Actualmente, la repatriación de objetos se ha convertido en un tema fundamental para los museos. Quizás, entre otros, el caso más famoso sea la solicitud de repatriación de los mármoles del Partenón a Atenas, y aquellos en los que los indígenas reclamaron la devolución de los restos de sus antepasados y objetos sagrados. Algunas de las solicitudes, como la repatriación de restos humanos en los EE. UU., se rigen por unas leyes que obligan a los museos a que dichos restos sean devueltos a su lugar de origen. En otros casos, la responsabilidad de tomar la decisión recae en el órgano de gobierno del museo. La idea que subyace detrás de este debate que no acaba es mucho más compleja y sutil de lo que a veces se quiere reconocer. Cuando se enfrentan a solicitudes de repatriación de objetos, los museos deben reflexionar sobre los elementos cambiantes y contradictorios de lo que se considera apropiado mantener, y sobre cómo las historias y el coleccionismo generaron en su día circunstancias específicas bajo las cuales se rigen los museos en la actualidad.
Gran parte de la discusión sobre la repatriación ha sido escrita por sus defensores, y esboza los procedimientos que deben seguirse para responder a una solicitud de devolución (Legget, 2000). Tal vez la excepción más significativa haya sido la «Declaración sobre la importancia y el valor de los museos universales» (Sección 9), emitida por un grupo de grandes museos en Europa y en Estados Unidos, hace ya más de quince años. El documento explica algunas ideas en un intento de comprender un aspecto importante del debate sobre el papel de los museos. Inicialmente considera el enfoque «universalista», defendiendo la repatriación, sin explorar antes las oportunidades que ofrece una visión focalizada sobre la «biografía de los objetos».
Una de las características más llamativas de esta Declaración es la afirmación de que los museos con colecciones geográficamente diversas podrían ser «universales», ofreciendo así una perspectiva de los objetos más abierta de lo que sería si éstos solo se mostraran en las colecciones locales. Se trata de un enfoque común en gran parte de la práctica museística, no solo de los firmantes de la Declaración. Esta visión está basada en los esquemas de clasificación mediante los cuales se documentan las colecciones, con la separación frecuente de las muestras de «arte», de «historia natural» e «historia humana» de sus orígenes, y con las redes de curadores especialistas en temas de por medio. Estos últimos han sido destacados en la «Investigación de Colecciones para el Futuro de la Asociación de Museos del Reino Unido» (2005), centrándose en la importancia de las «redes temáticas» de expertos de museos para «mejorar el cuidado y la interpretación de las colecciones» (Museums Association, 2005: p 9). Todo ello pone de manifiesto la importancia de las clasificaciones de temas académicos occidentales en las discusiones sobre museos, que también incluyen propuestas para hacer «colecciones planificadas» y «racionalizarlas» (Museums Association, 2005). Si bien las políticas y la desacreditación pueden ayudar a crear colecciones viables y útiles (por ejemplo, Ainslie, 1999), existe el peligro de que los términos de la Declaración – en su aparente neutralidad – supongan una enorme amenaza si se aplican las mismas reglas a todos los museos. Algunos de los más importantes del mundo tienen «colecciones deslocalizadas».
Cuando se emitió la «Declaración sobre la importancia y el valor de los museos universales» en 2002, la solicitud de repatriación más sonada fue la del Gobierno griego para la devolución de los mármoles del Partenón del Museo Británico a Atenas a tiempo para los Juegos Olímpicos de 2004. En lugar de centrarse en esa solicitud, la declaración enfatizó sobre «la importancia del contexto que ofrece un gran museo» (Neil MacGregor, Director del Museo Británico, citado en Bailey, 2002) e involucró a otros diecinueve. No ha quedado claro si el Museo Británico fue, en realidad, uno de los que firmaron la Declaración (Museums Journal, 2003: p.14); ya que aparece en algunos textos (por ejemplo, British Museum, 2003) pero en otros no (Cleveland Museum of Art, 2003). No obstante, está claro que el Museo Británico apoyó la Declaración. Neil MacGregor explicaba: «esta declaración, emitida por los directores de algunos de los principales museos y galerías del mundo, no tiene precedentes de valor ni un propósito común. La disminución de colecciones como estas sería una gran pérdida para el patrimonio cultural mundial» (British Museum, 2003). ¿Es esto lo que conocemos como la flema británica?
