Los espacios de creación (Makerspaces), también conocidos como Fab Labs, son una de las manifestaciones más visibles de un movimiento cultural y creativo que se va consolidando día a día. Estos espacios proporcionan instalaciones comunes en una zona de acceso abierto, permitiendo la entrada de recursos y dinámicas artesanales, como la fabricación digital y electrónica – actividades aclamadas colectivamente como una revolución dentro de un contexto creativo y de producción individual – A medida que la creación digital se va afianzando en la conciencia pública, los espacios de fabricación reducen drásticamente las barreras, permitiendo que cualquiera pueda crear sus propias soluciones, o incluso diseñar y comercializar productos en el mercado. Inicialmente, surgieron de las universidades, pero hoy en día podemos encontrar espacios makers por todas partes: garajes, centros comunitarios, escuelas, museos y bibliotecas.
Al igual que ocurre con la mayoría de las innovaciones, el acceso a los beneficios de las instalaciones de makerspaces se distribuye de manera desigual. Aunque los espacios de fabricación deben estar abiertos a todos, por principio, muchos de los que hacen uso de estas instalaciones ya tienen experiencia técnica o creativa y una gran proporción son hombres con formación tecnológica y nivel económico alto. Numerosos espacios makers han surgido de los clubes de software existentes, que están administrados por programadores y reflejan la demografía e idiosincrasia de estos grupos. Pero nuestra reflexión considera muy importantes los beneficios potenciales que los espacios de fabricación pueden ofrecer al público en general, así como los desafíos a los que nos podríamos enfrentar para hacer de este concepto una realidad no solo para privilegiados. En un principio, la atención se centró en personas con discapacidad y en cómo éstas podían hacer uso de espacios de fabricación para su propio beneficio. Si bien existen muchos beneficios respecto al uso de tecnologías de asistencia de bricolaje para personas discapacitadas, buscamos prestaciones más amplias, que incluyan , por ejemplo, el bienestar y el espíritu empresarial para pequeñas comunidades.
Al examinar el uso de los espacios de creación ya existentes y sus actividades de divulgación, descubrimos que los posibles elementos de valor para las personas con discapacidad lo son también para otros grupos más amplios que muestran interés por este tipo de instalaciones. Se trata de espacios que tienen mucho que ofrecer a las comunidades en las que se encuentran, sean las que sean. Este es un hallazgo que no sorprendería a los organizadores del propio espacio de trabajo. En casi todos los espacios que conocemos, el compromiso de la comunidad fue siempre la inspiración principal para que funcionara. Sin embargo, para los que trabajan en otras organizaciones comunitarias o que investigan la combinación entre tecnología y comunidad, estas conclusiones revelan nuevos recursos que se pueden aprovechar para apoyar a todo tipo de comunidades.
Para comenzar, suscribimos que la definición de makerspace es la de «un taller abierto a todos con diferentes herramientas y equipos, donde las personas pueden acudir de forma independiente para crear y fabricar algo». Estos makerspaces pueden ser, desde espacios increíblemente pequeños que atienden principalmente a una comunidad de entusiastas de algo, hasta grandes espacios que proporcionan ciertos servicios comerciales. Sus actividades abarcan desde la fabricación de artesanías tradicionales hasta la creación de hardware y software. Podríamos describir como «múltiples» las diferentes maneras en las que los espacios de los creadores pueden ser útiles a su comunidad. Sobre la base de esas experiencias, existen muchos modelos que ponen en valor estos espacios de trabajo comunitario para atender a un público muy amplio.
Los espacios de los creadores juegan varios roles en la vida pública y cuentan con un enorme éxito y poder de convocatoria. Uno de los inconvenientes de ese éxito, es que algunos de los espacios necesitan urgentemente una agenda de organización para que los equipos digitales y de fabricación puedan estar disponibles para la mayor cantidad de gente posible. Lo que está claro, al margen de los embotellamientos, es que los espacios creativos han logrado marcar una diferencia notable y vital en sus comunidades. El éxito de estos emprendimientos nos lleva a plantear si los espacios de creación deberían tomar una postura más activa en la creación de cambios positivos en las comunidades, a pesar de la dificultad inherente que suelen tener en sus comienzos.
Una posible forma de resolver esta dificultad es concentrando esfuerzos para conectar los espacios de creación con aquellos miembros de la comunidad que están suficientemente motivados y disponen de capacidad para promoverlos y mantenerlos. En general, este tipo de personas, muy activas, siempre demuestran entusiasmo a la hora de abordar los problemas que los visitantes del espacio creativo plantean.
Todo esto puede convertirse en un auténtico desafío, especialmente en áreas donde los potenciales creativos de su comunidad no están familiarizados con esta clase de espacios, pero con los cuales hay que involucrarse, llegando a ser muy motivador para todas las partes. Se podría conectar, así, a los fabricantes con las comunidades locales, planteando, incluso, iniciativas nacionales o estableciendo redes internacionales. Una referencia que nos permite ver lo que está ocurriendo actualmente en los espacios de creación, es la comunidad de fabricantes de E-Nable, donde trabajan todos juntos con personas discapacitadas para producir soluciones protésicas.
Existen, además, riesgos como que los miembros de un espacio de creación determinado se vean sometidos a presión para ofrecer soluciones profesionales, cuando realmente se trata de aficionados: «hay que trabajar sin plazos ni estrés», dijo un miembro de un espacio de este tipo. En cualquier caso, la apertura de estos espacios de comunicación social presenta un gran número de oportunidades tanto para las personas que participan en ellos como para sus comunidades.
Está claro que los espacios de creación no deben valorarse como la última novedad de la política social comunitaria, o como el dominio exclusivo de los tecnólogos, sino que han de tomarse muy en serio en cuanto a recurso para las comunidades. Aún quedan barreras que traspasar si se quiere aprovechar todo este potencial. En particular, el trabajo futuro podría centrarse en derribar esas barreras que impiden que las personas, que de otro modo podrían estar interesadas en utilizar los espacios de creación, realmente lo hagan. Si bien las motivaciones de los usuarios que hacen posibles los makerspaces van siempre encaminadas a producir cosas buenas, el hecho de que no se generen lo suficientemente demuestra que se trata de un problema complejo que merece una mayor atención.
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Fotografía principal: Fubiz