El juego físico, también conocido como juego locomotor o el juego de ejercicio, implica actividad física en un contexto lúdico, como por ejemplo correr, saltar, perseguir y escalar (Pellegrini, 2009). En general, los estudiosos creen que el juego físico sigue una trayectoria en forma de U invertida, ya que aumenta gradualmente desde la infancia hasta la edad escolar y luego disminuye durante la adolescencia (Power, 2000). Por desgracia, a pesar de los posibles beneficios físicos y cognitivos otorgados a partir de la actividad física, el juego físico es una de las formas menos investigadas de juego (Pellegrini, 2009). También es una de las formas de juego que corre el riesgo de desaparecer, tanto en nuestras escuelas como en la sociedad: el recreo en las escuelas está desapareciendo a un ritmo alarmante (Pellegrini, 2005) y el juego activo entre los jóvenes se ha desplomado en un 50% durante los últimos cuarenta años (Juster, Ono , y Stafford, 2004).
Los beneficios del juego físico
Buscar beneficios físicos en el juego utilizando el aparato locomotor, es quizás más relevante hoy que en cualquier otro momento de la historia reciente. La obesidad infantil está en su punto álgido; aproximadamente un 33% de los niños estadounidenses, de edades comprendidas entre los de 2 y los 19 años, tienen sobrepeso o son obesos (American Heart Association, 2011). La Academia Americana de Pediatría (2006), considera la actividad física como una estrategia importante en la promoción de estilos de vida saludables, y la comunidad médica sugiere constantemente animar a los niños a jugar, actividad clave para aumentar los niveles de un buen mantenimiento físico (Budette y Whitaker, 2005). Además de practicar las habilidades motoras, a través de la actividad física los niños reciben enormes beneficios para la salud, tales como la resistencia aeróbica, el crecimiento muscular, la fuerza, la coordinación, la estimulación del crecimiento de los órganos principales (Pica, 2008), y el aumento del contenido mineral óseo (Gunter et al., 2008 ). Pudieran ser necesarios períodos prolongados de actividad física, para acumular todos esos beneficios (Byers y Walker, 1995); los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (2011) sugieren que los niños de edades comprendidas entre los 6 y los 17 años, deberían jugar durante, al menos, 60 minutos diarios. Algunos estudios demuestran que aún hay niños que esperan tener oportunidades de participar en juegos físicos, algo que habría que propiciar en su ambiente. Aproximadamente el 20% de las conductas de juego espontáneo de los niños, pueden ser clasificadas como actividad física vigorosa (McGrew, 1982, Smith & Connolly, 1980 citado en Pellegrini, 2009). Facilitar a los niños y niñas el tiempo para jugar, podría contribuir a proporcionarles beneficios inmediatos para su buena salud física.
Beneficios cognitivos
El juego físico también puede aportar beneficios a los aspectos cognitivos y académicos de los peques. En primer lugar, la actividad física podría contribuir al desarrollo y a la expresión de su autocontrol. Cuando corren en un juego de persecución, por ejemplo, los niños se suelen excitar mucho, pero al acabarse el juego deberían controlar su comportamiento con el fin de desengancharse de esa exaltación y tranquilizarse (Hughes, 1999). Varios estudios han demostrado que unos niveles de actividad física, comprendidos entre valores de «moderado» a «vigoroso», podrían mejorar las funciones ejecutivas de niños en edad escolar (Diamond & Lee, 2011). Las actividades físicas organizadas, como son los deportes, pueden ser aún más eficaces, ya que requieren una atención sostenida y una acción disciplinada.
Al igual que el juego físico afecta a la función ejecutiva en niños pequeños, pudiera influir, a su vez, en sus resultados académicos (Blair y Razza, 2007). Tomar descansos para el juego físico también tiene un impacto inmediato sobre el aprendizaje, ya que la atención de los niños al realizar sus tareas académicas, aumenta una vez que se han desahogado liberando energía acumulada (Pellegrini, 2009). Los niños en edad escolar a los que les fueron asignadas cinco horas adicionales por semana de actividad física, obtuvieron un mejor resultado, en las evaluaciones académicas estandarizadas, que aquellos que no tomaron parte en dichas actividades (Shephard, 1983).
En otro estudio, se llegó a la conclusión de que los niños de tercer grado, necesitaban hacer mucho ejercicio para poder estar más atentos a las actividades de clase después del recreo (Pellegrini y Davis, 1993). Quizás la conexión pueda no ser del todo obvia , pero es indudable que el recreo y otras formas de juego físico, resultan cruciales para el desarrollo de la capacidad del niño ante el aprendizaje de lecciones cognitivas y académicas.
Probablemente, aún se necesite investigar mucho más para llegar a entender toda la gama de beneficios que el juego físico puede proporcionar a los niños .Pero mientras, podemos afirmar que este tipo de juego impulsa el desarrollo físico, promueve estilos de vida saludables, e incluso, ayuda a los niños a que obtengan mejores resultados en la escuela. A medida que nuestra sociedad hace frente a la «epidemia de obesidad» y se esfuerza para que los estándares académicos sean cada vez más altos, la educación física durante la infancia se hace más y más necesaria.
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Foto principal y para redes sociales: Jens Ullrich
Sólo para agradecerles por sus artículos, trabajo en el Instituto Nacional de Antropología e Historia y , sin temor a equivocarme, me serán de mucha utilidad. Héctor Manuel Ramírez