A MI GRAN AMIGO BILL STOUDT, IN MEMORIAM.
Los que pertenecéis a nuestra generación (cuarentones casi cincuentones, o cincuentones directamente), recordaréis aquellas tardes invernales y otoñales del sábado frente al televisor en blanco y negro, viendo películas de indios y vaqueros en «Primera Sesión». Eran películas «sin dos rombos», no como las que echaban por la noche y que eran una excusa perfecta para que nuestros padres nos enviaran a la cama por correo certificado y sin rechistar. Por mucho que intentamos que nos dejaran ver «King Kong», como era de las de «dos rombos» y la echaban por la noche, tuvimos que conformarnos con oír la banda sonora agazapados en la puerta del salón.
Pero a lo que vamos, viendo aquellas películas del oeste no dejábamos de pensar en que habrían hecho los indios a los vaqueros para que estos últimos se empeñaran en acabar con ellos. ¿Porqué los indios eran tan malos? ¿Porqué John Wayne los odiaba tanto? ¿Le ocurría a John Wayne lo mismo que a Pizarro con los incas? ¿Eran los vaqueros tan devastadores para los indios como los españoles lo fueron para los indígenas de Sudamérica? ¿No había indio bueno? Los indios buenos podrían ser los indios que trabajaban para el hombre blanco como guías y, como llevaban al hombre blanco a donde estaban las tribus, aquellos eran buenos (y unos traidores). Curiosamente, todas esas preguntas, todas esas dudas siempre se quedaron sin respuesta mientras fuimos niños. ¿Dar la tabarra a papá una vez más con tantas preguntas?
Mi amigo Bill Stoudt, era profesor de español en el sur de Nueva Jersey (EE.UU.) y un enamorado de España – había estudiado en la universidad de Salamanca -. Su sueño, y el de su mujer Linda, era tener algún día un rancho en Montana, el estado del gran cielo, y retirarse allí para vivir tranquilamente en mitad de la naturaleza. Para conseguirlo trabajaba de profesor hasta mediodía dedicando el resto del día a construir piscinas, mientras el clima se lo permitía. En aquella zona de Estados Unidos el invierno era muy duro, os lo podemos asegurar. Cuando coincidí con Bill en aquellos tiempos, se estableció entre nosotros una relación de amistad muy fuerte; él me «adoptó» y quiso que, en aquel tiempo de universidad, yo no me perdiera nada de todo aquello por lo que yo sentía un profundo interés y una enorme curiosidad. Bill fue quien me presentó a artistas en Philadelphia de la mano de su mujer que era «curator» en el Museo de Arte; Bill fue quien me hizo fan de los Philadelphia Eagles, con él hice mi primer viaje a Washington (de museos) y con él compartí mesa y tertulia con veteranos de tres guerras. Fue un hombre que a mi me hizo mejor persona y eso nunca lo olvidaré.
Pasaron los años y Bill finalmente se fue a vivir a su rancho de Montana con Linda, cerca de un pequeño pueblo de ganaderos (vaqueros) llamado Stevensville, en el valle de la raíz amarga (Bitterroot Valley) – con la raíz amarga se hace la zarzaparrilla -. En aquella época manteníamos contacto por carta y me contaba con detalle lo que era el día a día en un rancho de vaqueros. Fue la primera vez que oí hablar (leía) sobre los «susurradores de caballos», del miedo a que se desbordara el río Bitterroot, de lo peligroso que eran los ciervos cruzando carreteras, de los osos grizzly que se metían en los contenedores de basura y de los indios americanos de las llanuras. Esto último era lo que a mi me fascinaba, leer las cartas sobre los indios, sobre los pow wows, sobre las reservas y el paisaje gigantesco del oeste americano. Todos los recuerdos de infancia relacionados con aquellas preguntas se me acumulaban en la cabeza. Y por supuesto finalmente hice el viaje para visitar a mi amigo y así aclarar por mi mismo todas aquellas preguntas.
Mi primer contacto con los indios fue en un pow wow. Durante los meses de verano las diferentes naciones indias se reúnen para rendir un homenaje a sus antepasados haciendo una gran fiesta. A esa fiesta la llaman pow wow. Todos los territorios indios celebran pow wows, unos más grandes que otros. El pow wow que convoca a más tribus se celebra en Calgary (Canadá). Yo me fuí con Bill y Linda al pow wow de Hamilton, territorio «pies negros». El resto de tribus de Montana también estaban allí: «cabezas planas», «crows», «cheyennes» y chippewas». El objetivo final de estas celebraciones es que los «peques indios», de la mano fundamentalmente de sus abuelos, conozcan y aprendan la música, la danza, practiquen el idioma y honren a sus antepasados; hagan de la fiesta algo suyo para que su cultura no se diluya en el olvido y se pierda para siempre. También se busca que las tribus sigan unidas y puedan seguir siendo reivindicativas sobre los derechos de los indios, haciendo fuerza en grupo de cara al gobierno (el tema de las reservas sigue siendo un grave problema). Nosotros ante todo aquello nos descubrimos, nos quitamos el sombrero literalmente. Todos los hombres blancos presentes en aquella fiesta se quitaron los sombreros y todos nos acercamos a la concentración de teeppees para participar en la fiesta como todos y con todos. Se nos dijo que no podíamos hacer fotos; las fotos roban el alma humana. Fue un día memorable para mi.