Si bien la Declaración expone muchos puntos, uno de sus objetivos es el de resistir las demandas de repatriar objetos de los museos, algo que ha generado grandes críticas por parte de muchos. Incluso la UNESCO criticó la Declaración, informando al Consejo Internacional de Museos (ICOM) de que «la repatriación de objetos es una cuestión que debe abordarse con mucho cuidado. Se requiere un juicio sabio y reflexivo. En cualquier caso, deben evitarse manifestaciones públicas innecesariamente fuertes»(UNESCO, 2003: p.3). Maurice Davies, subdirector de la Asociación de Museos del Reino Unido, lo describió como «una declaración muy cruda que no da crédito a la sutileza de pensamiento que muchos museos aportan sobre este tema» (Morris, 2003: p.8). A pesar de que la única referencia específica en la Declaración es la escultura griega clásica, el vínculo entre repatriación y derechos indígenas fue destacado en muchos otros informes, como el del Sydney Morning Herald, con un artículo titulado: «Los grandes museos se unen para luchar contra las demandas aborígenes» (Fray Y Moses, 2002). La Declaración es un documento elocuente que resume gran parte del pensamiento museológico contemporáneo. Además de sus mensajes explícitos, el lenguaje de la Declaración revela las formas en que sus firmantes valoran los roles de los museos. Se trata de algo más que resistir a las solicitudes de repatriación: la articulación de una lógica para las principales colecciones transculturales y exposiciones en los museos.
Mientras que la palabra «patrimonio» aparece solo una vez en la Declaración, el concepto de objetos valiosos que han sido heredados de generaciones pasadas se menciona con frecuencia. Lo llamativo, sin embargo, es que los ejemplos que se dan no provienen de colecciones etnográficas del siglo XIX, ni de la arqueología de la Europa medieval, sino de la «Grecia clásica» y de las «civilizaciones antiguas». Las razones de poner tanto énfasis en la Grecia clásica y en su relevancia para la cultura occidental, es la historia de los propios museos, que la destacan como un patrimonio importante, mediante la discusión sobre «los objetos y obras monumentales que fueron «trasladadas» hace décadas o, incluso, siglos a los museos de toda Europa y América».
Los objetos, más que los aspectos no materiales de la vida, se destacan en la Declaración («objetos arqueológicos, artísticos y étnicos, obras monumentales, artefactos (sic) y esculturas»), y su adquisición por parte de los museos aparece como un acto formal y permanente, como un patrimonio «adquirido», «instalado», que forma parte de las colecciones del museo; o como «compra, regalo o cesión». El término «cesión» (partage), probablemente se refiera a la división de los conjuntos arqueológicos entre los museos que contribuyeron a los costos de la excavación. Es más sorprendente que no se mencionen otras formas de adquisición, como el botín de guerra o el robo, a pesar de los muchos objetos expuestos en estos grandes museos que se han adquirido de esa manera (botín nazi sin resolver sobre quién es su legítimo dueño, por ejemplo). De hecho, la discusión sobre adquisiciones dudosas se suele evitar justificando que «los objetos adquiridos en épocas anteriores deben ser vistos a la luz de diferentes sensibilidades y valores, reflejo de esa era anterior» y haciendo alusión a la aparente neutralidad de los objetos «desplazados de su emplazamiento original».
La historia de los museos y sus objetos demuestra la forma en que muchos de esos museos ven sus colecciones. Si bien se resisten a considerarlas como productos que se pueden comprar y vender, se basan en los derechos otorgados por la ley de propiedad para abstenerse de hacer reclamaciones cuando llega la hora de devolver objetos de sus colecciones. Esta tensión se observa claramente en la definición de museos de la Asociación de Museos del Reino Unido, que establece que «tienen [colecciones] en fideicomiso para la sociedad» (Museums Association, 2002: p.1). En lugar de ser una declaración válida de título legal, se trata, más bien, de una declaración ética y una guía profesional.
Con todos los firmantes de la Declaración provenientes de Europa y Estados Unidos, una de las obvias críticas al documento es que no aborda las necesidades de las personas en el resto del mundo. MacGregor y Williams (2005) frente a una crítica previa a la Declaración (Curtis, 2005a) tratan de responder justificando la amplia gama de exposiciones hechas con préstamos realizadas por el Museo Británico en todo el mundo, y mediante alianzas con museos nacionales en varios países africanos y asiáticos. Nos encontramos con exposiciones de dos tipos: aquellas que repatrian temporalmente objetos del Museo Británico (como el préstamo de objetos de África Oriental a Kenia) y aquellas que comparan dos civilizaciones (como el préstamo de objetos de Mesopotamia a la Ciudad de México o Pekín). El primer enfoque en realidad hunde el argumento de las exposiciones comparativas «universales», mientras que el segundo enfatiza la primacía de las «grandes civilizaciones» en los museos, en lugar de ofrecer una visión alternativa a la interpretación.
