Cultura y Creatividad: Pensamiento Divergente

Cultura y Creatividad: Pensamiento Divergente

 

Es evidente que el aprendizaje y el potencial laboral están experimentando muchas transformaciones. Podemos observar una muestra de esos cambios culturales en lo que denominamos el «trabajo del conocimiento» y la automatización de los procesos de memoria (Trilling y Fadel, 2009). Demostrar habilidades de pensamiento creativo se hace cada vez más necesario. A medida que el contexto de aprendizaje escolar evoluciona como reacción a los cambios culturales, trabajando activamente para promover el desarrollo de habilidades relacionadas con la creatividad (Conference Board of Canada, 2010; Pellegrino y Hilton, 2012), resulta muy útil intentar entender las formas y condiciones en las que los niños y niñas demuestran su capacidad de pensar y actuar de manera creativa. Se conoce relativamente poco sobre cómo y qué factores externos pueden contribuir al desarrollo de tendencias creativas en el sistema educativo público y privado. Resulta interesante, pues, ofrecer una visión más amplia de la cultura para razonar respecto a la naturaleza de la creatividad como un rasgo personal socialmente construido a nivel de sistemas (Martinsen, 2011). Esto también nos permite explorar y teorizar sobre la influencia que los entornos culturales y comunitarios pueden tener en el desarrollo de tendencias creativas.

Se ha demostrado que las personas creativas muestran unos atributos específicos y que sus comportamientos se ven facilitados por una serie de variables ligadas a la personalidad, la motivación y el pensamiento divergente (Martinsen, 2011; Sternberg, 2006). Las personas creativas son más capaces de encontrar soluciones a problemas mal definidos (Runco, 2007) y, a menudo, reportan una mejor salud (Cloninger, 2004). La creatividad y, en particular, las habilidades de pensamiento divergente en la infancia son señales importantes de los logros personales y públicos en la vida adulta (Runco, Millar, Acar y Cramond, 2010; Sternberg, Jarvin y Grigorenko, 2009). Por otro lado, la capacidad de actuar de manera creativa e innovadora suele estar considerada como una de las «habilidades del siglo XXI» o competencias más importantes para prosperar en la sociedad moderna – independientemente de nuestra nacionalidad -, debido a la ubicuidad de la tecnología, una comunicación ágil y redes sociales colaborativas (Bellanca y Brandt, 2010; Parlamento Europeo, 2006; Kay, 2010; Trilling y Fadel, 2009). Hoy en dia, se requieren habilidades vinculadas a la creatividad y a la innovación, como el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la colaboración y las alfabetizaciones multimodales, básicamente para mantenernos al día con la tecnología en un mundo cada vez más conectado (Bellanca y Brandt, 2010; Trilling y Fadel, 2009). Estas habilidades apoyan a los estudiantes en su vida y carrera, los ayudan a adquirir conocimientos y les brindan la flexibilidad suficiente para adaptarse y aprender en espacios de trabajo cambiantes. Por estas razones, ahora es más importante que nunca evaluar en qué medida los jóvenes pueden demostrar habilidades de pensamiento creativo y examinar las formas en que estos talentos y habilidades se demuestran a nivel internacional.

Las definiciones occidentales de creatividad han sido bastante consistentes desde principios de la década de 1930. Stein (1953) desarrolló la primera definición bipartita de creatividad, que afirma que la creatividad requiere tanto de originalidad como de eficacia. También se han debatido otros requisitos, como la «intención de novedad» y la «sorpresa» (Klausen, 2010; Runco y Jaeger, 2012). Según Klausen (2010), pueden existir tres «portadores de la creatividad»: la persona, el proceso y el producto (p. 350). Klausen argumenta que el principal portador de la creatividad es el producto, y especifica que también «el autodesarrollo o la inspiración… pueden ser considerados «productos” en el sentido apropiado de la palabra; son resultados o resultados de un proceso» (Klausen, 2010, p. 351). En este artículo, utilizamos esta noción de creatividad como parte del autodesarrollo en terminos más amplios de «capital humano».

El capital humano hace referencia a las habilidades y conocimientos específicos que intervienen en el proceso productivo, incluidas todas las competencias y el compromiso de las personas dentro de una organización (Schultz, 1961). El capital humano está directamente relacionado con el concepto de «capital social», que asume la perspectiva de que las vidas y los comportamientos de las personas están ligados a la cultura y a los sistemas sociales que existen donde viven. Bordieu (1977) describió esta comprensión dialéctica de la relación entre el individuo y la sociedad, que está referenciada en sus nociones de campo y hábitat. Es la interacción entre los sistemas individual, cultural y social lo que provoca la transformación de la sociedad, y es el entorno sociocultural – a través de innumerables formas – el que influye en qué y cómo se expresan las ideas (Rudowicz, 2003).

