Los Orígenes de la Museología

Los Orígenes de la Museología

 

Si hubiera una concurso para dar un premio a la cita más popular sobre museología, la siguiente, de 1883, sería una firme candidata:

Si alguien hablara de museología como ciencia hace treinta o veinte años, se habría encontrado con sonrisas compasivas o despectivas. Ahora, por supuesto, es diferente. Los museos existían entonces, como hoy, aunque ciertamente no siempre en su forma, equipamiento y uso actuales. Es suficiente señalar que se desarrollaron gradualmente desde el gabinete de curiosidades de los siglos XV y XVI hasta las instituciones sistemáticamente organizadas de nuestro tiempo.

Se trata de un conocido texto introductorio de Zeitschrift für Museologie und Antiquitätenkunde sowie verwandte Wissenschaften [Revista de Museología y Anticuarios, así como de ciencias relacionadas], Nº. 15, de 1883. Pero ¿dónde se puede encontrar esta cita? Zeitschrift für Museologie und Antiquitätenkunde fue publicado en Dresde por Johann Georg Theodor Grässe (1814–1885), historiador cultural y experto en museos desde 1878 a 1885. Es poco probable que un lector moderno encuentre la cita mientras hojea la revista original, aunque ha sido digitalizada y hoy se halla disponible en línea.  Quizás sea más facil descubrirla en los escritos de otras personas: Zbyněk Zbyslav Stránský en la década de 1960, Evzen Schneider en la década de 1970, Lynne Teather en la década de 1980, Peter van Mensch o Ivo Maroević en la década de 1990. También se cita en publicaciones del siglo XXI. Pero ¿por qué es tan popular esta cita?

¿Será porque el concepto de museología como ciencia no pudo establecerse fehacientemente en aquellos tiempos? Si es así, ¿se puede hablar de museología como ciencia? Resulta algo frustrante tener que discutir tal cuestión, ya que la museología ha sido reconocida, de una forma u otra, como una disciplina dentro de la filosofía y la historia de la ciencia durante más de un siglo y medio. En la cita anterior, llama la atención que se establezca una conexión directa con el «gabinete de curiosidades», al que Grässe se refiere como los orígenes del museo moderno. El texto sugiere que es posible hablar de museología como una «ciencia especial» precisamente porque los museos se convirtieron en las «instituciones sistemáticamente organizadas de nuestro tiempo». En otras palabras, la premisa básica de esta determinación decimonónica es clara: la museología es la ciencia de los museos. Sin embargo, esta definición ha sido constantemente reconsiderada durante el siglo XX. Si en la primera mitad de ese siglo la museología se concebía como una de las disciplinas preocupadas por difundir y promover el conocimiento, la segunda trajo consigo una marcada división entre la museología como «ciencia de los museos» y la museología como «ciencia de la musealidad» (es decir, la ciencia de «la relación entre el hombre y su realidad»). Esta última corriente finalmente condujo a un entendimiento contemporáneo de la museología como una «ciencia del patrimonio».

La revisión de las definiciones contemporáneas aplicadas al término «museología» arroja hasta cinco significados. La primera, se refiere a todo lo que concierne a los museos. El segundo significado, comúnmente aplicado en Europa occidental, reconoce a la museología como la ciencia de los museos, que abarca su historia, su función social, su organización y todos los aspectos relacionados con la investigación, la conservación, la difusión, etc. La tercera definición está dirigida a la forma en que la museología se ha entendido ampliamente en Europa Central y Oriental desde la década de 1960: como un campo de investigación científica que examina la relación entre el hombre y su realidad, siendo el museo tan solo una manifestación de esa relación. El cuarto significado, que data de la década de 1980, enfatiza el papel social del museo y su carácter interdisciplinario, junto con nuevas formas de expresión y comunicación. Finalmente, la quinta definición incorpora todas las anteriores y representa a la museología como un amplio campo de investigación en el dominio del pensamiento teórico y crítico sobre la relación del hombre con su realidad, expresada a través de la documentación de la realidad histórica.

