Los académicos coinciden en que el término «resiliencia» está en constante cambio, a pesar de su protagonismo en el discurso de formulación de políticas – especialmente después de la crisis financiera de 2008 – y en la promoción de la resiliencia como una cualidad o una actitud que los individuos y las comunidades deben desarrollar y utilizar. Sin embargo, no faltan definiciones breves. La Comisión Europea (2012), por ejemplo, describe la resiliencia como la «capacidad para prepararse, resistir y recuperarse de choques y tensiones». Una definición frecuentemente citada es la siguiente: «la capacidad de un sistema para absorber perturbaciones y organizarse mientras experimenta cambios para conservar esencialmente la misma función, estructura, identidad y retroalimentación» (Walker et al., 2004). La resiliencia es un concepto multidimensional. Elaborar una definición estricta es quizás menos relevante que identificar las características asociadas a ella y los enfoques que se discuten en la literatura reciente.
Brown (2016) reconoce tres dimensiones clave de la resiliencia:
- Recuperarse, retener la estabilidad después de un «choque».
- Adaptarse a la variabilidad y la incertidumbre.
- Transformación positiva, que requiere un cambio estructural. Dependiendo del ámbito o sector al que se haga referencia – ayuda humanitaria, cambio climático, desarrollo o reducción del riesgo de desastres – prevalecerá una o más de estas dimensiones.
Joseph (2018) nos habla de «variedades de resiliencia», poniendo énfasis en los contextos en los que ésta opera y en su relación con la «gubernamentalidad», término acuñado por Foucault. Según Joseph, el modelo anglosajón de resiliencia prevaleciente se caracteriza por lo que él denomina «gobernanza a distancia», que implica la devolución de responsabilidades a los individuos y comunidades, convocándolos para aprender a ayudarse a sí mismos en un mundo en el que «la única certeza es la incertidumbre» (Pede, 2020: 17).
Bouchard (2013) identifica tres tipos:
- Resiliencia como oposición o resistencia a los shocks que resulta en el retorno a un estado anterior (enfoque conservador).
- Resiliencia como adaptación, que involucra negociaciones, ajustes y compromisos (conservacionismo moderado).
- Respuestas creativas a desafíos y crisis, entendidas como oportunidades, que involucran tanto adaptaciones como innovaciones (enfoque transformativo).
Finalmente, los académicos también plantean puntos de vista «positivos» frente a los «críticos» de la resiliencia. Los primeros hacen hincapié en la noción de empoderamiento o mejora de la capacidad humana, que nos convierte en resilientes frente a las adversidades, al aprender a ayudarnos a nosotros mismos y a otros a través de nuevas formas de autogobierno. El segundo punto de vista es crítico con el lenguaje del empoderamiento, que puede utilizarse para trasladar la responsabilidad del Estado o el gobierno a los individuos y las comunidades, fomentando «la autorregulación y el comportamiento adaptativo, en lugar de afrontar de manera significativa los aspectos estructurales más importantes de los desafíos globales» (Joseph y McGregor, 2020: 122). Si bien es importante entender las crisis como oportunidades, valorando las habilidades y capacidades de individuos y comunidades en el desarrollo de comportamientos adaptativos y transformadores, es igualmente crucial reconocer el componente ideológico de algunos discursos de resiliencia, especialmente aquellos que la promueven como un «ideal regulatorio» (Gill y Orgad, 2018: 479) en el contexto de la austeridad y empeoramiento de las desigualdades.
En el contexto del patrimonio cultural, el discurso de la resiliencia se ha articulado a lo largo de dos ejes principales: 1) la protección del patrimonio con relación a las estrategias de reducción del riesgo de desastres (Academias G7, 2017); 2) el patrimonio cultural, o la cultura en general, como motor de la resiliencia. Dicho de otra manera, por un lado, la resiliencia se invoca en el marco de enfoques conservacionistas que tienen como objetivo proteger el patrimonio de diversas formas de amenazas (naturales o inducidas por el hombre); y por otro, el patrimonio y la cultura se consideran recursos para la resiliencia de las personas y las comunidades. Realmente, son dos caras de la misma moneda: al minimizar la pérdida de patrimonio (tangible e intangible), se puede maximizar la contribución de éste para la construcción de la resiliencia de las comunidades: «De la misma manera que la diversidad biológica aumenta la resiliencia de los sistemas naturales, la diversidad cultural tiene la capacidad de aumentar la resiliencia de los sistemas sociales… El patrimonio cultural, como componente clave de la diversidad cultural, es una consideración crítica para cualquier estrategia la la hora de construir la resiliencia de las comunidades» (UNDRR, 2013: 21) .
