Un ecomuseo es un instrumento que, tanto el poder político como la población, conciben, fabrican y explotan conjuntamente. El poder, con los expertos, las instalaciones y los recursos que pone a disposición; la población, según sus aspiraciones, sus conocimientos y su idiosincracia.
Un espejo en el que la población se contempla para reconocerse, donde busca la explicación del territorio en el que está enraizada y en el que se sucedieron todos los pueblos que la precedieron, en la continuidad o discontinuidad de las generaciones. Un espejo que la población ofrece a sus huéspedes para hacerse entender mejor, en el respeto de su trabajo, de sus formas de comportamiento y de su intimidad.
Se trata de la expresión del hombre y de la naturaleza. El hombre es allí interpretado en relación a su ámbito natural, y la naturaleza está presente en su estado salvaje, pero también tal como la sociedad tradicional y la sociedad industrial la transformaran a su imagen.
Una expresión del tiempo, cuando la interpretación remonta hasta el momento de la aparición del hombre y se va escalonando a través de los tiempos prehistóricos e históricos para desembocar en el tiempo del hombre de hoy. Con una apertura al mañana, sin por eso arrogarse poderes de decisión, el ecomuseo cumple una función en el campo de la información y del análisis crítico.
Una interpretación del espacio: de espacios privilegiados donde detenerse, donde caminar.
Un laboratorio, en cuanto a que contribuye al estudio histórico y contemporáneo de la población y de su entorno y favorece la formación de especialistas en la materia, en colaboración con otras organizaciones de investigación.
Un conservatorio, en la medida en que promueve la preservación del patrimonio natural y cultural de la población.
Una escuela, en tanto y cuanto asocia la población a sus actividades de estudio y de protección y la incita a tomar mayor conciencia de los problemas que plantea su propio futuro.
Este laboratorio, este conservatorio, esta escuela, se inspiran en principios comunes. La cultura a la que pertenecen debe ser entendida en su sentido más amplio, y es por eso que se esfuerzan por hacer conocer su dignidad y su expre- sión artística, cualquiera que sea el estrato social del que emanan esas expresiones. Su diversidad no conoce límites, hasta tal punto difieren sus elementos de un caso a otro. Su característica es la de no encerrarse en sí mismos: reciben y dan.
Ésta es la tercera y última versión del texto sobre la definición de Ecomuseo de Georges Henri Rivière, finalizado en 1980.
Ecomuseo, ecomuseología… ¿Una nueva variedad en el mundo de los museos? ¿Neologismos al capricho de la moda? ¿Excusas para nuestra incapacidad de transformar instituciones añejas? Ninguna de estas aseveraciones es totalmente verdadera, pero tampoco totalmente falsa, aunque de todas maneras no es eso lo que nos interesa.
Es más importante considerar los ejemplos, los casos, las reflexiones, las experiencias que encontramos en nuestro recorrido profesional, tan esperado, como valiosos indicadores de un movimiento profundo, todavía mal definido y a menudo tergiversado, que marcará sin duda al museo y transformará la museología, sin ser por eso una revolución radical. Las palabras mismas – se dice no sin razón – vienen de países donde las culturas latinas dejaron el gusto del verbo y la pasión del discurso. Por casualidad, se inventó el vocablo “ecomuseo”, con un destino difícilmente comprensible. En cuanto a su contenido, a pesar de los esfuerzos de Georges Henri Rivière por darle una forma y una significación, varía de un sitio al otro, de centro de interpretación a instrumento de desarrollo, de museo-parque a museo artesanal, de conservatorio etnológico a centro de cultura industrial.
Más allá de estas consideraciones superficiales, existe una realidad: La profesión está ansiosa y apasionadamente abocada a la búsqueda de una renovación del museo afirmado como un instrumento necesario al servicio de la sociedad: un patrimonio global. El hombre completo en la naturaleza entera, antes y ahora, pero sobre todo en búsqueda de su futuro y de los instrumentos intelectuales y materiales que le permitan dominarlo.
Detrás de la torpeza expresiva de ciertas formulaciones – debidas tal vez a la elección de un tema único, que imponía el ecomuseo de manera finalmente limitativa -, creemos entender el deseo ferviente de la gran mayoría, esto es, que la modernización del museo siga el camino trazado por la Mesa Redonda de Santiago de 1972 (el “Museo Integral”) y por las experiencias llevadas a cabo por tantos especialistas durante los años sesenta y setenta: el camino que lleva a la totalidad del hombre y a todos los aspectos de la aventura humana, antigua y contemporánea, a través de la utilización del único lenguaje que trasciende las diferencias culturales, el lenguaje del objeto, el lenguaje de la cosa real.
Transcripción del texto de Huges de Varine-Bohan para la revista Museum Nº. 148 (Vol XXXVII, n° 4, 1985).
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