El conocimiento siempre ha sido una combinación de discursos mixtos, heterogéneos e incluso contradictorios, en cualquier grupo o comunidad. La afirmación de la autoridad sobre el conocimiento impone la separación entre tradición e innovación, así como la legitimación de algunos referentes establecidos y en sus nuevas configuraciones alteradas. Tras los acalorados debates de la Conferencia General de Kioto de 2019, no es arriesgado predecir que la museología está a punto de reinventar sus tradiciones, una vez más, en el siglo XXI.
Los museos de hoy se enfrentan a nuevos e impredecibles desafíos que han marcado la pauta para una museología, más crítica y experimental, que se renueva mientras reconsideramos nuestras afiliaciones al pasado. Lejos del deseo de pronosticar el futuro de la museología, el ICOFOM ha pretendido, en sus simposios y publicaciones, mapear los diferentes enfoques del pensamiento museológico que constituyen nuestro presente. La anticipación del cambio en el mundo de los museos, marcado por la expansión de los valores neoliberales y las crisis económicas, ha sido una preocupación constante, como quedó expresado en los debates del comité hace unos años sobre las nuevas tendencias en museología (Mairesse, 2015) – algunas de las esas tendencias ya están, a día de hoy, totalmente desactualizadas -.
Más que en cualquier pasado reciente, vivimos hoy una época de gran incertidumbre para los museos y las reflexiones museológicas. Estamos ante una corriente de «no saber qué», que se recrudeció con la llegada de la pandemia de COVID-19, cuando la mayoría de las instituciones culturales del mundo se cerraron al público, y cuando algunos efectos de una crisis económica a largo plazo ya estaban rondando el campo de los museos, lo que supuso despidos masivos en algunas instituciones importantes y recortes salariales de los profesionales más vulnerables. Si bien el futuro de los museos ha sido relegado al ciberespacio, como una tendencia del discurso pandémico actual, no hablaremos de innovación digital. Hoy preferimos reflexionar sobre las implicaciones políticas del cambio relacionado con las recientes reivindicaciones de representaciones sociales que están planteando nuevos problemas para los museos y para la interpretación del patrimonio cultural.
La pandemia actual en realidad ha puesto de manifiesto algunos de los síntomas de una transformación global en las esferas cultural, política y económica que se ha estado gestando mucho antes de la propagación del coronavirus. Mientras que los centros urbanos del mundo, desde París hasta Río de Janeiro, abordan la aparición de «minorías visibles» y la pluralidad de formas de vida en la sociedad (Bancel et al, 2010, p. 10), la democracia cultural, como ideal, está siendo desafiada por la fragmentación del espacio público y la proliferación de diferencias y desigualdades. Los museos tienen que hacer frente a una crisis urgente de representación provocada por herencias no lineales y ambiguas, concebida sobre el discurso de la descolonización, que incluye reclamos por la «queerización» de sus colecciones y prácticas; y todo ello sin dejar de adaptarse a los cambios económicos acelerados que conducen a la precariedad del trabajo en todo el sector cultural.
Antes de precipitarnos a una nueva crisis, existen algunas cuestiones que podrían plantearse para el futuro de la museología: ¿cómo pueden nuestras instituciones culturales hacer frente a la nueva realidad económica y seguir siendo relevantes para las sociedades del futuro? ¿Cómo sería posible que los museos hicieran la transición a la web y siguieran encontrando recursos sin una audiencia física? ¿Podrán los museos seguir teniendo los medios y el personal para mantener sus colecciones de materiales en costosas reservas mientras se comunican y llegan a nuevas audiencias en línea? Para los museos de todos los rincones del mundo, los temas de actualidad relacionados con la economía de la cultura desencadenan un debate urgente sobre la redefinición de prioridades. Es posible que la museología, como disciplina que se ocupa de los valores detrás de la institución museística – tal y como sugiere Robbins -, nunca haya sido más valiosa para el futuro de los museos, un futuro que podría depender de las tradiciones que decidamos transmitir desde ya mismo.
Actualmente, la noción sobre lo que es moderno o tradicional está cambiando drásticamente. En un futuro, los museos quizás necesiten reinventarse en sociedades donde el tiempo se reescriba y se presente en nuevas formas mediante la manipulación de los hechos sociales, como parte de una nueva agenda política para el siglo XXI. En uno de sus artículos, Luciana Menezes de Carvalho aborda el papel de la tradición en la era de la “posverdad” cuando el pasado se renegocia por razones políticas en el presente. Como parte importante de la tradición moderna, los museos están siendo desafiados por discursos negacionistas que dan la espalda a la ciencia y disminuyen el papel de las instituciones centrales para el funcionamiento de las sociedades democráticas. La reciente configuración de los estados-nación neoliberales, así como los populismos y su poder político, inventan nuevas tradiciones, difundidas a través de las redes sociales como la promesa de un futuro que no necesita ni de la ciencia ni de los científicos para existir, una realidad que la pandemia de COVID-19 pone sobre la mesa.
