Intentar comprender la mecánica de una visita al museo no es física cuántica, pero tampoco es una tarea fácil. Los museos son entornos físicos y sociales complejos donde diferentes grupos de personas interactúan entre sí de múltiples formas y, en ocasiones, sus comportamientos resultan inesperados. Investigaciones realizadas en instituciones culturales de todo el mundo han demostrado que la mayoría de los visitantes acuden a los museos como parte de un grupo social determinado (Hood, 1983; Falk y Dierking, 2000; Allen, 2002), lo que nos indica que el aprendizaje social y colaborativo resulta importante para ellos.
Hasta hoy, los estudios sobre visitantes se han basado principalmente en la demografía, pero dada la complejidad de la experiencia en nuestros museos, se comprende fácilmente que hay algo más que simples categorías y casillas que marcar. Existen algunas excepciones a esta «regla clasificatoria», donde se pretende agrupar en función de la frecuencia de las visitas o en relación a aspectos sociales de los grupos de visitantes. Falk (2009) enfatiza sobre las limitaciones a la hora de observar a nuestra audiencia a través de determinados puntos de vista, sugiriéndonos otra forma más predictiva y descriptiva, la relacionada con la identidad de nuestro público.
Las propuestas y el marco de trabajo de Falk se refuerzan a través de investigaciones de tipo cualitativo, argumentando que, a medida que el aprendizaje colaborativo tiene lugar a través de procesos de creación de significado compartido, una experiencia de museo debe abordarse considerando tanto la dinámica de estos procesos como las prácticas utilizadas para llevarlos a cabo, en el contexto de una actividad conjunta.
Según Falk (2006; 2009) cada visitante, y cada ser humano, crea una rama de identidades múltiples de acuerdo con las circunstancias a las que se enfrenta. La identidad se considera situacional y receptiva, así como sensible al contexto social y físico de cada acción e interacción. Esta perspectiva sobre la identidad no es original de Falk, sino que antes otros ya la habían utilizado; de todos ellos, el más influyente fue Goffman.
Goffman (1959), consideraba que la identidad es un sentido de sí mismo que se construye a través de la interacción y, por lo tanto, una persona está equipada con una «multiplicidad de sí mismos». Bruner (1996), amplió el concepto al afirmar que la identidad se negocia a través de la interacción con los demás. y con instituciones. Además de esto, Goffman se refiere a tres etapas en las que una persona puede representar sus diferentes identidades: la etapa posterior, la frontal y la exterior. Se considera que la más privada de ellas es la etapa posterior, en la que una persona puede ser verdaderamente ella misma.
La perspectiva de Goffman ha influido, a su vez, en la literatura de museos recientes (Falk, 2006, 2009; Hooper-Greenhill, 2000; Kelly, 2007). La identidad ha sido reconocida como algo relacionado con la experiencia del museo a través de sus colecciones, investigaciones, programas y eventos públicos. Los espacios donde los visitantes confirman sus identidades se perciben como lugares relajantes y acogedores, en contraste con aquellos que pueden desafiar las creencias y percepciones que se encuentran profundamente arraigadas (Doering, 2002).
En 2002, Fienberg y Leinhardt definieron la concepción común de la identidad como un conjunto de características demográficas, entendiendo la identidad como «los tipos de conocimiento y patrones de experiencia que las personas tienen y que son relevantes a la hora de desarrollar una actividad en particular» (Fienberg y Leinhardt, 2002: 168 ) La identidad, de acuerdo con esta última definición, se entiende como «parte de un contexto social donde la prominencia de cualquier característica dada varía según los aspectos del contexto social más destacados en un momento determinado» (ibid.). Al ampliar este significado de identidad, Leinhardt y Knutson (2004: 75) concluyeron que ésta se puede medir mejor «por los detalles de cómo los grupos estaban realizando una visita en particular, específicamente por su nivel de interés, motivación y curiosidad, y por su aprecio y conocimiento experiencial».
Esta experiencia ha sido descrita por Sellars (2009). En una visita a un museo manifestó que «eso es lo sorprendente de los museos; nunca piensas en tener vidas secretas, pero las descubres cuando te encuentras frente a las exposiciones». Sellars considera que visitar un museo te acerca a lo que ya es parte de ti, tu identidad no descubierta; este argumento lo extrae de las ideas de Platón, según el cual, nuestra vida es un camino para recordar quiénes somos.
