Volvíamos en un vuelo desde Pretoria a Johannesburgo – donde ayer se jugó el partido de fútbol amistoso República Sudafricana – España (0-1) -, y ya en el aeropuerto preguntamos a una chica en información donde podíamos encontrar un chófer particular para un par de días. En Sudáfrica, resulta mejor contratar un chófer con coche que buscar taxis o usar transporte público normalmente abarrotado. Inmediatamente un hombre muy sonriente vino a nuestro encuentro y nos dijo que por una cantidad «N» estaría encantado de ser nuestro chófer durante esos dos días. Le dijimos que de acuerdo y que podía empezar trasladándonos hasta el Bed & Breakfast (B&B) que teníamos reservado en Johannesburgo. El coche era una verdadera patata, de una marca indefinida e irreconocible por los golpes, estaba muy sucio por fuera y sobre todo por dentro, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás – hay que mirar el coche antes de cerrar el acuerdo / aviso a navegantes -. Como nos habían bombardeado con todas las vacunas habidas y por haber, nos acomodamos en aquel artefacto con un poco menos de aprensión si cabe. Nuestro nuevo compañero no paraba de hablar y sonreír y, entre otras cosas, insistió en que no se nos ocurriera andar solos por Johannesburgo. En Pretoria no habíamos tenido problema alguno.
Soweto, Johannesburgo, muy cerca del estadio donde se jugó la final de la copa del mundo de fútbol
Al día siguiente, temprano, habíamos quedado con nuestro nuevo acompañante para que nos recogiera en el B&B y comenzar las visitas que nosotros habíamos programado. La propietaria del B&B, una rubia sesentona de buen ver, nos dijo que el «niger» no podía entrar en su propiedad, debía esperar más allá de la valla de la casa (una casa que tenía carteles exteriores avisando que había armas en su interior). Son esos momentos en los que uno piensa que en el mundo hay dos realidades absolutamente diferentes: la que nos venden a todos los papanatas consumidores de información manipulada como podemos ser nosotros, y aquellos que ven lo que ocurre en realidad metiéndose en el meollo del asunto como éramos nosotros también en aquel caso. No siempre se pueden ver las cosas tal y como ocurren en verdad. Aquel gesto de la «buena» señora nos entristeció, y casi acaba con la ilusión de hacer una visita que llevábamos esperando desde hace mucho tiempo. La sensibilidad, en ocasiones como esas, puede ser una muy incómoda compañera de viaje. Nuestro conductor, al ver nuestras caras cuando entramos en su coche, le quitó importancia al incidente comentándonos que eso era cotidiano allí.
El niño de 12 años Héctor Pieterson fue el primer abatido por la «policía blanca» en las revueltas de Soweto de 1976, a unos metros de la casa de Mandela. Los estudiantes de las escuelas fueron los que comenzaron las actividades de protesta contra el gobierno afrikaner
Una vez visitada la muy turística granja de leones (y una jirafa), y después de que nuestro conductor nos contara – muy en secreto – que estábamos compartiendo coche con un antiguo guerrillero del ejército de liberación nacional de Sudáfrica, decidimos que ya era hora de saltarnos la «típica gira turística» y que nos enseñara la verdadera cara de la vida en el país. A continuación, nos trasladó directamente a Soweto, a la parte más chunga del junkville. No pretendemos, ni queremos caer en tópicos, ni vamos a pontificar desde aquí sobre las injusticias, las diferencias sociales insalvables, el horror, lo estúpido que es el humano y lo cruel que puede llegar a ser con otros humanos, hermanos, pero creo que aquello debe verse al menos una vez y contarlo. La devastación humana puede ser vecina de la final de una copa del mundo y punto. Ya está. Eso es lo que hay y nadie va a hacer nada para pararlo – el partido del otro día en Guinea es una vergüenza -. Pero no nos desviemos. Mandela está muy mayor y ya ha cumplido el papel que le tenían asignado, el de conseguir «la reconcilización» y mostrársela al mundo. Nuestro conductor no entendía eso que le preguntábamos sobre la reconciliación nacional; prefirió tirar millas para llevarnos a la casa de Mandela, lugar donde vivía antes de que lo enviaran a la cárcel de Robben Island. No habló mucho más a partir de ahí, salvo para preguntarme, con bastante sorna, cuanto cobraría si le «traspasaba» mi pareja (?).
http://www.apartheidmuseum.org
Seguimos visitando zonas calientes relacionadas con las revueltas de 1976, como lo era una antigua iglesia que sirvió de refugio a cientos de personas que huían de la policía, comida por los agujeros de los disparos. Nos la mostraba una especie de guía con una apariencia tristísima, como un eremita al que no podíamos hacer preguntas, según nos habían advertido, porque llevaba fatal lo de tener que hablar con blancos (?). Lo entendimos perfectamente y no pudimos irnos de allí sin hacerle una pregunta a la que contestó con absoluta amabilidad.
Las huellas de los disparos de la policía aun permanecen por todas partes en Soweto
La carga emocional de todo lo que íbamos escuchando, de todo lo que se nos iba relatando, de todo lo que íbamos viendo, comenzaba a pasar factura. No antes de acabar la jornada, quisimos ver el Museo del Apartheid – http://www.apartheidmuseum.org -. Es un lugar muy especial porque, aunque realmente no muestra o expone algo distinto a lo visto y visitado ya en directo, comparte una atmósfera de enorme inquietud sobre la lucha de liberación racial que aun hoy se mantiene pendiente, no solo en Sudáfrica con el apartheid, sino también en muchos otros países africanos regidos exclusivamente por personas de raza negra. Puede que hoy en día el Museo del Apartheid de Soweto solo sirva como santuario en el que todas las personalidades de visita se quieren fotografiar. Desde luego aquel museo, a nosotros, y con la ayuda de nuestro conductor previamente, nos transportó a una de las épocas más oscuras y terribles en la historia de la humanidad.
Nuestra limusina sudafricana que, como el De Lorean de Marty McFly, nos trasladó a un tiempo muy triste y duro
Gracias de nuevo por permitirnos ver a través de vuestros ojos. Hay algo que deseo compartir y es que cuando visité Soweto, entre las chabolas residenciales, había una que hacía de guardería donde los bebés al cargo de una señora dormían en el suelo. A pesar de la pobreza, para mi ver aquello, suposo un aire de esperanza porque vi que aquellos habitantes de aquel barrio tan pobre, eran capaces de organizarse y de dejar a sus bebés al cuidado de una persona para poder acudir a sus puestos de trabajo. Vi mucha responsabiliad y buen hacer, sin apenas tener medios… Gracias, de nuevo, por esta visita…