El pensamiento crítico no implica negar el pasado. Al contrario, trata de observar nuestras tradiciones y reconocer su presencia de manera crítica. Como afirma Carvalho en su obra, la ciencia se define políticamente; y la museología lo hace como una disciplina científica basada en una tradición de investigación y conocimiento acumulados que es mantenida por sus actores presentes – como beneficiarios de este patrimonio inmaterial -. Parte del pensamiento crítico museológico actual se basa en el reconocimiento mismo de la museología como un escenario político donde la tradición se negocia y se transforma.
Algunos de los profesionales de los museos, analizando la museología de las periferias del norte global – el lugar tradicional de producción del conocimiento -, han aprovechado las brechas en la tradición para proponer interpretaciones innovadoras de los problemas actuales. La «museología experimental», tal como la propone Melissa Aguilar Rojas en su artículo, engloba la apropiación de los espacios museográficos con nuevas expresiones prácticas basadas en la experiencia sensorial de los visitantes. La relación entre la museología teórica y un método práctico de aproximación experimental al museo constituyen el eje de las preocupaciones de Rojas. Centrándose en el contexto latinoamericano, enfatiza cómo el pensamiento crítico asociado al uso de la tecnología puede crear oportunidades para «piratear el circuito regular de información». Hackear el museo, experimentar con él en diferentes formas y en nuevas conexiones sociales, puede ser una forma innovadora de recrear la tradición, al tiempo que amplía sus alternativas para el futuro.
Uno de los puntos centrales del artículo de Rojas es el hecho de que la museología experimental existe más allá del museo, afirmación que podría ser corroborada por varios teóricos de nuestra tradición. En un enfoque diferente, Scarlet R. Galindo Monteagudo propone una interpretación de la museología a través de los lentes de la Teoría de la Red de Actores (ANT) de Bruno Latour y la sociología simétrica, para demostrar cómo el microanálisis del museo puede tomar en consideración la agencia producida por humanos y no humanos, más allá de su realidad física inmediata. Estos estudios mostrarán, por ejemplo, el modo en que los museos ejercen su papel en las sociedades, cómo se comunican con sus audiencias creando vínculos y cómo generan compromiso social.
A la luz de los nuevos valores compartidos en las sociedades actuales, se puede asumir que un museo es un lugar relacional, de base local y dependiente de la participación social, posiblemente definido como poscolonial y posnacional, no sujeto a construcciones eurocéntricas – como Mellado y Andrade proponen en su análisis. Pero este ideal, un tanto utópico, de una institución democratizadora y descolonizada puede revelar sus contradicciones en el presente. Incluso considerando que los museos sean poscoloniales y posnacionales en principio, no podemos ignorar la importancia del Estado para asegurar su supervivencia en tiempos de incertidumbre económica y crisis política. En la mayoría de los países del mundo, al Sur y al Norte, una gran mayoría de las colecciones de los museos es parte permanente del patrimonio nacional que conserva el Estado desde principios de la Modernidad.
La existencia actual de los museos depende, en gran medida, de las formas en que hoy transmitimos el patrimonio cultural, un proceso que está relacionado con los valores del presente pero que también podría determinar su futuro. En estos tiempos de incertidumbre que proliferan en el campo cultural, todavía cabe preguntarse: ¿cómo se pueden actualizar los museos hacia un mundo cultural dinámico sin ser complacientes con un mercado cultural que potencia las desigualdades sociales y la distribución desigual del patrimonio? ¿Cómo garantizar la transmisión del patrimonio cultural a todos, en un mundo donde la cultura tiene un precio y no todos pueden pagarla? En otras palabras, ¿cómo pueden los museos y la museología evolucionar hacia un futuro, sin contradecir las tradiciones y compromisos con la sociedad que los define en el presente?
Nuestras propias reflexiones pueden ayudarnos a pensar en soluciones creativas para futuros museos y posibles museologías aún no planteadas. Una alternativa podría ser encontrar formas de romper con el pasado sin dejar de asegurar su transmisión a las generaciones futuras, quienes pensarán en él y producirán nuevas interpretaciones de las tradiciones a partir de su propia concepción del tiempo. Los museos, por tanto, han de ser expresión tanto de la tradición como de la transmisión, exponiendo las tensiones que de hallan detrás de las distintas interpretaciones del pasado, aquellas que materializan un futuro susceptible de ser cambiado, impugnado, reescrito en el presente. Es en el espacio entre la tradición y la transmisión donde será posible poder reinventar el pasado para crear un futuro mejor.
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