Memoria, Tolerancia y Patrimonio Histórico

Memoria, Tolerancia y Patrimonio Histórico

 

La formalización y normalización de las prácticas de preservación y difusión de la memoria histórica nacional, se da cada vez más frecuentemente en las sociedades contemporáneas. Forma parte de un movimiento que algunos historiadores, como Jacques Le Goff, han descrito como «tecnificación», una profesionalización de los procesos de protección y difusión de los elementos simbólicos que unifican a los grupos sociales. La memoria colectiva transmitida por tradición oral, típica de las comunidades primitivas, da paso a la memoria oficial – registrada, normalizada y documentada -, producida por especialistas que poseen las técnicas y la autoridad necesarias para hablar sobre el pasado.

La memoria colectiva forma parte de las cuestiones importantes de las sociedades desarrolladas y en desarrollo, de las clases dominantes y dominadas que luchan por el poder o la vida, por la supervivencia y la promoción.

La memoria individual, entendida como la capacidad cognitiva para evocar material ausente o elementos simbólicos, se enriquece, según Maurice Halbwachs, a partir de la memoria colectiva. Esto es producido y difundido por las manifestaciones que los sujetos autorizados hacen desde sus diferentes posiciones sociales.

Por lo tanto, es posible distinguir dos tipos de recuerdos. Uno que podríamos denominar interior, o interno, que hace alusión a un recuerdo personal y que representa la memoria social. Sustenta, en cierta manera, al otro, ya que, después de todo, la historia de nuestras vidas forma parte de la historia general. El segundo, que naturalmente es mucho más extenso, solo nos presenta el pasado de un modo resumido y esquemático, en la medida en que nuestros recuerdos nos ofrecen un panorama mucho más continuo y denso.

Al ser reconocida como una narrativa legítima del pasado de un grupo social, la memoria colectiva actúa como un elemento constitutivo de una identidad social. Desde esta perspectiva, la memoria, más que ser el recuerdo de un pasado que ya no existe, alude al potencial de un futuro que se pretende (necesitamos) construir. Precisamente debido a este elemento de identidad, los estados nacionales, los grupos étnicos y las diferentes instituciones comenzaron a desarrollar políticas para registrar y difundir su memoria colectiva. Para autores como Pedro Paulo Funari, las políticas culturales de la memoria comienzan con la definición de los objetos culturales relevantes para esa comunidad de significado. Una vez seleccionados, se convierten en metáforas que dan respuesta a los miembros de la comunidad sobre quiénes somos «nosotros» en relación con el «otro».

El conjunto de objetos culturales – materiales e inmateriales – heredados por los contemporáneos, solo llega a constituir el patrimonio histórico de las comunidades cuando es reconocido, como tal, por el sujeto que lo incorpora a su experiencia. Para Maria Cecília Londres Fonseca, este proceso implica atribuir un valor simbólico a los elementos (patrimonio) que originalmente no les pertenecía:

«En el caso del patrimonio histórico y artístico, el valor que impregna el conjunto de bienes, independientemente de su valor histórico, artístico y el valor etnográfico, etcétera, es el valor nacional, en este caso la nación».

En otras palabras, al elegir un objeto para que forme parte de una colección conmemorativa, lo estamos eliminando de su contexto original, atribuyéndole otra funcionalidad, la de evocar el pasado, y para este fin es preciso articular el discurso.

Por otro lado, la creciente lucha de diferentes grupos sociales por el reconocimiento de su identidad, ha relativizado el discurso oficial y oficioso sobre el pasado, exigiendo, como destaca Stuart Hall, la inclusión de nuevos discursos de identidad.
Algunos teóricos sostienen que el efecto general de estos procesos globales ha sido debilitar o socavar las formas nacionales de identidad cultural. Argumentan que existe evidencia de un aflojamiento de las identificaciones fuertes con la cultura nacional, y un refuerzo de otros lazos y lealtades culturales, «por encima» y «por debajo» del estado nación.

Como destaca Dominique Poulot, las políticas públicas que valorizan los bienes culturales de la época contemporánea estuvieron vinculadas, antes que nada, al reconocimiento de este patrimonio por las comunidades locales directamente relacionadas con él.

En este sentido, el patrimonio no deja de ser, como ha sido siempre, el resultado de un proceso de selección consciente; sin embargo, esta perspectiva se basa en apreciaciones particulares. Para su inclusión en el patrimonio, los monumentos o sitios culturales deben estar marcados, en primer lugar, con una señal positiva por parte de los diferentes individuos o grupos.

Es a través de este movimiento cómo diferentes grupos sociales llegan a materializar sus recuerdos a través de la construcción de lugares de memoria, como monumentos, museos y memoriales. Los contenidos que albergan son alegorías de un pasado que se pretende recordar; no son el pasado en sí, sino objetos culturales seleccionados y ordenados para producir un discurso sobre el pasado que satisfaga las demandas de la comunidad. Como señala Lucia Lippi Oliveira: «en estos días los museos están disfrutando de un renacimiento real, pero su valorización está menos ligada a su contribución a la ciencia, ya que son vistos como espacios privilegiados para la construcción de la memoria y la identidad». En otras palabras, la mayoría de los museos, desafortunadamente, son considerados lugares para exhibir, y no para la difusión de conocimiento por parte de la comunidad investigadora. Son visitados como espacios que ofrecen un recorrido pasivo carentes de una interacción activa por parte del público.

