Si los museos pretendieran acortar la distancia entre los visitantes y los objetos en exposición… Si se construyeran vitrinas y redactaran interpretaciones que facilitaran una percepción sensorial más amplia o más profunda… Si fuéramos capaces de aumentar el compromiso emocional con las colecciones expuestas, en lugar de simplemente permitir la comprensión intelectual de un conjunto de hechos mostrados por el museo e ilustrados a partir de gráficas planas… ¿Podrían los visitantes realmente apreciar un mayor número de particularidades en los objetos y en las historias que ocultan?
La nueva museografía intenta facilitar precisamente este tipo de interacciones físicas (corporales), multisensoriales y emocionales, así como las puramente cognitivas. Se pretende que los objetos que se eligen para ser expuestos en una determinada exposición narren su historia, «hablen» por sí mismos; conectar a los visitantes con la riqueza y detalles de esos mundos que existen detrás de la vida de los demás. Se invita, a su vez, a interactuar imaginativamente con las experiencias y la comprensión subjetiva de los demás para facilitar que los objetos «lleguen» al público desde su propio yo histórico y desde el pasado de otros. Las exposiciones deben centrarse en los objetos, y no desarrollar un ejercicio pasivo y anodino a partir de una narrativa basada en la lectura de textos colocados al lado de los mismos – algo bastante frecuente en la mayoría de las exposiciones de los museos de todo el mundo -. Tradicionalmente, los objetos simplemente ilustran historias; de un modo mediocre y escasamente creativo, el trabajo de comunicación se muestra principalmente a través de palabras, no de cosas. Somos muchos los profesionales que queremos cambiar esta dinámica del bostezo, dolor de pies y fatiga intelectual, diseñando y produciendo exposiciones menos sosas, que permitan a los visitantes redescubrir la capacidad de los objetos para inspirar ese deleite ligeramente dislocante que surge al percibir que un objeto que ha estado en otro lugar y en otro tiempo se encuentra ahora justo delante de ellos. Queremos devolver a los objetos su particularidad, su enorme capacidad para motivar, e inspirar curiosidad.
Al elegir objetos con cualidades estéticas particulares, con significados y dramas que se crean a partir de su asociación con ciertos eventos o personas, los museólogos deben construir biografías sobre ellos, centrándose especialmente en cómo han intervenido en el devenir de las personas a lo largo de la Historia. Lo que han de evitar, en nuestra opinión, es programar exposiciones en las que las historias de los objetos se presenten a través de largos textos. Más bien se debe permitir que sean esos objetos y sus yuxtaposiciones los que asuman gran parte de la comunicación. La museología moderna facilita esta dinámica, logrando lo que podríamos denominar un tipo de apariencia «intensa e interactiva» que consigue que los visitantes se centren, ante todo, en las cualidades físicas de los objetos, para detenerse posteriormente en el proceso de recopilación de datos sensoriales. Y lo hacen antes de reflexionar sobre la naturaleza del objeto, sobre su autor, y sobre quién, para qué, cuándo y dónde podrían haberlo utilizado. Así se pretende estimular la empatía de los visitantes y agitar su imaginación para que reflexionen sobre «esas otras vidas», sin olvidar, por supuesto, la necesidad de proporcionarles un contexto.
Una estrategia para conseguirlo podría consistir en dividir la exposición principal en exhibiciones más pequeñas, y centrar cada una de ellas en un objeto clave, con el apoyo de otros relacionados con él, a fin de evocar diferentes versiones de las historias que pretendemos presentar, animando a los visitantes a focalizarse en los objetos y en las relaciones existentes entre ellos. Sabemos que resulta complicado separar el texto de los objetos mismos para no restar valor a las piezas ni distraer al público de la interacción adecuada y primaria de las mismas. De hecho, se puede intentar (aunque no siempre es posible) suprimir textos interpretativos en las vitrinas. Otra posibilidad que nos proporcionan las nuevas tecnologías aplicadas a las exposiciones es la instalación de «estaciones sensoriales» que las acompañen, tratando de facilitar no solo las exploraciones superficiales de los objetos sino también compromisos más duraderos, imaginativos y empáticos mediante la estimulación de nuestros sentidos. Los visitantes pueden, por ejemplo, percibir el olor de algo relacionado con el objeto en cuestión, o trazar con los dedos los puntos en un mapa que se muestra junto a él para tratar de localizar el origen del objeto en un espacio físico.
