Hace años se elaboró en Francia una reforma de los programas de formación en museología que entraña una mayor apertura respecto a los estudios de base que permiten presentarse a los exámenes de oposición, un programa más interdisciplinario y cursos sobre el terreno más largos y diversificados. Se plantearon, por fin, interrogantes acerca del «perfil» del museólogo/a y se generalizaron los esfuerzos para mejorar la organización de las actividades de «animación» del museo. Todo esto forma parte de lo que suele denominarse vagamente «acción cultural». La expresión implica, evidentemente, un movimiento de los actores culturales en cuestión «hacia» el público o, utilizando un término de actualidad, hacia varios públicos-objetivo.
Ahora bien, es justamente este movimiento en sentido único el que fue puesto en tela de juicio por Georges Henri Rivière hace más de quince años, en los primeros tiempos de los ecomuseos. Aún hoy, son muy pocos los profesionales que piensan – y actúan en consecuencia – que el público puede pasar del papel de consumidor al de actor, e incluso al de autor del museo. Ahora ya no se trata de hablar de acción cultural sino de «actos culturales» realizados por los propios usuarios. Pero esta iniciativa sólo puede ponerse en práctica de manera eficaz si se toman verdaderamente en consideración dos elementos fundamentales: el espacio y el tiempo de los usuarios.
El medio cultural y el medio real
En su calidad de lugar cultural, el museo constituye por esencia un medio ideal. En primer lugar, por el espacio, por la segregación respecto del medio ambiente; en segundo lugar, por el tiempo: periodo acelerado de la perspectiva histórica o tiempo detenido de la contemplación estética; y, finalmente, por el comportamiento que impone al visitante. Ahora bien, la etimología misma de la palabra «ecomuseo» – de la que hay que eliminar absolutamente toda connotación ecologista – señala la voluntad de incorporar el museo al mundo real, al mundo que la gente conoce, aquel en que vive y trabaja. El ecomuseo sienta sus bases en un territorio a escala natural o, más bien, en una pluralidad de territorios: familiar, educativo, profesional, asociativo, político y también imaginario. Es esta realidad la que modifica el papel del público. En efecto, ¿cómo y por qué una población habría de recibir pasivamente la imagen que de sí misma le devolviera con «objetividad» el museólogo, cuando esta población está constituida justamente por un conjunto de subjetividades? Nadie mejor ubicado que ella misma para velar por el respeto de su identidad si se le ofrecen los medios para hacerlo. Es allí donde hay que descubrir a los inventores, investigadores e informantes, reservando al museólogo el papel de incitador, mediador y traductor de lo que ella sabe, descubre o reconoce, y ayudándola a producir cada vez más conocimientos sobre sí misma y su medio: vestigios materiales de su historia, lugares y modos de vida, prácticas, técnicas, mentalidades, espacios imaginarios, representaciones de sí misma; en definitiva, todo lo que constituye su patrimonio.
De ahí la necesidad de determinar los límites de este territorio, para mantenerlo dentro de dimensiones humanas que permitan la comunicación, la fineza del análisis y la complejidad del conocimiento, la diversidad de los enfoques y la exactitud del reconocimiento. La escala de esta operación es, por lo tanto, necesariamente «local» y «cotidiana». El ecomuseo se inscribe doblemente en el tiempo: en la duración, que permite que se teja una relación activa entre los usuarios y el equipo profesional, y en el instante, ya que para cada acción es necesario que «llegue el momento», pues se trata de personas y no solamente de objetos.
El tiempo no es únicamente el primero entre los irreconocibles: es además la dimensión del reconocimiento, ya que con el paso del tiempo los desconocidos terminan por ser reconocidos. Es igualmente en el tiempo que los reconocidos son poco a poco olvidados: pero el tiempo, en este caso, es simplemente la duración bruta e inerte en la que se consume toda gloria y en la que, incluso, los valores que tienen la suerte de ser inmediatamente reconocidos se erosionan. El tiempo de reconocimiento es, al contrario, un tiempo orgánico y activo de incubación: una maduración.
El centro de esta iniciativa radica en el patrimonio vivido, utilizado, desvirtuado a veces por sus propios herederos en una incesante recreación que lo introduce en el meollo de la vida cotidiana; o bien ya protegido, secreto, conservado en la entraña de los afectos. Hablar de patrimonio es necesariamente hablar de investigación, de inventario, de interpretación de objetos materiales o inmateriales.En general, este trabajo ha sido siempre llevado a cabo por investigadores – universitarios o aficionados – que, trabajando fuera de las situaciones reales, convertían a la población en objeto de su observación, o mejor dicho, en su informante. Ahora bien, se trata de establecer en el seno del ecomuseo un modo de trabajar que cree vínculos entre los investigadores profesionales y los aficionados voluntarios – entre los que están «afuera» y los que están «adentro» -, asociando los conocimientos académicos con los empíricos y teorías con técnicas, para que el territorio y su patrimonio alcancen el mayor grado de significación posible, a fin de que se vean transformados en instrumentos de desarrollo comunitario y sus poseedores convertidos en sujetos de la investigación.
