El conocimiento de las culturas tradicionales es un elemento importante del patrimonio intelectual y cultural de los pueblos indígenas y para el resto del mundo. Este conocimiento refleja su identidad social e histórica y contribuye significativamente al bienestar futuro y al desarrollo sostenible de esos pueblos. Desde 1980, el debate sobre cuestiones relacionadas con los pueblos indígenas promovidas por diversos organismos de las Naciones Unidas, se centra cada vez más en la idea del conocimiento tradicional (denominado «conocimientos tradicionales, CC.TT.»). Este reconocimiento internacional de los CC.TT., es comparativamente reciente, si se considera que el estudio formal de este tema que en realidad comenzó en la segunda mitad del siglo XIX.
Los cambios en la economía mundial y el clima político internacional después de la Segunda Guerra Mundial jugaron un papel importante en el reconocimiento del valor económico, cultural y político del conocimiento tradicional a nivel internacional. Influyeron, al menos, tres aspectos en este reconocimiento. En la década de 1970, a medida que la creciente economía mundial se hacía más dependiente de la aplicación del conocimiento y la tecnología, a diferencia del trabajo y el capital, el «potencial de información» del conocimiento indígena recibió un mayor reconocimiento. Ese reconocimiento de la importancia de los CC.TT. como un aspecto intangible del patrimonio cultural/intelectual, se remonta a los años sesenta y setenta. Durante este período, el conocimiento tradicional indígena se reflejará en discusiones relacionadas con la protección/preservación de los «bienes culturales intangibles» en beneficio del estado y/o la humanidad. Finalmente, el potencial «político» del conocimiento indígena, o más concretamente, su promesa de lo que Waziyatawin Angela Wilson denominó «empoderamiento indígena», surgió con el crecimiento del movimiento por los derechos humanos. El consecuente aumento de la política internacional indígena puso de manifiesto las reivindicaciones de los pueblos indígenas para restablecer su reconocimiento como patrimonio intelectual/cultural en el mundo, como un recurso de conocimiento legítimo y como una base única para defender y poner en valor la identidad indígena en una sociedad global cada vez más multicultural. En este contexto, las percepciones de las diferentes sociedades sobre el conocimiento indígena dependían de las visiones «coloniales» del saber histórico y de la forma de difundir este conocimiento por los propios pueblos indígenas.
Estos pueblos, como describió el destacado jurista James Anaya, son «descendientes vivos de habitantes que vivían antes de la invasión en tierras ahora dominadas por otros». Esta definición sugiere que el factor de dominación es esencial para poder entender hoy las condiciones de vida de los pueblos indígenas, así como nuestras percepciones acerca de ellos. La historia sobre el concepto de «indigenismo» demuestra cómo la presión política y económica hacia estos grupos influyó en la formación de un concepto sobre ellos como comunidades e individuos esencialmente diferentes y distantes de aquellos que se «adaptaron a la conyuntura moderna».
En el contexto poscolonial, la indigenidad siguió siendo una característica que pretendía definir un estado social inferior y temporal de los pueblos, ahora entendido como aquellos territorios pertenecientes a sus respectivos estados. Dicha característica no mostraba las condiciones reales de vida de las sociedades indígenas, unas condiciones que diferían significativamente en todo el mundo y, en muchos casos, incluso dentro de un mismo país. La teoría propuesta más tarde de que todos los pueblos poscoloniales eran igualmente víctimas de los regímenes coloniales, y que debería considerárseles uniformemente como indígenas, solo realzó el carácter abstracto del término «indigenismo» (a un paso del término «indigente»).
La revisión moderna del concepto de indigenidad enfatiza la diferencia cultural de los grupos indígenas respecto de las estructuras sociales y políticas dominantes de los estados nacionales dentro de los cuales están ubicados. Las diversas formas de entornos sociales indígenas ya no se perciben como una anormalidad que tiende a desaparecer, sino más bien como una parte esencial dentro del tesoro de la diversidad intelectual y cultural del mundo. Los pueblos indígenas siguen siendo parte de sus estados y, por su ubicación, están sujetos a las influencias políticas y económicas de los mismos. No obstante, las normas de tratamiento internacionalmente reconocidas para las sociedades indígenas – la principal es la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas – hacen hincapié en el derecho de estos pueblos a controlar y mantener sus diferencias sociales y culturales, viviendo de acuerdo con sus propias formas de vida históricamente desarrolladas.
A pesar de todos los avances, los patrones históricos en el discurso sobre los pueblos indígenas continúan manteniendo una disonancia entre lo que son ideas abstractas generadas por la categoría jurídica funcional de «pueblos indígenas» y las realidades contrastantes de la vida indígena cotidiana. La percepción de indigenidad ha sido el resultado de las relaciones entre los miembros de la comunidad internacional en sus intentos de resolver problemas relacionados con las poblaciones dependientes. Esa percepción ha evolucionando con el tiempo, reflejando cambios en el entorno político, pero la tendencia a ignorar las diferencias en historias, condiciones ambientales, entornos políticos y circunstancias económicas de las comunidades indígenas de todo el mundo, continúa influyendo en el conocimiento de quiénes son los pueblos indígenas y cómo es su vida en el día a día.
