El creciente acercamiento entre el patrimonio cultural, las tecnologías digitales y la creación de archivos de memoria histórica está provocando todo un desafío, generando oportunidades para el tratamiento sostenible y adecuado de las colecciones indígenas, transformándose en patrimonio cultural digital. Con el rápido desarrollo de las tecnologías digitales y los avances en los «cambios tecnológicos» – aplicados a la gestión de archivos y colecciones de museos -, algunas instituciones a nivel mundial han tenido que afrontar tensiones éticas y grandes retos con respecto a la gestión de los materiales culturales indígenas existentes y futuros que están y estarán bajo su tutela. A medida que se produce una creciente presencia y reivindicación indígena sobre la salvaguardia de su cultura, se exige un nuevo análisis crítico de las estructuras institucionales que organizan, clasifican y manejan esos materiales culturales (algunos ni les pertenecen), cuestionándose las nociones fundamentales de «acceso», «información» y «difusión». Todo ésto está generando una serie de preocupaciones legales, culturales, técnicas, éticas, institucionales y museísticas, tanto para la práctica actual del respeto a la memoria cultural de cada pueblo como para la futura forma de hacer las cosas bien.
Algunas de las inquietudes más importantes sobre esta materia están relacionadas con la búsqueda del perfeccionamiento continuo de los protocolos y marcos institucionales para alcanzar las mejores prácticas posibles. Otros sectores se preocupan más por la gestión de la protección cultural y las categorías legales de la propiedad cultural. Y el resto, pone el punto de mira en las posibilidades y limitaciones de las tecnologías digitales para la difusión cultural. Lo que está claro es que la tecnología brinda grandes oportunidades para generar nuevas formas de descubrimiento, intercambio, difusión, conocimiento y custodia cultural, pero también – y paradójicamente – la proliferación de lo digital conlleva un riesgo de pérdida de control sobre los contenidos (Museums Australia, 2005: 9).
Varias instituciones especializadas reconocen que la digitalización de los materiales indígenas les plantea algunos problemas complejos. Nakata y otros, (2008: 233), analizaron e identificaron en su examen de colecciones digitales sobre los aborígenes australianos (poniendo un ejemplo concreto), hace casi una década, «el interés indígena en la digitalización de sus materiales culturales»; un interés basado simplemente en «el anhelo nostálgico de recuperar su pasado». Sin embargo, el acceso digital es vital para su «uso futuro, para apoyar esfuerzos creativos y, sobre todo, para la restauración emocional y espiritual de todo un pueblo». Continúa produciéndose un aumento de los materiales acoplados al mundo digital – incluidas las historias digitales – y destaca la necesidad de que las políticas de recuperación de activos culturales sean «proactivas en lugar de reactivas» (SLNSW Digital Collecting Strategy, 2014: 7) cuando se trata de recopilar material digital, contemplando los contenidos digitales generados por la propia comunidad indígena. El aumento de las tecnologías digitales, los modelos participativos de co-creación y los «registros como entidades sociales» – posibilitados por las redes sociales y la web 2.0 -, tienen el potencial de apoyar la «descolonización» de los archivos (McKemmish y otros, 2011). El soporte de un proyecto de descolonización cultural digital podría focalizarse en la creación de colecciones que «representen mejor a los pueblos indígenas y les proporcione una voz» (Kirsten Thorpe, Gerente de los Servicios Indígenas en la Biblioteca Estatal del NSW).
Siguiendo con el ejemplo australiano, que a nosotros tanto nos ha llamado la atención (Australian Research Council (ARC) Linkage), los jóvenes aborígenes de Victoria han explorado el papel de la narración digital y las tecnologías como un foro creativo, buscando el apoyo de las conexiones a su cultura y su propio conocimiento histórico, y contribuyendo al bienestar social y emocional de su comunidad. Como parte de este proyecto más amplio, se busca entender el modo en que se recopilan, administran y difunden actualmente los conocimientos aborígenes, incluida su cultura material, imágenes y cualquier otra información que, actualmente, se encuentra dispersa en instituciones y comunidades culturales. El contenido digital y generado por la comunidad circula cada vez más en línea, a través de las redes sociales y las plataformas de intercambio digital, y comprende, además, archivos digitales conectados a su cultura, conocimiento e identidad aborígenes.
¿Cómo se maneja y distribuye este patrimonio cultural digital? ¿Cómo pueden las tecnologías digitales proporcionar nuevas vías para que las comunidades indígenas controlen sus propios materiales? ¿Cuáles son las implicaciones de una mayor dependencia en las plataformas comerciales de propiedad privada para la circulación y el almacenamiento de materiales culturales indígenas? Estamos interesados en comprender el conjunto de políticas, protocolos y marcos que informan de cómo las instituciones públicas gestionan colecciones indígenas. Pero también preocupan los temas relacionados con la digitalización, la accesibilidad digital, la distribución digital del conocimiento y la medida en que los procedimientos y las prácticas en el terreno emiten información. Asimismo, es interesante comprobar el desarrollo y el uso de modelos distribuidos digitalmente para archivos y bases de datos fundamentados en la comunidad indígena, sea cual sea.