La noción de «resiliencia cultural» también surge en los debates sobre el patrimonio. En algunos casos, se refiere al comportamiento resiliente promulgado a través de actividades culturales, en un contexto de cambios o interrupciones, con énfasis en las formas de intervención de abajo hacia arriba (Beel, 2017). En otras ocasiones, la resiliencia cultural se interpreta como la «resiliencia de la distinción» (Bousquet y Matheyet, 2019), o la capacidad de una comunidad o sistema cultural para retener su distinción mientras absorbe las perturbaciones y se reorganiza en respuesta al cambio. Holtorf (2018) propone una definición integral de resiliencia cultural como «la capacidad de un sistema cultural (que consiste en procesos culturales en comunidades relevantes) para absorber la adversidad, afrontar el cambio y continuar desarrollándose. Por tanto, la resiliencia cultural implica tanto continuidad como cambio: las perturbaciones que pueden ser absorbidas no son un enemigo a evitar, sino un compañero en la danza de la sostenibilidad cultural» (639). El enfoque de Holtorf sigue un desarrollo reciente en los estudios críticos del patrimonio, considerando la pérdida como «potencialmente generativa y emancipadora, facilitando el surgimiento de nuevos valores, vínculos y formas de importancia» (De Silvey y Harrison, 2019: 3). La sostenibilidad del patrimonio cultural, según este argumento, no solo tiene que ver con preservar y proteger, sino también con una mayor capacidad para aceptar la pérdida y la transformación. En palabras de Holtorf, «el patrimonio cultural no debe verse como una muestra del pasado, ahora amenazado, sino como una forma de facilitar cambios que mejoren la vida de las personas en nuevas circunstancias y, por lo tanto, mejoren la sostenibilidad cultural» (647).
Entre los factores que contribuyen a mejorar la resiliencia de un sistema, la innovación social es uno de los más relevantes. Se trata de un componente crucial del ciclo adaptativo dinámico, especialmente en lo que respecta al compromiso de las comunidades vulnerables (Westley, 2008). Aunque algunos académicos ven la innovación social como un «cuasi-concepto», debido a la fluidez de sus significados y discursos concomitantes (Jenson, 2015, 14), los múltiples significados de este término lo hace particularmente flexible y adaptable a una variedad de contextos o situaciones. Además, la innovación social ya era una práctica a finales de los 80 y principios de los 90, antes de ser definida como objeto de estudios académicos. Desde entonces, ha atraído la atención de los responsables de la formulación de políticas, ya que las innovaciones que satisfacen las necesidades sociales desatendidas pueden considerarse como soluciones alternativas a las que ofrece el capitalismo de mercado convencional, que implican un mayor grado de participación de abajo hacia arriba y de base.
Durante la última década, ha surgido un cuerpo sustancial de literatura sobre innovación social, principalmente en respuesta a las limitaciones percibidas de una comprensión tecnológica de la innovación, tanto en la investigación como en las políticas. Al igual que el concepto de resiliencia, la innovación social ha pasado a un primer plano en los debates que abordan «problemas perversos», crisis mundiales o desafíos sociales complejos, para los que las soluciones convencionales parecen inadecuadas. Dado que la innovación social es principalmente un campo dirigido por la práctica, las definiciones existentes dependen de los campos de acción, los sectores involucrados y las especificidades culturales, y varían en función de diversos factores. Sin embargo, se pueden identificar algunos temas comunes: satisfacción de una necesidad; solución innovadora; el cambio en la estructura y las relaciones sociales; y el aumento de la capacidad de acción de la sociedad (Portales, 2019: 5). La definición de innovación social proporcionada por la Fundación Young, en el marco del proyecto TEPSIE, financiado con fondos comunitarios9, resume de manera concisa estas dimensiones:
Las innovaciones sociales son nuevas soluciones (productos, servicios, modelos, mercados, procesos, etc.) que simultáneamente satisfacen una necesidad social (más eficazmente que las soluciones existentes) y conducen a capacidades y relaciones nuevas o mejoradas y un mejor uso de activos y recursos. En otras palabras, las innovaciones sociales son buenas para la sociedad y mejoran la capacidad de la sociedad para actuar (The Young Foundation, 2012: 18).