Se considera que los primeros trabajos de Vygotsky sobre la creatividad y la imaginación sentaron las bases de una psicología cultural de la creatividad (Moran y John-Steiner, 2003). Identificó la naturaleza del aprendizaje a través de interacciones recíprocas contextualmente situadas y reforzó la naturaleza esencialmente social de la cultura. Se ha argumentado que el aprendizaje grupal, la interacción social y las normas sociales influyen en la resolución de problemas individuales y en los patrones cognitivos que determinan el comportamiento (Moran, 2010; Sternberg y Williams, 2010). A lo largo de este proceso, usamos símbolos y herramientas para producir artefactos culturales, muchos de los cuales se crean para resolver problemas y dar forma al curso de la actividad futura (Garrison, 1995). La creatividad, entonces, se moldea cultural y socialmente, a través de interacciones entre la mente y el comportamiento en un espacio cultural.

Algunos de nuestros valores están ligados a tradiciones culturales, religiosas y geográficas (Runco, 2004, 2007). Por lo tanto, las habilidades y los rasgos que se valoran pueden fomentarse por necesidad o porque se consideran útiles. Aristóteles escribió en una ocasión: «Lo que se honra en una cultura se cultivará localmente» (como se cita en Torrance, 2003, p. 277). Las tradiciones culturales que tienen valor juegan un papel en el desarrollo de talentos y habilidades en dominios particulares. La cultura en este sentido, incluidos nuestros lenguajes, creencias, cosmovisión, percepciones y sistemas de organización sociocognitivos, impregna las formas en que razonamos, resolvemos problemas, categorizamos, juzgamos y predecimos eventos futuros (Nisbett, Peng, Choi, y Norenzayán, 2001). Se han llevado a cabo una serie de trabajos de investigación que examinan el papel que la creatividad y el ingenio han jugado en diferentes contextos culturales. Todo ésto podría reducirse para ajustarse a lo que Florida (2002) denominó las tres T: tolerancia, talento y tecnología, que utilizó para explicar las diferencias globales en innovación y capacidad inventiva. Entre estos tres elementos, la tolerancia a la creatividad es un factor ambiental crítico que da permiso para que suceda esa creatividad. La creatividad, a menudo, aparece como ideas, soluciones o formas no convencionales de ver los problemas. La intolerancia por todo lo que se percibe fuera de la norma es indicativo de una cultura que no valora la creatividad.

Investigaciones anteriores han demostrado que la cultura influye en las formas en que se define la creatividad y también en cómo se conceptualiza (Klausen, 2010). Los países que han adoptado un marco social individualista occidental tienden a poner énfasis en los productos creativos y utilizan la novedad y la idoneidad como criterios de juicio (Runco, 2007). Esta definición está respaldada por Hennessey y Amabile (2010), así como por Sternberg (2005). Un ejemplo tangible se demuestra en el reciente informe de la Comisión Europea sobre el impacto de la cultura en la creatividad (KEA European Affairs, 2009). Dicho informe concluye con una propuesta para elaborar un índice de 32 indicadores de productos creativos que se utilizará para determinar el peso de la creatividad en una nación. Las culturas orientales, que tienden al colectivismo, suelen valorar, en cambio, la creatividad como un aspecto de la realización personal, con guía y reverencia por la autoridad y las tradiciones del pasado (Rudowicz, 2003; Runco, 2007). Puede debatirse si esto realmente es una diferencia cultural en la definición de creatividad, o si el caso es que las concepciones colectivistas de la creatividad son en realidad concepciones de otra cosa (Klausen, 2010).

La investigación transcultural que ha examinado la creatividad ha encontrado una serie de patrones distintos. En un estudio sobre la creatividad y el razonamiento con estudiantes universitarios en Hong Kong y Estados Unidos, Niu, Zhang y Yang (2006) observaron que los estadounidenses obtenían calificaciones significativamente más altas que los chinos de Hong Kong en una medida de producción creativa (escribir títulos para chistes). Esta diferencia se atribuye a factores culturales que influyen en cómo los individuos piensan y resuelven problemas. Aunque no se aportó ninguna explicación a estos resultados, Nisbett et al. (2001) argumentaron que las diferencias culturales representan sistemas únicos de pensamiento y conocimiento racional. Su estudio reveló que los asiáticos orientales tenían más probabilidades de prestar atención al «panorama general», mientras que los occidentales se centraban, por lo general, en los detalles. Esto refleja las concepciones socioculturales ampliamente aceptadas del individualismo y el colectivismo como estructura social (Lau, 1992), pero apunta a diferencias inherentes en el estilo cognitivo y el enfoque ligado, en gran medida, al impacto de la cultura en las formas de pensar.

