El Objeto en el Museo Etnográfico

El Objeto en el Museo Etnográfico

 

Si queremos tener una idea clara sobre cuál es la situación y forma de exposición que el objeto etnográfico debería tener dentro de un museo, es necesario realizar un breve recorrido histórico y observar, antes de hacer cualquier conjetura, como éste ha sido valorado y entendido a lo largo del tiempo, pasando de ser observado como un mero instrumento utilitario durante el siglo XIX, a considerarse un auténtico elemento artístico a comienzos del siglo XX.

Desde finales del siglo XIX los exploradores y misioneros europeos que viajaban al continente africano con el objetivo de conquistar nuevos imperios, unos, e intentar evangelizar a todo lo que se les ponía por delante, otros, comenzaron a estudiar las costumbres de los nativos, sus tradiciones autóctonas y sus utensilios y herramientas. Con el tiempo, los estudiosos recogen estos hallazgos en sus escritos – acompañando las descripciones con dibujos – y comienzan a coleccionar aquello que les resulta más exótico y curioso para mostrarlo de vuelta a casa. Esto da paso a las importantes colecciones etnográficas exhibidas que, finalmente, derivarían transformándose en los primeros museos etnográficos europeos y del mundo, con el permiso de los ingleses. Francia fue uno de los primeros países que dispuso de un museo, como documentó Ernest-Théodore Hamy en 1980 y más recientemente Nelia Dias (1991). En 1843, Edme-Francois Jomar y Frantz von Siebold desarrollaron en París lo que sería el primer museo, como tal, que iría evolucionando como institución en el estudio de la etnográfia hasta convertirse, dos años más tarde, en el Museo del Hombre del Trocadero de París. Actualmente, las piezas importantes han sido trasladadas, casi totalmente, al Museo Quai Branly, que se encuentra al borde del Sena, un poco más allá vadeando el río, y que dispone de una museografía moderna (si bien no la más moderna que podamos encontrar).

Los museos etnográficos podrían representar el medio para comparar las distintas sociedades primitivas, tomando los objetos pertenecientes a cada una de ellas como elemento de referencia para su conocimiento – son vestigios que actúan como testigos de una realidad -. Pero la presencia de este elemento físico, el objeto, no debe reducirse a su dimensión material, va mucho más allá; está llena de significados sutiles, como si fuera un código que un experto debiera descifrar y simplificar en su fundamento para el visitante. La subjetividad no es buena si queremos que es espectador del objeto se interese realmente por él. La nueva museografía pretende ayudar al público a interpretar el objeto siguiendo el rastro de su historia; que no lo haga únicamente desde una observación puramente estética – como en el caso de las expresiones artísticas -, sino también en cuanto a su funcionalidad – en el caso de los objetos herramientas – y a su lugar en el tiempo y en el espacio como elemento narrador. De este modo, es posible divulgar didácticamente el papel que desempeñaba el objeto para el usuario del otro tiempo y cómo transcendió en su vida cotidiana. Y esta realidad debe ser adaptada en función del amplio espectro de capacidades de comprensión posibles del público. Los profesionales de la museografía no podemos dar por hecho que todos tenemos la misma capacidad imaginativa; no debemos exigir al visitante que haga un esfuerzo mental extra en su visita al museo, y mucho menos a un niño. Resultaría una visita agotadora que acabaría por dejar el museo vacío y podría, incluso, generar rechazo.