En definitiva, el objetivo es aproximar los objetos al público de una manera directa y memorable. Viajar a través de ellos para alcanzar un estado de compromiso más profundo y más sutil con la gente, con los lugares y los eventos pasados a los que van asociados. Para ello, se explican los usos históricos y los significados de los objetos, evitando crear contextos convencionales y pasivos. Si al visitante se le sitúa en tiempos y lugares «abstractos y lejanos» se le cierran las posibilidades imaginativas y la capacidad de empatizar con el pasado. A través de interacciones multisensoriales directas con los objetos físicos, y gracias a la restricción cuidadosa del alcance y la posición de la interpretación textual, el público es capaz de encontrar, a su manera, respuestas a los objetos y utilizar la imaginación para «viajar en el tiempo».
De manera similar, se pueden generar conexiones poderosas y empáticas con los objetos y las historias asociadas a ellos, mediante una directa interacción sensorial con él, previo conocimiento de su origen y apoyándose en la reproducción de su contexto natural. Andrea Witcomb, por ejemplo, describe el impacto emocional que sintió cuando se descubrió una maqueta del campo de concentración de Treblinka, expuesto actualmente en el Museo del Holocausto Judío en Melbourne. La maqueta fue realizada a mano por un hombre que sobrevivió a Treblinka, donde perdió a su esposa e hija . El poder de la resonancia de este objeto, y su capacidad de evocar una enorme reacción emocional en Witcomb, contrasta con el entumecimiento que sintió al encontrarse con maquetas de otros campos de concentración. Witcomb no habla de un mayor acceso sensorial desde el objeto hacia el público, ya que esta maqueta, como muchas otras, se halla detrás de un vidrio. Sin embargo, la personal e íntima interpretación de su creador surge del hecho de que se le ha dado espacio suficiente para ejercer su poder emocional. Ha sido posible generar un discurso que parte de la interpretación aportada por el museólogo, de tal modo que el espectador logra sentir de una manera física y visceral (además de conocer de quién es la maqueta), situándolo todo en su contexto. Es así como seremos capaces de generar una respuesta afectiva, dentro de un marco de comprensión cognitiva (Witcomb, 2010: 51).
Es muy importante contar con la suficiente información capaz de producir un contexto, pues de este modo se nos permite «ubicar» y comprender un objeto determinado y experimentar, además, respuestas emocionales poderosas. En alguna otra ocasión hemos mencionado la experiencia evocativamente descrita por Nuala Hancock, cuando se encontró con las gafas de Virginia Woolf guardadas en Charleston, en la casa en la que la escritora vivió y que ahora es un museo dedicado a su memoria. Hancock toma entre sus manos una caja colocada encima del escritorio de Virginia Wolf y, lentamente, con extrema delicadeza, desenvuelve las capas de papel de seda, descubriendo finalmente un largo estuche negro forrado de terciopelo morado. Extrae las gafas del estuche y comienza a estudiar su forma física, la pequeña zona dañada que muestran, y especula sobre su biografía como un objeto material. Hancock relaciona esta experiencia de «tomar entre sus manos las gafas de Wolf» con una reflexión metafórica sobre cómo ella vio el mundo, sobre la naturaleza de su «visión poética» (Hancock, 2010: 117), y trata de conectar la experiencia de tocar las gafas con una experiencia sensorial – de lo visual y lo visceral -. Por último, Hancock admite que al mismo tiempo que las gafas de Woolf «nos ofrecen algo tangible de su existencia material», nos hace sentir ciertamente incómodos, intrusos en el mundo íntimo y privado de alguien que odiaba ser escudriñado. Las reflexiones de Hancock son evocadoras y conmovedoras, pero debemos pensar también que muchas de las experiencias capaces de agitar nuestro espíritu son consecuencia de la información que poseemos, de un conocimiento adquirido previamente. Solo cuando la cultura sea capaz de llegar a todos, la Historia podrá alcanzar su máximo valor emocional.
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