Museología y Diálogo Social

Museología y Diálogo Social

 

En uno de nuestros artículos anteriores, hablábamos de que la «museología experimental» tiene una enorme importancia, no solo porque promueve la innovación en las organizaciones de los museos o en su producción museológica, sino porque ayuda a estas entidades a desarrollar los recursos de conocimiento reales y potenciales de las audiencias como medios de acción. La experimentación en museos involucra, normalmente, a grupos de audiencia como co-desarrolladores y co-diseñadores. Tal participación es una forma de probar si los nuevos enfoques y soluciones funcionan bien con públicos reales y potenciales. Pero, lo que es más importante, es un medio para que el museo aplique las experiencias, afinidades y valores cotidianos de la audiencia como recursos de cambio, reimaginando la manera de poder ayudar a fortalecer dichos recursos.

Una implicación importante de la museología experimental es que se invita a los museos a reconsiderar si su trabajo, en última instancia, promueve el valor-beneficio privado o el valor público. Trabajar para sostener el empoderamiento ciudadano como un valor público es fundamental para los procesos democráticos, y la museología experimental ofrece un camino clave para desarrollar y sostener la cultura en la sociedad.

Tradicionalmente, la noción de ciudadanía ha estado ligada a derechos políticos universales que adquirir (y muchas veces por los que se lucha); pero también puede estar asociada a afinidades individuales e identificaciones con comunidades particulares. Pensamos que la cultura es clave para la formación de la ciudadanía. Y esto se debe a que los procesos y prácticas culturales, dentro y fuera de las instituciones, son campos de formación fundamentales para la democracia (Dahlgren, 2006; Isin y Nielsen, 2002). Involucrar a grupos de audiencias reales y potenciales en la experimentación en nuestros museos ayuda a promover su ciudadanía cultural, valorándola como «una capacidad para la acción y la responsabilidad». Esto «implica dimensiones tanto personales como cognitivas que se extienden más allá de lo personal; al nivel cultural más amplio de la sociedad. […] La ciudadanía es un proceso continuo que se realiza en los vínculos comunicativos» (Delanty, 2003, p. 602).

Diseñar para el diálogo es importante para establecer los vínculos comunicativos, como habitualmente solemos defender, necesarios para crear «un museo dialógico» (Tchen, 1992), y para transformar el noble trabajo político, que asume que los museos y sitios patrimoniales que apoyan el diálogo marcan una ruta directa hacia la comprensión intercultural y la armonía social (Galani et al., 2020).

Sørensen, Carter y Lleras, nos muestran cómo las instituciones museísticas pueden adaptar activamente este papel como facilitadores del diálogo a través del proceso de diseño. A su vez, Rodanthi Tzanelli, señala que un punto de partida para tales diálogos pueden ser los museos que desafían su enfoque establecido en tradición-autenticidad-aprendizaje. Dicho desafío brinda nuevas narrativas relacionales y reflexivas sobre los humanos y sus cohabitantes (no humanos) en el planeta Tierra, ya que fomenta diálogos entre generaciones – y en una diversidad de comunidades – sobre el impacto de nuestra crisis ambiental actual y futuros planetarios compartidos. Además, Wescley Xavier, Diana Castro y Vanessa Brulon, enfatizan cómo la experimentación que involucra a públicos reales y potenciales del museo puede desafiar las barreras físicas, sociales y mentales para producir una conciencia conjunta del mundo, de sus estructuras, y de uno mismo, como agentes de transformación; y por tanto, constituir a los residentes locales como ciudadanos democráticos. Finalmente, Palmyre Pierroux, Birgitte Sauge y Rolf Steier explican que los espacios de exposiciones de los museos también pueden repensarse como contextos de producción conjunta de conocimiento que traspasan los límites entre centros de formación (universidades) y museos, estableciendo un área de investigación conjunta para la deliberación, colaboración y generación de métodos basados ​​en el diseño e investigación para las exposiciones. El resultado de esta producción de conocimiento experimental determina una identificación más precisa de los valores y objetivos profesionales al servicio del bien público que, naturalmente, constituye un precursor fundamental de la cultura en la ciudadanía.

