¿Cuáles son los desafíos a los que nos enfrentamos en el diseño y producción de exposiciones de libros, manuscritos y otros materiales escritos? ¿Cuáles son las distintas posibilidades? Si bien este tipo de exposiciones no suelen ser más difíciles de curar que otras, existen algunas características y aspectos que los curadores deben tener muy en cuenta. La exposición de libros y manuscritos a menudo se relaciona con el trabajo y dedicación de expertos académicos especializados, pero estos especialistas no siempre conocen el desempeño del trabajo curatorial.
Aunque cada vez es más común que los libros y manuscritos se expongan en las bibliotecas y en los archivos de cara a su comunidad, existe poca reflexión sobre los desafíos a la hora de exhibir «la palabra escrita», así como sobre las diferencias que se plantean al compararla con una exhibición de arte y de objetos en el museo. Siendo muy conscientes de los problemas específicos que se producen al exhibir libros y manuscritos, es probable que los comisarios e investigadores participen en el proceso de selección, interpretación y presentación, pues saben que lo que hacen es lo más apropiado para salvaguardar algo tan frágil.
Las palabras, por lo general, no se pronuncian, escriben o imprimen con la intención de acabar metidas dentro de una vitrina. El lenguaje hablado o escrito es un sistema de comunicación diferente al que se emplea para las obras de arte visual. Podríamos decir que el objetivo de una pieza de arte es mostrarse ante los visitantes del museo. El artista quiere que se vea su trabajo, siempre que el entorno y la interpretación sean adecuados y exista un nivel apropiado de compromiso del público. Al exponer la obra artística, hemos cumplido con las intenciones del autor. Con la palabra escrita, sin embargo, ocurre algo diferente ya que normalmente se crea para ser leída como una pieza de texto, y no observada como un objeto. Los libros, periódicos, cartas y diarios se pueden leer de diferentes maneras: silenciosamente y en privado, en voz alta para un grupo, de principio a fin o en fragmentos. Pero el acto de leer, en todas sus diversas formas, es un ejercicio que difiere del de contemplar.
La lectura no es algo que se facilite naturalmente al observador; a veces ni siquiera ocurre, dadas las características típicas de su exhibición. En el caso de un libro expuesto, no resulta físicamente posible mostrar más de una apertura a la vez, salvo que se tome la decisión drástica de desmontar el volumen. Una página expuesta es, en realidad, una parte congelada de una secuencia. A menos que se proporcionen materiales interpretativos adicionales, los visitantes no pueden leer más que el texto de las páginas expuestas. Si, como frecuentemente ocurre en una exposición de libros, las aperturas elegidas para exhibir son las que visualmente resultan más llamativas (por ejemplo, la página de título o una placa de color), puede incluso que apenas haya texto disponible en ellas. Por otro lado, existe la posibilidad de que ese texto sea difícilmente legible debido a unos niveles de iluminación bajos por necesidades de conservación. Al tomar un libro del estante y meterlo en una vitrina – en lugar de entregarlo a manos de un lector – el curador impide que el libro o el manuscrito cumplan con su auténtica función: la lectura.
Esto no significa, por supuesto, que la exposición de la palabra escrita sea una actividad tan antinatural que no deba existir. Podríamos argumentar que, al ser expuestos, ciertos libros resultan accesibles a mucha más gente que la que podría o quisiera visitar una biblioteca de investigación y, por tanto, pueden ser leídos. Hay ciertas formas de mostrar libros que ofrecen además oportunidades a los visitantes para leer en el contexto de la exposición, así como incentivos para hacerlo en otros momentos (EVE dispone del Monkey Book). La tecnología moderna puede ser muy útil en este sentido. Sin embargo, es importante que los involucrados en la planificación de exposiciones reconozcan la responsabilidad que implica poner la palabra escrita en un contexto para el cual no fue diseñada.
Una estrategia de exposición factible sería seleccionar libros que pudieran comportarse más como objetos que como textos. Así, por ejemplo, es posible exhibir libros sin mostrar su contenido textual: pueden mostrarse cerrados, especialmente si construimos conexiones interesantes con sus contenidos; un documento podría aparecer enrollado con su sello de cera; un texto corto se puede incorporar en el montaje del escritorio de un escritor, y realizarlo con pluma y tintero. A veces, dependiendo del tema y del perfil de la audiencia, la contextualización del texto puede ser muy apropiada. Por ejemplo, en una exposición sobre libros de procedencias interesantes, podría ser más relevante hablar de la evidencia material sobre el uso que se daba a esos libros, que de las palabras que contienen. Pero es cierto que pueden llegar a producirse «ruidos» si empleamos este enfoque. En exposiciones donde los libros aparecen como talismanes u objetos de arte, cualquier texto que se muestre como tal corre el riesgo de parecer irrelevante. Igualmente, existe el problema de que esas formas de exponer tergiversen la naturaleza de los libros y las colecciones a las cuales pertenecen. En algunos casos, la importancia que le damos a mostrar objetos hermosos – algunos, incluso, excepcionales- puede alejar a los visitantes de la comprensión de la naturaleza de una biblioteca (o colección de archivos) y de entender el verdadero valor de lo que contiene. También podría ocurrir que este enfoque limitara la forma de las exposiciones que se pueden montar: es muy difícil narrar todas las historias del mundo a partir, exclusivamente, del uso de palabras, y confiar solamente en que los libros resulten visualmente atractivos al público. Lo deseable es encontrar un equilibrio.
