Los Gabinetes de Curiosidades y Maravillas

Los Gabinetes de Curiosidades y Maravillas

 

Maravillosos y monstruosos, como un juego de luces y sombras en el telón de la existencia, emergen ante nosotros los prodigios de la naturaleza, las profundidades de la cultura y las revelaciones de la ciencia. Las maravillas de épocas pasadas, esos tesoros inmortales tejidos en el telar del Renacimiento, se entretejen en una sinfonía de descubrimientos. Estas maravillas, junto con otros secretos guardados, encontraron su santuario en los «gabinetes de curiosidades» europeos: un crisol de arte, joyas relucientes, especímenes exquisitos y tesoros naturales. Entre sus confines reposaban tesoros inverosímiles: un ornitorrinco disecado, el recuerdo de sangre que lloró sobre la Isla de Wight, unicornios con sus legendarios cuernos, fragmentos de dragones y hasta el esqueleto de un burro que una vez transportó a una mujer en un oscuro cuento de tragedia filial (Pomian, 1990; Bennett, 1995; Lidchi, 1997; Macdonald, 1998).

Los gabinetes de objetos exóticos y raros, frutos de posesión privada, eran creaciones atesoradas y cuidadas por coleccionistas, cuyos orígenes a menudo estaban vinculados a la realeza o la nobleza. Estos santuarios pretendían, por un lado, reflejar la opulencia y distinción de sus dueños, pero por otro, buscaban también estimular la intriga por lo genuinamente exótico (Valdecasas, Correia y Correas, 2006). La palabra «curiosidad» en los siglos pasados no era únicamente el eco de lo «extraño» o lo «raro», sino que también convocaba al despertar del saber en aquellos privilegiados que accedían a estos santuarios del asombro (Hudson 1987, 21). En ese entonces, coleccionar rarezas era sinónimo de una mente inquisitiva, ardiente y despierta (Lidchi, 1997, 158).

La visión del mundo, moldeada por la primera ley del diseño de estas exposiciones (los gabinetes), estaba destinada a evocar una «calidad desconcertante» (ibid.). En esa época, el mundo era visto como una epopeya, un «universo lleno de seres singulares y objetos, donde cualquier posibilidad se tejía» (Pomian, 1990, 77). Por tanto, el avance del conocimiento sobre el cosmos se encontraba íntimamente entrelazado con el estudio de lo maravilloso y lo extraordinario. Estos gabinetes de curiosidades comenzaron a florecer durante un período de transición, entre un mundo que ya no se hallaba cegado por la teología y otro que aún no había caído bajo la dominación de la perspectiva científica única (ibid.).

La función primordial de estos gabinetes asombrosos era destilar la diversidad de un mundo vasto y espectacular en una escala minúscula. Desde el punto de vista de la teoría comunicativa, su propósito era «reducir el mundo a las proporciones de la visión humana» (ibid., 78). Además, estos gabinetes también eran hogares de discusión intelectual entre los acaudalados propietarios, los eruditos y los afortunados invitados (Valdecasas, Correia y Correas, 2006).

Las dinámicas de poder ligadas a estos gabinetes de maravillas eran de naturaleza íntima. Las exhibiciones residían en mansiones y palacios, solo al alcance de una elite selecta. El poder se entrelazaba con esta premisa:

El conocimiento de lo divino y humano pertenece en exclusiva a aquellos de noble cuna (McDonald 1998, 8-9).

Sin embargo, todo ciclo llega a su ocaso o se transforma. Entonces, emergió la Ilustración y las revoluciones francesa y americana. Una nueva visión tomó el relevo, relegando la noción de «gabinete» a la sombra y abrazando la idea de un «museo». Un nuevo orden para la exhibición de maravillas estaba en marcha. Lugares como el Louvre, el Museo Británico y el Museo de Peale en Maryland (EE.UU.), comenzaron a abrir sus puertas al público a finales del siglo XVIII. Las colecciones privadas habían mutado gradualmente en exposiciones públicas. Este cambio reflejaba la inminente redistribución del poder desde las manos de unos pocos hacia las masas. Guiados por el espíritu de la Ilustración, que anhelaba liberar, democratizar, civilizar y educar a la sociedad, los museos se erigieron como «archivos públicos con la intención de aportar bienestar a la comunidad» (Cuno 2008, 140).

En esos días, los museos también lidiaban con una nueva misión: el Museo Británico, nacido del espíritu ilustrado, abrazaba el anhelo de colectar y estudiar objetos que representaban el legado de diversas culturas. Una aspiración paralela dio origen a las enciclopedias y al conocimiento enciclopédico, que florecieron en ese mismo período histórico. Se pasó de los gabinetes de curiosidades a los «museos enciclopédicos», espacios que exhibían colecciones con el fin de exponer la riqueza del mundo a todos aquellos ansiosos por contemplarla. Aquí, el saber y el conocimiento eran ordenados y clasificados, disponibles al alcance del público (Cuno 2008, 140).

Los ideales de un saber universal, del cosmopolitismo, de la búsqueda por comprender el mundo y nuestro lugar en él, todos estos conocimientos se reunían en los museos, conceptos que siguen vigentes hoy en día, impulsando la idea de «mantener el mundo bajo un mismo techo» (MacGregor 2009, 39).

 


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Recursos bibliográficos:

Pomian, K. (1990): Collectionneurs, amateurs et curieux: Paris, Venise: XVIe–XVIIIe siècle. Gallimard.

Bennett, T. (1995): The Birth of the Museum: History, Theory, Politics. Routledge.

Lidchi, H. (1997): The Poetics and Politics of Exhibiting Other Cultures. En: Vergo P. (editor) «The New Museology». Reaktion Books.

Macdonald, S. (1998): Exhibitions of Power and Powers of Exhibition: An Introduction to the Politics of Display. Nueva York: Routledge.

Valdecasas, A. G., Correia, A. M. y Correas, J. R. (2006): Historia de la Museología. Ediciones T. Gijón.

Hudson, K. (1987): Museums of Influence. Cambridge University Press.

Cuno, J. (2008): Who Owns Antiquity? Museums and the Battle over Our Ancient Heritage. Princeton University Press.

MacGregor, N. (2009): A History of the World in 100 Objects. Penguin Books.

Findlen, P. (1994): Possessing Nature: Museums, Collecting, and Scientific Culture in Early Modern Italy. University of California Press.

Impey, O. R. y MacGregor, A. (1985): The Origins of Museums: The Cabinet of Curiosities in Sixteenth- and Seventeenth-Century Europe. Clarendon Press.

Sheehan, J. J. (2010): Museums in the German Art World: From the End of the Old Regime to the Rise of Modernism. Oxford University Press.

Kriz, K. E. (1999): The Idea of the English Landscape Painter: Genius as Alibi in the Early Romantic Period. Ashgate Publishing.

Daston, L. y Park, K. (2001): Wonders and the Order of Nature, 1150-1750. Zone Books.

Prown, J. D. (1982): Mind in Matter: An Introduction to Material Culture Theory and Method. Winterthur Portfolio, 17(1), páginas 1-19.

Elsner, J. (1995): Cultivating the Eye: The Museum as a Tool of Modernization in Fin-de-Siècle Greece. En: Preziosi D. y Farago C. (editores) «Grasping the World: The Idea of the Museum». Ashgate Publishing.

Lowenthal, D. (1994): The Past is a Foreign Country. Cambridge University Press.

Daston, L. (2000): Biographies of Scientific Objects. Chicago University Press.

Fogle, S. E. (2008): Encyclopedia of Literature and Science. Facts on File.


Consultas: info@evemuseos.com

Fotografía: Medium

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