Cuando observamos el objeto expuesto en el museo, iluminado con un led dentro de una vitrina, se produce un fenómeno que resulta a veces imperceptible – dependiendo del momento -: el de la transformación del objeto simple ante nuestros ojos en testigo de la historia universal. Pero ese objeto debe contar su historia, y debe hacerlo bien, insistimos. La contemplación de la estética del objeto es algo natural para nosotros – es bonito, feo, o me deja indiferente -, pero ha de ser algo más que una valoración primaria; su exposición nos debe ayudar a asimilar con fluidez otra serie de factores de importancia que no hayamos tenido en cuenta. Por ello, los objetos han de estar contextualizados. Nosotros defendemos la escenografía del objeto y lo prescindibles que son los textos en paneles o en cristal. Si la escenografía se acerca lo más fielmente posible a la realidad del objeto u objetos, los espectadores sabrán apreciarlos en su justa medida. Exponer menos objetos y contextualizar más las colecciones es fundamental. No sirve de nada observar ciento cincuenta máscaras ceremoniales Bámbara, Pel o Dogón de Africa occidental, en vitrinas enormes, si su exhibición no nos ayuda a comprender el comportamiento de las etnias, su forma de ver el mundo, su realidad como tribu, la esencia de los ceremoniales, las costumbres ancestrales y mucho más cosas. Incluso las guías, tanto en papel como de audio (audioguías), no cumplen su función al 100% porque exigen que el visitante se apoye en la imaginación, y no todos andamos sobrados de esta capacidad – a veces, estamos ya cansados después de tres vitrinas -. Mucho no es más, los museos deberían entenderlo y no obligar al visitante a darse un atracón maratoniano de información y contenidos. Abogamos por la simplicidad y la contextualización de las exposiciones etnográficas de la mano de objetos bien expuestos.

Hoy en día, con las nuevas tecnologías puestas al servicio de la museología y la museografía, podemos conseguir lo que anteriormente era muy costoso, incluso casi imposible, por la ausencia de espacio en las exposiciones – sobre todo en los museos pequeños museos locales -. Ahora podemos contextualizarlo todo, sin excepción, con el uso de la realidad aumentada; y más aún con la existencia de los smartphones, de uso común y generalizado en la sociedad. No tenemos que manejar grandes presupuestos para construir carísimos, aunque maravillosos, dioramas contextualizadores, ni fabricar facsímiles. Los marcadores de las aplicaciones de realidad aumentada – lo que hace que la aplicación se ponga en marcha en función del contenido que quiere mostrar – ya ni siquiera requieren códigos QR para «dispararse»; pueden reconocer un detalle de la vestimenta, un dibujo del ornamento expuesto, la forma del utensilio, etc., y generar, automáticamente, la «contextualización» virtual. Incluso se puede integrar al visitante en la acción contextualizada como elemento de referencia. Esto es algo que funciona especialmente bien con los niños, quienes reclaman una didáctica más divertida, y no salas y salas llenas de vitrinas. Lo importante, en cualquier caso, es que el objeto no pierda su rango de importancia como vestigio de la historia de la humanidad, como testigo de la historia, y que, al mismo tiempo, pueda ser entendido  y valorado por el gran público sin exigir un gran esfuerzo a cambio.

Recursos bibliográficos:

Anglo American Cataloguing Rules (1988): Editado por M. Gorman and P.W. Winkler. Segunda edición 1988, revisión. Londres: Library Association.

Anon. (1995): CIMI entertains new framework. Archives and Museum Informatics, 9(1), pgs. 120-123.

Art & Architecture Thesaurus (AAT) (1994): Editedo por T. Petersen. Segunda edición. Nueva York: Oxford University Press.

Chenhall, R.G. y Homulos, P. (1978): Propositions for the Future: Museum Data Standards. Museum, 30(3/4), 1978, pgs. 205-212.

Harvey, K. y Young, P. (1994): Data Content Standards: A Directory. Unpublished document prepared for limited distribution. Ottawa: Canadian Heritage Information Network (CHIN), Canadá.

International Council of Museums (ICOM) (1995): Standardization of Collections Inventories in Africa. Handbook of Standards. (AFRICOM programme.) Segunda versión. París: International Council of Museums.

Perkins, J. (1995): CIMI and CHIO: Cultural Heritage Information Online the short and the long of it. Spectra, 22(3), pgs. 10-14.

Thornes, R. (1995): International documentation standards for the protection of cultural objects: a survey. Santa Monica, California, EE.UU.: Getty Art History Information Program.

Union List of Artist Names (ULAN) (1994): Boston: G.K. Hall & Co.

Fotografía: Museo Quai du Branly-Jacques Chirac en París.


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