Surge entonces la pregunta de si estas «versiones» de la museología tienen un origen común. Podemos hablar de los inicios de la museología desde varias perspectivas. Se ha convertido en algo habitual mencionar que el «padre de la museología» es Samuel Quiccheberg (1529-1567), aunque algunos atribuyen este papel a su contemporáneo Ulisse Aldrovandi (1522-1605), que usó el término museología por primera vez en 1839. Sin embargo, ya antes se habían utilizado los términos Museum museorum (1704) y Museograhia (1727). En el siglo XX, se mencionan varios años «iniciaticos» de la disciplina. Por ejemplo, en la Conferencia Internacional celebrada en Madrid en 1934 y organizada por la Oficina Internacional de Museos (IMO), con el establecimiento de ICOFOM, el Comité Internacional de Museología del Consejo Internacional de Museos (ICOM) en 1977. Para algunos, especialmente en Europa Central, Z.Z. Stránský es reconocido como «el pionero de la museología contemporánea». A estos puntos de partida podríamos añadir otros ejemplos de origen local (como en la región mediterránea, Europa occidental/oriental, la URSS o EE. UU.). Parece evidente que algunos de esos «comienzos» son simbólicos, otros disciplinarios y, en ocasiones, institucionales o geográficos. Pero, por ahora, tomaremos el enfoque patrimonial y consideraremos brevemente a los dos supuestos «padres de la museología».

En el siglo XVI se publicó «el primer tratado de museo» cuyo autor fue conocido como el «padre de la museología».  «Inscriptiones vel tituli Theatri amplissimi, complectentis rerum universitatis singulas materias et imagines eximias…», es otro escrito atribuido a un médico y bibliotecario belga de la corte bávara llamado Samuel Quiccheberg (1529-1567). La traducción completa de la portada ilustra su carácter descriptivo:

Inscripciones o Títulos del Más Amplio Teatro Que Alberga Objetos Ejemplares e Imágenes Excepcionales del Mundo Entero, De modo que Con Justicia Podría Llamarse También: Depósito de cosas artificiales y maravillosas, y de todo raro tesoro, objeto precioso, construcción y cuadro. Se recomienda que estas cosas se reúnan aquí en el teatro para que, mediante su frecuente visualización y manejo, uno pueda adquirir rápida, fácilmente y con confianza un conocimiento único y una comprensión admirable de las cosas.

El libro de Quiccheberg es, en esencia, una guía para organizar colecciones. Cercano a la corte bávara, el autor tenía en mente la colección de Albrecht V. Sin embargo, no es un libro de instrucciones, sino que se esfuerza por ofrecer soluciones más generales, incluso universales, teniendo en cuenta la perspectiva de la época a la que pertenece. Es importante señalar que Quiccheberg no pretendía que éste fuera un trabajo de ciencia o disciplina específica, sino que «no hay una sola disciplina bajo el sol, ni una sola habilidad, que no busque por sí misma los medios para realizar la tarea prescrita». Otra «figura paterna», Ulisse Aldrovandi (1522-1605), naturalista italiano, además de «profesor, médico, botánico, coleccionista, filósofo, crítico, matemático, bibliófilo, consejero del Gran Duque de Toscana y numerosos coleccionistas italianos y franceses», fue elogiado por «la vastedad de su erudición y su colección naturalista [y] la calidad, la organicidad y la originalidad de su pensamiento en el panorama de la museografía moderna». En 1603, Aldrovandi dictó un testamento que hoy se reconoce como «un notable e inspirador manifiesto de museología científica». De manera similar al texto de Quiccheberg, Aldrovandi escribió sobre sistemas para organizar una colección ideal, aunque estaba más centrado en presentar una colección natural en lugar de una universal. Ciertamente, esta obra ofrece una comprensión del concepto de ciencia del siglo XVI, una época donde aún no existía la moderna división de disciplinas. Como tal, presenta la idea de un conocimiento integral basado en la correspondencia y la semejanza y, por tanto, en clasificaciones y taxonomías análogas especiales al servicio de una comprensión amplia del mundo.

