El término «museo» deriva, como bien es sabido, de la palabra museion (en griego antiguo, Μουσεῖον, literalmente, templo de las musas). El Musaeum o Museo de Alejandría fue un centro que veneraba a las musas, y en el que se había dispuesto todo lo necesario para que poetas, escritores y científicos del Mundo Antiguo vivieran y trabajaran. Fue fundado por Ptolomeo I y cerrado en el año 391 por el patriarca Teófilo, que se hallaba sujeto a las órdenes del emperador Teodosio. Este Museion también es conocido como la Gran Biblioteca de Alejandría, que se estableció en el siglo III d.C. y fue el lugar de descanso final de la famosa biblioteca de Aristóteles. El museo era en realidad un lugar dedicado a las musas y al estudio, donde se impartían disciplinas nobles. Así, en sus orígenes, un museo representaba a la vez una institución de investigación, una biblioteca y una academia. Con el tiempo, el término museo se identificó directamente con un tipo de edificio. Según el Oxford Dictionary of English Language, es «un edificio utilizado como depósito para la conservación y exhibición de objetos ilustrativos de antigüedades, historia natural, arte fino e industrial». El término también se aplicaba a la colección en sí de objetos.
Aristóteles fue el primer coleccionista de libros, pero la dispersión de su biblioteca, de inspiración política, resultó ser un desastre. Fue a partir del Renacimiento cuando se reavivó el coleccionismo y «coleccionar» se convirtió en una verdadera obsesión. Se trataba, por lo general, de una manía exclusiva y selecta, pues los entendidos coleccionaban y preservaban para sí mismos, no para el público en general.
Desde la satisfacción básica del instinto del coleccionista, se produjo un avance cuando comenzó a hacerse uso de las colecciones de objetos para satisfacer las necesidades de estudio. Los museos abrían sus puertas a aquellos que buscaban al conocimiento a través de la educación. El «público general» no tuvo acceso a una colección hasta 1683, fecha en la que se fundó el Museo de Arte y Arqueología Ashmolean en Oxford. Fue entonces cuando se utilizó por primera vez la palabra «museo», en inglés, para referirse al edificio del Dr. Ashmole. Posteriormente, en 1793, se produjo un gran avance gracias a la creación del nuevo Museo Nacional del Louvre, cuya intención específica era hacer que las personas se «educasen» a través de los objetos de las colecciones. No obstante, en términos generales, el conocimiento continuó siendo la fuerza impulsora a la hora de coleccionar y el objetivo de la educación solamente quedaba implícito.
En los Estados Unidos, sin embargo, se puede percibir una sensación de aislamiento cultural en la creación de museos. La educación, como propósito, se convirtió en una fuerza impulsora fuerte y abierta, y desde entonces ha sido un componente predominante en todos sus museos.
A medida que se construían museos en el siglo XIX, las bibliotecas eran consideradas como una parte esencial de los mismos. El Museo de Boston, por ejemplo, estableció una biblioteca de referencia en 1875, y los fundadores del Museo Metropolitano de Nueva York , diseñaron una como parte del museo. El Museo Nacional Alemán, creado en 1852 en Nuremberg, estableció una biblioteca y un archivo para recopilar documentación sobre la historia del arte alemán. Uno de los propósitos fundamentales de las bibliotecas de los museos era proporcionar documentación sobre los objetos específicos de las colecciones. Se valoraban como una herramienta que brindaba apoyo al personal del museo, por lo que no eran concebidas para el público en general. De hecho, en muchos casos, conservan hoy el carácter de biblioteca privada. En aquellos museos que poseen bibliotecas con un contenido específico importante, se permite que los académicos y los conocedores participen de ellas- a modo de favor-, pudiendo obtener un acceso exclusivo en función de sus relaciones con los curadores.
Algunos museos fueron conscientes de que solo podían coleccionar y archivar físicamente una cantidad muy pequeña de objetos, y que para temas de estudio se requerían muchos más ejemplares de los que eran capaces de albergar. En estos museos, las bibliotecas se desarrollaron como extensiones de los objetos que poseían. Mientras ellos solo contaban con uno o dos ejemplares, la biblioteca recopilaba libros donde se ilustraban ejemplos de cientos de objetos más del mismo tipo.
