Valor Actual de los Textos en Exposiciones

Valor Actual de los Textos en Exposiciones

 

La idea de que un texto pueda aportar «algo más» a la experiencia del visitante -con relación a un objeto en exposición-, forma parte de la práctica histórica de los museos. Pero¿qué significa «algo más»? Ese «algo más» podría estar determinado por las condiciones particulares de cada contexto de visualización individual: su propósito y objetivos, el tema, el perfil de la audiencia, el entorno físico de la exposición, etcétera.

Apoyándonos en afirmaciones de hace años, podemos asegurar que ha existido un amplio consenso sobre cuál era el propósito básico de un texto aplicado a un objeto (es decir, «etiqueta» o «cartela»): interpretar los objetos de manera individual (Serrell, 1983: 2). Hubo un tiempo en que se le otorgaba a cada etiqueta o cartela una enorme responsabilidad: las etiquetas «llevan la carga de hacernos sentir, oír, oler, sí, e incluso ver, lo que estamos contemplando… para abrirnos a lo que está en nuestra presencia» (Postman en Serrell, 1996: vii). Las etiquetas deben alentar a las personas a «mirar más de cerca los objetos», animarlos a percibir algo que «probablemente no habrían notado» (McManus, 2000: 109). Su función es permitir al visitante «experimentar el objeto con una mayor carga» (Schaffner 2006: 158), «ayudar a los visitantes a involucrarse más profundamente con los objetos» (Buck, 2010: 46), a «contextualizar el objeto de alguna manera -para que los visitantes sepan por qué está en exhibición-» (Ferguson, MacLulich y Ravelli 1995: 10). ¿Estamos de acuerdo? Nosotros creemos que todas estas opiniones, ya de por si antiguas, sobrevaloran el valor de las etiquetas y cartelas, y mucho más en los tiempos en los que vivimos: observar continuamente a los visitantes interactuando con las exposiciones evidencia que leer les produce fatiga, mucha fatiga.

Volviendo al campo de los museos -donde el acto de exponer se enmarca como un evento comunicacional y, por lo tanto, como un ejercicio semiótico-, el «algo más» implícito en las opiniones anteriores está claramente relacionado con el «significado» de lo expuesto; en otras palabras, los textos, si cabe, debían añadir más significado a lo que se observaba en las exposiciones. Dentro del contexto del «mandato’ cultural / educativo del museo», también se supone que la experiencia ofrecida a los visitantes debería tener algún valor acumulativo o transferible. De esto se deduce, entonces, que se puede esperar que los significados que se mostraban en los textos suponían un valor añadido, tanto a la lectura del objeto / artefacto / obra a la que hacen referencia directamente (es decir, los significados específicos de la instancia dada), como a la de otros objetos / artefactos / obras (es decir, significados que son transferibles a otros contextos). Estas transferencias a menudo se referían a las circunstancias históricas en torno a la producción (fecha), materiales y uso del objeto (por quién fue utilizado, con qué fue elaborado, quién fue el autor y por qué), e incluso añadían algo al valor del objeto (Lord, 2007; Porter, 1988). En el campo del arte, el enfoque dominante ha sido, por lo general, el del análisis visual del significado de las cualidades formales de la obra en sí misma, en términos del «mensaje» del artista y del acto de mirar (Norman, 1970; Ravelli, 1998; Schaffner, 2006)- aparte del nombre del artista, fecha, medida del cuadro y materiales para su realización-.

A partir de este patrón de especialización disciplinaria, tal como podemos comprobar en los estudios relacionados con el tema, los curadores establecían que lo primero, y más importante, era «observar los objetos», entendiendo que era la función principal de un texto de etiqueta o cartela. Cuando se trata de contenidos históricos, la redacción sitúa, comúnmente, en un primer plano a «la historia», a los actores humanos y a sus relaciones con esa historia. Otra cualidad implícita en la idea del «algo más» es que la intuición entraba en juego para construir una relación entre lo visible y lo invisible, estableciendo una conexión explícita entre las características visibles del objeto y del «algo más».

Serrel, hace ya 36 años, declaraba que el texto de la etiqueta «debe estar relacionado de manera visual y concreta con la exposición» (Serrell, 1983: 8), para a continuación proporcionar «un contexto que mejore la comprensión del objeto por parte del visitante» (Russo, 2010: 3). Schaffner (2006: 164) describía la etiqueta «ideal» en el ámbito de los museos como «un interruptor de tres vías: ver el objeto -leer la etiqueta- observar el objeto». En este intercambio ideal, las etiquetas debían ofrecer una mayor comprensión y dar una imagen más amplia de la exposición en sí. En otras palabras, existía y aún existe una opinión generalizada de que ambos elementos (algo visible + algo nuevo) han de estar presentes y relacionados para que un texto de etiqueta cumpla bien con su función. La descripción por sí sola ya no es suficiente: un texto de etiqueta debe hacer algo más que simplemente evidenciar con palabras lo que ya observamos en el objeto, artefacto u obra. Igual de inadecuado es aportar simplemente una información que no hace referencia explícita al objeto mostrado.