Un enfoque similar prevalecía aún en el siglo XVII. En la primera mitad del siglo XVIII, concretamente en 1727, se publicó una interesante edición en alemán bajo el título «Museographia oder Anleitung zum rechten Begriff und nützlicher Anlegung der Mvseorvm Oder Raritäten-Kammern» [Museografía o Guía para la adecuada comprensión y creación útil de museos y cámaras de rarezas]. Hasta donde se sabe, éste fue el primer uso documentado del término museografía, que todavía se utiliza hoy en dia (aunque con connotaciones modificadas). El autor del libro, Kaspar Friedrich Jencquel, fue un comerciante de Hamburgo cuyo seudónimo, Caspar Friedrich Neickelius, es el que aparece en la portada. Consta de 492 páginas; los primeros tres capítulos enumeran y describen más de un centenar de «depósitos» (Behältnisse) que existían en ese momento, así como bibliotecas y colecciones de objetos que ya habían sido desmanteladas. El cuarto capítulo del libro da instrucciones para decorar una cámara de rarezas, extraídas de conclusiones teóricas basadas en los ejemplos expuestos en los capítulos anteriores. Sin embargo, lo que resulta especialmente interesante de este libro es que, además de su autor, aparece otra figura: el comentarista. Se trata de un médico wroclawiano Johan Kanold, experto en los temas sobre los que escribe Nickelius. Kanold fue contratado por el editor para revisar las afirmaciones del autor en el libro. De hecho, en el prefacio, enfatiza el «analfabetismo y el diletantismo» de Nikelius y, posteriormente, en la edición misma, corrige y complementa las descripcione, aparentemente decidido a hacer que el libro fuera, al menos, aceptable para el lector interesado. Esta curiosidad apunta a la popularidad del tema en los círculos sociales más amplios («comercial-diletante»), pero también al cuidado puesto por expertos con conocimiento en el campo para evitar que este saber se pierda.

Los cambios en el clima intelectual, cultural y social de finales del siglo XVIII y principios del XIX, que llevaron a buen término conceptos filosóficos muy importantes, también provocaron un cambio de actitud respecto al pasado y sus vestigios. El interés por la rareza y la curiosidad parecen haberse perdido bajo las presiones de la racionalidad ilustrada. Pero sugerimos otra posible razón: los conceptos de rareza y curiosidad dieron paso a la idea de patrimonio, plasmada en las formas y objetos del «pasado», especialmente aquellos que se consideraban inusuales en la sociedad contemporánea. El concepto de patrimonio como un bien público/nacional provocó que en los siglos XVIII y XIX los museos, los expositores que antes pertenecían a colecciones privadas y ahora expuestos en los nuevos «escaparates» de la nación, se convirtieran en espacios abiertos al público, por lo que pasaron a ser objeto de un mayor interés público. Mientras tanto, apareció el término museología, que indicaba la necesidad de reflexionar sobre el papel del museo. Como mencionamos anteriormente, hasta donde sabemos hoy, el término «museología» se registró por primera vez en 1839, en alemán, en el título del libro de Georg Rathgeber, «Aufbau der Niederländischen Kunstgeschichte und Museologie» [La disposición de la historia holandesa del arte y la museología]. En menos de doscientas páginas, el autor ofrece un método para clasificar una variedad de colecciones de arte dentro del museo. Vale la pena mencionar la conexión de la museología con la entonces joven disciplina de la historia del arte. A partir de ese momento, ambas se entrelazaron para hacer del pasado algo «visible y comprensible».

Hay, por supuesto, muchas disciplinas cuyos objetivos de investigación se encuentran en el estudio de formas y objetos heredados del pasado. La arqueología, la historia, la antropología y muchos otros campos reconocen la importancia de mostrar su propio corpus científico en el contexto del museo. Esto ha ido generando una necesidad presente y en evolución de conocimiento museológico, y es así como surge el momento en que Johann Grässe hace la conocida afirmación con la que comenzamos este texto:  la museología puede ser referida como «una ciencia» o «una rama de la ciencia» (Fachwissenschaft). Actualmente hemos llegado al punto en que la museología se ha convertido no solo en una cuestión sobre lo que se hace, sino también sobre lo que se aprende.

Sin embargo, las diferencias lingüísticas, como las que existen entre «ciencia» y «Wissenschaft», no son irrelevantes en este caso. Mencionemos, como lo hizo el perspicaz erudito contemporáneo Bas van Bommel, que «el concepto de ‘ciencia’ nunca asumió el significado completo y pretencioso que el término ‘Wissenschaft’ tuvo en Alemania». Entre otras cosas, podemos observar un problema de raíz en las diferencias terminológicas entre el término continental museologie y su equivalente anglosajón museum studies. Por otra parte, debemos tener presente la siguiente observación del mismo autor: «Sin duda, el concepto más influyente en la historia universitaria alemana es el de ‘unidad de enseñanza e investigación’ [Einheit von Lehre und Forschung]. A partir de finales del siglo XIX, las fundaciones y reformas universitarias, tanto dentro como fuera de Europa, se han inspirado en la idea – originalmente alemana – de que las universidades no sólo deben aspirar a transmitir conocimientos a través de la educación, sino también a incrementarlos mediante la ciencia y la investigación». En otras palabras, para determinar los inicios de la «museología» como disciplina académica, debemos preguntarnos cuál es su lugar en el contexto de la unidad de la docencia y la investigación.

