Cuando la didáctica «se acerca» a las obras de arte, museos, monumentos y, en general, a lugares culturales, toma el nombre de «educación museística», y se define como la gama de metodologías y herramientas empleadas por las instituciones del museo para hacer accesibles obras, documentos, fuentes, colecciones y exposiciones dirigidas al público en general. Del mismo modo que la didáctica abarca un campo extraordinariamente complejo, donde es difícil comprender los elementos convencionales presentes en las estructuras de la realidad y, en consecuencia, intervenir en dicha estructura mediante un desglose analítico de sus componentes, la educación que nos ofrecen los museos es necesaria para mantener un enfoque múltiple de la investigación, que permite conectar todos los elementos típicos de ese contexto museístico. Las prácticas sociales e intelectuales pasan a ser una parte integral de las instalaciones del museo, que se conciben, cada vez más, como espacios de mediación simbólica donde compartir objetos, gestos, actitudes y pensamientos.
La educación en museos – como un área específica – se convierte, por lo tanto, en un lugar de confluencia de herramientas de mediación que promueven un sistema de planificación, implementación y evaluación de acciones con una característica de interrelación simbólica. Todas esas actividades desarrollan procesos de construcción de conocimiento de manera efectiva a través de objetos patrimoniales, y utilizan dispositivos de capacitación específicos debidamente seleccionados y establecidos por educadores de museos competentes. Como resultado, el museo es reconocido como propietario de una acción de capacitación, y se transforma en un lugar educativo y didáctico completo; un espacio donde «iluminar» y satisfacer la curiosidad por la cultura y el disfrute visual; un espacio donde se promueve la libertad creativa e imaginativa, abierta a la aventura de la interpretación mediante el uso de una amplia gama de sistemas de comunicación.
La educación patrimonial puede considerarse parte de dicho contexto: una educación entendida como una actividad que, al tiempo que educa en el respeto a nuestro patrimonio histórico, establece en él un objeto de investigación e interpretación, al adoptar el punto de vista de una ciudadanía activa y responsable. Los diferentes modelos de aprendizaje y mediación han contribuido definitivamente a la función educativa del patrimonio y de los museos en un sentido más amplio, atendiendo particularmente a los visitantes y al significado que atribuyen a su propia experiencia. Sin embargo, la acción educativa para el patrimonio no consiste únicamente en comunicar los contenidos simbólicos y culturales, o en promover actuaciones destinadas a consolidar la relación entre el público y los objetos; también hace hincapié, preferentemente, en la posibilidad de reflexionar sobre la identidad del hombre y su comunidad de pertenencia, cuya herencia es toda una expresión de autenticidad. Este aspecto se contempla como la «experiencia patrimonial», que no puede considerarse únicamente como una metodología activa que apunta al conocimiento de los objetos exhibidos en lugares especialmente configurados, sino que también se concibe y se sitúa dentro de una pedagogía compleja.
Los métodos y estrategias que apliquemos en este proceso deberán garantizar la excelencia educativa, con una atención continuada a las necesidades de la comunidad; de este modo, la educación se convierte en el objetivo final de cada experiencia patrimonial, sin considerar solamente los medios a través de los cuales se lleva a cabo. En este sentido, el museo se convierte en un lugar amable y acogedor que genera una actitud de apertura hacia las personas, a través de la puesta en valor de diferentes dimensiones educativas, entre las cuales se encuentran las intelectuales, las emocionales, las éticas y las estéticas. Dicha apertura, integrada con una acción de diseño (contexto museográfico), capaz de promover los lenguajes y herramientas necesarios, permite que el museo se presente como una institución que garantiza la accesibilidad e inclusión para todos, sin excepción. Esta definición se refleja en particular en el significado etimológico del término patrimonio, que se define como: «un complejo de bienes materiales e inmateriales, de valores con orígenes más o menos lejanos, propios de una persona, una comunidad y una nación» (Zingarelli, Diccionario italiano, 2011).
