En estos días navideños, nos habíamos propuesto dejar de escribir sobre temas alejados de lo que es el amor y la belleza en general, pero no podemos evitar hacer una referencia al desamor habiendo desempolvado accidentalmente una vieja historia. Entre los papeles que siempre quitamos de encima de la mesa de trabajo, para ser debidamente archivados en honor al año que se estrenará en unos días, apareció una reseña antigua sobre el robo de la Gioconda en el museo del Louvre en el año 1911. A raíz de leer una vez más la noticia, acudió a la cabeza un pensamiento recurrente, uno de los que se repiten aquí con más frecuencia: ¿qué es aquello que le perdonaríamos a un genio si pudiéramos hacerlo?. Creemos que a un genio no se le puede perdonar nada. Un genio es un ser humano, no un superhombre o una supermujer (porque cuando decimos genio estamos hablando de los dos sexos) y tiene los mismos deberes y obligaciones sobre el resto de la especie por mucho genio que se le reconozca. No hay genio que esté por encima de los demás solo por el hecho de serlo. ¿Y qué tiene que ver el robo de la Gioconda con esta diatriba?…
Primeros años de Picasso en París, en la foto posando con Modigliani y André Salmón compañeros de aventuras.
Picasso, por mencionar a alguien, solía hacer muchas travesuras con su amigos en el París de principios del siglo XX. Siempre fue un ser al que le gustaban las juergas y las mujeres. Fernando Colomo lo relata muy bien en su película «La banda Picasso» – http://www.filmaffinity.com/es/film263064.html -. Apollinaire y Picasso eran muy amigos y los dos unos irresponsables. En el año 1911 la Gioconda desapareció del museo del Louvre y por una serie de malas coincidencias y la colaboración de alguien que odiaba a Apollinaire, se le acusó a éste último de ser el autor del robo y el jefe de una banda de ladrones de arte. Estuvo en la cárcel una semana, algo tremendo para el poeta, un genio muy sensible. A Picasso, como conocido compañero de trastadas de Apollinaire, se le citó a declarar en comisaría. Y no solo no lo hizo a favor de su amigo sino que negó conocerle, ante la estupefacción de todos. Así era Picasso, un traidor a la amistad y un cobarde. Finalmente, por falta de pruebas, y después de juicio, se le puso en libertad. La Gioconda apareció en el año 1913; un electricista italiano la había robado por despecho hacia los franceses.
Picasso totalmente entregado a Brigitte Bardot.
Además de ser un genio, a Pablo Picasso le persigue la sombra de maltratador con todas las mujeres que pasaron por su vida. Antonio Olano, amigo personal y biógrafo, defiende la fidelidad del artista en su reeditado libro “Picasso y sus mujeres”. Sin embargo, reconoce que “era un niño tímido y malvado, imposible para convivir con él”. Su apetito sexual era irreflexivo y se lanzaba a todo lo que le pasaba por delante, normalmente las jovencitas. Quien más tuvo que sufrir los devaneos sexuales de Don Pablo fue su segunda mujer, Jacqueline. Nada le detenía; ella aguantaba, por amor, sus desprecios y maltrato.
Nada lo detenía, ni tan siquiera la presencia de su mujer y sus hijos.
Es a partir de la traición a su amigo Apollinaire y del desprecio y maltrato a su mujeres cuando comienza a desaparecer el mito del genio artista. Y se muestra aún más culpable no cuando desprecia a quienes le quieren sino cuando se transforma en un cínico respecto al arte que fabrica en serie y del que él mismo reniega; el que, por otro lado, tanto dinero le hizo ganar en vida. Tuvo la desfachatez de escribirle estas líneas a un amigo suyo; las transcribimos:
“Desde el momento en que el arte no es ya el primer alimento que nutre a los mejores, el artista puede ejercer su talento en todos los intentos de nuevas fórmulas, en todos los caprichos de la fantasía, en todos los expedientes de charlatanismo intelectual. En el arte, el pueblo ya no busca consolación y exaltación; sino que los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quinta esencia buscan lo nuevo, lo extraño, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Y yo mismo, desde el cubismo y más allá, he contentado a estos maestros y a estos críticos, con todas las cambiantes rarezas que me han pasado por la cabeza, y cuanto menos las comprendían, más me admiraban.