La Biblioteca en el Victoria & Albert Museum de Londres es un claro ejemplo de ello. En 1837, el gobierno británico creó una Escuela de Diseño al considerar que en esta disciplina Gran Bretaña era inferior a otros países. La escuela tenía como objetivo educar a los artesanos de todas las maestrías, para lo cual recopilaba, además de moldes de yeso de objetos, diferentes libros ilustrados. De hecho, estos libros fueron considerados de tal importancia, que el primer miembro del personal de la Escuela de Diseño fue designado bibliotecario. Su trabajo consistía en adquirir libros que ilustraran ejemplos de objetos bien diseñados.
Para comprender mejor la importancia del papel de las bibliotecas en los museos, es necesario tener en cuenta las funciones explícitas e implícitas de estos. En un nivel riguroso, diríamos que un museo es un banco de memoria colectiva, sobre logros humanos, que se muestran a través de una colección de objetos. Por lo tanto, de una manera básica, podríamos decir que su función es garantizar que dichos objetos sobrevivan. A partir de aquí, se trata de mostrarlos al público a fin de que la conciencia humana continúe incorporando estos logros en sus conocimientos. Los funcionarios del museo llevan a cabo múltiples acciones para conseguir estos objetivos: Un objeto debe ser interpretado para los diferentes públicos de un museo; el objeto debe conservarse y mostrarse, y las cuestiones que surgen en torno a él deben responderse. La pregunta sería ¿qué papel juega la biblioteca del museo en todo esto?
Las bibliotecas de los museos han de apoyar la investigación sobre el objeto y su contexto; sobre las metodologías de conservación de los objetos; y finalmente deben complementar los trabajos relacionados con la exhibición del objeto. La base de este apoyo a la investigación radica en la recopilación de documentación bibliográfica. Dado que las bibliotecas de los museos sustentan los estudios relacionados con una colección específica de objetos, desarrollan materiales de investigación de manera única y exclusiva. Son ellas las que proporcionan el contexto dentro del cual se podrá analizar, documentar e interpretar la colección. Por lo tanto, el acceso del público podría complementar su experiencia, permitiéndole observar y estudiar cada objeto, y contar con información impresa sobre el mismo, así como sobre otros objetos relacionados que no se hallen expuestos. En la biblioteca, el público puede encontrar, además, información relacionada con la creación del objeto, obras del mismo artista, diseñador o artesano, otros trabajos de la época y del entorno, o simplemente información de fondo sobre el período y la localidad; en otras palabras: su contexto. La biblioteca del museo compensa así las limitaciones inevitables del museo, y los visitantes saben que podrán encontrar información más detallada sobre la colección en su biblioteca. También podrán hallar datos sobre la funcionalidad del museo y sobre las colecciones y exposiciones de otros. Así pues, dado que la biblioteca proporciona un nicho para colecciones especiales de material relacionado, mejoran, amplifican y enriquecen la función del museo.
Por otro lado, existen tipos específicos de publicaciones que se muestran de una manera diferente en las bibliotecas de museos que en el resto de bibliotecas. En las de los museos, se recogen específicamente catálogos de colecciones permanentes de otros museos, catálogos de exposiciones o galerías, y catálogos de casas de subastas. Comparando con las universitarias y públicas, las bibliotecas de museos recopilan en profundidad los catálogos de otros museos y exposiciones, estableciendo redes elaboradas que garantizan una mayor adquisición, ya que la mayoría de esos catálogos no se pueden encontrar en las librerías de la calle. Las bibliotecas de los museos cuentan, por tanto, con documentos que normalmente no aparecen en las bibliotecas nacionales, adquiriendo un papel importante en la memoria de la nación. En lo que respecta a los catálogos de casas de subastas, son esenciales para rastrear la historia y, por lo tanto, la autenticidad del objeto. El detalle con el que las bibliotecas de los museos analizan los catálogos de casas de subastas y exposiciones es muy superior al desempeño en una biblioteca nacional. Así, por ejemplo, como si de una economía de escala se tratara, la Biblioteca Británica puede gestionar los catálogos de exposiciones para una galería de arte específica con tan solo una entrada de catálogo que establezca que BL posee catálogos de exposiciones para esta galería. En una biblioteca de museos, estos catálogos normalmente se describen individual y detalladamente.