Una investigación realizada por Rudowicz, Lok y Kitto (1995) también examinó la evidencia de la creatividad transcultural a través de un estudio que utilizó la Versión Figurativa de la Prueba Torrance de Pensamiento Creativo (TTCT) para medir las habilidades de pensamiento divergente de los niños de 10 años en Hong Kong, Taiwán, Singapur, Estados Unidos y Alemania. Los investigadores observaron que los niños de Hong Kong generalmente obtenían puntuaciones más altas que los de Taiwán, Singapur y los Estados Unidos, pero más bajas que los alemanes. Los autores explican estos resultados como un reflejo de las percepciones culturales del valor de la creatividad y la expresión creativa (ver también Lubart, 1990), pero no pueden determinar qué variables específicas en las culturas llevan a que existan estas diferencias. El trabajo posterior de Rudowicz (2003) sugiere la existencia de un modelo de interacción recíproca entre cultura y creatividad, en el que ésta última no solo se ve influenciada por la cultura, sino que en sí misma determina cómo una cultura evoluciona y recibe productos e ideas creativas. Lubart (1990) y Csikszentmihalyi (2005) ilustraron de manera similar las formas en que la creatividad se presenta como una interacción compleja entre una persona, un campo y una cultura. La creatividad individual está fuertemente influenciada por las experiencias personales y las variables genéticas de la personalidad, y puede expresarse – cuando está permitido en una organización o dominio social – dentro de una cultura que lo apoya. La persona influye en el dominio y en la cultura mediante un patrón recíproco y dinámico. Por ello, para comprender mejor la creatividad como concepto, los investigadores deberán observar a la persona, el dominio (campo) y la cultura. Csikszentmihalyi (2005) argumenta que la única manera de entender la creatividad es a través de la comparación, evaluación e interpretación dentro y entre culturas. Los estudios transculturales son importantes para contribuir a una comprensión, cada vez mayor, de las diferencias y similitudes entre los sistemas educativos de diferentes países (Larsen, 2010).

Aunque el discurso seminal de la Asociación Americana de Psicología (APA) de Guilford, que pedía a los investigadores que exploraran y comprendieran mejor los factores psicológicos relacionados con la creatividad, tuvo lugar hace más de medio siglo (Guilford, 1950), pocos han optado por estudiar las diferencias y similitudes entre las culturas occidentales. La mayor parte del trabajo previo, como se ha demostrado, examina culturas que tienen una larga historia de diferencias en estructura social, política y economía. Ahora está bien establecido que las cosmovisiones holísticas y analíticas (colectivistas e individualistas) dan forma a la elaboración de los productos creativos (Klausen, 2010; Lau, 1992; Lau, Hui y Ng, 2004; Niu et al., 2006; Rudowicz, 2003) y, hasta donde sabemos, ninguna investigación ha examinado dos culturas occidentales relativamente similares con un énfasis particular en la creatividad. Este tipo de estudio evita la trampa de comparar la creatividad con algo completamente diferente, como sugiere Klausen (2010). Es por ello muy importante que tengamos una mayor comprensión con respecto a las formas en que los entornos culturales influyen en el desarrollo de la creatividad.

Florida (2012) analizó la influencia del lugar para el desarrollo de la creatividad dentro de una cultura dominante relativamente similar. Basó su discusión en la literatura de la geografía económica, la teoría del capital humano, su propia investigación y la de otros sobre el medio ambiente en los Estados Unidos. A lo largo del texto, distingue entre grandes ciudades y comunidades más pequeñas, y presenta tres puntos principales sobre el vínculo entre el lugar y la creatividad. En primer lugar, afirma que:

Las ciudades son las unidades organizativas económicas y sociales clave para la era creativa. Dan lugar a la agrupación, la densidad y la interacción de la vida cotidiana y, por lo tanto, aceleran las combinaciones y recombinaciones que estimulan la innovación, la creación de empresas, la creación de empleo y el crecimiento económico. (págs. 393-394).

En segundo lugar, refuerza la noción de que cuanto más grande, mejor, al señalar que las personas creativas tienden a migrar allí donde se encuentran otras personas creativas, explicando por qué en algunas regiones más pequeñas, como ciudades universitarias tipo Gainesville y East Lansing, existe un número relativamente grande de personas creativas. En tercer lugar, Florida sugiere que es posible que las comunidades pequeñas no estimulen la creatividad de la forma en que lo haría una ciudad. Esta diferencia de tamaños entre las comunidades, en relación con la creatividad, constituye un posible punto de entrada para un estudio posterior. Aunque Florida (2012) discute cómo las personas creativas tienden a juntarse, existe muy poca evidencia empírica que respalde la idea de que la comunidad de una persona puede desempeñar un papel en el desarrollo de sus tendencias o habilidades personales. El texto de Florida aborda brevemente este aspecto con relación al tamaño de la comunidad y, de interés para esta reflexión, reafirma e intenta confirmar la declaración de Park sobre que:

[…] la pequeña comunidad a menudo tolera menos la excentricidad. La ciudad, por el contrario, la premia. Ni el criminal, ni el defectuoso, ni el genio tienen la misma oportunidad de desarrollar su disposición innata en un pequeño pueblo que invariablemente encuentra en una gran ciudad (Florida, 2012, pág. 200; Park, 1915, pág. 609).

Recursos bibliográficos:

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Pellegrino, J. W. y Hilton, M. L. (2012): Education for life and work: Developing transferable knowledge and skills in the 21st century. Washington, DC: National Academies Press.

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Fotografía: Unión Europea: sectores culturales y creativos.


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