Los museos que se preocupan por los objetos materiales de orígenes culturales diferentes se enfrentan a un gran desafío. ¿Cómo se puede conciliar su responsabilidad con el público, con las comunidades de origen y con los ideales del conocimiento universal? Cuatro enfoques parecen ser posibles, teniendo en cuenta que no necesariamente son mutuamente excluyentes:
(a) Adoptar el enfoque de «mantener el lugar», dividiendo sus colecciones en grupos, cada una con acceso controlado por representantes de ese grupo cultural. Si bien esto puede ser apropiado para los museos ubicados cerca de la «comunidad de origen», restringirá el acceso a los visitantes del museo por cuestiones de localización geográfica. Por lo tanto, es un compromiso bastante negativo que no satisfará la creencia occidental de proporcionar acceso y libertad de información ni las demandas de los pueblos indígenas para controlar objetos de importancia para ellos.
(b) Dividir sus colecciones en categorías, como restos humanos u objetos, solo para ser manejados por profesionales, cada uno con distintos tratamientos. Este enfoque se está volviendo popular, particularmente con respecto a los restos humanos (Working Group on Human Remains, 2003). Como mencionamos anteriormente, quizás se base en una visión clasista esencialista que pudiera restringir el acceso para la exhibición y el conocimiento públicos.
(c) Adoptar el enfoque de «museo universal» que cede las decisiones a las autoridades del museo y rechaza la repatriación. Aunque esto permitirá que los museos «hablen entre sí y crucen nuestras fronteras culturales» (MacGregor y Williams, 2005: p. 59), dicha conversación acallará las voces de personas que no comparten la visión poscolonial del papel de los museos.
(d) Adoptar un enfoque de estudio, caso a caso, que ponga de manifiesto los significados múltiples de los objetos, pero que aprube la repatriación si la retención por el museo fuera causante de una ofensa profunda.
Independientemente de lo que decida hacer un museo, es importante que reconozca que hay ciertos aspectos de la vida de las personas que no deberían exhibirse o ser tratados como colecciones de museo, aunque considere que todo el resto del material pudiera resultar interesante para explorar las conexiones entre las personas. Los museos deben tener una comprensión más sutil de su historia, de cómo se percibe y de la importancia de su papel en la sociedad al tomar tales decisiones.
Tal vez el mayor desafío sea reconocer que lo que consideramos «racional» o «universal» es más un producto de nuestra propia cultura que una respuesta a conceptos teóricos. Entendiéndolo de esta manera (Hooper-Greenhill, 1992) e interactuando con las diferentes visiones del mundo ofrecidas por las solicitudes de repatriación (en lugar de esperar a que encajen dentro de las concepciones occidentales de las creencias «indígenas»), los museos deberán desempeñar un papel importante difundiendo una comprensión más profunda de otras culturas, incluyendo la suya.
Asimismo, han de reflexionar sobre las historias enredadas de sus colecciones y las numerosas voces que merecen ser escuchadas. De este modo, se puede incluir exposiciones sobre la práctica de los museos, como la exposición «Enlightenment» del Museo Británico, o las exposiciones sobre repatriación que se celebraron en Glasgow y Aberdeen, revelando las incertidumbres y los conflictos de la práctica de los museos. Este enfoque también implica una valoración más cercana sobre las características específicas de los objetos particulares y sus múltiples significados en la documentación, la planificación de exposiciones y la consideración de las solicitudes para restringir la repatriación de los objetos. La Declaración seguramente tiene razón en su deseo de que los museos «fomenten el conocimiento mediante un proceso continuo de reinterpretación»; pero es una intención que debe basarse en las conexiones históricas y contemporáneas que ofrecen las colecciones y en los beneficios ofrecidos para su repatriación, poniendo ya fin a las continuas discusiones entre los firmantes de la Declaración y su oposición.
Recurso:
Curtis, N.G.W. (2006): Universal museums, museum objects and repatriation: The tangled stories of things. Museum Management and Curatorship, Nº: 21, pags: 117–127.
Fotografía principal: Decolonize this place (DTP).
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