Posicionar al visitante únicamente como lector presenta sus propios desafíos. El libro en una exposición se acompaña principalmente de su interpretación escrita con cierto grado de contextualización, provocando que el efecto general sea muy intenso. Beverley Serrell, cuando habla sobre la necesidad de ser conciso al escribir etiquetas (cartelas), hace un comentario revelador: «los visitantes deberían poder sentir que están allí principalmente para mirar y hacer, no para leer» (Serrell 125). Esto indica cómo una exposición de la palabra escrita, que trate de comprometerse seriamente con los textos y su lectura, podría alterar las expectativas de un público más familiarizado con las exposiciones de arte y hacerle sentir abrumado por las palabras. En una cultura cada vez más visual, ni la capacidad de concentración de los visitantes ni su voluntad de leer pueden darse por sentados.
Podemos argumentar que en una exposición de la palabra escrita, la interpretación que proporcionamos, ya sean etiquetas, textos en paneles, información del catálogo o clips de audio, audiovisuales, es particularmente importante. Generalmente, resulta complicado narrar toda la historia de un texto concreto, o interpretarlo de manera que pueda parecer atractiva a todos los potenciales visitantes. La interpretación permite que los elementos exhibidos ejerzan algunas de sus funciones normales al poner a disposición del público parte de un contenido que no es visible o legible a primera vista. Al igual que con cualquier exposición, la interpretación proporciona contexto, agrega información, guía al visitante y resulta esencial para la creación de cualquier narrativa museológica coherente. Sin embargo, a diferencia de una galería o museo al uso, en una exposición donde las exhibiciones están apoyadas con textos, existe una competencia potencial entre la interpretación y el original en exhibición, textos adyacentes que pueden no encontrarse en armonía. Esto es particularmente desafiante cuando se trata de mostrar textos provocativos o controvertidos. Si contienen temática religiosa, política o sexual , los visitantes son susceptibles de mostrar sensibilidad ante todo tipo de sutilezas en el tono y la redacción, tanto en el texto original como en el comentario. El modo de relacionarse con estos textos podrá variar ampliamente, en función de su nivel de conocimiento previo, del ajuste del perfil de la comunidad al texto y su contexto, de los estilos de aprendizaje individuales y del acto de leer que realizan el día de la visita. La experiencia indica que hay un amplio margen para las respuestas inesperadas a una interpretación de este tipo, incluidos los silencios y las omisiones. Se debe tener especial cuidado al planificar y escribir la interpretación, verificando si puede entrar en conflicto con los textos que se muestran.
Si bien no estamos en posición de sacar conclusiones definitivas, la investigación y un posterior debate profesional entre los especialistas en la creación de exposiciones, puede mostrar en el futuro soluciones a algunos de los problemas que hemos enunciado hoy aquí. Otras líneas para la investigación podrían incluir:
Espacios de exposición: se debe prestar más atención a la biblioteca como lugar para exposiciones, pues se trata de un espacio distinto al del museo, mucho más familiar y con diferentes posibilidades de acceso a las colecciones respecto a otro tipo de entornos expositivos.
Exposición de textos: la exposición de la palabra escrita casi siempre pretende generar lectura o compromiso con los textos mostrados, lo que nos lleva a preguntas sobre cómo promover ese compromiso en la interpretación para proporcionar una orientación previa y posterior en su exposición, al margen de los textos reales que solo se podrían leer fuera de la exposición y con acceso muy limitado.
Interpretación de los textos: los visitantes de la exposición necesitarán «orientación» en torno al texto/s en las vitrinas, para poder «leer» de alguna manera lo que están observando, sin que ésto implique, necesariamente, tener que leer en silencio para comprender completamente un texto. La planificación de la exposición utilizando sistemas de interpretación debe incluir el objetivo de cumplir con la «didáctica de la comprensión» para todos los públicos.
Exposiciones curativas: ¿el curador es un experto, un facilitador o un colaborador profesional? ¿Puede ser más de una de estas cosas a la vez? ¿Qué peso se debe dar a las posibles reacciones del público en la exhibición de libros o manuscritos controvertidos?
Evaluar las exposiciones: necesitamos profundizar en nuestras investigaciones para descubrir formas de medir el impacto de las exposiciones de la palabra escrita y, cuando sea posible, compartir las evaluaciones con la comunidad curatorial, para que las prácticas puedan evolucionar hacia algo mejor.
Esperamos que este contenido te haya resultado útil.
Recurso:
Universidad de Edimburgo (2011): Exhibiting the written word. Making Our Connections Project Team.
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