Como grupos dependientes, los pueblos indígenas fueron definidos por sus propios estados como territorios subdesarrollados social y económicamente, hacia los cuales había que poner en marcha diferentes políticas de protección. Algunas poblaciones ganaron relevancia (y, dentro de los valores de la comunidad internacional, un grado de legitimidad) como pueblos indígenas, en ocasiones con la ayuda e intercesión de la comunidad internacional, sin conexión con la naturaleza real de las comunidades de las cuales aparentemente aquella legitimidad había surgido. Al «marcar» a estas poblaciones sometidas como entidades históricamente desarrolladas de forma distinta que necesitaban ser protegidas, los estados-nación inevitablemente han promovido un enfoque «integracionista» común para todas estas comunidades ampliamente diferentes. Los estados han justificado esta estrategia como una forma de mejorar las condiciones en las que viven los pueblos. Sin embargo, posiblemente con buenas intenciones, este enfoque tiende a ignorar el hecho de que los problemas que los cambios intentan abordar son el resultado de unas circunstancias históricas muy diferentes a las del resto de la sociedad y, por lo tanto, requieren del estudio de múltiples soluciones. Las poblaciones indígenas «desfavorecidas», «pobres» y «vulnerables» continúan siendo objeto de protección, y son valoradas como incapaces de sobrevivir por sí mismas. Las tendencias de salvaguardia con respecto al conocimiento tradicional indígena son, por lo tanto, solo una expresión reinventada de la misión proteccionista establecida ya en el siglo XIX.
Por otro lado, la desaparición de las culturas y lenguas indígenas continúa siendo un gran problema. Sin embargo, la solución a este problema no debe ser la puesta en marcha de medidas de rescate para salvar las reliquias o vestigios de las culturas en riesgo de desaparición, aquellas que siguen siendo de interés artístico, científico, histórico o económico para sus países. Cuando hablamos de la salvaguarda de la cultura tradicional y el conocimiento indígena, nos referimos al mantenimiento de las relaciones entre personas concretas, dentro de las cuales surgen y se mantienen las tradiciones, ideas y pensamientos. Dichas relaciones cambian constantemente y determinan la forma en que estas personas, como individuos y como grupos, perciben el mundo, interpretan su entorno y moldean sus vidas. Cuando abordamos el tema de los derechos, hablamos de oportunidades económicas y condiciones políticas dentro de las cuales hombres, mujeres y niños, pertenecientes a estas comunidades, pueden desarrollar todo su potencial. A pesar de los avances del movimiento indígena, estas comunidades continúan siendo territorios dentro de sus estados y, como territorios, están esencialmente definidos y determinados por la política y características económicas de los mismos. La razón por la que las culturas indígenas se enfrentan a los peligros de su desaparición no radica en su naturaleza tradicional que ,debido a las «leyes de la historia», las ha expuesto a la extinción en el mundo moderno, sino en el simple hecho de que los individuos indígenas, en las diferentes partes del mundo, se hallan unidos por la falta de oportunidades para participar en los procesos de toma de decisiones relacionados con sus propias comunidades. Incluso los políticos indígenas, algunos en la vanguardia del movimiento indígena de derechos humanos, dependen a menudo económicamente de los ingresos de sus empleos obtenidos políticamente. Esto limita sus acciones y, a veces, los convierte en meros servidores controlados por las principales asociaciones políticas nacionales e internacionales.
Las dificultades económicas, políticas y culturales a las que se enfrentan los indígenas no se derivan de su condición de víctimas, sino de sus propias condiciones de vida. Si queremos hablar del conocimiento de los individuos indígenas, de la forma en que estructuran su pensamiento, debemos rechazar antes las políticas «estandarizadas» que actualmente vienen impuestas a las comunidades indígenas por las representaciones políticas y académicas a priori de los pueblos indígenas. Debemos descartar, asimismo, la necesidad de construir una definición acordada sobre las culturas tradicionales, y reconocer que si intentamos conceptualizar bajo una definición simplista este universo social cambiante, inevitablemente nos iremos alejando de los objetivos que estamos tratando de lograr. Tenemos que comenzar alejándonos de la creación de un concepto sobre procesos y formas de «conocimiento indígena» como algo que ha de protegerse mediante las leyes, y comprender las condiciones de vida concretas de determinadas comunidades y naciones. También debemos reconocer que las leyes que existen actualmente para proteger los individuos indígenas y sus creaciones intelectuales son el producto de un desarrollo histórico particular que tuvo lugar fuera de sus comunidades y creado por burócratas. Solo cuando dejemos la burocracia política de lado podremos tomar conciencia de la complejidad y el alcance de nuestras tareas que, a pesar de todos los misterios que las rodean, afrontan problemas que son muy reales, y muy diferentes de lo que se piensa de ellos en la actualidad.
Recurso bibliográfico:
Traditional Knowledge & Indigenous People. Editado por Ulia Popova-Gosart. L’auravetl’an Information & Education Network of Indigenous Peoples (2007).
Fotografía principal: El País
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