Falk (2006; 2009), afirma que cada visita a un museo es una experiencia única y efímera definida por esa persona, sus necesidades y la programación del día, en ese lugar y momento determinados. Existen múltiples identidades, internas y externas, personales y grupales, grandes y pequeñas, que reflejan cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo somos percibidos por los demás. La identidad se ve como algo estático, igual que el género, la edad o el grupo étnico; una identidad «pequeña» es más flexible, en referencia a nuestros intereses, motivaciones, etcétera.
Después de años de estudios en centros científicos, zoológicos y acuarios, Falk (2006; 2009) reconoció que, a lo largo de su investigación, no había prestado suficiente atención a uno de los pilares básicos para comprender la experiencia del museo: el de la identidad. Falk y Storksdieck (2005) intentaron acercarse y comprender la interconexión de la identidad, el aprendizaje y las motivaciones en un museo. Llevaron a cabo entrevistas posteriores a la exposición con visitantes que aceptaron ser contactados nuevamente, después de casi dos años, para descubrir cómo habían dado sentido a la exposición y qué podían recordar después de ese período de tiempo.
Identificaron cinco cualidades específicas del museo que reflejan las motivaciones de los visitantes: explorador, facilitador, profesional / aficionado, buscador de experiencias y peregrino espiritual, más tarde renombrado «recharger» (recargador), por Falk (2009).
Cada identidad refleja diferentes inquietudes para la visita:
1. Los exploradores son impulsados por una curiosidad personal, un impulso por descubrir cosas nuevas.
2. Los facilitadores visitan el museo en nombre de los intereses especiales de los demás, en cuanto a la exposición o a la temática.
3. Los buscadores de experiencias son visitantes que desean ver y experimentar un lugar como si fueran turistas.
4. Los aficionados profesionales poseen conocimientos específicos sobre el tema de una exposición y tienen objetivos específicos en mente.
5. Los recargadores buscan una experiencia contemplativa o restaurativa, para «liberar algo de presión de sus sistemas».
Cabe señalar que los tipos de agrupación social de visitantes no implican una identidad específica en todos los casos. El error más común, como señala Falk (2009), involucra a la familia. Visitar el museo como familia no significa que los miembros de este grupo, y especialmente los padres, cuidadores o adultos a cargo del mismo, pertenezcan a la categoría de facilitadores (Grupo 2). Así, por ejemplo, pueden dispersarse rápidamente, y cada uno de los miembros convertirse en un explorador individual, que aborda sus fantasías personales y se une al grupo solo al final de la visita. Las identidades cambiantes también pueden producirse durante una visita y, por lo tanto, uno puede ser un facilitador, pero también un explorador, etcétera. (Falk, 2009).
En su presentación en la conferencia de Estudios de Visitantes, en el museo V&A en enero de 2010, Falk describió «lo que sucede en el museo» como una mezcla de varios factores, incluida la agenda personal del individuo, es decir, su conocimiento, experiencia e intereses previos, cualquier interacción social que tenga lugar durante una visita, y exposiciones, objetos y etiquetas leídas. También sugirió que el éxito de los ganchos de atención para los visitantes está relacionado con la identidad; lo que un visitante encuentra interesante depende de la identidad que tenga en el día. Falk puso el ejemplo del Centro de Ciencias de California en Los Ángeles, donde la identidad más común era la del facilitador, con un 41%, seguido por el explorado con un 34%.
Falk concluyó la presentación describiendo las implicaciones que su modelo de motivación de identidad del visitante tiene para el diseño de un museo. Según él, cambiar el enfoque de la demografía hacia la motivación de la identidad no implica que los museos tengan que diseñar muchas actividades o exposiciones diferentes, sino que deben verse a sí mismos como expositores de una gama de experiencias variadas. Al comprender mejor las expectativas de su audiencia y cómo ésta percibe la institución, pueden ofrecerle mejores respuestas.