En resumen, podemos decir que ese «algo más» que se esperaba que aportara un texto a la experiencia del visitante hacia el objeto visualizado, era el significado que conectaba lo»visible» con lo que no lo era -el objeto específico al que se hace referencia aplicado a contextos más amplios-. Por otro lado, parece ser que la naturaleza particular de estos significados podía variar según el campo o campos en los que se enmarcara la exposición. Implícita en esta interacción estaba la expectativa de que el texto debía aumentar la comprensión del objeto, más allá de la mera observación, o de una mirada «superficial». Desde una perspectiva bernsteiniana, esta idea podría describirse como una lectura de «sentido común» del objeto, hecha sin acceso a un conocimiento especializado del campo desde el cual se presenta la exposición (Bernstein, 1996, 1999).

Como consecuencia de lo expuesto anteriormente, surgieron dos tipos de relaciones que estaban implicadas en este proceso:

  • Relaciones inter-semióticas: entre ejemplificaciones de múltiples sistemas semióticos -en el caso de un «objeto etiquetado»-, entre el objeto (que, independientemente del contexto original de producción y / o uso, se sitúa en el contexto del museo como algo semiótico visual) y los diversos textos (semiótico lingüístico).
  • Relaciones de «inter-lectura»: entre varias «lecturas» o interpretaciones del objeto expuesto. Por ejemplo: la lectura / interpretación del objeto que busca el visitante; los textos del museo, redactados con el beneficio de un conocimiento erudito en cada campo; la mejora y relectura del objeto, hecha por el visitante, en beneficio de la función del texto del museo.

De todo esto se deduce que para comprender completamente el proceso, debemos tener en cuenta ambas relaciones, además de describir sistemáticamente, con cierta delicadeza, los diversos tipos de significados que se hallan involucrados. Y aquí radica el problema: el estudio de las relaciones inter-semióticas es un campo de investigación que ha evolucionado muy rápidamente, pero presenta muchos vacíos y desafíos teóricos. Por otro lado, el análisis de las relaciones entre lecturas es, en este momento, completamente hipotético e intuitivo. Una forma de hacer que este proceso resulte más claro a la vista de todos, es modelar los diferentes elementos y relaciones involucradas. Sin embargo, un problema metodológico clave en el modelado que se ha realizado hasta la fecha es que se ha llevado a cabo, en gran medida, dentro de los estudios de visitantes, mostrando paradigmas de evaluación (por ejemplo, Falk y Dierking, 2000; Hooper-Greenhill, 1991; Leinhardt y Knutson, 2004; McManus, 1991).

Todos estos enfoques están centrados, principalmente, en el visitante- minimizando el papel del «mensaje»-, relacionándolos, en gran medida, con el comportamiento de éste y con las descripciones externas (es decir, habladas o escritas), que tienen que ver con la actividad de creación de significado, un enfoque limitado tanto en su delicadeza como en su validez. Así, por ejemplo, en su investigación, Falk y Dierking se basaban sustancialmente en el testimonio oral de los visitantes del museo, registrados antes de una visita, durante y después de la misma, utilizando intervalos tan largos de tiempo como dos años posteriores (Falk, 2009). Se llevó a cabo para explorar temas vinculados a la experiencia del visitante, al aprendizaje y, más recientemente, a la motivación y la identidad. Las evaluaciones de los visitantes se relacionan en gran medida con su valor individual (es decir, lo que el visitante dice que hizo, pensó, sintió, percibió), combinándose con lo que realmente hicieron, pensaron o percibieron, en lugar de interpretarse como una representación que puede o no estar alineada con la actualidad de esos sucesos.

De manera similar, Paulette McManus- que se halla entre los investigadores que buscaron impulsar el estudio de visitantes / evaluación de las exposiciones algo más allá-, en términos de explorar temas relacionados con el lenguaje y el significado, también se basó, mayoritariamente, en los comportamientos y en el testimonio de los visitantes (McManus, 1987, 1989, 1991, 1993, 2000). En su estudio del 2000, planteó directamente la pregunta «¿el texto alienta a las personas a mirar más de cerca los objetos? (2000: 109). En este trabajo, que formaba parte de una evaluación informativa para la remodelación de las galerías británicas en el Victoria & Albert Museum deLondres, un total de 76 visitantes fueron «invitados» a asistir a una exposición de muebles a los que acompañaban unas «pequeñas etiquetas de texto». A dichos visitantes se le comunicó que, siempre y cuando «lo encontraran interesante», podrían responder a algunas preguntas sobre lo que habían visto. Las preguntas formuladas fueron las siguientes:

  • ¿De qué se trataba la exposición?
  • ¿Cómo se la describirías a un amigo?
  • ¿Observaste primero los objetos o leíste las etiquetas?
  • ¿Hubo algo que leíste que te hizo notar un dato que probablemente no habrías tenido en cuenta?
  • ¿Fueron útiles las pequeñas etiquetas y los paneles de texto?