Si pretendemos poner en valor la cultura indígena se requerirá, necesariamente, un cambio en las relaciones de poder entre las instituciones culturales públicas y los pueblos indígenas, sin dejarlo todo en manos de las revistas de viajes. En algunos países ya ha habido movimientos positivos en esa dirección, pero queda mucho trabajo por hacer. Un nuevo esfuerzo exigiría una mayor participación de los pueblos indígenas en la reorientación de prioridades, el desarrollo de políticas, el diseño de tecnologías y la creación de procedimientos que privilegien la voz indígena (¿estamos siendo muy ingenuos?). También requiere una reflexión crítica de cómo la práctica y el discurso actuales excluyen, desvalorizan o merman las perspectivas, las historias y los conocimientos sobre las culturas indígenas. En el ámbito digital, introducir más voces indígenas en los soportes digitales de los museos, incluídos los debates sobre la gestión del patrimonio cultural en el plano digital, reforzaría las críticas existentes sobre los efectos contaminantes en plataformas digitales globales como Facebook y YouTube para la expresión cultural en línea.
Si hacemos una reflexión exhaustiva sobre el tema, surgen dudas y cuestiones en cuanto a cuáles podrían ser las mejores prácticas sobre el terreno cuando se trata de cumplir los objetivos y funcionalidad de protocolos y marcos más amplios para interactuar con las colecciones indígenas. Siguen existiendo grandes lagunas en las políticas y procedimientos, o procesos, específicos existentes, pero el objetivo es apoyar a individuos y organizaciones, intentando dar respuesta a las necesidades e intereses de las comunidades indígenas dentro de un entorno digital complejo. Si bien existen ejemplos de mejores prácticas y modelos que privilegian la voz indígena (Museo Nacional de los Nativos Americanos), la medición y evaluación sistemática no siempre se está llevando a cabo. Los objetivos mensurables se consideran esenciales. La sugerencia de algunos especialistas sobre el desarrollo de indicadores clave de rendimiento para que las instituciones puedan medir el progreso de los protocolos es quizás una forma de avanzar en la agenda en este área. Un Indicador cultural podría ser una forma de hacerlo, iniciado y potenciado por los trabajadores culturales indígenas en el sector para priorizar valores, puntos de referencia y resultados de uso para convertirlos en destacables.
Existe material que aborda cuestiones clave relacionadas con las colecciones culturales indígenas en el panorama digital, más allá de los marcos legales y culturales existentes. Por otra parte, sigue habiendo escasez de políticas y protocolos que respondan a los desafíos específicos de la web 2.0, la co-creatividad cultural comunitaria, o la creación de contenido digital y su mantenimeinto – incluidas las narrativas digitales y el patrimonio oral -. Las ausencias y vacío se producen a pesar del reconocimiento y la proliferación de teorías basadas en el hecho de que los materiales «digitales indígenas» deben recopilarse proactivamente «ahora», para no ser absorbidos en el futuro por el «agujero negro» del olvido.
Cabe resaltar el hecho de que algunos jóvenes pertenecientes a comunidades indígenas están llevando a cabo iniciativas destacables, creando y compartiendo contenido digital que ellos mismos generan a través de una gran variedad de plataformas digitales y redes sociales. Con relación a las colecciones digitales indígenas, Nakata y otros (2008: 224-5) advirtió hace casi diez años que «la prioridad para las normas, prácticas y protocolos específicos para las colecciones digitales indígenas […] sigue siendo ganar terreno». Y ésto, en gran medida, se mantiene así, a pesar de los esfuerzos realizados por algunas instituciones y personas individuales para recopilar de manera práctica el contenido digital producido, incluido el material creado por las comunidades indígenas. Además, si bien algunos pocos protocolos conocidos abordan el «entorno digital», no explican bien el rápido aumento de las redes sociales en los últimos cinco años y la forma en que está modificando el modo en que los materiales del patrimonio cultural se crean, se utilizan y circulan en línea. El desarrollo de políticas futuras debe considerar las implicaciones de este panorama digital cambiante, con protocolos actualizados que den solución a aquellas necesidades relacionadas con el patrimonio cultural, y no solo con el indígena.
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Recurso:
De Souza, P., Edmonds, F., McQuire, S., Evans, M., y Chenhall, R. (2016): Aboriginal Knowledge, Digital Technologies and Cultural Collections. Policy, Protocols, Practice. Melbourne Networked Society Institute Research, Sídney, Australia.
Foto principal: Solifema y continue.
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