A fuerza de divertirme con todos estos juegos, con todas esas paparruchas, con todos estos rompecabezas, jeroglíficos y arabescos, me he hecho célebre, y muy rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor: ventas, ganancias, fortuna, riqueza. Y hoy, como usted sabe, soy célebre, soy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo, no tengo valor de considerarme como un artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Grandes pintores fueron Giotto, el Ticiano, Rembrandt y Goya; yo soy solamente un entretenedor público que ha comprendido a su tiempo y se ha aprovechado lo mejor que ha podido de la imbecilidad, la vanidad, la avidez de sus contemporáneos. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero tiene el mérito de ser sincera”.
¿Recibiría así las visitas de sus clientes norteamericanos?
Picasso, en general, despreciaba al mundo, sobre todo a los americanos, a los que vendía cientos de cuadros que «perpetraba» prácticamente sin mirar el lienzo, como si de una cadena de montaje de un coche se tratara. En la foto. imitando a Popeye al que admiraba. Para nosotros, después de saber todas estas cosas que aquí solo mencionamos superficialmente, desaparece el genio. Hay mucho más: su ego no conocía límites. Siempre nos pareció un ser despreciable, lo mismo que otros muchos genios auténticos demonios en su vida no pública, pero publicada. No son genios, son seres detestables y en absoluto ejemplo de algo que valga la pena. La obra queda para quien quiera admirarla pero nosotros ponemos punto y aparte al personaje. Hay otros genios que fueron además «genios» en su vida ordinaria, personas solidarias y entregadas a buenas causas, y ello nos ofrece un punto de referencia y de valoración de lo humano, más allá de la obra. No existe dualidad de obra autor/ persona de este mundo en lo que concierne a su actitud hacia la vida y su capacidad artística. Su obra nos influye y emociona pero resulta injusto para los que han sido víctimas de su «genio». Por esa razón, creemos que no es bueno que se muestre la obra y no al personaje. El conocimiento de la parte personal nos condiciona, y consideramos que debe ser así. Si el artista nos resulta antipático, normalmente su obra también. Es algo visceral, inevitable, al menos para nosotros. Por tanto, no nos podemos sustraer a esa verdad y, además, nos gusta que así sea. No estamos en situación de perdonar a nadie, y al que ya no está entre nosotros nos hubiera apetecido, de estarlo, decirle unas palabritas.
Por lo poco que se y he leído del personaje, creo que aunque resulte duro, tú artículo es acertado.
Hola, absolutamente de acuerdo. Picasso tuvo su época de esplendor, eso no lo negamos, pero aprovechó su fama para, luego, hacer un poco lo que le dió la gana, tomando a veces el pelo a quienes seguían su obra y seguían confiando en su arte. En cuanto al aspecto humano, fue un hombre con pocas «cualidades» dignas de mencionar, un personajillo, un cobarde emocional y eso, queramos o no, influye a la hora de apreciar su arte, en mi caso, no concibo cosas grandes en personas «pequeñas». Muchas gracias por vuestras interesantes entradas. Gracias por vuestra página y gracias por seguir ahí, al pie del cañón, en fechas en las que todo el mundo desconecta. Felices fiestas, un abrazo. David
Gracias por tu comentario David. Felices fiestas para ti también. Abrazos
También leí que se identificaba con el comunismo, pero lo único que le importaba en la cresta de su carrera era amasar fortuna con la venta de su arte.
Gracias por tu comentario Gregorio. A Picasso le gustaban dos cosas por encima de los demás: el dinero y las mujeres jóvenes, en ese orden, a las mujeres las maltrataba psicológicamente, muchas no se dejaron engatusar por el genio, tuvieron esa suerte. Menuda joya. Un abrazo Gregorio.