La correlación entre la museología y los propios museos (como campos de investigación) parece ser inseparable desde los inicios de la museología como disciplina académica moderna. Digamos que el tema de convertirse en una disciplina académica es de gran importancia para una rama del saber. Tomando como ejemplo a Jacques Le Goff, quien sugería que «no sería exagerado decir que la enseñanza de la historia marcó su nacimiento como rama del saber», podemos afirmar que la museología pasó a ser una disciplina científica precisamente a partir del momento en que comenzó a enseñarse como una materia distinta. Como se ha señalado en la filosofía de la ciencia, para que el conocimiento especializado (basado en la experiencia acumulada en un determinado campo) se convierta en una disciplina científica, es necesario establecer marcos teóricos, y que éstos sean difundidos a través del proceso educativo.

Dichos marcos teóricos permiten una visión unificada de los diversos elementos del conocimiento. El proceso educativo transmite la medida actual de ese conocimiento, pero también lo reexamina críticamente.

En un contexto académico, la museología comenzó como una técnica para crear exposiciones de museos pertenecientes a disciplinas científicas específicas. La primera gran iniciativa en educación museológica se remonta a 1856, cuando el Gobierno español fundó la Escuela Superior Diplomática en Madrid, una institución para formar archiveros, bibliotecarios y otros profesionales encargados del patrimonio nacional. L’Ecole du Louvre, para la educación superior, fue fundada en París en 1882, con el objetivo de formar investigadores en los campos de la arqueología, la historia del arte, la antropología y las lenguas clásicas, utilizando las colecciones del famoso museo. Sin embargo, no fue hasta 1927 cuando tuvo lugar en esta escuela el primer curso de museografía.

Mientras tanto, la museología se podía encontrar en varios contextos, como lo demuestra, por ejemplo, la invitación al primer Congreso Internacional de Entomología en Europa en 1909. Casi al mismo tiempo, los museos estadounidenses comenzaban a realizar estudios curatoriales y el antropólogo Roland B. Dixon reconocía la museología como el término adecuado para «una mera descripción y clasificación de restos antiguos dejados por épocas pasadas». Después de la Primera Guerra Mundial, George Sarton (uno de los creadores del campo de la historia de la ciencia), en su introducción preliminar a la historia y filosofía de la ciencia, ubicó a la museología en un grupo de ciencias de la educación cuyo objetivo era impartir y difundir metódicamente el conocimiento. Al mismo tiempo, en la Universidad de Masaryk en Brno (Países Bajos), se iniciaron conferencias de museología dirigidas por Jaroslav Helfert en 1921, y en la Universidad de Harvard, el historiador del arte Prof. Paul J. Sachs, comenzó a impartir un curso titulado «Museum Work and Museum Problems».

En la época posterior a la Segunda Guerra Fría, bajo la influencia de L’Ecole du Louvre y el curso de museografía impartido por Germain Bazin, el mundo occidental desarrolló una hoja de ruta particular sobre la «ciencia del museo», centrada en el objeto del museo y la organización de sus obras. Al otro lado de la Cortina de Hierro, en 1963, Jan Jelinek, antropólogo y curador del Museo (Galería) Moravo, (re)estableció un departamento de museología en la Universidad Masaryk (ahora conocida como Universidad Jan E. Purkyne). Los debates sobre museología fueron parte de discusiones académicas a ambos lados de la Cortina. En la Universidad de Leicester (Reino Unido), en 1966, Raymond H. Singleton fundó un «Departamento de Estudios de Museos». Supuestamente, se eligió el nombre de estudios de museos en lugar de museología «porque detestaba los interminables debates sobre la teoría de la museología en los que participaban sus colegas de las universidades de Europa central y oriental», y deseaba dar prioridad a la hora de proporcionar «formación práctica a los graduados de cualquier disciplina relacionada con el trabajo en un museo”.

