Como parece lógico, la virtualidad no tiene un territorio propio. El mundo digital pertenece a un espacio donde conviven los ordenadores y computadoras, los servidores, las ondas y cables, aunque estos últimos cada vez menos. Las páginas web de los museos están en el ciberespacio y sus usuarios no tienen la concepción física de «ir al museo», de recorrer un equipamiento, solo de «visitar» un determinado contenido, observándolo desde casa o el trabajo a través de la pantalla del ordenador. Así que, apoyándonos en lo virtual, hemos acabado con el movimiento físico, el desplazamiento y sus posibles inconvenientes, y eso tiene un coste serio para el «museo real».
Actualmente, se está clonando y adaptando la estructura formal de los museos que se visitan presencialmente así como su discurso museológico, y aunque deberían adoptar su territorio, como comentábamos en la entrada de ayer, no lo hacen. Podríamos decir que Internet está mutando – al transformarse en un espacio virtual donde circulan ideas y conceptos – a otra cosa que percibimos como una réplica digital de la realidad, incluso bajo influencia política (países con dictaduras y/o restricciones severas a la libertad del individuo), y eso puede convertirse en un serio problema (distorsión de un realidad que no existe).
Creemos en Internet como un medio maravilloso para que la información fluya sin cortapisas, articulando un discurso propio, pero sin alejarse de lo que es puramente presencial. Y ese discurso virtual debería responder a las dudas, preguntas e inquietudes basadas en el estudio de lo local. Para que esto funcione correctamente, lo verdaderamente útil es interconectar estructuras. Hacer compatibles conexiones entre museos y centros de interpretación evitará que lo presencial caiga en el olvido, ya que lo que deben hacer es preservar y difundir la memoria histórica.
La propuesta virtual es muy parecida a las utilizadas en el mundo editorial. Todos hemos podido consultar – cuando ha surgido la necesidad de buscar respuestas a algo en concreto – los libros que ofrecen todo tipo de respuestas universales a la humanidad. Las obras generales sobre ciencia y técnica, o medio ambiente, ecología y arte, así como las grandes enciclopedias de historia universal, que suplían de alguna manera las respuestas que pudieran ofrecer los museos en cada caso, son el mundo virtual del pasado. Los museos se aliaron en su día con las editoriales al ver un filón en lo relacionado con la reproducción y cesión de derechos del patrimonio natural y cultural expuestos en sus vitrinas y salones. Como respuesta a la avidez humana en la búsqueda de respuestas sacaron tajada de ello y se alejaron, poco a poco, de su propia iniciativa.
Con el tiempo, la reproducción en formatos digitales multimedia, ha logrado una gran aceptación en puntos de venta próximos, como los quioscos. A su vez, se multiplican las colecciones en fascículos con cederoms que incluyen reproducciones interactivas de cuadros, figuras, documentos, reportajes de todo tipo, solapándose con los atractivos de la acción del puro marketing comercial. Creemos que los museos, en este campo concreto, han desaprovechado una gran oportunidad para darse a conocer, para «invitar» al potencial visitante a acercarse al «museo real».
La batalla del quiosco sigue viva; las editoriales funcionan a toda máquina, hecho que pudimos constatar cuando visitamos la última FIL. En el ámbito virtual, aún estamos a tiempo de crear respuestas eficaces vinculado lo digital a lo analógico, el bit con la piedra. Los museos deben encontrar su espacio en Internet de manera útil, y no intentando presentar clones digitales de sí mismos; ese es un gran error, señores directores de los museos. Las visitas al website del museo deben convertirse en visitas reales, no originar cibernautas pasajeros. Hemos de crear vehículos de fidelización para cumplir con el compromiso de permanencia, y supervivencia en algunos casos.
El «guardián de la esencia» es el museo real, no lo que intentan reproducir las editoriales que se están metiendo en el mundo virtual. Esa falta de esencia a nivel general puede acabar con el interés del público potencial que visita museos, algo grave, muy grave. Solo queda unirse para luchar contra esta amenaza de convertir visitantes potenciales en simples cibernautas, hay que jugar en red sin perder la especificidad, todo lo contrario. Es necesario, pues, generar soluciones que nos permitan amplificar el hecho común para dar respuestas concretas.
La virtualidad ofrece un enorme mundo de oportunidades, eso no tiene discusión posible, ya que posee la capacidad directa de establecer comunicaciones entre personas de todo el mundo en tiempo real. Esto es, precisamente, lo valioso del mundo virtual, que los visitantes puedan hablar entre ellos con el compañero de museo, compartir experiencias o abrir foros de discusión, mientras se observa en el mundo real un valor patrimonial. Se pueden crear programas educativos comunes entre grupos de escolares, universitarios, aficionados a una materia determinada y ubicados en centros repartidos por todo el planeta. Ya hay centenares de experiencias conocidas al respecto y funcionan a las mil maravillas, sobre todo en programas de naturaleza y ciencia que derivan al museo real. Se pueden establecer comparaciones, por ejemplo, entre hechos históricos o artefactos arqueológicos y/o artísticos de diversas culturas, épocas o tendencias; el mundo virtual posee la enorme capacidad de reproducir la realidad.
La creación de grandes portales de museos – los que se lo pueden permitir, no como los que se ven en la actualidad – que intentan, por lo general, reproducir la territorialidad en la red, no va a ningún lado y de ahí su bajísimo nivel de visitas. Hablamos de portales basados en el intento de clonarse a sí mismos en la red, y eso es una equivocación. No contestan a cuestiones concretas, solo ofrecen información genérica. Lo útil es crear respuestas, que sean de carácter social, capaces de establecer conexiones entre fondos digitalizados, por ejemplo, de los miembros adheridos con un mismo objetivo de difusión en red.
Se trata, en definitiva, de diseñar grandes centros virtuales de interpretación, ágiles, atractivos, fáciles de usar, cambiantes, que evolucionen día a día, que respondan a las iniciativas de las personas individualmente, que sean capaces de generar perfiles de visita, con una exquisita coordinación en imagen y comunicación institucional y de servicios al usuario.
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Foto principal: ViMM. Wanting to try your hand at the latest technology, whether it’s augmented reality or 3-D printing? Head to a museum.
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