Hay dos maneras de considerar las emociones en el aprendizaje. Primera: al igual que opina Robert Zajonc, podemos contemplar las emociones y los sentimientos como una respuesta directa e inmediata al mundo o a la colección de un museo, todo ello tiene consecuencias cognitivas. Por otro lado, una de las fortalezas de las exposiciones inmersivas es la fuerte conexión emocional, generada por la integración de la experiencia en los estímulos personales del visitante. Las exposiciones inmersivas se construyen sobre «un enfoque basado en la emoción, como el desencadenante del deseo de conocer y en las sensaciones». Pero, como destaca Florence Belaën, los modelos inmersivos solo funcionan si el visitante conoce (consciente o inconscientemente) los códigos que están siendo utilizados por el museo, es decir, si la narración se revela con una mecánica conocida por él. Por lo tanto, la exposición inmersiva puede ser un modelo eficiente para desencadenar emociones que promuevan e involucren al público con el aprendizaje cognitivo. En teoría, el modelo inmersivo, desde el punto de vista de Zajonc sobre las emociones en el aprendizaje, tiene el potencial de lograr tanto el aprendizaje de la información con base afectiva como de la que es puramente cognitiva.
La segunda forma de valorar las emociones en el aprendizaje, sobre las bases propuestas por Richard Lazarus, hace referencia a que la emoción requiere un estímulo cognitivo previo que necesitamos recibir para sentir y relacionar. En ese caso, el modelo de exposición discursiva podría y debería ser ideal para crear este tipo de compromiso emocional. Como esta narrativa es paralela a la narrativa personal -se denomina autobiográfica- del visitante, el discurso de la exposición puede examinarse cognitivamente y desencadenar una emoción.
En cualquier caso, la (re)acción emocional es clave en el proceso de creación de significado y, por lo tanto, en el aprendizaje. La exposición, bien formando parte de la narrativa del visitante bien siendo percibida como una narrativa paralela, tiene un impacto emocional. Los modelos inmersivos y discursivos, a través de la creación de emociones, contribuyen a la construcción del conocimiento, de la identidad y de la realidad de los visitantes.
Aunque el aprendizaje transformador se formuló en la década de los 70 para ayudar a la reintegración de las mujeres adultas en la sociedad, es una teoría que está despertando un nuevo interés aplicada al campo de los museos, ya que la integración social se está convirtiendo en una misión cada vez más relevante en las instituciones culturales. De hecho, se ajusta a los ideales de un museo que promueva el aprendizaje a lo largo de toda la vida, de libre elección y multiplataforma. Las características esenciales del aprendizaje transformativo son la reflexión crítica (o la autorreflexión crítica) sobre los supuestos y la creación de un discurso crítico que permita al alumno conformar un mejor juicio. Si observamos aquellos aspectos que Jack Mezirow secuencia sobre el aprendizaje transformativo -considerando los cambios en la posición narrativa en exposiciones inmersivas y discursivas-, se nos revelan algunos resultados inesperados.
Mezirow describe las Diez Fases del Aprendizaje Transformativo de la siguiente manera:
Fase 1. El dilema desorientador.
Fase 2. El autoexamen con sentimientos de culpa o vergüenza.
Fase 3. La evaluación crítica de los supuestos epistémicos, socioculturales o psíquicos.
Fase 4. El reconocimiento de que el descontento de uno y el proceso de transformación son compartidos, y que otros han negociado un cambio similar.
Fase 5. La exploración de opciones para nuevos roles, relaciones y acciones.
Fase 6. La planificación de una forma de acción.
Fase 7. La adquisición de conocimientos y habilidades para implementar los planes de uno.
Fase 8. La prueba provisional de nuevos roles.
Fase 9. La creación de competencia y confianza en uno mismo en nuevos roles y relaciones.
Fase 10. La reintegración a la vida social sobre la base de las condiciones dictadas por la perspectiva de cada uno.
El aprendizaje transformativo, basado en la reflexión crítica y en las suposiciones (estados de ánimo), parece más adecuado para el impacto narrativo del modelo discursivo. La distancia reflexiva presente en la narrativa paralela creada en la exposición discursiva, es ideal en etapas como la evaluación crítica de supuestos (Fase 3), o el reconocimiento de que otros han pasado por desafíos similares (Fase 4). Sin embargo, cuando observamos más de cerca el modelo inmersivo, su impacto en la percepción narrativa de los visitantes y la construcción de la identidad, en realidad vemos que tiene el potencial de facilitar / habilitar algunas fases del aprendizaje transformador, como la creación de un dilema desorientador (Fase 1), generando espacio / tiempo para el auto-examen (Fase 2), permitiendo la exploración de opciones para nuevos roles (Fase 5), proporcionando espacio / tiempo para el intento provisional de nuevos roles, y construyendo competencia y confianza en uno mismo (Fases 8 y 9). Así pues, aunque instintivamente el modelo discursivo parece ser el que mejor se ajusta al aprendizaje transformativo que se lleve a cabo, al observar los impactos narrativos de los modelos en los visitantes queda claro que las exposiciones inmersivas son muy beneficiosas para el proceso de aprendizaje transformativo. Se trata de un aprendizaje en el que los modelos inmersivos y discursivos son, en teoría, complementarios.