La fundación, en 1977, de ICOFOM, el Comité Internacional de Museología dentro del Consejo Internacional de Museos (ICOM), creó un espacio para museólogos localizados geográficamente (y tal vez ideológicamente), organizados para discutir temas museológicos. En 1977, el Departamento de Arqueología y Museología se estableció en Brno, y a mediados de los noventa la museología se convirtió en una sección especial dentro de este departamento. Junto con sus cursos universitarios regulares, la Escuela de Brno se hizo conocida por organizar seminarios museológicos que, en 1986/87, con el apoyo de la UNESCO, creció hasta convertirse en la Escuela Internacional de Museología de Verano. En el mismo período, después de que se encendiera la chispa durante la década de los 70, la «nueva museología» irrumpió en escena. Este concepto comenzaba desde (en su forma significativa) la bien fundada conjunción de la Escuela de Brno y los conceptos de George-Henri Rivière, hasta interpretaciones más liberales (e incluso frívolas) de las políticas de los museos. A partir de ahí, se desarrolló el concepto contemporáneo de estudios de museos como un «diálogo interdisciplinario sobre los museos».

Las dos últimas décadas del siglo XX trajeron más cambios al mundo museológico, con dos grandes «explosiones»: el museo con el «boom de la memoria» – que puso en primer plano cuestiones sobre identidad y patrimonio – y, a partir de ahí, la relación del hombre moderno con su pasado. La museología tenía algo que decir al respecto, por lo que uno de los resultados específicos de estos movimientos (surgidos de una base previamente cimentada) fue la fundación de numerosos seminarios universitarios sobre museología o estudios de museos a nivel mundial, así como la expansión de la formación profesional y académica. revistas y otra literatura. En 1997, el profesor croata de museología, Ivo Maroević, manifestó que «hoy en día, la museología es una disciplina académica con programas regulares de estudios universitarios de posgrado en muchos países… Esta es una gran diferencia en comparación con la posición de la museología hace unos veinte años».

Y veinte años después, llegamos a las cinco definiciones contemporáneas de museología enunciadas anteriormente, que dan testimonio, más bien, de la rica variedad de enfoques que de su único objeto de investigación. Incluso en el pasado reciente, la idea de la museología como disciplina científica se ha considerado una especie de «excentricidad continental». Existe una famosa afirmación, a menudo atribuida a Richard Feynman, sobre que la filosofía de la ciencia es tan útil para nosotros como la ornitología para las aves. Como podemos observar, las aves no se benefician mucho de la ornitología, ni de la física, ni de ninguna otra ciencia o filosofía. Los únicos que se benefician son los humanos. Quizás podríamos decir que los museos han obtenido tantos beneficios de la museología contemporánea como las aves de la ornitología. Pero, ya casi al final, parece que nos hemos olvidado de un «comienzo» importante.

La museología debe su nombre, al igual que el museo y la música, a las hijas del Poder (Zeus) y la Memoria (Mnemosyne), es decir, a las Musas. ¿Y de dónde obtuvieron las Musas su nombre? Como nos enseña una famosa enciclopedia: «Se dice que Musas proviene de una palabra griega que significa explicar misterios, Μύειν, porque enseñaban a los hombres cosas muy curiosas e importantes que estaban fuera del alcance del vulgo». Hemos explorado los «comienzos» de la museología, ¿podemos tomar esta idea – la necesidad de una articulación no vulgar del mundo – como conclusión? También hemos visto cómo la museología cambió y «regateó» varios marcos y clasificaciones académicas. Hablamos de la museología como saber sobre la sistematización de colecciones, como arte de organización museística y como teorización de la relación del hombre con su realidad. En los años transcurridos desde que se acuñó el término, los paradigmas científicos cambiaron, las ciencias «revolucionarias» se volvieron tradicionales y el conocimiento académico se convirtió en un instrumento de liberación, luego en una ideología, y más tarde en una mercancía. Y durante todo ese tiempo, la museología se solía percibir como una disciplina recién aparecida.

Teniendo todo esto en cuenta, se podría argumentar, finalmente, que a lo largo de su historia, la idea de museología ha logrado evitar con más o menos éxito las vulgares trampas del cientificismo. Dentro del corpus integral de la ciencia y su patrimonio, sigue siendo una disciplina provocadora y esquiva que, constantemente, reinventa sus propios comienzos.


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Fotografía: Wunderkammer – Ole Worm.


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