Siempre hemos mostrado interés por la relación que debe existir entre paisaje y narrativa, y por las formas en que los paisajes culturales han de ser ser narrados. Esto abarca desde las narraciones informales y conversacionales de lugares cotidianos hasta las «oficiales» o «autorizadas» de los sitios y monumentos del patrimonio. A veces existe una tendencia generalizada de los gestores del patrimonio a considerar el paisaje como una exposición desfasada, donde los objetos se etiquetan y se muestran para la «educación» de la audiencia que los contempla. La interpretación debe aportar un sentido al lugar, y explicar el modo de fomentar una relación más cercana y amable entre el paisaje, el museo y la narración.
Basket Amsterdam
El museo es, por supuesto, una entidad con muchas funciones: recopilación, catalogación, conservación, etcétera – nada que el ICOM no haya dicho ya -, pero nosotros nos preocupamos más del enfoque particular de su función expositiva, o lo que podríamos denominar «exhibición narrativa». Este punto de vista podemos resumirlo diciendo que el objeto nos sirve, no solo para ser exhibido, sino para generar un esquema narrativo predeterminado. Cualquier coordinador de guiones narrativos podría describir el proceso como la herramienta generadora del potencial semántico de un objeto, con el fin de narrar al público una historia en particular.
A menudo hay una tendencia curatorial muy comprensible a querer mostrarle al público todo lo que hay que saber sobre cualquier objeto en exposición. Pero los objetos deben ser presentados como parte de una historia, con principio, desarrollo y desenlace, por lo que creemos que es importante ofrecer una información relevante que construya ese recorrido histórico-narrativo completo.
El creador de los guiones museológicos del museo debe elaborar los textos y editarlos cuidadosamente, evitando la ambigüedad, para garantizar la máxima accesibilidad de un amplio rango de audiencias. Con el fin de crear un enfoque abiertamente temático mediante el apoyo del diseño museográfico, es importante considerar que la exposición del museo constituye, principalmente, una estrategia de comunicación con el público, por lo que en este proceso no debe alterarse sustancialmente el objeto en sí, sino solo su contexto. Uno puede etiquetar para explicar, yuxtaponer y forzar a los objetos que se encuentran en las vitrinas a narra historias, pero estos permanecen esencialmente sin cambio alguno y, en última instancia, impermeables a las historias que giran a su alrededor. No podemos decir lo mismo de los paisajes, que sufren etiquetamientos y explicaciones, encopetadas- algunas veces-, en lo muy convencional.
Ian Cameron
Esta «museificación» del paisaje cultural debería estar sujeta a la atención editorial de expertos en patrimonio que, en los paneles interpretativos (por ejemplo), tendrían que eliminar la complejidad y la ambigüedad, para evitar todo aquello que no se ajusta a una historia coherente o a la limitada capacidad de atención de algunos receptores. Estamos, pues, de acuerdo en cuanto a las ventajas de poner en marcha estas estrategias interpretativas (facilidad de acceso, democratización de conocimientos especializados, accesibilidad). Si no creamos otro tipo de narrativa del paisaje,¿ no seremos responsables de hacerle un flaco favor a nuestro patrimonio natural – utilizando la manera más prosaica para narrar -, y erosionar, por tanto, su potencial emocional, su capacidad de significar, de evocar, o de inspirar?
Los viajes y el turismo son las experiencias por excelencia de la modernidad. La visión actual del paisaje se resume en la «mirada turística»: una mirada móvil y desarraigada, inquieta y siempre hambrienta de nuevas experiencias. Se alimenta de una mezcla de conveniencia y gratificación instantáneas. No hay tiempo para persistir y, por lo tanto, consume únicamente lo que puede ser fácilmente digerido. A pesar de su superficialidad, esta cultura itinerante tiene un profundo efecto en el paisaje, ya que los lugares visitados «se remontan … como objetos para la mirada del turista».
La narración del paisaje, que caracteriza tantas estrategias de interpretación del patrimonio, se basa en la aceptación de la «mirada turística» como la visión moderna inevitablemente dominante. Pero, existen otras visiones modernas, incluso otras visiones turísticas modernas. A veces encontramos reacciones negativas ante tanta modernidad, probablemente consecuencia de la artificialidad percibida de un «patrimonio» concebido como parque temático, a lo que se suma el cansancio y la saturación debidos a las experiencias organizadas por la industria turística, con prácticas alejadas del deseo de descubrir algo «real» por nosotros mismos. Podemos hablar, por ejemplo, de los viajes realizados por personas que viven en el extranjero, que vuelven a sus hogares ancestrales en busca de sus «raíces». Muchos de estos recién llegados se sienten agraviados cuando se les describe como «turistas» cuando , en realidad, ellos perciben sus viajes en términos de peregrinación y búsqueda. O, podemos hablar de otro tipo de viajes culturales, contemplados por quienes los emprenden como algo distinto e incluso opuesto al consumismo asociado al turismo: el renacer contemporáneo en la peregrinación por caminos medievales a Santiago de Compostela, por poner un ejemplo. Son viajes que implican penurias e incomodidades, inconvenientes y frustraciones, pero todo ello voluntariamente a partir del reconocimiento de que, a menudo, a través del esfuerzo obtenemos una recompensa, una regalo puramente emocional.
Peter Dawson
Nuestros paisajes deben seguir siendo textos abiertos, sin trabas mediadas con etiquetas y pantallas simplificadoras. Necesitamos hacer un uso más completo de ciertos espacios (museos y centros de patrimonio, entre otros) para alentar a los visitantes a descubrir por sí mismos la rica herencia de narrativas que debe acompañar a cualquier paisaje. En otras palabras, creemos que hay que respetar los límites entre el museo, como espacio explícito de narración de dichas historias, y el paisaje mismo, donde éstas deben permanecer implícitas.
Nuestros paisajes culturales no son «objetos» para ser coleccionados ni exhibidos; tampoco para ser reconfigurados con el fin de adaptarlos a unas narrativas frías y distantes – por muy científicas que sean -. Nuestros paisajes deben ser construidos en nuestra imaginación de modo que eviten una mirada turística sin recorrido, sin alma; nos deben ofrecer la posibilidad de abrir la mente, ser lugares donde también nos sintamos libres para vagar y admirar la belleza natural.
Esperamos que esto no os parezca una visión ingenua de la realidad. El turismo, como sabemos, es esencial para la economía de muchos países, España de los que más, y no hay duda de que nuestros paisajes culturales son uno de los productos más importantes (¿verdad Asturias?). El dinero debe estar disponible para fomentar la explotación de estos recursos: tenemos la obligación de hacer que el «patrimonio» sea cada vez más accesible y de capitalizarlo; de conseguir que el patrimonio funcione, utilizando la jerga de «expertos» del desarrollo del turismo. Pero el paisaje cultural no es un recurso ilimitado, y está siendo erosionado por la insensibilidad política. Creemos que es necesario resistir ante esta actitud de «desarrollar o morir» en los sitios del patrimonio y luchar, en cambio, por encontrar formas nuevas, imaginativas, y sobre todo sensibles, de narrar nuestro legado natural y el de nuestros antepasados.
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