La Valoración de Exposiciones

La Valoración de Exposiciones

 

 

Las valoraciones públicas en exposiciones nos traen de cabeza normalmente. Nos referimos a las valoraciones que recibimos los museógrafos sobre la exposición. Una exposición se inaugura y, queramos o no, por defecto, se valora normalmente solo a partir de criterios estéticos, es decir, el es bonita-no es bonita-me gusta-no me gusta porque es fea. Debemos decir que ,para el descargo de los comisarios – curators -, los árbitros de la contienda expositiva, tienen la difícil tarea de ser los mediadores entre los eruditos y los museógrafos/as, para evitar malos encuentros y que la exposición se vea por tanto perjudicada. Una exposición debe fundamentarse en la equilibrada ecuación: estética / contenidos, o, contenidos / estética. Si la museografía campa por sus fueros, por así decirlo, la exposición corre el riesgo de navegar por las aguas de la estética más que de la comunicación de los contenidos. El equilibrio científico y estético en el desarrollo de la exposición son fundamentales para conseguir, finalmente, una exposición equilibrada, una correcta exposición. El equilibro, como en la navegación, nos libera de la escora a babor o a estribor, o incluso el hundimiento. Otro de los factores que posee verdadera relevancia en la valoración suele ser la funcionalidad de la exposición: los accesos, circulación, fluidez en el recorrido, iluminación, etcétera. Pero, en definitiva, los verdaderos valores que sobresalen sobre los demás son los estéticos porque, además, son los imperantes en la sociedad. Ésta valora mucho la estética, somos casi todos estetas. No es justo que así sea, es cierto, y debemos reconocerlo aun siendo museógrafos, es decir, diseñadores al fin y al cabo.

La naturaleza de las exposiciones requiere una especificaciones concretas en el proyecto. No es lo mismo diseñar y construir una exposición de arte que de ciencia, por ejemplo. Pero todas tienen un punto en común, necesitan soportes para los contenidos, da igual que sea una escultura, un cuadro, una maqueta de un barco o un fémur de dinosaurio. El diseño de ese soporte requiere que seamos coherentes y no hagamos del mismo el protagonista de la exposición, como podéis observar en el ejemplo arriba de Level Green o el de Hovering Cat. Normalmente, tratándose de exposiciones de arte, resumiendo mucho su problemática, nos condicionará la luz y la conservación de las piezas, es decir, el ambiente donde vayan a estar expuestas, incluso desde el criterio de preservar su seguridad anti-vandálica. En una exposición de arte, la obra es la protagonista por encima de cualquier otra cosa, no hay más. Desde el punto de vista de la museografía, debemos tener en cuenta lo mencionado anteriormente, pero hay que trabajar mucho creando soluciones que se apoyen en las nuevas tecnologías; podríamos denominarlo proyecto de «museografía digital». Creemos que la realidad aumentada ya no es una opción para ser incorporada a la exposición de arte, salvo que el presupuesto para el montaje sea muy escaso, por lo que entonces habría que centrar todos los esfuerzos en la iluminación.

El diseño y montaje de exposiciones de orden científico y técnico se enfrentan al problema de la masificación de contenidos aportados por los eruditos, para los que todo es aún poco. Los expertos-investigadores-eruditos de base acostumbran a plantear el estudio del objeto abordando toda su complejidad, prescindiendo de los aspectos espaciales – la naturaleza no les regaló la capacidad espacial, no lo iban a tener todo -, y no tienen en cuenta los aspectos presupuestarios y didácticos. A menudo, lo que resulta muy interesante e, incluso, imprescindible para el sabio erudito es irrelevante para la sociedad. La museografía didáctica se inventó, mejor dicho surgió, de la necesidad de que todos los implicados fueran felices. Los eruditos precisaban un guión para acoplar el saber experto a una exposición y el museógrafo requería que no se abalanzasen los excesos en el desarrollo de los soportes didácticos.

La exposición debe ser entendida de principio a fin, sin lagunas. No nos podemos permitir eso de que no me he enterado de nada. Lo mismo que no podemos obviar a los niños y a los mayores. Nosotros, con el tiempo, hemos desarrollado el axioma ya mencionado en alguna otra ocasión de la brutal sencillez de pensamiento. Como ya en su día decía Winston Churchill: vamos a escribir una carta larga que tengo mucha prisa. Hay que simplificar las cosas para el visitante. Si lo podemos contar con otras soluciones-  audiovisuales, DECs, realidad aumentada, realidad virtual, mixta… -, ¿para qué obligamos a los visitantes a que lean? Leer en una exposición es empujar a nuestro público a la incomodidad y al cansancio. No podemos consentir eso. Ni que la exposición no sea memorable. Nos debemos permitir la licencia de diseñar soportes que causen sensación o emocionen evitando que se coman a los contenidos. La estética, sin ser definitiva o decisiva en el proyecto de la exposición, ha de resultar atractiva. Nada de excesos, comunicación sencilla y lineal en una atmósfera visual bella. Debemos también cuidar mucho los olores y el sonido, algo que muchas veces ni se plantea. Un mal ruido o un olor desagradable pueden dar al traste con toda una exposición. Los olores si se convierten en fragancias se transforman en contenido útil. Y no digamos el sonido.

Para terminar, diremos que el museógrafo ha de incorporar sus aportaciones sobre el conocimiento de las ciencias o sobre su experiencia, cuando la tiene, complementando y adecuando cuanto sea preciso para hacer comprensible el objeto de estudio en relación al destinatario. Debemos democratizar la cultura y hacerla llegar a todos. La difusión cultural exige una repercusión en el mayor número de personas posible. Necesitamos acciones museográficas basadas en la correcta comprensión. Estamos en un siglo en el que se demandan intervenciones de museografía didáctica. El valor formal de los objetos y obras deben perder protagonismo en beneficio de la comprensión; se hace necesaria la contextualización de los mismos para que adquieran mayor significado y puedan ser entendidos e integrados en la bolsa de conocimientos del visitante. Debemos hacer buen uso de las tecnologías emergentes, de la gestión y evaluación del patrimonio desde las coordenadas disciplinares que requieren. La exposición ha de preocuparse de la didáctica, la comunicación y difusión del conocimiento, y no de valoraciones que la lleguen a desvirtuar por no haber cumplido con su «objetivo».

Consultas. info@evemuseos.com


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