Cuando tuvimos la oportunidad de visitar las localizaciones exactas donde Van Gogh colocaba su caballete para pintar, en la época del año aproximada en la que pintó cada uno de sus maravillosas obras, nuestra percepción anterior sobre el arte de este enorme y controvertido talento cambió, evolucionó, se enriqueció de una forma inimaginable antes de comenzar aquel fantástico viaje. Nos ocurrió lo mismo con Cézanne, como ya comentamos en blog anteriores, cuando visitamos su estudio de Aix en la Provenza francesa. Los cuadros se magnificaban a partir de las sensaciones que percibíamos en su atelier: el olor del óleo y la trementina, el polvo suspendido en el aire, la luz del sol de la Provenza que se filtraba a través de los árboles del jardín de la casa de Cézanne. Incluso comimos aquello que al señor Cézanne le gustaba degustar antes de pintar. Para captar la esencia de la pintura del artista, de la manera más completa posible, era muchísimo mejor estar allí y no tanto rodeados de su obra en el Museo d’Orsay, en realidad un Almacén de Arte. Para sumergirse en la realidad aprovechando nuestros cinco sentidos para sacarle todo el jugo, como fue con la obra de Van Gogh y Cézanne, deberemos visitar las localizaciones que formaron parte de su vida y de su obra. Todo esto si los queremos conocer bien, en toda su dimensión o, al menos, aproximarnos lo más posible a esa dimensión. Tomándonos una copa de absenta en la terraza del café de la plaza de Arlés, donde el genio pelirrojo solía beber y pintar al anochecer y hasta la madrugada, nuestra manera íntima de captar la esencia de su obra cambiará para siempre. Ocurrirá con todo lo relacionado con el Arte, con la obra de todos los artistas, pero también en otros muchos terrenos del conocimiento humano como son la Ciencia y la Historia.
La noche de verano llega a Arlés. Concretamente al Café de Van Gogh (como se llama ahora), y si hacemos un pequeño ejercicio de abstracción, podremos observar al genio pelirrojo con su caballete al fondo de la terraza.
A partir de esta forma de percibir la realidad, reflexionamos sobre si en los museos, cuando miramos los objetos, cuando observamos Arte, estamos recibiendo una información incompleta ya que la realidad del contexto de cada objeto o de cada obra no es el museo. Podríamos incluso pensar que el museo es un soporte antinatural para la mayor parte de los contenidos. ¿No deberíamos tener en cuenta esta reflexión a la hora de plantear los proyectos museográficos? ¿Tendríamos que estar obligados a contextualizar los objetos, el Arte, para hacer absoluta justicia a todo su potencial de percepción sensitiva? Nosotros pensamos que sí, que deberíamos cuidar al máximo el trabajo de contextualización para ayudar a los visitantes perciban una «realidad virtual» lo más parecida a la realidad real posible. Si los profesionales museógrafos enfocamos nuestro esfuerzo en la labor didáctica que los museos deben asumir ahora y para siempre, entonces en nuestros proyectos debemos tener muy en cuenta la relación de la percepción del individuo sobre la realidad y los sentidos: vista, oído, olfato, tacto y gusto, lo que podríamos denominar trabajo sobre la percepción sensitiva del visitante, y así generar el contexto adecuado para los contenidos expuestos en los museos. No es tanto ver sino percibir.
