Los museos son una de los principales razones de nuestra cultura para pensar la historia, pero también son instituciones con historias propias que, además, nos facilitan un acercamiento a ellas más profundo a partir de la relación con los objetos y sus colecciones. Las colecciones pertenecen al pasado, y son revividas por unas técnicas de exposición que se establecieron en el siglo XIX en los museos contemporáneos bajo las conocidas «leyes de antigüedades». Aunque las antigüedades clásicas suelen estar en manos de museos más grandes y conservadores, la forma en que se explican, entienden y muestran está empezando a cambiar. La presencia inmóvil y pasiva de esas antigüedades en las colecciones de todo el mundo ya no se valora como algo natural. La forma de enfatizar nuestra cultura histórica en el contexto y la arquitectura de los museos inevitablemente parece extraña como resultado de estos cambios. De hecho, incluso las narrativas sobre la evolución histórica, que tradicionalmente narran muchos de nuestros museos, están ahora sujetas a numerosas dudas.
Cuando el Neues Museum de Berlín reabrió sus puertas en 2010, tras una renovación que se hizo para reparar los extensos daños que sufrió en la Segunda Guerra Mundial, sus diseñadores se aseguraron de que el edificio mostrara las cicatrices y los destrozos. Como resultado de esta decisión, el Neues Museum representa tanto su propia historia como la de los objetos de sus colecciones. Si bien este es un ejemplo particularmente dramático de un museo que cuenta una historia, no se trata de un hecho aislado. En el Ashmolean, una de sus exposiciones destacaba los orígenes del museo a partir del gabinete de curiosidades de John Tradescant, en donde se narraban historias sobre excavadores y coleccionistas a lo largo de sus galerías. Si bien es cierto que la remodelada galería de Grecia y Roma del Museo Fitzwilliam nos muestra un conocimiento menos especializado que la exposición a la que reemplazó, intenta plasmar la vanguardia de los clásicos; el resultado refleja un gran interés por lo sucedido con los objetos en exposición desde su descubrimiento.
Estos enfoques se adaptan bien al cambiante contexto narrativo de los museos actuales. El creciente interés por su estudio ha generado una serie de críticas a la exposiciones tradicionales. Los museos tienden a usarse para apoyar las estructuras de poder existentes y, a menudo, marginan o excluyen a los grupos menos poderosos. Esto ha traído, como resultado, una sensación de anacronismo sobre las grandes narrativas que una vez estructuraron las exposiciones de los museos. Observar de cerca una exposición también muestra cuán extraño resulta en cuanto a forma de expresión cultural: la mayoría de los objetos del museo nunca fueron destinados a la exhibición y el acto mismo de coleccionarlos ha cambiado su significado. Una mayor conciencia sobre los problemas de la exposición de los museos ha generado gran interés por querer hacerlo bien. En la actualidad, existe una bibliografía abrumadoramente extensa que nos brinda orientación sobre cómo los museos deben comunicarse con sus audiencias, tendiendo a enfatizar la pluralidad de lecturas posibles para cada objeto y colección.El enfoque histórico ofrece una manera de reconocer las narrativas y las prioridades que estructuraron las colecciones y los edificios que vemos hoy; pero es cierto que, por lo general, ya no compartimos esas prioridades y se da cabida a otras perspectivas.
Las antigüedades clásicas han sufrido una pérdida relativa de estatus y no se conciben actualmente como el pináculo del logro humano. Se ha producido un cambio en los museos hacia el relativismo cultural, aunque esto no siempre significa que las culturas se presenten realmente como iguales. Los museos que idealizaban lo clásico jugaron un papel importante en los cambios en el gusto de la estética clásica a la moderna que, finalmente, socavaron el estatus de las antigüedades clásicas. Como resultado, las viejas ideas sobre la superioridad del arte y la cultura clásicos han dado forma a las colecciones y, a menudo, al espacio en el que se exhiben. Las exposiciones de museos que se interesan por la historia de los propios museos y el coleccionismo ofrecen la oportunidad de mostrar estas ideas – y las colecciones mismas – como productos de un tiempo y un lugar concretos. Permiten a los museos explicar conceptos que ya no parecen obvios para los visitantes. Encontramos un creciente interés académico por la historia de los objetos más allá de su uso previsto originalmente, lo que ofrece una vía para que los museos reflexionen sobre la deuda que sus colecciones tienen con la historia, al tiempo que les da una idea real de los cambios.