Respecto de esta iniciativa, dos actividades pueden servir de ejemplo en el Ecomuseo de la Comunidad Le Creusot / Montceau-les-Mines: una está en sus comienzos, la otra en curso de realización desde hace ya varios años. La primera se originó en una reunión del Comité de Usuarios, en enero de 1985, durante la cual unas ciento cincuenta personas visitaron primeramente las instalaciones de superficie de las minas de hulla de Blanzy acompañadas por profesionales voluntarios (mineros, geómetras, ingenieros), asociando, de esta manera, el conocimiento del territorio con la formación recíproca. Durante la reunión de trabajo que tuvo lugar a continuación, esas mismas personas elaboraron, conjuntamente con el equipo profesional, el proyecto de investigación y de exposición sobre la actualidad de la comunidad urbana. Se constituyó un grupo de trabajo diversificado (representantes elegidos por la comunidad, urbanistas, ingenieros, militantes sindicales, trabajadores del sector terciario) con el fin de aportar al equipo profesional las competencias complementarias indispensables para estudiar y poner de manifiesto a nivel técnico, urbanístico, económico y social la imagen actual de un territorio modificado por la crisis de Creusot-Loirey de las minas de hulla, cuyo nuevo desarrollo comienza a perfilarse.
El ejemplo de la «Casa Escuela» de Montceau-les-Mines muestra la fase actual de desarrollo de una unidad del ecomuseo en la que se ha escogido trabajar sobre la evolución del sistema escolar desde las leyes Jules Ferry (1881) hasta nuestros días. Dicha evolución se presenta en tres aulas reconstituidas (1881- 1923, 1923-1960 y posterior a 1960) en una escuela que continúa en actividad. Suzanne Régnier, miembro activo del grupo, cuenta la historia de esta unidad de la siguiente manera:
«Como resultado de un proyecto pedagógico llevado a cabo en 1974 y 1975, se constituyó el grupo de trabajo de la Casa Escuela tras la transformación de la exposición escolar temporal en unidad del ecomuseo en 1977. Al principio el grupo contaba con sólo tres personas: el profesor de enseñanza secundaria que inició el proyecto, el inspector del Departamento de Educación Nacional – parte integrante desde un comienzo – y la representante del Ecomuseo de la Comunidad responsable de las relaciones con el personal docente. El grupo se fue ampliando y fortaleciendo con gran rapidez y, si bien al principio estuvo integrado fundamentalmente por docentes (jubilados o en actividad), pronto adquirió una fisonomía más heterogénea». Actualmente, está compuesto por veintisiete miembros – de los cuales por lo menos veintidós son plenamente activos -, cada uno encargado de un determinado aspecto del trabajo a realizar. Unos responden a las preguntas de los visitantes a medida que se presentan; otros trabajan en las tres comisiones de investigación; y hay quienes llevan minuciosamente el servicio de archivos y el inventario de las colecciones, o bien se ocupan de la correspondencia y de la relación con los medios de comunicación.
La edad de los participantes oscila entre los cuarenta y los setenta años bien cumplidos. Es cierto que la necesidad de una madurez y de un cierto distanciamiento respecto de la educación y sus complejidades tiende a restringir el acceso de los más jóvenes. El grupo cuenta con catorce mujeres y trece hombres, equilibrio tanto más notable cuanto que en la enseñanza francesa existe un alto porcentaje de mujeres. La estructura socio profesional del grupo es la siguiente: diez docentes jubilados (enseñanza primaria o secundaria); nueve docentes activos (escuelas de párvulos, enseñanza primaria y secundaria, inspección de enseñanza primaria); dos jubilados o prejubilados de otro origen (minería, comercio); tres madres de familia (la profesión de los maridos varía desde el electricista jubilado de la mina al médico funcionario).
Los participantes se renuevan, según su interés por las actividades programadas, en torno a un núcleo permanente de unas quince personas que aseguran una real continuidad.