Como acabamos de ver, promover el diálogo para fortalecer la ciudadanía cultural es un proceso social continuo y, a menudo, polémico. Puede figurar como una herramienta cuando un museo experimenta con nuevos diseños: permite ser aplicada a modo de guía de narración y servir como un medio de dirección. Cualquiera que sea su enfoque, cabe destacar ciertos principios clave. Cuando los museos facilitan el diálogo, se trata de algo más que de una invitación a expresar opiniones o inquietudes. Los museos deben enmarcar los diálogos como procesos de compromiso, tanto si los socios del diálogo son los públicos que se comunican con el personal del museo, como si se trata de audiencias que experimentan representaciones multivocales en una exposición, o grupos de visitantes reales o potenciales que se comunican entre sí en línea o en el sitio físico. Promover el diálogo va más allá de la participación individual y la escucha visible. Por ello, los profesionales de los museos necesitan andamiar el diálogo como una práctica social inclusiva. Y ese andamiaje debe mediar entre la autoridad institucional y la de la audiencia, evitando así las trampas de asumir que los profesionales saben qué es lo correcto y las audiencias qué es lo mejor. Finalmente, el resultado del diálogo no necesita ser el consenso, puede tratarse de un reconocimiento compartido de la diferencia. Dado que la ciudadanía cultural es un recurso clave en las sociedades democráticas, también debe compartir uno de sus principios fundamentales: estar de acuerdo en desacuerdo. Por lo tanto, los museos tienen la responsabilidad de dar cabida a las diferencias, tanto en el fondo como en la forma. No hay un modo determinado de argumentar o expresarse, ni una solución o resultado correctos. Esta responsabilidad es particularmente importante, porque el diálogo como herramienta de la democracia, a menudo se centra en la argumentación racional sobre cuestiones públicas.

En conjunto, las implicaciones de la museología experimental son clave para el futuro de los museos como recursos dinámicos y relevantes, como pilares de valor público. Esta importancia se deriva de la perspectiva de la museología experimental: conduce a los museos más allá del establecimiento de conversaciones sobre el cambio en términos de qué, quién y por qué, y hacia cuestiones relacionadas con el modo de practicar y buscar el cambio para transformar las tradiciones de exclusión del público, de alejamiento de la sociedad, dando portazo al colonialismo pasado y evitando conceder una relevancia limitada para la mayoría de las personas.

La comprensión de la experimentación en museos, como un conjunto diverso de prácticas entrelazadas con procesos más amplios de valor y poder, implica que los museos no pueden limitar la experimentación a «proyectos» discretos y de corto plazo en un dominio particular. La museología experimental va más allá de experimentos dentro de las salas de exposiciones de nuestros museos, en el despacho de dirección o en actividades de divulgación. Nosotros mantenemos que una museología experimental implica estrategias profesionales autorreflexivas. Esto supone una exploración sostenida que incluye, además de los fracasos, asegurarse de que los experimentos particulares sean monitoreados y evaluados sistemáticamente, y que las prácticas y los resultados se entiendan como parte de contextos sociales más amplios de uso.

Recursos bibliográficos:

Dahlgren, P. (2006): Doing citizenship: The cultural origins of civic agency in the public sphere. European Journal of Cultural Studies, 9(3), pags. 267–286.

Delanty, G. (2003): Citizenship as a learning process: Disciplinary citizenship versus cultural citizenship. International Journal of Lifelong Education, 22(6), pags. 597–605.

Galani, A., Markham, K. y Mason R. (2020): Problematising digital and dialogic heritage practices in Europe: Tensions and opportunities. In A. Galani, K. Markham, & G. Arrigoni (Eds.), European heritage, dialogue and digital practices (pags. 9–36). Routledge.

Granovetter, M. (1983): The strength of weak ties: A network theory revisited. Sociological Theory, 1, pags. 201–233.

Isin, E. F. y Nielsen, G. (2002): Acts of citizenship. Zed Books.

Marstine, J. (2011): The contingent nature of the new museum ethics. En: J. Marstine (Ed.), The Routledge companion to museum ethics: Redefining ethics for the twenty-first-century museum, (pags. 3–25). Routledge.

Michael Haldrup, Marianne Achiam y Kirsten Drotner (2021): Introduction: for an experimental museology. Routledge, Milton Park, Abingdon, Oxon.

Miller, T., Birch, M., Mauthner, M. y Jessop, J., (Eds.). (2012): Ethics in qualitative research (2ª ed.). SAGE.

Pruulmann-Vengerfeldt, P. y zu Hörste, H. M. (2020): Reimagining audiences in the age of datafication. En M. Filimowicz & V. Tzankova, V. (Eds.), Reimagining communication: Experience (vol. 2, pags. 179–195). Routledge.

Rasmussen, L. M. y Cooper, C. (2019): Citizen science ethics [Special issue]. Citizen Science: Theory and Practice, 4(1), pags. 1–3.

Tchen, J. K. W. (1992): Creating a dialogic museum: The Chinatown history museum experiment. En: I. Karp, C. M. Kreamer, & S. D. Lavine (Eds.), Museums and communities: The politics of public culture (pgs. 285–326). Washington, DC: Smithsonian Institution Press.

Fotografía: The Museum Scholar. Keep the Conversation Going: How Museums Use Social Media to Engage the Public.


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