Un museo que expone sus propios modos pasados de exhibición y sistemas de pensamiento inevitablemente genera preguntas sobre la relación entre dicho pasado exhibido (por ejemplo, la «Ilustración») y el pasado que media (por ejemplo, la antigüedad clásica). Es interesante observar cómo se relaciona todo esto con el museo presente y con nosotros como espectadores. El efecto más obvio es mostrar la diferencia entre el entonces y el ahora. El proceso puede resultar extrañamente diferente (¿realmente tenían jirafas que acabaron representadas en los jarrones griegos?) e, incluso, inquietante (¿eran realmente tan racistas?), pero también puede ofrecer un relato teleológico de cómo llegó a existir el museo como lo conocemos actualmente. Esto se puede sentir con mayor fuerza cuando los museos utilizan su historia para justificar la propiedad de los objetos en disputa. La galería Enlightenment funciona de esta manera al presentar al Museo Británico como un ejemplo inigualable de los sistemas de conocimiento de la Ilustración. De este modo, subraya la afirmación de que el Museo Británico, debido a su importancia histórica, debe mantener la integridad de sus colecciones. Las exposiciones históricas son un clara demostración de cómo la narrativa de los museos no se limita a los libros de historia: de hecho, las historias de los museos nunca han sido más relevantes para su función cotidiana que ahora. Ofrecen una forma de explicar esa forma cultural un tanto extraña y sirven para explorar lo que los museos deberían y no deberían ser – tema muy sometido a discusión -.
Comunicar las complejidades de cualquier versión de la historia en una exposición de museo puede suponer todo un desafío, especialmente desde la aparición de la nueva museología, la arqueología posprocesal y una ola de pensamiento posmodernista que cuestiona si tales relatos pueden ser objetivos. A pesar de la incomodidad actual con las narrativas sólidas y lineales de la progresión histórica que solían enmarcar las exhibiciones de los museos, las narraciones siguen siendo una parte importante del funcionamiento de los museos; incluso, pueden usarse para alterar los enfoques tradicionales. La narrativa se ha convertido en una especie de palabra de moda. Como dice O’Neill:
Las buenas historias pueden funcionar en diferentes niveles para diferentes personas. Atraen la imaginación, el intelecto, los recuerdos y las emociones de los visitantes y pueden tener ricas resonancias sin requerir más detalles de los que es posible en un museo. Las historias inspiran a los visitantes a aportar mucho más de su propia capacidad de creación de significado a los objetos del museo y esto facilita la tarea del museo. De hecho, es solo esta capacidad de los visitantes lo que hace posible la tarea de los museos… Las buenas historias son lo suficientemente fuertes como para mantener unida la gama de objetos en exposiciones interdisciplinarias; pueden proporcionar el contexto para los significados de los objetos, sin socavar su poder estético. La narración permite al museo hacer y responder preguntas sobre los objetos de forma abierta en lugar de cerrada, y hacer afirmaciones significativas sin adelantarse al propio juicio del visitante ni abrumar su experiencia.
Valorando este planteamiento sobre sus propios términos, la narrativa es algo así como una panacea para los desafíos de la interpretación del museo. Sus defensores en los museos tienden a enfatizar que es una parte fundamental de cómo damos sentido a nuestra identidad y al mundo que nos rodea. Por lo tanto, no es el hecho de que los museos se interesen repentinamente en narrar historias, sino que es el cambio en el tipo de historias lo que marca la diferencia. Las narrativas que eligen nos dicen mucho sobre sus objetivos, ya sea para encontrar pequeñas historias con las que relacionarse y dar sentido a objetos individuales como para contar el auge y la caída de las naciones.
Recursos:
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Mary Beard y John Henderson (1997): The Play of Desire: Casting Euripides’ Hippolytus. Arion 4, cap. 3: págs. 80–130.
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Suzanne Marchand (2000): The Quarrel of the Ancients and Moderns in the German Museums. En: Museums and Memory. Susan Crane, editora. Stanford: Stanford University Press, págs. 179–199.
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Graham Black (1992): The Engaging Museum: Developing Museums for Visitor Involvement. Abingdon: Routledge, págs. 179-210.
John H. Falk y Lynn D. Dierking (1992): The Museum Experience (Washington: Whalesback, págs. 138-141.
Giles Waterfield (2010): Restoring Order. Museum Practice, págs. 12-17.
Fotografía: My Modern Met. How Museums Evolved Over Time From Private Collections to Modern Institutions.
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