Si retornamos a una primera definición de la UNESCO en 1972, el patrimonio se describe como un complejo de «pinturas monumentales, obras de arte plásticas o arquitectónicas, elementos o estructuras arqueológicas, inscripciones, cuevas y grupos de elementos de valor universal, extraordinarios desde un punto de vista histórico, punto de vista artístico o científico», donde, sobre todo, se resalta la esencia misma del patrimonio en cuanto a que es un sistema cerrado complejo de obras de arte, inamovible, de ‘valor universal’ y, en consecuencia, un patrimonio para transmitir y retener. Sin embargo, a esta definición, en 2003, la UNESCO incorpora una reflexión adicional sobre el sentido del patrimonio, como «el conjunto de prácticas, representaciones, expresiones, conocimiento, saber hacer, así como las herramientas, objetos, artefactos y espacios culturales asociados a ellos, que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos reconocen como parte de su propio patrimonio. Este patrimonio inmaterial, transmitido de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en respuesta a su entorno, a su interacción con la naturaleza y la historia». Así pues, el patrimonio se entiende como un proceso, es decir, como un conjunto de obras en desarrollo para ser «puesto en circulación», reconstruido en sus significados, reubicado en un espacio social de intercambio; o como un recurso para reflexionar, cuestionarse, conocerse, reconocerse, representarse, tener relaciones y crecer.
Por otro lado, el museo puede representar un lugar privilegiado de la investigación para los jóvenes, donde son guiados – en un principio- para usar la apariencia como una «herramienta» sensorial e intelectual necesaria para descubrir los «signos» de los mensajes comunicativos, y para, posteriormente, reflexionar e interpretar los contenidos de las obras, las exposiciones, y la evidencia de la memoria histórica de tiempos pasados y recientes. Según esa interpretación, el museo se convierte en un taller de experiencias, donde se dan cita la historia y el significado de las obras y el trabajo intelectual y sensorial de las personas, dando origen a formas originales de conocimiento. En relación con este campo específico, es urgente salvaguardar el sentido de la experiencia del museo, cuyas actividades no lo contemplan únicamente como una institución que lleva a cabo proyectos en secciones especiales dedicadas a la didáctica, sino como un organismo que opera dentro del paisaje cultural donde está ubicado. De hecho, es a través de su apertura a la sociedad como se define y toma forma, convirtiéndose así en «casa de la cultura en diálogo con la ciudad», con la perspectiva de un sistema cultural en red que, a partir de un itinerario específico, conduce al visitante a otros museos, que, a su vez, están conectados con entidades educativas locales: bibliotecas, archivos, lugares de reunión y centros de recreación.
De esta manera, la ciudad se convierte en el museo de museos, capaz de inculcar un sentido de apego y responsabilidad hacia el patrimonio por parte de todos, desde niños hasta los más mayores. Por lo tanto, la discusión en torno la relación entre museos y generaciones jóvenes va mucho más allá de la lectura de las experiencias individuales realizadas; sin embargo, es importante observar y considerar cómo debe ser la actividad específica, aquella que determinará la caracterización educativa del museo, que se convertirá en referencia para enfoques teóricos y prácticos que permitan identificar sus dimensiones educativas. Además, destaca la necesidad de definir un modelo educativo experimental de museos, tomando como punto de partida las ciencias de la pedagogía y la educación.
El papel de la audiencia en los contextos patrimoniales y museísticos es fundamental: el visitante representa un objetivo de atención prioritaria, una parte activa e integral del proceso de comunicación del museo, donde el educador desempeña un papel estratégico. El público, interactúa, reinterpreta y devuelve significado al patrimonio, que pasa de ser un conjunto desconocido, o poco conocido, a un todo que puede ser adoptado y gracias al cual el pasado y el presente se ponen en contacto y «hablan»; incuestionablemente, la audiencia se relaciona con él a través de múltiples significados e interpretaciones.
Por todo esto, el patrimonio puede convertirse en una herramienta esencial para trabajar en proyectos educativos basados, además, en el estímulo de la imaginación, para construir historias narradas a partir de los objetos. Uno de los efectos más interesantes es el de poder cambiar «el orden de las cosas» como señala Neil MacGregor en «Una historia del mundo en 100 objetos«, logrando transformar un número impresionante de elementos, que adquieren diferentes significados, incluso mucho tiempo después su creación, algo que permite a los jóvenes leer e interpretar el mundo moderno. La necesidad de poner en valor la educación artística y patrimonial dirigida principalmente a los más jóvenes- y expresada en diferentes documentos internacionales -, exige un replanteamiento de la profesionalidad educativa involucrada en diferentes contextos culturales, como museos, teatros, cines, bibliotecas y archivos, y con los que deben interactuar a diario a través de diferentes tipos de usuarios, dentro de los cuales los jóvenes juegan un papel destacado si pensamos en un futuro positivo para nuestra sociedad.
Recurso:
†Roberta Caldin, Roberto Dainese y Chiara Panciroli (2018): Didactics towards a Bottom-Up Museum Approach. International and Interdisciplinary Conference IMMAGINI? Image and Imagination.
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2 comentarios en «Didáctica de Museos y Educación Patrimonial»