Hay quien asegura que lo más cercano a la máquina del tiempo que tenemos los humanos son los aviones. Podemos discrepar sobre esa afirmación si recordamos algunas experiencias que han tenido lugar en museos de todo el mundo. Es cierto que los aviones nos desplazan muy rápidamente, no solo de un espacio a otro muy remoto y en muy poco tiempo, sino que a veces nos hacen vivir momentos que ya han dejado de existir en muchas de las memorias colectivas. Hemos podido trasladarnos de la era más moderna a lugares que aún viven anclados en el neolítico, aunque imaginamos que por pocos años más. Y, viceversa, pudiendo conocer mundos que no existen para la mayoría de los mortales – solo hay que viajar a Singapur -. Esa es la bendición de una velocidad que va por el aire, en la que los relojes se adelantan o retrasan según nos apetezca y nuestro bolsillo lo permita.
El tiempo es una quimera indescifrable, dependiendo de donde nos encontremos. Si nos olvidamos de los aviones y queremos jugar a viajar en el tiempo, visitemos un museo. Recordamos algunas sensaciones vividas intensamente en ese sentido de la ambigua temporalidad. Nos podemos sentir un Darwin aficionado si abrimos uno de los cajones del Museo de Historia Natural de Londres, en la galería de los insectos.
Si os apoyáis en la pared del estudio de Cézanne, y observáis la mesa en la que los jugadores de cartas pasaban la tarde – con el jubón del maestro colgado en una percha, justo a nuestro lado y oliendo aún a óleo -, os aseguro que se tiene la sensación de estar dando un salto en el tiempo, viajando a un verano en la Provenza de 1880, y posiblemente con la misma luz del atardecer y el mismo aroma a lavanda que se filtraba a través de las ventanas de su estudio hace dos siglos, allí mismo.
Levantamos la vista porque creemos haber oído las discusiones de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, a gritos, sumido en una absoluta frustración e incomprensión, dándole la espalda al Papa Julio II, mientras maldecía entre dientes. O a Leonardo, vagando por las galerías de los Uffici, moviendo la cabeza, preguntándose cómo poder hacer volar una de sus extravagantes ideas. Solo nos tenemos que sentar en alguno de los bancos y entornar un poco los ojos para que aparezca su figura entre las sombras. Y nuestra cabeza encendida en modo ensoñación, por supuesto, si no nunca podremos hacer estos maravillosos viajes en el tiempo.
Han sido muchas idas y venidas por la historia de la Humanidad. Las máquinas del tiempo, los museos, nos han regalado experiencias increíbles que no olvidaremos jamás. Y lo bonito, en nuestro caso, es que sabemos que son máquinas que se pueden perfeccionar aún más. Los operarios que las ajustan hacen que esos viajes en el tiempo resulten cada vez más cómodos, sin que el desplazamiento a épocas remotas, algunas todavía sin crear, se dejen en el camino recorrido la esencia de lo romántico. Sabemos que cuando apretamos el botón de despegue, son las emociones las que mueven el motor de la máquina. Eso sí, el piloto debe contribuir activamente, volviéndose un poco niño o convirtiéndose en una renacida y reencontrada Amelia Earhart, ¿por qué no?…
Fotografía: Iranian Scientist Claims to Have Built «Time Machine».
Este curso está dirigido a profesionales y estudiantes de la gestión cultural, humanidades, museos y exposiciones, que busquen ampliar sus conocimientos en el ámbito de la innovación aplicada a los museos modernos. También está programado para los profesionales de Historia, Arquitectura, Historia del Arte, Filosofía y Ciencias de la Comunicación, Humanidades y estudios afines.
Si quieres recibir nuestro newsletter y artículos por correo electrónico, completa el campo correspondiente en el formulario de inscripción que encontrarás en la cabecera de esta página. Tu dirección de correo electrónico será utilizada exclusivamente para enviarte nuestros newsletters, pudiendo darte de baja en el momento que quieras.