La preservación de las colecciones depende de nuestro conocimiento sobre el comportamiento de los materiales de los objetos de la colección y de las características ambientales que actúan sobre ellos, con el fin de maximizar su vida útil. Algunos agentes contra la preservación son obvios; incendios, inundaciones, contaminación y terremotos dañan y destruyen la mayoría de las colecciones. Por consiguiente, estas amenazas deben ser controladas, eliminadas o minimizadas en la medida de lo posible. El daño provocado por una luz, temperatura y humedad relativa (HR) inapropiadas es, a menudo, mucho menos inquietante, si bien sigue siendo un problema grave. La luz no se puede eliminar totalmente; es necesaria para ver los objetos y permite que las personas se muevan con seguridad. La cantidad y el tipo de radiación a la que están expuestas las colecciones deben limitarse a mínimos y al rango espectral de luz visible necesario para distinguir un objeto. Esto resulta difícil de llevar a la práctica dada la variabilidad de nuestra capacidad de visión, de los amplios rangos de color, del contraste y textura de los objetos, y de las diversas fuentes de luz.
La determinación de unos rangos apropiados de temperatura y humedad relativa (HR) es infinitamente más compleja. Se deben considerar muchos efectos y consecuencias, ya que los diferentes materiales pueden tener respuestas también diferentes a valores específicos sobre la temperatura y humedad relativa (HR). Los ambientes apropiados para un tipo de material u objeto pueden ser perjudiciales para otro. Por otro lado, deben tenerse en cuenta tanto los efectos a corto plazo como los procesos de envejecimiento. El mantenimiento de climas específicos dentro de nuestros museos es una responsabilidad activa, costosa y que consume mucho tiempo. Un clima interior adecuado contribuirá a la permanencia de una colección, pero si partimos de una información incorrecta o incompleta puede resultar perjudicial y generar un gasto en dinero y energía.
Existen tres pasos fundamentales para controlar el clima del museo:
- Estudiar y determinar los efectos del medio ambiente sobre los materiales y objetos.
- Establecer especificaciones basadas en los resultados del estudio, teniendo en cuenta el tipo de colección, el edificio, el clima y nuestra capacidad de gasto.
- Mantener y monitorear el clima basándonos en los resultados.
Desafortunadamente, suele ponerse más esfuerzo en los pasos 2 y 3 que en el 1. Se debe determinar el marco de conservación preventiva antes de que la investigación haya llegado a su fin. Especificar los requisitos de control climático e instar a los especialistas a que los implementen resulta más fácil que la investigación requerida para justificar las especificaciones. El monitoreo del entorno también es sencillo y, el uso de sensores modernos, el registro de datos y el procesamiento de la computadora se han convertido en un trabajo rutinario. La parte complicada del Paso 3 es la implementación de especificaciones climáticas. Esto es especialmente cierto cuando son demasiado estrictas y se ignoran factores como el clima local, lo que puede dañar potencialmente el edificio; o cuando esa implementación resulta costosa en términos de uso de equipos, personal, energía, reparación y mantenimiento.
Uno de los primeros indicios de que el daño físico a los objetos del museo debido a los efectos ambientales podría ser cuantificable y predecible se recoge en un documento presentado en la reunión de 1982 de la CII. Se demostró que el concepto de ingeniería del análisis de elementos finitos (FEA) es aplicable a las estructuras complejas de capas de pintura, y que predice, además, patrones de daño que coinciden con el mal observado.