Pude imaginar lo que para las tribus significó la llegada del hombre blanco a su territorio. Pude imaginar el horror. La devastación generada por el ansia de riquezas del gobierno americano en territorios vírgenes; la llegada del ferrocarril para facilitar el transporte de trabajadores y aventureros, estos últimos sin escrúpulo alguno, acabaron con la idílica vida de los indios en Montana. Aquella «conquista» fue un auténtico holocausto para los indios. John Wayne, ahora lo entendía perfectamente, era un verdadero cabrón y Custer – ya hablaremos del personaje en otra entrada – era un auténtico imbécil asesino. Surgieron voces que clamaban paz, que pedían al gran jefe del hombre blanco que parara aquella masacre. Un gran jefe blanco que había prometido a los jefes de las tribus que todo se haría en orden y respetando a sus pueblos. Finalmente, de forma desesperada, un jefe indio de la tribu «seattle» envió una carta al presidente Franklin Pierce para que este último entrara en razón y dejase a su pueblo en paz. Esta carta se convirtió en un canto desesperado en la defensa de la Naturaleza. Permitidme que os la transcriba literalmente:
Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos.
El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Washington. A cambio, promete crear una «reserva» para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde en 1855.
«El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña?
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. …Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy una salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros, que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, …él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia».
FIN DE LA CARTA
Gracias desde el corazón mi amigo Bill Stoudt por haberme enseñado tanta belleza. Nunca te olvidaré.
Soberbia esta entrada,por historias como ésta merece la pene parar el día.Esta tarde me he sentado con mis dos hijos y lo hemos leído en alto.La carta les ha dejado impresionados, sin palabras.Gracias por compartir con todos nosotros una historia tan bonita y tan personal.Un abrazo.Alberto
Gracias Alberto, fueron momentos muy especiales y no queríamos que se perdieran en el tiempo, preferimos compartirlos con vosotros. Vemos que sabéis valorarlos y además, si habéis acercado la historia a vuestros peques, pues que más podemos decir. Gracias.
Hola,todo un regalazo.Uno se tiene que sentir afortunado por poder contar con historias personales como ésta.La entrada ha sido un precioso homenaje a un amigo y un privilegio para nosotros haberlo compartido.¿Exinten muchos museos en América donde se recoge la historia de las tribus indias ? ¿Hay alguno especialmente recomendable ?.Enhorabuena por vuestro magnífico trabajo, no sólo informáis sino que , además, nos volvéis un poquito más sensibles.Un abrazo.Luis
Gracias Luís a ti también, ha sido un placer compartirlo con vosotros. En relación a tu pregunta: en el Museo de Historia Natural Americana de Nueva York hay una sala dedicada a los indios de las llanuras, es fantástica – http://www.amnh.org/exhibitions/permanent-exhibitions/human-origins-and-cultural-halls/hall-of-plains-indians -. En Nueva York también, hay un museo dedicado exclusivamente a la cultura india que es excelente, muy cerca de la zona Zero. – http://nmai.si.edu/home/ -. También puedes encontrar instituciones en Washington y por supuesto, en toda la zona del noroeste de Estados Unidos: Estado de Washington, Montana, Wyoming, Dakotas, etc. Yo le tengo especial cariño al Museo de Las Montañas Rocosas (Museum of the Rockies), donde encontrarás un montón de información sobre los indios de las llanuras – http://www.museumoftherockies.org/Visit.aspx -.Un fuerte abrazo.
Maravillosa carta.Debería ser de obligada lectura . Siento vergüenza ajena de lo que hacemos los países «desarrollados y civilizados» con nuestro mundo.
Qué suerte haber compartido esos momentos tan especiales con una persona como tu amigo Bill.
Enhorabuena y gracias por compartirlo.
Isabel.
Gracias Isabel, Bill era un gran amigo y una persona excelente. Su mujer Linda, además de ser también una excelente persona, hace los mejores brownies del mundo y es una gran artista que tiene su propia sala en el Museo de Arte de Missoula – http://www.missoulaartmuseum.org/index.php/ID/d6520aba39a7f70dd1b351579c2d6ac2/fuseaction/exhibitions.detail.htm – Besos.