de visita a la escuela que específicamente «entrena» a los jóvenes para que se conviertan en guías en una posterior visita con sus familias al museo. Situar al joven en la posición de «experto» parece tener un impacto notable, no solo en ellos, sino también en el modo en que son vistos por su familia.

Inevitablemente, uno de los mayores desafíos es descubrir si una exposición o interacción, en concreto, es capaz de alcanzar el resultado esperado para nuestros visitantes en la etapa de diseño. Los profesionales de los museos tenemos un interés particular en disponer de evidencias contrastadas sobre las experiencias de aprendizaje basadas en museos. El programa  Wellcome Trust Science Learning + y el proyecto Enterprising Science, entre otros, tratan de obtener pruebas de los beneficios educativos a partir de las experiencias de los visitantes en los museos de ciencia. La noción de «capital científico», desarrollada por la profesora Louise Archer en el King’s College de Londres, se podría aplicar a esto. Similar a otras formas de capital cultural, describe las diferentes experiencias relacionadas con la ciencia que una persona puede tener; desde conocer o tener miembros de la familia que son científicos, hasta leer sobre ciencia en los medios de comunicación. En este contexto, se considera que la experiencia de las visitas se suma al capital científico. A partir de aquí, se demuestra que aquellos con mayor capital científico son más propensos a abrirse a la ciencia y, presumiblemente, a la educación basada en la ciencia, y que incluso esta experiencia determinará sus futuras carreras profesionales. Sin embargo, los estudios concluyen que las experiencias basadas en los museos que se están investigando -en algunos casos específicamente diseñadas para este tipo de proyectos-, pueden tener efectos difíciles de valorar y discernir durante mucho tiempo. Así, por ejemplo, si la experiencia del museo en un viaje escolar despertara un interés que condujera a estudiar una carrera de ciencias, el plazo para saberlo podría ser de 20 años. Incluso entonces, la relación causal entre los eventos sería imposible de probar, por todo lo que haya podido pasar durante ese tiempo.

La profesora Amy Seakins adoptó un enfoque innovador para recopilar pruebas sobre el impacto de las exposiciones en los visitantes. Interactuó con miembros del público antes y después de que se unieran a la audiencia de un encuentro en vivo con científicos en el Museo de Historia Natural de Londres. Señaló «su» uso del lenguaje con anterioridad y posterioridad a los «shows». Si hubo un aumento en el empleo de la terminología especializada o una sintaxis más sofisticada- en las preguntas, por ejemplo-, fue interpretado como una evidencia de que la sesión dejó una impresión en el participante. Pero, una vez más, sería necesario realizar un estudio formal para saber si los efectos fueron duraderos, aunque está probado que este tipo de acciones son muy positivas a todos los niveles de motivación relacionados con la experiencia en el museo.

En general, parece que nos encontramos ante una situación en la que diseñar experiencias basadas en museos, con un resultado particular para la mente de nuestros visitantes, resulta ser tanto un arte como una ciencia. Tal vez podríamos avanzar hacia el extremo basado en la evidencia de ese espectro, considerando la psicología del comportamiento en algún nivel de estos planteamientos. Aun así, sería poco probable alcanzar el éxito seguro en cuanto a lograr influenciar sobre dichos comportamientos. Seguimos confiando, pues, en los comentarios y opiniones de los visitantes y, en última instancia, observando la expresión de sus rostros como principal medida de si una exposición concreta, o un museo entero, ha logrado captar su interés.

Recursos:

Angela McFarlane (2015): The visitor as mediator. DREAM conference: Museum Communication: Practices and Perpectives. Royal Danish Academy of Sciences and Letters, Copenhague, Dinamarca. 27-28 agosto 2015.

Reiss, M.J. (2015): The cultural history and learning affordances of natural history dioramas. In Tunnicliffe, S.D., and Scheersoi, A. (Eds.), Natural History Dioramas (pp. 279-289). Dordrecht, NE: Springer.

Reiss, M.J., y Tunnicliffe, S.D. (2011): Dioramas as depictions of reality and opportunities for learning in biology. Curator, 54, 447-459.

Archer, L., Dawson, E., DeWitt, J., Seakins, A. y Wong, B. (2015): Science capital: A conceptual, methodological, and empirical argument for extending Bourdieusian notions of capital beyond the arts. Journal of Research in Science Teaching. Lo puedes encontrar en: http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/tea.21227/abstract.

Seakins, A. (2014): Meeting scientists: Impacts on visitors to the Natural History Museum, Londres, Reino Unido. Tesis doctoral no publicada. Londres, Reino Unido: Kings College.


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