No obstante, la calidad de la biblioteca, y especialmente de su colección, depende en gran medida de la estrecha cooperación entre bibliotecario, curadores y museólogos. Los curadores y museólogos a menudo piensan que los bibliotecarios atienden a demasiado al público, y están muy ocupados como para dedicar parte de su tiempo a las adquisiciones de las bibliotecas. Existen museos cuyas bibliotecas disponen de funcionarios de enlace con los departamentos curatoriales, así como con los departamentos de educación, conservación e investigación. Los curadores y otros departamentos interesados, siguiendo esta dinámica de colaboración, también designan a sus profesionales de enlace, personas que se reúnen en intervalos regulares de tiempo. Durante estas reuniones, se discuten los desarrollos en la biblioteca y en los departamentos de enlace, intentando centrar la recopilación bibliográfica dirigida al trabajo en los diferentes departamentos. De vez en cuando, podemos encontrarnos con un curador muy entusiasta, especialmente preocupado por construir una sección concreta para la colección de una biblioteca. Un ejemplo de ello podría ser una colección de material sobre Frank Lloyd Wright. Supongamos que un curador recibe la tarea de desarrollar una sala especial sobre Frank Lloyd Wright en un museo. Para ello, se obliga a buscar cada palabra impresa sobre el artista. Revisa las colecciones de su museo y descubre que la bibliografía responde a una colección muy general y que se necesita mucho más que eso. Puede, por ejemplo, ponerse en contacto con librerías de segunda mano, varios agentes, etcétera, tratando de encontrar encontrar material suficiente y singular para el museo y su exposición. Como resultado del entusiasmo desarrollado durante un período de 2 o 3 años, se amplía la colección de Frank Lloyd Wright de forma exponencial. Este patrón del curador con vocación bibliográfica se repite en muchos museos.
La clave para obtener una colaboración radica en que el bibliotecario puede ayudar al curador y al museólogo a satisfacer sus necesidades adecuadamente, y esto se puede hacer principalmente mediante relaciones cara a cara. Los bibliotecarios no deben sentarse y esperar a que llegue el curador y/o museólogo, sino que han de ser ellos los que salgan a su encuentro y establezcan una comunicación activa. Los curadores más entusiastas acudirán a la biblioteca. El gestor principal del museo también tiene mucho que decir acerca de las buenas relaciones entre el bibliotecario y el curador/museólogo. Los curadores y demás profesionales del museo pueden considerar a la biblioteca como un aliado fundamental para su investigación, al margen de sus propias bibliotecas departamentales. Un profesional de los museos y un bibliotecario aportan habilidades diferentes en beneficio del museo en general, y solo con el apoyo activo de la alta dirección- desde el director, hacia abajo-, puede tener éxito la colaboración. Si el bibliotecario aún no lo ha hecho, su primera tarea consistirá en convencer al director del museo de la importancia de la biblioteca y de establecer buenas relaciones con el resto de los profesionales.
Si un museo no dispone de una biblioteca o, al menos, un bibliotecario, ¿a quién acudirá el personal del museo cuando necesite obtener información para desempeñar su trabajo? Aun en el caso de que un museo no pueda permitirse el lujo de hacerse con una buena colección de libros, al menos debería contar con un bibliotecario provisto de teléfono y conexión a Internet, además de una colección de referencia muy pequeña, algo necesario para apoyar el trabajo de los profesionales del museo.
Las bibliotecas de los museos se ven y valoran a sí mismas como parte de un entorno de información dentro de ellos. Un investigador puede ser también dirigido -ante la necesidad de obtener información- desde la biblioteca a una oficina donde estén compilando un inventario de datos, o al archivo de fotos. Pero la biblioteca será el punto de apoyo desde el que comience su investigación. En la biblioteca existe un reconocimiento de servicio público, por lo que es más probable que el investigador sea guiado o ayudado en la formulación de un itinerario de estudio a través del entorno de información del museo. Es el personal de la biblioteca es el que tiene la idea más clara de la relación entre las partes y el todo.
En el pasado, los museos han servido ampliamente a una clientela muy variada, sin embargo, hoy las demandas están cambiando y se necesita «mucho más» para atender al público en general. Un servicio de información eficiente aporta, sin duda, brillo a la reputación del museo.
RECURSO PARA ESCRIBIR ESTE ARTÍCULO:
Jan van der Wateren (1999): The importante of museum librarles. National Art Library Victoria & Albert Museum. South Kensington, Londres.

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