Otro miembro del grupo, Clotil de Gillot, describe sus campos de actividad:
Poco a poco, al azar de las investigaciones y de los descubrimientos, se ha ido constituyendo un fondo de documentos escritos que integran los «Archivos de la Casa Escuela». Se trata sobre todo de libros escolares (2.710 ejemplares de 1836a 1975),de cuadros y mapas de enseñanza (144 grupos), de cuadernos de alumnos (245), de las notas preparatorias de los docentes, de revistas sindicales o pedagógicas, de diversos diplomas otorgados a los alumnos o a los docentes (un centenar, el más antiguo es de 1814) y de todos los formularios administrativos relativos a la gestión de una escuela de párvulos o de un establecimiento de enseñanza primaria desde 1880 hasta aproximadamente 1970.
Ya en este «catálogo», elaborado gracias a la colaboración de algunos miembros del grupo de la Casa Escuela, figura la descripción de los objetos colocados «en situación» en las dos aulas reconstituidas, pero muchos de los artículos que comprende se basan en los documentos acumulados en los armarios. Todas sus ilustraciones fueron tomadas de los libros de clase o de los cuadernos de las colecciones. Más recientemente, el fondo de documentos ha servido de base para las investigaciones que dos grupos de colegas efectúan actualmente sobre la enseñanza de la lectura (por comparación de manuales y métodos) y sobre la utilización de estribillos infantiles en los primeros grados. Gracias, igualmente, a la sección de matemáticas, (338 volúmenes), se iniciará muy pronto una investigación similar sobre la enseñanza de la aritmética en la escuela primaria.
Cada año, investigadores externos, estudiantes en su mayoría, acuden a consultar los documentos de la Casa Escuela para preparar sus tesis. Por ejemplo, una educadora de Dijon realizaba investigaciones sobre el maestro de escuela de la Tercera República; una docente de la Cámara de Comercio de Mâcon analizaba la manera en que los manuales escolares editados antes de 1881 contribuían a la enseñanza de la religión católica en las escuelas; una estudiante de musicología de Toulouse solicitaba información (programas y horarios) sobre la enseñanza del canto en las escuelas primarias de 1880 a 1930.
En lo que se refiere a las visitas, cabe precisar que no se puede aceptar el “turismo indiscriminado”, y que si bien los visitantes de los domingos acuden a menudo como curiosos para intentar resucitar su juventud, los alumnos, acompañados por sus maestros o profesores, vienen siempre orientados por un proyecto pedagógico a menudo establecido previamente con nuestra colaboración.
Por otro lado, el inventario museográfico de la unidad está en las manos competentes de un miembro del grupo. Asimismo, en 1981, en colaboración con algunos universitarios investigadores en ciencias de la educación, el grupo publicó un libro titulado «Cien años de escuela». Por último, el grupo participa en la formación museológica de los cursillistas del ecomuseo (nociones de identificación, inventario y registro y la creación de unidades dentro de la problemática del ecomuseo).
Si bien la aplicación de estos principios fundamentales – la vinculación con el territorio, con el tiempo como duración y con la comunidad involucrada- resulta siempre positiva, actualmente el problema en los ecomuseos se plantea en términos más agudos. Efectivamente, si se habla de la territorialidad, es porque se tiene conciencia de la ampliación del espacio debida a la velocidad de los intercambios y al carácter instantáneo de la comunicación; si se mencionan las raíces, se hace con la sensibilidad a los desarraigos que impone un mundo en crisis y a la movilidad que implica el desempleo endémico; al hablar de «identidad» se acepta el mestizaje gradual de las culturas y al hacerlo sobre «duración» se toma en cuenta la formidable aceleración de las mutaciones tecnológicas.
Continuar con este tipo de empresas que son los ecomuseos, sea cual sea el nombre que se les dé posteriormente, implicará cada vez más que sus responsables, usuarios y profesionales desempeñen a carta cabal un papel activo en el desarrollo de la comunidad, poniendo a su servicio los instrumentos de la memoria y el patrimonio, ya que si el ecomuseo permite ver, «ver es comprender y es actuar; ver es unir el mundo al hombre y el hombre al hombre».
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Mathilde Bellaigue-Scalbert.
Diplomada en letras modernas, ha ejercido la docencia y llevado a cabo investigaciones en el ámbito de la pedagogía. Ha dirigido diversos talleres de pintura y traducido del inglés numerosas obras sobre arte y artesanías. Secretaria del Comité Internacional del ICOM para la Museología (ICOFOM), ha participado en múltiples encuentros y trabajos de investigación sobre la museología en Francia y en el extranjero. Es directora del Ecomuseo de la Comunidad Le Creusot/Montceau-les-Mines.
Fotografía: I-Pinimg.
Consultas: info@evemuseos.com