El primer indicador de que se están realizando investigaciones que podrían conducir a especificaciones racionales y justificadas para el clima del museo, fue recogido en una conferencia de la American Chemical Society. En ella se discutieron los efectos de entornos específicos – así como los cambios en los mismos – sobre diferentes tipos de materiales de los objetos del museo. Se abordaron temas como los cambios en las velocidades de reacción, los valores críticos de HR y la alteración de las dimensiones y propiedades físicas y mecánicas para varios tipos de materiales. Sin embargo, el problema fundamental consistía en determinar los límites de variación permisibles en el medio ambiente. A éstos, siguieron otros documentos que ampliaron el conocimiento sobre los efectos ambientales en las propiedades químicas, físicas y mecánicas de los objetos del museo, y cuyos datos se aplicaron para predecir el comportamiento de los más complejos. Se llevó a cabo una investigación sobre el efecto de la temperatura y la humedad relativa en los procesos de degradación importantes, y se realizaron pruebas para determinar la respuesta física a los cambios de temperatura y humedad relativa en una amplia variedad de materiales. También se examinaron los efectos de los procesos de envejecimiento (reacciones químicas) sobre las propiedades físicas, y sus respuestas. Un amplio análisis mostró que las pruebas de tracción y las isotermas dimensionales de temperatura y humedad estaban relacionadas con las trasformaciones en los materiales sensibles a las variaciones de temperatura y HR, y podían usarse como modelado predictivo recurriendo a FEA. En otras palabras, las mediciones de la respuesta dimensional de los materiales individuales a los cambios ambientales, se pueden combinar con los resultados de las pruebas mecánicas estándar para predecir las tensiones y modificaciones inducidas por los cambios ambientales en los objetos compuestos. Se desarrollaron enfoques de modelos digitales que podrían tomar los datos de materiales individuales y anticiparse así al comportamiento de esos objetos compuestos. Lo más relevante es que estos modelos digitales podrían determinar cuándo los cambios en un objeto se convierten en irreversibles. Todos los materiales pueden soportar de manera reversible algo de tensión y cambio, y solo cuando se exceden estos límites se produce un daño permanente – como deformaciones o grietas -. El modelado digital mostró, de un modo significativo, cuánto cambio climático se requería para ocasionar daños físicos irreversibles en los objetos. Dentro de este rango permitido de HR que no produce daño físico a corto plazo, el ambiente puede optimizarse eligiendo condiciones que minimicen los procesos a largo plazo y que sean factibles y económicas de mantener. Al minimizar el daño físico, el clima se puede ajustar estacionalmente para reducir los gastos, el mantenimiento y otros problemas, sin dejar de respetar la necesidad de preservar la colección. Por ejemplo, mantener unas condiciones más frías y secas durante el invierno puede compensar los efectos de las ligeramente más cálidas y húmedas durante el verano – siempre y cuando estos cambios se mantengan dentro del rango razonable -.
En su día, la Smithsonian Institution anunció que se habían desarrollado nuevas pautas para mantener el clima adecuado de sus museos combinando la investigación ambiental previa y aplicándola a un modelado digital, haciendo posible predecir los cambios irreversibles (daños) debidos a las fluctuaciones del clima. Los científicos podían ahora desarrollar pautas racionales que tomaban en cuenta los efectos ambientales sobre las propiedades químicas, físicas y mecánicas de los materiales. El principal avance fue poder predecir cuánta fluctuación ambiental se requería para forzar un componente de un objeto más allá de su límite elástico (reversible) y, por lo tanto, determinar el rango que no ocasionaba cambios irreversibles. Basándose en situaciones adversas, como en el caso de un material sensible a la HR adherido a un material no sensible (por ejemplo, la gelatina en negativos fotográficos de placa de vidrio), y observando cómo reaccionaba a un posible cambio en la HR o la temperatura, pudieron calcular los rangos permisivos para la conservación de colecciones. En general, el rango permitido para un objeto (o colección) está determinado por el material componente más sensible presente en esa colección. Las pautas observadas proporcionaron rangos seguros en los que se prevé el daño mecánico y físico, y lograron minimizar los procesos más lentos, como el deterioro químico. Significativamente, los datos mostraron que las fluctuaciones moderadas dentro del rango 50 + 15% de HR eran seguras. Los resultados se publicaron en un documento que fue presentado en una reunión del Instituto Internacional para la Conservación. La reacción ante este desafío al dogma convencional fue inmediata. Aparecieron numerosas cartas y comentarios críticos, pero, en general, basados en antiguas especificaciones. Por lo tanto, no se produjo una reacción sustancial contra los datos básicos, la interpretación, la teoría o las conclusiones utilizadas para derivar las pautas. Los documentos posteriores han refinado y ampliado las directrices y la ciencia que hay detrás de sus propuestas.
