El Arte y la Violencia

Whaam! 1963 by Roy Lichtenstein 1923-1997

 

Caminamos a lo largo de las salas del museo de arte observando los cuadros y reflexionando sobre los temas recurrentes que podemos ver en las pinturas y esculturas a lo largo de las distintas épocas artísticas. En algunos casos, observamos que el Arte y la guerra conviven en pareja. Dos términos absolutamente antagónicos pero que han cohabitado en una extraña relación durante siglos y siglos: al Arte y la violencia humana. Desde que el hombre es hombre, la violencia ha generado inspiración en sus expresiones artísticas más variadas, como una emoción más, como un documento visual más sobre el lado más salvaje del ser humano: la aniquilación de un congénere, con salvaje crueldad o no, si así fuera posible, y de esta forma a lo largo de casi toda la historia de la Humanidad.

 


Escena de una batalla (dibujo interpretativo). Arte Mesolítico encontrado en la cueva de Morella la Vella (Castellón – España).

Desde el comienzo de los tiempos, cuando el hombre sintió la necesidad de expresarse a través de dibujos y formas modeladas, hubo tres temas que se mantuvieron durante siglos invariablemente: el entorno del artista – el paisaje, pueblo, ciudad… -, sus deidades- la religión – y, como no, la guerra. En ocasiones, sobre todo en los comienzos en la que la necesidad del artista en su representación de la realidad, el entorno y las deidades, se fundían en un único tema y más raramente se unen los tres. Si San Jorge lanceaba un dragón en el cuadro o la escultura, podemos observar en esa estampa que la temática se funde en una idea, uno los tres pilares repetitivos en la temática artística: la violencia.

 

El entorno hostil, las creencias místicas y la muerte del dragón en el cuadro de Vittore Carpaccio.

Pero siguiendo con la reflexión que da título al artículo de hoy, y obviando entonces otros muchos temas utilizados como temas artísticos, pensamos que no es de extrañar que en el museo que estamos visitando hoy hubiera tantos cuadros, tantas esculturas, sobre la guerra, ya que durante muchísimo tiempo era la forma de difundir una crónica de la historia a un pueblo que no sabía leer. La guerra estaba siempre presente; si no era lucha contra otros hombres era la que se perpetraba contra el mal, el demonio. Los prohombres, los que mandaban en cada tiempo, los diferentes Papas por ejemplo, ofrecían su versión al pueblo sobre los acontecimientos de la historia siempre barriendo para casa y, sí ocurría algo que no les favorecía, obviaban ese hecho, siendo el bando contrario el que se encargaba de difundir la epopeya a su manera. Eso les venía especialmente bien a los pintores de cada época, sobre todo aquellos adscritos al poder tanto de la Iglesia como del estado de cada país en cuestión. El status quo de los artistas europeos concretamente, mejoró a partir de que dejaran de ser considerados artesanos – los que se ganaban el pan con el uso de las manos – pasando a ser considerados «gente creativa y con talento artístico» y además cronistas de la historia. A partir del Renacimiento los pintores se empezaron a ganar muy bien la vida pintando al servicio de los poderes fácticos. En el resto de países del mundo conocido hasta aquellos días, ocurría lo mismo.

 

La rendición de Breda de Diego Velázquez, maestro artista de la corte española y cronista del poder como casi todos los pintores de la época.

Y los años pasaron, y la tendencias artísticas se iban transformando. Con la aparición de la burguesía que quiso aproximarse al mundo artístico haciendo encargos, los pintores pudieron extender las temáticas explorando otros territorios. Los pudientes quisieron retratos y los artistas se los proporcionaron a cambio de dinero. Con el «arte de encargo» al alcance de un público más extenso, surgió una nueva temática a añadir a los otros tres temas recurrentes: el humor de lo mundano. La ironía fina o cruel, dependiendo de quien o que era el objeto de la inspiración del artista.

 

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El Bosco fue uno de los primeros artistas que dio rienda suelta a su ironía a la hora de representar la realidad.

La Historia siempre ha estado plagada de acontecimientos relacionados con la violencia. Fue a partir del final de la Revolución Francesa cuando el arte descansó durante un tiempo de tanta batalla y tanta guerra. En Francia concretamente, ese periodo de tranquilidad dio lugar al Impresionismo, quizá la época del arte más pacífica y por lo tanto bella. No hay nada más alejado de la violencia que el Impresionismo. Es cierto que en la época del Romanticismo se dio un respiro al artista, pero la mitificación del héroe o heroína guerrera o un pelotón de ellos seguía estando presente.

 

«La libertad guiando al pueblo» de Delacroix, últimos coletazos de la violencia como inspiración.

La paz genera un arte más humano, abriendo las puertas a la inspiración generadora de belleza. Y si a la paz le añadimos la estabilidad económica, pues llegará el paroxismo de la inspiración artística más noble – el hambre ha sido en ocasiones un estímulo creativo también, es cierto -. Cuando se origina un conflicto, ya sea bélico, económico, revuelta social o todos juntos, inmediatamente el arte reacciona y se convierte en un espejo de la realidad.

 

Los artistas, siendo solidarios, pueden transformar el arte en un documento reivindicativo (autor del cuadro: Giuseppe Pelizza da Volpedo).

La Revolución Industrial disparó la dispersión temática en el arte y las tendencias se multiplicaron. Llegaron otras formas de representar la realidad y otros soportes artísticos; llegó el «todo vale» en relación a la temática y a la expresión se multiplicaron. La fotografía y el cine se unieron al maremagnum de la expresión de la realidad y ya nada fue lo mismo y nosotros nos perdimos. A nosotros, la violencia en el arte no nos gusta aunque entendemos que son documentos de la realidad de una época pero, ahora, ya no sabemos que es mejor: si observar un cuadro de temática bélica del siglo XVI, o mirar una obra que no entendemos la miremos por donde la miremos.

 

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Rothko (sin título).

Tenemos la suerte de contar con los críticos de arte del New York Times, y sus afines (socios) galeristas, para poder aproximarnos a la comprensión de lo que en ocasiones encontramos incomprensible.

Grafiti sin autoría en una pared de El Ferrol, España.


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