Las exposiciones de arte tienen una larga y compleja historia, siempre evolucionando con las demandas permanentemente cambiantes de la sociedad y desafiando al mismo tiempo esas demandas. Las exposiciones actúan como catalizadores entre el arte y las ideas del público; representan una forma de exhibir y contextualizar el arte que lo hace relevante y accesible al público contemporáneo. La exposición de arte, por su naturaleza, es un reflejo de la sociedad, representando sus intereses e inquietudes y desafiando al mismo tiempo sus ideologías y prejuicios hacia la creación artística. Mantener el arte en un plano relevante para la sociedad y para un público diverso, en cualquier estadio de la historia, es uno de los objetivos principales de las exposiciones y una de las razones importantes para comprender y difundir la Historia del Arte.
Las exposiciones de arte se desenvuelven sobre territorios delicados pero, al mismo tiempo, firmes. Como entidades indefinidas pero autosuficientes que son, pueden adquirir múltiples identidades. «Las exposiciones están estratégicamente ubicadas en el cruce donde se encuentran los artistas, su trabajo, la institución artística y públicos muy diferentes». En última instancia, si se asocian con una institución más grande, las exposiciones pueden asumir la tremenda responsabilidad de promover los objetivos de dicha institución, aportando visitantes y/o ingresos. Pero su independencia relativa también permite que sean utilizadas como plataformas para la experimentación, desafiando lo convencional en busca de una nueva ideología que mejor se adapte a las necesidades de una sociedad contemporánea.
Los siglos XVIII y XIX fueron testigos de la aparición de la exposición de arte y de la crítica de arte como mediadores primarios entre el artista europeo y su público. Esto fue probablemente fruto de «un cambio en la relación del público con la pintura, la escultura y el papel del propio artista» (Holt, 9). Los antiguos artistas griegos y romanos expusieron sus obras antes de que fueran instaladas en edificios públicos, aunque la obra era vista como una ofrenda a deidades más que como arte independiente. Esto siguió siendo así durante la Edad Media, cuando la mayor parte de la producción artística anónima era para la iglesia. Más tarde, en el siglo XVI, los artistas comenzaron a poner nombre a su trabajo, creando obras que reflejaban su estética individual, como artistas individuales. En el siglo XVII, las exposiciones de arte se celebraban en capitales consideradas «artísticas», como Roma, Venecia y Florencia, junto con celebraciones religiosas, y fue durante este tiempo cuando los artistas se dieron cuenta de que podían utilizar esas exposiciones para ayudar a reafirmar su propia reputación.
Muy pronto se fundaron academias de bellas artes que organizaban exposiciones en recintos reales, permitiendo a los artistas alejarse de los asuntos puramente religiosos para centrarse en asuntos seculares. La academia más antigua de Europa, la Accademia delle Arti del Disegno en Florencia, fue fundada en 1563. Esta institución italiana se clonó literalmente en Francia en 1648, con la creación de L’Académie de Peinture et de Sculpture en Paris, responsable del programa educativo del estado en bellas artes. Su primera exposición se celebró en 1667, exclusivamente para la sociedad de la corte, pero hacia 1725 la exposición se trasladó al Louvre, abriéndose a todos los públicos con el nombre de «Salón». Parte del papel del salón era realzar la imagen de la soberanía nacional encarnada en la monarquía, que también dictaba muchas reglas y formalidades, bajo las cuales la Academia elegía las obras para la exposición. Antes de 1748, la Academia estaba compuesta exclusivamente por obras de artistas franceses, pero eso se acabó con la muerte de Luis XIV, cuando el Salón se convirtió entonces en una plataforma internacional. Las academias y las exposiciones que iban surgiendo gradualmente se abrieron en otros países, y en 1790 había más de cien abiertas al público. La importancia de estas primeras academias residía en el increíble poder que ejercían sobre el arte, supervisando la instrucción de las bellas artes y, por lo tanto, comunicando un determinado estilo artístico a la sociedad a partir de las exposiciones del trabajo de sus miembros. Su influencia abrumadora era sobre todo muy visible en Francia.
La Era de la Ilustración y la Revolución Francesa (1789) provocaron la liberalización y ruptura de los patrones sociales del siglo XVIII. Esto tuvo un impacto significativo en el mundo del arte europeo del siglo XIX. El Salón, el que mencionábamos anteriormente de París, ahora estaba abierto a cualquier artista que quisiera presentar trabajos para el análisis y consideración (crítica). Después de 1815, se produjo un aumento en el número de presentaciones, cuando «los artistas tomaron conciencia del valor de la exposición para sí mismos y su papel en la determinación del gusto y del estilo» (Holt, 10). Esta conciencia recién descubierta provocó un gran aumento de las exposiciones individuales de artistas, con la consecuencia de que acabaron derivando en un formato de exhibición para expresar ideas políticas o estéticas, o ambas.