La fluctuación permisible de temperatura o HR varía según el punto de ajuste inicial, ya que la capacidad de respuesta de los materiales está en función de la temperatura y la HR. Para colecciones generales, las variaciones dentro del rango 30% a 60% HR son mecánicamente seguras. La temperatura normalmente está determinada por consideraciones de confort humano, pero no debe mantenerse por encima de 13°C, ya que a esas temperaturas algunos materiales, como los acrílicos, experimentan transiciones de fase y se vuelven frágiles. Dentro de este rango de seguridad mecánica, la estabilidad química a largo plazo generalmente mejora con condiciones más frías y secas. Sin embargo, encontramos excepciones a estas recomendaciones. Así, por ejemplo, las fotografías generalmente deben almacenarse en frío. Los objetos metálicos han de mantenerse en el extremo seco del rango recomendado. Los materiales severamente dañados y los objetos con adhesivos débiles o ya degradados, deben permanecer en entornos ambientales más estables. Las vitrinas y los armarios de almacenamiento simples o con agentes tamponantes (elementos higroscópicos como el algodón) proporcionan un grado adicional de protección contra las fluctuaciones de HR. Las pautas ambientales actuales en el Smithsonian exigen 45 ± 8% HR y 70 ± 4 F (aproximadamente 21 ± 2°C), valores que se encuentran dentro de los rangos generalmente conservadores ya permitidos.
Por otro lado, las nuevas directrices son cada vez más comprendidas y aceptadas, adoptándose en varios museos e instituciones de todo el mundo. Dado que las nuevas pautas son más flexibles y permiten una gama más amplia de condiciones ambientales, su implementación resulta más simple, menos costosa y requiere menos tiempo. Por ejemplo, los costos de construcción del anexo del Centro Udvar-Hazy del Museo Nacional del Aire y el Espacio de la Institución Smithsonian se redujeron en aproximadamente 10 millones de dólares, cuando las nuevas directrices se incorporaron a la planificación. Los costos de energía también disminuyeron. La implementación continua de las nuevas pautas en los museos Smithsonian supuso un ahorro de 2,7 millones de dólares en seis meses, y se consiguió gracias a que los directores de infraestructuras arquitectónicas «pudieron hacer funcionar calderas más pequeñas o suprimir algunas durante el verano, disminuyendo el funcionamiento del equipo de aire durante los períodos de desocupación, aumentando los puntos de ajuste del suministro de agua caliente, bajando el punto de ajuste del suministro de la calderas de calefacción, reduciendo la presión de la caldera, asegurando el aire exterior y agotándolo durante los períodos desocupados, aumentando los puntos de ajuste de temperatura del espacio, de temperaturas de descarga, o de calefacción, usando fan-coils con bombas de recalentamiento, etc. Además del ahorro de costos, las nuevas pautas también ayudan a preservar los edificios históricos de la Institución Smithsonian, que son un componente integral de las colecciones. Desde la puesta en práctica de las nuevas especificaciones de conservación ambiental, no ha habido informes de daños a las colecciones.
Las primeras especificaciones para el clima del museo estaban basadas en una escasa, o nula, evidencia sobre interpretaciones ilógicas e infundadas. No existía verdadero conocimiento científico sobre el sufrimiento de toda clase de materiales u objetos, y aparecían situaciones que no estaban estudiadas, ni siquiera a partir de una evidencia mínima. Sin embargo, las recomendaciones se volvieron fijas e inflexibles. Finalmente, la investigación se fundamentó y desarrolló determinando pautas más racionales para la atención del clima del museo. A pesar de que el pensamiento arraigado (o la falta de él) ha persistido, las nuevas directrices están consiguiendo, hoy por hoy, una amplia aceptación.
Recursos bibliográficos:
Summit on the Museum Preservation Environment (2013), Smithsonian Institution, Washington DC, Estados Unidos.
David Erhardt, Charles S. Tumosa y Marion Mecklenburg (2007) Museum Microclimates. T. Padfield & K. Borchersen (eds.) Museo Nacional de Dinamarca.
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