Los beneficios que proporcionan los entornos de ocio educativo – como los museos -, se miden normalmente en términos de contribución al aprendizaje de la comunidad a lo largo de toda la vida. Por ello, es cada vez mayor la presión ejercida sobre estas organizaciones para que demuestren su eficacia al respecto. Sin embargo, incluso los resultados del aprendizaje definidos de manera más amplia pueden no ser suficientes para explicar el valor y los beneficios de la experiencia en un museo. De hecho, los investigadores están comenzando a mirar más allá de esa innegable función educativa. Esta transformación se debe, en parte, al cambio de importancia que los museos otorgan a diferentes aspectos de su función, desde el enfoque común de recolectar, preservar colecciones, exhibir objetos y educar al público, hasta comprender y satisfacer las múltiples necesidades de su público. Doering sugiere que todas las acciones generan diferentes actitudes y enfoques hacia los visitantes (1999): los visitantes pueden ser vistos como extraños (que tienen el privilegio de ser admitidos), invitados (que reciben con gratitud lo que el museo tiene que ofrecerles) o clientes (a quienes el museo está obligado a servir). Según Doering, debemos comprender el significado y el valor de la visita a un museo desde la perspectiva del visitante.
Con este fin, tanto él como sus colegas desarrollaron una lista razonada de «experiencias satisfactorias” que el público busca y, generalmente, encuentra en los museos (Doering, 1999; Pekarik, Doering y Karns, 1999). Clasificaron dichas experiencias en cuatro categorías (Pekarik, Doering y Karns. 1999):
- Las experiencias con objetos se enfocan en algo que va más allá del visitante, e incluyen ver «lo real», observar objetos raros o valiosos y ser conmovido por su belleza.
- Las experiencias cognitivas se centran en los aspectos interpretativos o intelectuales de la experiencia, como la obtención de información o conocimiento, o el enriquecimiento a partir de su comprensión.
- Las experiencias introspectivas se focalizan en sentimientos y experiencias privadas, como imaginar, reflexionar, recordar y conectar.
- Las experiencias sociales se basan en interacciones con amigos, familiares, otros visitantes o personal del museo.
Los diferentes tipos de museos y sus exposiciones parecen provocar estas experiencias en diversos grados, según una investigación realizada por la Institución Smithsonian (Pekarik, Doering y Karns, 1999). Así, por ejemplo, Pekarik, Doering y Karns encontraron que, aunque las experiencias con colecciones dominaban en la mayoría de los museos, lo eran particularmente en la Renwick Gallery (arte norteamericano). Las experiencias cognitivas fueron más comunes en el Museo de Historia Natural. Las introspectivas en el Museo de Historia Estadounidense y las sociales en el Parque Zoológico Nacional. La edad, el género y la familiaridad con el museo influyeron en el tipo de experiencia que los visitantes manifestaban como la más satisfactoria.
Doering también analiza las necesidades de los visitantes con relación al «entorno»: «Un museo que es responsable ante los visitantes de ciertos tipos de experiencias proporcionará entornos que las respalden y mejoren, eliminando las barreras o limitaciones que interfieren con ellas o las restan» (Doering, 1999, 83). Esta idea parte del concepto de «paisaje de servicios» de Bitner (1992), que permite caracterizar aquellos aspectos del entorno del museo con un mayor impacto en las experiencias de los visitantes. Según Bitner (1992), el paisaje de servicios, o entorno de servicio, incluye condiciones ambientales como temperatura, iluminación y ruido; diseño espacial y funcionalidad; y signos y símbolos, como la calidad de los muebles, que expresan explícita e implícitamente expectativas e «imagen». Bitner sugiere que estas características influyen en las respuestas cognitivas, emocionales y fisiológicas de los clientes (o visitantes) en su visita.