La aspiración de todo museógrafo profesional es que el visitante del museo reciba el contenido museístico sobre un contexto museográfico que le haga justicia a la percepción de dicho contenido sobre todas sus capacidades sensitivas
Evidentemente, si podemos disfrutar de la obra de Rembrandt en su casa, decorada con los muebles originales, con las ventanas y cristales con los que el mismo Rembrandt miraba a la calle, podemos aproximarnos mucho a una realidad imprescindible para valorar su obra en su justa medida. Lo mismo que ver los pinceles que usaba, saber como montaba un lienzo, el tipo de mixturas que usaba para crear colores, etc. Creemos que esa información es fundamental para poder apreciar un hecho histórico, en esta caso relacionado con el Arte Universal. Hemos observado que esto es particularmente útil para los niños de hoy, ya que tienen una forma muy particular de percibir la realidad, en un mundo liderado por los medios ultra-tecnificados a los que tienen acceso desde que son bebés. Los niños mantienen una relación con los contenidos en la que básicamente participa la vista y poco más. ¿Tenemos en cuenta que hay importantísimos contenidos que se deben recibir implicando el resto de los sentidos? Los niños deben deben aprender a utilizar el resto de los sentidos para percibir el mundo tal y como es. Los sentidos son instrumentos de la percepción que deben servir para llegar a un modelo de aprendizaje sobre la historia, directo y cercano a la realidad. Porque el contexto forma parte de la historia. La enseñanza de la historia debe incluir una aproximación al contexto, y todo esto debería ocurrir en los museos.
Algo tan aparentemente irrelevante como es la luz, forma parte fundamental para comprender determinadas realidades históricas
Sabemos que todos estos planteamientos sobre soluciones a incorporar a la didáctica de los museos pueden parecer poco realistas. Nos estimula ver que en algunos casos ya se está haciendo, ya está ocurriendo, con un enorme éxito. Hemos visto que el aprendizaje, sobre todo en el caso de los niños, cambia radicalmente y que de esta manera el conocimiento perdura. En España tenemos el ejemplo del Museo Thyssen, donde se programan constantemente actividades que hacen que la percepción de todos los públicos que participan hacia el Arte mejore exponencialmente. Ya sabemos que no todos nos podemos permitir el lujo de seguirle la pista a Matisse, a Modigliani, a Picasso, pasear por Utah Beach en Normandía cerca de la orilla donde ocurrió el desembarco, u observar las condiciones con las que Marie Curie trabajaba al lado de su marido antes de descubrir los rayos X. Y así hasta el infinito y más allá. Pero, sí podemos hacer el esfuerzo de interpretar la realidad del saber fundamental, del saber que obligatoriamente debemos enseñar bien a quien quiera aprender, debemos ser justos con la percepción de esa realidad. A la historia, al Arte, tenemos que hacerles justicia y a sus protagonistas también, por supuesto, acercándonos, lo más que podamos, a la manera que tenían de vivir sus vidas y en la época correspondiente. Debemos entender aquellas formas de entender la realidad, con el uso de las mismas capacidades que convirtieron a estas personas de gran sensibilidad en genios universales: debemos usar nuestros sentidos. Con insistencia, promulgando su valor, se acabará logrando, pero primero hay que abandonar definitivamente los viejos modelos que no funcionan y que no atraen visitantes a los museos, sino todo lo contrario. Para evolucionar hay que saber abandonar lo que no funciona. Urge.
Existen museos en el mundo que llevan años contextualizando museográficamente los contenidos para potenciar al máximo su capacidad didáctica. Que se haga bien no siempre está relacionado con enormes presupuestos, ni mucho menos, se trata de desarrollar buenas ideas y cierta habilidad para llevarlas a cabo
Imagen principal: Campaña Museo del Holocausto en Washington D.C.
Espléndida entrada. A partir del primer párrafo no quedan dudas que la historia, su contexto, la realidad será percibida (mejor percibida, más aprehendida y aprendida) con todos los sentidos puestos en juego. ¡Menuda tarea!
Saludos.
Gracias Veronica, los sentidos deben jugar su papel como parte del aprendizaje y desarrollo de las emociones, que falta nos hace. Un abrazo
Un post magnífico. Realmente los museos han descontextualizado todas las obras de arte como si fuera un botín de caza que debe ser mostrado sin permitirnos disfrutar de su esencia. Necesitamos museos que nos emocionen. Creo que relacionado a esto se encuentra la necesidad de recurer el terretiro abierto como un espacio extendido. La seguimos. Un abrazo