Por otro lado, las acciones de los historiadores en el campo del patrimonio y en el espacio del museo no se pueden limitar a elaborar un discurso teórico y técnico coherente sobre el pasado. Es necesario, además, que esta versión se articule con las definiciones y demandas que las comunidades desean legitimar sobre ese pasado – el suyo-, sobre la memoria que desean para sí mismas. Es por ello que para el historiador que trabaja con la memoria nacional institucional (o la memoria de los grupos sociales) surge una doble responsabilidad:

Hablar del pasado, explicar los conflictos y disputas que se encuentran en él, al mismo tiempo que se genera una identidad positiva para la comunidad/es retratada/as.

Creemos que la función de los graduados de historia no debe limitarse a la investigación, y que la acción educativa tampoco ha de reducirse al espacio de un aula. Los «estudiosos del pasado» deben tener en cuenta los dos campos de acción del historiador profesional: producir un discurso sobre el pasado y crear situaciones para la difusión de dicho discurso. Con este objetivo, se han de buscar estrategias que no conduzcan al público a la aceptación pasiva de una declaración particular sobre el pasado, sino que contribuyan a promover la reflexión sobre la experiencia humana en el tiempo, utilizando los diferentes vehículos que el mundo contemporáneo pone a nuestra disposición. Sería interesante reflexionar sobre la acción de construir y difundir una narrativa histórica en un museo institucional específico. Es preciso estimular a la comunidad académica a reconocer la legitimidad de la producción historiográfica en diferentes lugares – museos y escuelas – y con diferentes apoyos, como la cultura material, audiovisual, hipertexto. Entendemos que la calidad del discurso del historiador no se mide por el tropo lingüístico utilizado, sino por el rigor teórico y metodológico, tanto para llevar a cabo la investigación empírica como para producir el discurso formativo del sujeto.

Es posible reactivar en «espacios de memoria» su función como «espacios para la producción de conocimiento científico», y reforzar, al mismo tiempo, su misión como instituciones de enseñanza. En el caso de los museos de historia, es factible construir discursos sobre el pasado de las comunidades retratadas allí, y que los visitantes sean capaces de reelaborar y volver a representar. Los espacios de memoria pueden y deben planificar y desarrollar acciones educativas que exploren el significado del patrimonio y han de ser mostrados como una forma de calificar su función social para el mantenimiento, investigación y divulgación de la memoria social.

Seria importante destacar que las actividades que dan sentido a la memoria histórica, a partir del patrimonio conservado, adquieren un mayor impacto cuando poseen una base teórica y metodológica. La metodología de la educación patrimonial y las referencias teóricas del pensamiento freiriano, en particular el concepto de «leer el mundo», demuestran ser una base sólida para la planificación educativa relacionada con la memoria patrimonial. Gracias a las referencias teóricas adoptadas (memoria colectiva, identidades sociales, lectura del mundo), la acción educativa construida no se transforma en una narración cerrada del pasado para un público pasivo. Por el contrario, se supone que existe la posibilidad de que pueda interpretar el patrimonio histórico, reconociendo las situaciones presentadas como contenidos expositivos. No olvidemos nunca – y valorémoslo- el esfuerzo que ese público hace, basado en la competencia intelectual, para dar significado al patrimonio en función de su experiencia personal.

Recursos:

Ricardo de Aguiar Pacheco (2010): Educación, memoria y patrimonio: acciones educativas en museos y la enseñanza de la historia. Revista Brasileira de História, vol. 30, nº: 60.

Le Goff, Jacques (2003): História e memória. Campinas (SP): Ed. Unicamp, p.475.

Halbwachs, Maurice (2004): A memória coletiva. São Paulo: Centauro, p.73.

Funari, Pedro Paulo (2006): Patrimônio histórico e cultural. Río de Janeiro: Zahar, 2006.

Fonseca, Maria Cecília Londres (1997): O patrimônio em processo. Trajetória da política federal de preservação no Brasil. Río de Janeiro: Ed. UFRJ; Iphan, p.36.

Hall, Stuart (2006): Una identidad cultural na pós-modernidade. 11ª ed. Río de Janeiro: PD&A, p.73.

Poulot, Dominique (2009): Uma historia do patrimônio no Ocidente. São Paulo: Estação Liberdade, p.230.

Oliveira, Lúcia Lippi (2008): Cultura é patrimônio: um guia. Río de Janeiro: Ed. FGV, p.34.

Nora, P. (1993): Entre memorias e historias: una problemática dos lugares. Projeto História (Revista do Programa de Estudios).

Brandâo, Carlos Rodrigues (1981): O que é educação. São Paulo: Brasiliense, 1981.

Freire, Paulo (1996): Pedagogia da autonomia. Río de Janeiro: Paz e Terra, 1996, p.47.

Bittencourt, Circe Maria Fernandes (2008): Ensino de historias: fundamentos y métodos. 2.ed. São Paulo: Cortez, p.355.

Horta, María de Lourdes Parreira; Grunberg, Evelina; Monteiro y Adriane Queiroz (1999): Guía básica de educación patrimonial. Brasilia: Iphan; Museu Imperial, p.6.

Freire, Paulo (1992): Pedagogia da esperança: um reencontro com a pedagogia do oprimido. Río de Janeiro: Paz e Terra, p.83.


Si quieres recibir nuestro newsletter y nuestros artículos por correo electrónico, rellena y envía el boletín adjunto, por favor, completando el campo correspondiente en el formulario de inscripción que encontrarás a continuación. Tu dirección de correo electrónico (asegúrate por favor de escribirla correctamente), será utilizada exclusivamente para enviarte nuestros newsletters y artículos, pudiendo darte de baja en el momento que quieras.

Tus comentarios son muy importantes para nosotros

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.