Falk nos anima a no dar por sentado el uso de las exposiciones del museo, ya que no son entidades fijas y predeterminadas, sino ‘recursos intelectuales capaces de ser experimentados y utilizados de diferentes maneras para propósitos múltiples e igualmente válidos’ (Falk 2009: 35 ). También invita a dejar de tratar a los visitantes como una categoría demográfica fija con algunas variaciones, y sí a hacerlo, en cambio, como creadores de significado activos que eligen opciones basadas en una variedad de razones y motivaciones.
Entre otros estudios importantes en esta área, se incluyen la investigación doctoral de Theano Moussouri sobre el significado familiar en los museos, y el trabajo de Doering y Pekarik (1996) en el Exploratorium. Moussouri (1997) describió seis categorías de motivaciones de los visitantes mientras realizaba su estudio en tres instituciones diferentes: educación, entretenimiento, eventos sociales, ciclo de vida, lugar y cuestiones prácticas. En el Exploratorium de San Francisco, Doering y Pekarik (1996) acuñaron el término «narrativa de entrada» para referirse a las experiencias y conocimientos previos de los visitantes, a lo que Falk y Dierking (1992; 2000) también llaman «el contexto personal». Doering y Pekarik sugirieron cuatro categorías de narrativas de entrada: experiencias objetivas, cognitivas, introspectivas y sociales. Estas narraciones de entrada dirigen tanto lo que se aprenderá como el comportamiento que surgirá durante la visita, ya que se vinculan con las percepciones y expectativas de los visitantes.
Smith y Wolf (1996) contemplan, además, tres factores principales que configuran la visita al museo: las exhibiciones, la presentación, la interpretación de la exposición, y la de los propios visitantes. Argumentan que el lugar influye en la visita, idea defendida por Babon (2006), quien sostiene que las «expectativas del lugar» de los visitantes antes de entrar a un museo dan forma a sus evaluaciones de lo que encuentran allí. Una vez más, reflejando el trabajo de Goffman (1959; 1963), estas «expectativas de lugar» se explican como comportamientos aprendidos a través de la interacción con otros en contextos específicos. Se trata de actitudes y roles que sientan la base para cualquier evaluación futura en el mismo contexto. Al ampliar aún más este argumento, la recepción y la evaluación se perciben como procesos socialmente construidos, donde los encuentros con las exposiciones son, al mismo tiempo, una recepción espontánea continua del objeto, internalizando las «expectativas de lugar» y las circunstancias sociales en cuestión.
Hasta hoy, la demografía ha sido aparentemente la forma más sólida de segmentar el público de los museos. También es posible analizarla cuantitativamente y, por lo tanto, proporcionar números que pueden contar una historia sobre los visitantes. Pero Falk (2006; 2009; 2010) argumenta que este es solo un lado de la historia.
Instituciones como el Museo Británico de Londres o el Museo de Arte de Dallas en Texas, son solo dos excelentes muestras que eligen segmentar sus audiencias, no en función de la demografía, sino creando categorías más descriptivas. El Museo de Arte de Dallas, por ejemplo, los divide en observadores, participantes, independientes y entusiastas.
Falk (2006; 2009; 2010) y los museos mencionados, han elegido metodologías bastante diferentes para segmentar sus audiencias. Las entrevistas previas o posteriores a la exposición, o utilizar cuestionarios y encuestas basadas en la web, son algunas de las herramientas metodológicas para generar grupos más descriptivos de visitantes. También se pueden emplear fragmentos de las identidades habilitadas de los visitantes, volviéndose relevantes dentro del flujo de su visita real. Estos fragmentos realizados espontáneamente se capturan en tiempo real a través de una videocámara, junto con observaciones de los no participantes.
A partir de estas actuaciones momentáneas, podemos obtener una idea de las identidades emergentes – situadas y construidas momento a momento – de nuestros visitantes. La razón subyacente de esta variación en el uso de los medios puede entenderse mejor cuando se contempla un museo como un proceso de creación de significado compartido, donde se habilitan fragmentos específicos de las identidades de los visitantes para ese día, hora y grupo específicos. Observando a los visitantes podemos tener una mejor idea de lo que hacen, dicen y cómo lo dicen, identificando sus puntos débiles o fuertes en el ejercicio de la interpretación. Cuando seamos capaces de reconocer a un grupo con una identidad determinada – cómo puede ser el facilitador -, podremos dar respuesta a sus necesidades de una manera más eficiente que la ofrecida hasta ahora.
Recursos Bibliográficos:
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