Pueblos Indígenas y Museos Etnográficos

Pueblos Indígenas y Museos Etnográficos

 

Desde el punto de vista de la museología occidental, la exposición de colecciones etnográficas ha sido una práctica que se ha mantenido desde los tiempos de los gabinetes de la maravillas. En el siglo XIX, la exhibición de estas colecciones dirigidas a grandes audiencias se convirtió en una práctica muy común, con acontecimientos tales como las populares ferias mundiales que actuaban como catalizadores importantes en ese campo del conocimiento humano (Corbey, 1993, 339-340). El material etnográfico mostrado en esos eventos surgía a partir de lo que actualmente conocemos como «comunidades de origen», y eran objetos sustraídos, por no decir robados o comprados, en países colonizados. En cualquier caso, se trajeron a los museos occidentales procedentes de territorios sometidos al dominio de los «países civilizados».

Michael T. Carey

El término «comunidades de origen» hace referencia a los pueblos indígenas, que son grupos culturalmente afectados por la colonización (Anaya, 2004, 3). Con el tiempo, la acumulación de objetos trajo consigo la formación de grandes colecciones que, progresivamente, llevaron a la aparición de lo que hoy entendemos como museo etnográfico. La relación que esos museos mantuvieron con las comunidades de origen asociadas a sus colecciones, puede describirse mediante el eufemismo «intercambio de sentido único», que se deriva del principio de absoluta desigualdad colonial.

Venice Clay Artists

Hace más de un siglo, los museos recibían los objetos desde un contexto colonial de imposición de fuerza superior, convirtiéndose en instituciones cuya principal tarea era salvaguardar estas expresiones culturales para el futuro de la sociedad. En el caso de las colecciones etnográficas relacionadas con las comunidades indígenas, esto funcionó como un discurso de justificación, basado en la premisa de que sin los objetos de custodia en los museos, las culturas primitivas se extinguirían sin dejar legado alguno, lo que retrataba a los pueblos indígenas como culturas derrotadas de antemano (Peers, Brown, 2005, 1). Este discurso se inscribe en esa gran narración en la que la civilización occidental era la dominante en el mundo, opuesta a los «otros», salvadores de las culturas «primitivas». Al margen de definiciones y absurdas justificaciones, hay que decir que ni se consultó ni se pidió permiso a las comunidades indígenas respecto a si las colecciones que comprendían objetos y artefactos culturales asociados a ellas – y que, en algunos casos, formaban parte de su identidad más sagrada -, podían ir a parar a las vitrinas de los museos occidentales.

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En los últimos años, se ha producido un cambio y evolución hacia un tipo de relación más de «toma y daca» entre los museos y las actuales culturas indígenas que tienen representación en los museos occidentales. Los intereses y valores de los pueblos indígenas han sido tomados cada vez más en cuenta por los profesionales de los museos, quienes,  progresivamente, han llegado a considerar a estas comunidades como autoridades de su propio patrimonio cultural, y han comenzado a cooperar con ellas en el contexto de la gestión de sus colecciones etnográficas. Este cambio nos muestra una relación de poder cambiante y de respeto, donde las instituciones culturales y las comunidades de origen establecen relaciones de confianza, una nueva actitud que no existía en el pasado (Peers, Brown, 2005, 2).

Cuded

Actualmente, el museo moderno está considerado como la institución cultural por excelencia, con capacidad para reparar aquella relación colonial desigual con las comunidades indígenas, ya que ahora exponen objetos y artefactos en las denominadas «zonas de contacto», que funcionan como fuentes de conocimiento y catalizadores para el establecimiento de nuevos vínculos entre ambas partes (Peers, Brown, 2005, 5). Nos referimos, fundamentalmente, tanto al buen trato que existe hoy en día entre los museos y las comunidades indígenas, como a las propias relaciones que se dan dentro de estas comunidades y que, con el tiempo, han generado ciertas lagunas en el conocimiento.

The Eselved Yard

Dado que los desarrollos y los cambios en estas relaciones ha surgido hace relativamente poco tiempo, las iniciativas de cooperación entre museos y comunidades indígenas continúan siendo un campo emergente. Por lo tanto, es interesante e instructivo examinar las diferentes formas en las que los museos etnográficos abordan sus colecciones a nivel individual, y el modo de involucrarse con las comunidades indígenas, para poder evaluar qué iniciativas se consideran exitosas y por qué, y dónde se debe mejorar. En el artículo de hoy, os mencionaremos tres ejemplos actuales que son paradigmáticos en relación a las «prácticas de descolonización» del museo; dos pertenecen a un contexto europeo y el otro a América del Norte. De esta manera, os podremos mostrar, aunque de una manera muy abreviada, tres iniciativas museísticas en este campo en particular.