McManus señala que el 61% del grupo declaró que consideraba que las etiquetas de los objetos eran «útiles», y el 71% manifestó que «notaron algo que probablemente no habrían captado si no hubieran leído sobre eso». Claramente, la validez de estas afirmaciones, como indicadores de su comportamiento perceptivo y cognitivo real, están abiertas a discusión. Sin embargo, lo que resulta especialmente revelador en este estudio es que, si bien incluye los enunciados exactos de las preguntas e indicaciones hechas a los visitantes, no aparecen los textos de las «pequeñas etiquetas» que, de hecho, eran el principal objeto del estudio, una elección emblemática de la «ceguera del mensaje», algo que lamentablemente es muy común dentro del paradigma de los estudios sobre visitantes.

Desde el punto de vista erudito, referente al tema de las cartelas, la «lectura» de etiquetas es un fenómeno que se entiende que debe compartir, al menos, una parte de la composición semiótica de cada exposición. Sobre esta base, podemos observar que todos los escenarios posibles (o relaciones) entre el objeto, los textos y su visualización -por parte del visitante-, se pueden conceptualizar en términos de jerarquía de significados. Si partimos del concepto de los modelos de Falk y Dierking, la jerarquía le da una importancia determinada al mensaje y a los diversos roles que potencialmente desempeña en la experiencia del visitante. Asimismo, la jerarquía contextualiza las lecturas posibles con relación a una descripción general relacionada con la semiosis, lo que nos da idea de cómo lo verbal y otras semióticas trabajan juntas para generar sentido. También pone de manifiesto la complejidad de las relaciones y los textos involucrados, por lo que podemos ubicar con mayor claridad el objeto de estudio en cualquier trabajo de investigación, y juzgar con mayor precisión la veracidad de las afirmaciones realizadas. Todo esto está muy bien, pero sabemos que los textos en las exposiciones acabarán desapareciendo antes o después.

Lo importante es lo que se siente al leer una etiqueta, y no tanto el contenido material de su lectura. Estamos interesados ​​en las actitudes que el visitante desarrolla desde el punto de vista de la emoción a raíz de la visita, algo que, hoy por hoy, no es posible captar ni analizar. Por otro lado, la confusión en los ciclos de interacción que se producen entre los diversos textos ejemplificados y los sistemas semióticos- cada uno con un potencial distinto para generar múltiples lecturas en cada sistema, y (posiblemente) informado por el otro-, invita a reflexionar sobre cómo se lleva realmente a cabo este proceso, y cómo la noción de «lectura» se podría explicar dentro de un modelo funcional sistémico. Según lo observado por Martin (2010: 19), «leer» es una inclusión más o menos reciente (2005) en la jerarquía de instancias, que en sí misma constituye una dimensión «relativamente subdesarrollada» y «severamente subteorizada» de la teoría funcional sistémica. Imaginemos la validez de todos estos conceptos en el momento actual, en plena era de las comunicaciones digitales.

En cualquier caso, el artículo de hoy hemos intentado explicar el concepto de creación de textos aplicados al proceso de interacción que se produce entre el objeto, el texto leído y el espectador, sobre una acción de visualización de «algo» por parte de visitante para poder entender, más explícitamente, las diversas relaciones intersemióticas e «inter-lecturas» involucradas en la exposición. Esta jerarquía nos permite conceptualizar el proceso como una serie potencialmente infinita de lecturas y relecturas informadas por potenciales significados ejemplificados como «textos», en un número, también potencialmente, infinito de modos semióticos. El modelo enfoca la distinción entre «lecturas» y «textos instanciados», tanto en términos de lo que quiere comunicar el museo como lo que finalmente llega a captar el visitante. Esta distinción se argumenta a modo de crítica para permitir una interpretación más precisa de la investigación llevada a cabo dentro del paradigma de estudios de visitantes, donde los dos se combinan a menudo.

Para terminar, decir que dar forma detallada a los dos aspectos de las relaciones entre el texto (etiquetas) y el objeto visualizado, parte del concepto de que el acoplamiento de significados sobre conceptos- en varios patrones de uso de textos- crea «vectores verbales» que «motivan» la interacción inter-semiótica y que pueden ser variables. Por otro lado, esta idea se basa en concepciones sobre las relaciones inter-semióticas como una forma de mapear los tipos de significados que aportan los textos a la interacción multimodal entre visitantes y contenidos.

En cualquier caso, y resumiendo, aquel «algo más» puede seguir teniendo vigencia sobre el significado o contexto del objeto mostrado, y no necesariamente a partir de un texto en una cartela, si bien es cierto que algunos textos muy concretos aún son de gran utilidad -como en el caso de las exposiciones de ciencia y tecnología, donde existe la permanente necesidad de explicar cómo funciona una máquina o un fenómeno puntual- (MacDonald, 2002; Ripley, 1969).

Recurso:

Jennifer Blunden (2016): El lenguaje del arte en la exposición. Perspectivas lingüísticas y sociológicas sobre significado, accesibilidad y construcción de conocimiento en exposiciones de museos. Faculty of Arts and Social Sciences University of Technology. Sydney, Australia.


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