La teoría de David Kolb se vuelto hecho cada vez más popular en los programas de interpretación y educación de museos (especialmente en los Países Bajos). Su teoría toma como punto de partida que existen diferentes tipos de estudiantes con ciertas preferencias en términos de estilo de aprendizaje: acomodadores (que prefieren lidiar con los sentimientos), divergentes (que prefieren sentir a partir de la observación), asimiladores (que prefieren pensar a partir de la observación) y convergentes (que prefieren actuar a partir de la observación). Sin embargo, Kolb argumenta que, a pesar de las diferencias y características de cada grupo, se deben cubrir varias etapas para que el ciclo de aprendizaje sea completo: experimentación activa (hacer), experiencia concreta (sentimiento), observación reflexiva (observación) y conceptualización abstracta (pensamiento). Si analizamos el ciclo de aprendizaje experiencial de Kolb, considerando los cambios en la postura narrativa de lo inmersivo a discursivo, vemos que los dos modelos cubren diferentes partes del ciclo de aprendizaje.
El diseño inmersivo de la exposición, al estar vinculado también a la realidad física del visitante e integrado en su narrativa personal, permite una experiencia más práctica. Este modelo de exposición abarca la experimentación activa y la concreta. El diseño discursivo de la exposición, al ofrecer una narrativa más lejana, es útil en la fase de observación reflexiva, ya que permitirá una generalización de la experiencia, conduciendo a la fase de conceptualización abstracta. Según Kolb, este ciclo debe completarse para que el aprendizaje tenga lugar. Por lo tanto, en ese sistema de aprendizaje particular, lo inmersivo y discursivo se vuelven complementarios.
Para Peter Jarvis, «todo el aprendizaje humano comienza con la disyunción, ya sea con una pregunta abierta o con un sentido de desconocimiento». Para él, lo social y la interacción son funciones clave para el aprendizaje, ya que este es tanto existencial como experiencial. En el aprendizaje de Jarvis, desde el modelo de experiencia primaria, la sensación o la disyunción son el motor que permite el aprendizaje. Tanto a la sensación como a la disyunción se les otorga la misma jerarquía como posibles desencadenantes del aprendizaje. La sensación será el catalizador en los modelos inmersivos, y la disyunción (una idea desafiante, por ejemplo) en los discursivos. Sin embargo, para Jarvis, los visitantes no pueden tener solo sensaciones: necesitan una interacción social que les habilite como aprendices. Por lo tanto, la exposición, cualquiera que sea el modelo en el que esté basada, debe proporcionar un contexto social que fomente la interacción. Los modelos inmersivos o discursivos no son, por sí mismos, más o menos capaces de crear ese contexto social, pero sí deben planificarse en el diseño de la exposición. También es interesante considerar el papel de otros (oyentes / receptores) en la producción de la narrativa. Una narrativa (y por lo tanto también la narrativa del visitante) normalmente se produce para los demás, y tiene lugar dentro de un discurso social y cultural más amplio. Así pues, debe existir una disposición entre los visitantes para compartir historias que se generen desde la exposición, o construcciones autobiográficas con algún grupo de pares. Los desarrollos recientes en las prácticas participativas han tratado de aprovechar este potencial narrativo y la interacción social potencial para mejorar la calidad del aprendizaje en los museos.
El último modelo de aprendizaje que vamos a mencionar en este artículo es la «teoría social del aprendizaje» de Étienne Wenger. Es, también, una teoría del aprendizaje basada en la experiencia social, pero sobre la idea de las «comunidades de práctica». Este concepto es independiente del tipo de experiencia; las comunidades de aprendizaje se pueden encontrar en un contexto discursivo o inmersivo. Si bien es más adecuado el modelo discursivo -con componentes básicos como el significado, la identidad, la comunidad y la práctica-, se puede implementar el tipo de aprendizaje completo-aprender haciendo, aprender como pertenecer, aprender como llegar a ser, aprender como experiencia, al menos para alguna medida, en un diseño de exposición también inmersiva. Una vez más, lo que importa es la forma en que la construcción narrativa del visitante se inserta en un contexto social. Para Wenger, «el aprendizaje ocurre en la relación entre lo social y lo individual».
Hemos mencionado que existe una diferencia significativa entre las exposiciones inmersivas y las discursivas en cuanto a la forma en que la narrativa impacta y es creada por los visitantes. También decimos que los modelos de exposición inmersivos y discursivos parecen equivalentes o complementarios por el modo en que promueven el aprendizaje. Y ya podemos afirmar, con bastante rotundidad, que un entorno de exposición híbrido, con algunas partes inmersivas y otras discursivas, parece ser el entorno ideal de aprendizaje en un museo. Esto nos lleva a hablar de los desafíos de los museos de arte: las obras de arte modernas y contemporáneas a menudo son intrínsecamente inmersivas o discursivas antes de llegar al museo. A fin de lograr una experiencia de aprendizaje óptima para los visitantes, es función (obligación) del museo crear entornos y material de apoyo que les permita moverse entre lo discursivo y lo inmersivo. Paul Ricœur, en «Life in Quest of Narrative», sostiene que una narrativa es la síntesis de elementos heterogéneos, donde tiene lugar la creación de una sola historia a partir de múltiples componentes diversos y, en ocasiones,conflictivos. Esto describe con bastante precisión el trabajo que deben hacer los museos de arte: tejer diferentes discursos e interpretaciones, así como experiencias inmersivas y discursivas.
Creemos que la teoría narrativa es una herramienta interdisciplinaria interesante e infrautilizada que puede ser aplicada a los museos, para que los visitantes realmente aprendan dentro de estas instituciones. Imaginamos que el uso de la teoría narrativa como marco para conducir la investigación de visitantes, su percepción, construcción y recuperación de narrativas, tiene un gran valor, y ayuda a los museos a comprender mejor el tipo de aprendizaje y los procesos que se producen en torno a ellos, así como a explorar nuevas perspectivas sobre dicho aprendizaje y sobre la creación de significado para nuestros visitantes.
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