Rolando Angulo

El Musée des Abénakis en Canada, el Musée du Quai Branly y el Rijksmuseum Volkenkunde, han presentado tres iniciativas diferentes relacionadas con la museologia etnográfica, pero todas comparten un mismo objetivo: establecer estrategias de cooperación con las comunidades indígenas e invitarlas a participar en estos museos. Los tres abordan esa aspiración de una manera diferente, como decimos, pero con la  característica común de ofrecer a estas comunidades la dirección museológica (narrativa) respecto a su patrimonio cultural, enfocándola desde el punto de vista de su contexto cultural y político – cada caso, en particular -, para construir un guión donde estén involucrados los objetos y artefactos de sus exposiciones.

Stax & Lane

En Francia, el Musée du Quai Branly, uno de los museos etnográficos más importantes, participa muy activamente en los conflictos políticos que enfrentan a las comunidades indígenas. Defiende a estas comunidades mediante la organización de coloquios de libre acceso, que sirven como plataformas para la evaluación crítica y para discutir cuestiones relacionadas con los derechos humanos y con las prácticas museológicas asociadas a esas comunidades. Si el museo ha respaldado esas prácticas es porque las considera parte de una cultura viva, y ha adoptado, para ello, una postura política clara rompiendo con el viejo discurso colonial, aquel que retrataba a la cultura indígena necesitada de la protección de los museos occidentales. Para enfatizar sobre esta idea, los tres museos han estado colaborando con miembros de comunidades indígenas para el diseño de sus exposiciones, si bien éste no es un procedimiento estándar que podamos encontrar en la mayoría de los museos.


Our family tree

También el Rijksmuseum Volkenkunde de Holanda, ha participado activamente en los últimos diez años con comunidades indígenas relacionadas con las colecciones que expone, tras haber realizado una investigación sobre la procedencia de las mismas, y tratado de identificar la fuente de los objetos y artefactos. Esta investigación ha llevado al desarrollo de proyectos cooperativos entre el museo y los miembros de las comunidades de donde provienen sus colecciones. El nivel de presencia de cada comunidad indígena dentro de estas iniciativas es muy significativo, como lo ilustra el Proyecto Ka’apor en el Amazonas. Una vez más, vemos la importancia de tener en cuenta el compromiso político del museo.

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La cesión de una mayor presencia a las comunidades y a su patrimonio cultural- nos referimos a aquellas a las que en el pasado se les negó una existencia activa en los museos occidentales-, es crucial, ya que  supone un claro avance hacia una relación de colaboración en la que el museo ya no es la única autoridad sobre ese patrimonio. Trabajar en estrecha colaboración con los miembros de las comunidades indígenas, consultarles como expertos e involucrarlos activamente en la conceptualización y el diseño de las exposiciones, permite una cooperación basada en la confianza mutua. Los tres museos que hemos mencionado nos muestran los esfuerzos que se pueden hacer en esta dirección; la pena es que no todos opten por ese mismo camino. También es cierto, que el museo Quai Branly y el Volkenkunde han iniciado proyectos de colaboración cuyas acciones aún no se han aplicado a todas sus colecciones indígenas. Es recomendable, pues, seguir con esta estrategia y ampliarla, ya que estas iniciativas han sido recibidas con entusiasmo en las comunidades indígenas con las que se ha trabajado.

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El nivel de compromiso político es importante tanto para el desarrollo como para la implantación de las colaboraciones exitosas. Las colecciones etnográficas ya no pueden ser consideradas y presentadas únicamente por su atractivo estético – están incrustadas en contextos políticos y culturales -, máxime teniendo en cuenta que muchas de ellas, por no decir todas, se han conseguido bajo el dominio colonial. El colonialismo sigue siendo un problema, cuyos efectos persisten y provocan un impacto significativo en muchas comunidades indígenas. Los museos ya no son meros templos estéticos que muestran la riqueza de la cultura, han de cumplir con una importante regla social y educativa. Así pues, la exhibición de colecciones indígenas debería estar vinculada a la difusión de sus realidades socio-políticas actuales.



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Fotografía principal: A well traveled woman

 

 

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