El elemento novedoso es obviamente crucial, pero no implica originalidad o singularidad absolutas; también se pueden lograr innovaciones efectivas aplicando soluciones existentes a diferentes campos y sectores o recombinando elementos (bricolaje) (Westley 2008: 7). Las necesidades sociales insatisfechas varían según el contexto; poner en primer plano un enfoque basado en las necesidades (en lugar de uno basado en problemas) permite abordar de manera más directa el factor humano y personal e integrar la participación ciudadana en la implementación de soluciones innovadoras: ‘Los ciudadanos tienen experiencia de primera mano y conocimiento tácito que es fundamental para el proceso de innovación social ‘(Kim et al. 2015: 173).
En lo que respecta no al resultado de la innovación social, sino al proceso mediante el cual se logra, una elemento fundamental es la creación de nuevos roles y relaciones o cambios en las relaciones sociales, que a menudo tienen que ver con la adopción de formas participativas de gobernanza que involucran la contribución activa de grupos marginados, comunidades vulnerables y distritos electorales infrarrepresentados de ciudadanos: ‘En este sentido, la innovación implica cambios en las relaciones de poder, en el aumento de las capacidades sociopolíticas y en el acceso a los recursos de los beneficiarios, lo que les permite satisfacer mejor sus necesidades» (The Young Foundation, 2012: 20). El restablecimiento de la participación de las poblaciones vulnerables, como sostiene Westly, «puede tener un impacto positivo en nuestra capacidad de innovación, pudiendo contribuir a la resiliencia del conjunto» (Westley 2008: 8).
En el ámbito del patrimonio cultural, se reconoce, cada vez más, que el patrimonio es una fuerza dinámica que impulsa el cambio social, cultural y económico. Aunque se trata, sin duda, de una fuente potencial de innovación, la relación entre la innovación social y el patrimonio aún no ha recibido mucha atención. Sin embargo, en el contexto europeo se pueden destacar dos iniciativas centradas específicamente en la innovación social: 1) la Plataforma de Dublín sobre Patrimonio Cultural e Innovación Social, y 2) el Observatorio de Patrimonio e Innovación Social (HESIOD).
- Concebida dentro del Marco Europeo de Acción sobre el Patrimonio Cultural, la primera iniciativa ha dirigido la atención a tres dominios «de especial relevancia en la agenda global de innovación social» (EENCA 2019: 6): revitalizar las comunidades rurales; crowdsourcing de soluciones inteligentes para los desafíos sociales; y la promoción de la paz en todo el mundo. En todos estos casos, las lecciones aprendidas clave enfatizan la importancia del compromiso de las personas y las acciones participativas para fomentar las colaboraciones a nivel comunitario y regional e invertir en educación relacionada con el patrimonio cultural (EENCA, 2019: 27-28).
- La última iniciativa, HESIOD, es una plataforma que tiene como objetivo mapear y difundir experiencias socialmente innovadoras en el campo del patrimonio cultural, construyendo una comunidad de innovadores cuyas ideas y actividades locales deben hacerse más visibles. El Observatorio HESIOD ha definido tres factores que caracterizan las innovaciones sociales en el patrimonio cultural: nuevas soluciones que ayudan a mejorar los resultados relacionados con la conservación, gestión y mejora del patrimonio cultural; atención a las necesidades sociales como el acceso a la educación y la cultura, la inclusión social, la integración y la igualdad de género; creación de nuevos tipos de relaciones que faciliten la participación activa de la ciudadanía en el proceso de innovación.
Esta descripción general aclara algunas de las características o dimensiones que, por lo general, se asocian a los conceptos entrelazados de resiliencia e innovación social. Es importante reconocer que se pretende recordar los procesos mediante los cuales, en contextos específicos y en diferentes países, las actividades participativas han llevado a una mayor resiliencia, a menudo a través de soluciones socialmente innovadoras. Este análisis proporciona, pues, una evaluación cualitativa del potencial de cambio positivo de cualquier forma dada de intervención, no basada en indicadores cuantitativos, ya que no existen pautas claras sobre cómo medir la resiliencia de manera confiable y creíble.
Recursos bibliográficos:
Beel, D. et al (2017): Resiliencia cultural: la producción de patrimonio de la comunidad rural, archivos digitales y el papel de los voluntarios. Journal al Rural Studies 54, págs. 459-468.
Bouchard, G. (2013): Neoliberalismo en Quebec: la respuesta de una pequeña nación bajo presión». En P. A. Hall & M. Lamont (Eds.), Social Resilience in the Neoliberal Era. Cambridge University Press, Cambridge, págs. 267-292.
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Fotografía principal: BrightTalk: Cyber resilience: How the culture of your organisation can improve resilience.
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