Finalmente, la exposición específica de estilo tipo «Salón» desapareció, y en 1900 dejó de existir. Ya debilitadas en los tiempos del Salon des Refusés de 1863, las exposiciones impresionistas llegaron a partir de 1874 y hasta 1890, cuando la Société Nationale des Beaux-Arts creó su propio salón. «Los Salones se habían constituido durante tanto tiempo en forma de escaparate verdaderamente universal del arte contemporáneo tanto extranjero como francés» (Elizabeth Gilmore Holt, The Expanding World of Art: 1874-1902), pero su papel se llevó a cabo de diferentes maneras a través de una nueva era de exposiciones que evolucionaron para satisfacer y desafiar las demandas producidas a partir de la transformación de la sociedad.
Las exposiciones continuarán desafiando lo convencional, revelándose contra los museos sacralizados. Al igual que las Academias del pasado, el museo, como institución, representa la institución jerárquica de las bellas artes ante la sociedad, el dictador del «buen gusto» y de las «reglas». Las exposiciones, sin embargo, como entidades temporales y relativamente independientes, son las representantes de los foros públicos de diálogo y de cambio. Fue con la organización de exposiciones alternativas cuando los artistas empezaron a ser capaces de desafiar las reglas de la Academia, algo que sigue siendo así, con la organización de exposiciones temporales anidadas en el concepto de que las normas tradicionales y las convenciones pueden ser cuestionados siempre, generando toda clase de alternativas.
Por otro lado, la instalación del arte en las galerías, a lo largo de la historia, ha experimentado numerosos cambios. De los siglos XV al XIX, se utilizó un método cuantitativo de colección, que condujo a que las galerías se cubrieran de suelo a techo con obras de arte. En el siglo XIX, la evocación de un lugar o ambiente que habitualmente pertenecía a la burguesía, o al museo, era muy importante; desde los salones parisinos hasta las «World Fairs» y la Bienal de Venecia, «la instalación era decididamente un proceso ornamental e ilustrativo» (Ressa Greenberg, Bruce W. Ferguson, and Sandy Nairne: Thinking About Exhibitions (London: Routledge, 1996)). La instalación de la exposición de esta época se refería principalmente a una dirección o situación particular, anclada en la tradición de la pintura clásica en la que el ambiente era ceremonial, casi sagrado, con marcos ornamentados y exuberantes interiores para «exponer los objetos con preciosidad» (Greenberg, Ferguson, y Nairne, 374.).
El objetivo de este método expositivo era hacer que los objetos fueran vistos para ser comprados, y que el visitante de la galería observara el conjunto en lugar de interpretarlo. Con la inauguración de la primera Feria Mundial, este método se refinó, y se puso de nuevo énfasis en el trabajo individual y en la articulación lineal de las obras de arte. Es a mediados del siglo XIX cuando se produce «el establecimiento de una relación de conexión entre las diversas obras expuestas» (Greenberg, Ferguson, and Nairne, 374) y, con ella, los inicios de la exposición como obra de arte en su conjunto.
La función y la ideología de las exposiciones de arte es un tema relativamente nuevo en la bibliografía histórica, que comienza a ser explorado en cuanto a su papel social y artístico. La noción de que «las exposiciones se han convertido en el medio a través del cual se conoce la mayoría del arte» y «establecen y administran los significados culturales del arte» (Greenberg, Ferguson, and Nairne, 2) habla de la naturaleza misma de la exposición de arte, que merece una exploración profunda. Su temporalidad, su forma narrativa y su capacidad de expresar un punto de vista, son componentes de su propia naturaleza. Al presentar el arte al público de una manera estratégica y organizada, a menudo a partir de una historia y el planteamiento de preguntas que provocan que el espectador reflexione, la exposición sirve como una forma de contextualización para el arte. Esta noción de exposición como medio mismo de expresión, como una obra de arte autónoma que transmite conocimiento y desafíos, es actualmente una realidad incuestionable.
RECURSO:
Cline, Anna C. (2012): Evolving Role of the Exhibition and its Impact on Art and Culture. Senior eses, Trinity College, Hartford, CT 2012. Trinity College Digital Repository, h p://digitalrepository.trincoll.edu/theses/267.
Foto principal: Instalación de Gabriel Dawe
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