El análisis de Doering sobre las experiencias de los visitantes y la configuración que los respalda no pretende ir a un nivel más: el de los beneficios. Doering señala que visitar un museo, una actividad de tiempo libre, probablemente tenga un significado más profundo para los participantes que el enfoque momentáneo sobre la calidad de la experiencia. Según Prentice (1996), para comprender el significado de dichas experiencias, es necesario considerar varios niveles de exigencia. Las actividades recreativas (como la visita a un museo) se realizan en un entorno que tiene atributos particulares; es necesario experimentar ciertas consecuencias para así obtener los beneficios deseados. Es en el nivel de los beneficios finales donde surge el significado de la experiencia. Driver, Brown y Peterson intentaron documentar los beneficios del ocio en general (1991), argumentando que ese dato es importante tanto para los responsables de la formulación de políticas como para los consumidores individuales. Definieron el beneficio como un «cambio que se considera ventajoso: una mejora en la condición o una ganancia para un individuo, un grupo, la sociedad o otra entidad» (1991, 4). De manera similar, en el contexto de los museos, Weil afirma que «la medida principal utilizada para evaluar la valía de un museo son las diferencias positivas e intencionales que crea en la vida de las personas y comunidades que constituyen su público objetivo» (2003, párr. 6). Cabría preguntarse entonces, ¿cuáles son los resultados potenciales de una visita a un museo? ¿Qué diferencia establece? ¿Qué cambios beneficiosos se producen?
Investigación de experiencias beneficiosas:
Numerosos ejemplos de investigación de visitantes han explorado esta cuestión desde la perspectiva del aprendizaje de éstos con relación a los hechos y la información que se llevan consigo, los nuevos conocimientos que obtienen y los significados personales que desarrollan o elaboran como resultado de una visita a un museo (Falk y Dierking, 2000; Hein, 1998; Hooper-Greenhill, 1999). Pero estos resultados dependen, hasta cierto punto, de la participación de los visitantes en una experiencia cognitiva. Como han demostrado Pekarik, Doering y Karns, las experiencias cognitivas no son el tipo de experiencia más prominente en ninguno de los museos que investigaron (1999). Pero ¿qué beneficios pueden derivarse de una experiencia con un objeto, una experiencia introspectiva o una experiencia social, y qué importancia tienen dichos beneficios para los visitantes?
McIntosh sostiene que «las experiencias beneficiosas adquiridas por los visitantes, valoradas por ellos y expresadas con sus propias palabras», son el producto central de las atracciones del turismo cultural (1999, 43). No solo son importantes los beneficios inmediatos de la visita, sino también otros resultados positivos que se acumulan con el tiempo, tanto para el individuo como para la sociedad en general. Comprender estos beneficios percibidos resulta relevante, porque además de satisfacer las necesidades demuestran la contribución que los museos y otras atracciones culturales pueden hacer para aportar nuevas perspectivas y significado a la vida de las personas.
Por supuesto, en los museos, como en muchas otras actividades de ocio, la experiencia inmediata, en sí misma, puede ser todo lo que el visitante desee. Rounds revisa esta propuesta en su análisis sobre algunos de los problemas asociados a las evaluaciones basadas en objetivos o resultados en los museos (2001). En muchos casos, sugiere, el objetivo se satisface con la propia acción, independientemente de los resultados finales. Sostiene, además, que el valor de una visita a un museo tiene más que ver con mantener un sentido de identidad personal que con la expectativa de beneficios específicos. De manera similar, Bedford explica que un encuentro estético en el museo es un resultado valioso por derecho propio, aparte del grado en que se demuestren los resultados del aprendizaje cognitivo (2004). Incluso desde la perspectiva del aprendizaje de los visitantes, se puede defender la importancia de la experiencia más que los resultados de dicho aprendizaje (Packer, 2006). Sin embargo, este argumento no nos exime de intentar comprender y maximizar los beneficios que pueden derivarse de las experiencias satisfactorias en las que participa el público del museo.
Dos enfoques teóricos pueden arrojar algo de luz al respecto. Uno es el concepto de «bienestar psicológico», surgido a partir del movimiento de la psicología positiva; y el otro, el concepto de «restauración mental», que se ha desarrollado en el campo de la psicología ambiental.
El «bienestar psicológico» se conceptualiza a partir de seis elementos: autonomía, crecimiento personal, dominio del entorno, propósito en la vida, relaciones positivas y autoaceptación (Ryff y Keyes, 1995). Se ha descubierto que el bienestar psicológico es una variable importante en los estudios sobre envejecimiento, salud mental, adolescencia, enfermedades y discapacidades, migrantes y correccionales. Se observa, por ejemplo, que las conclusiones positivas sobre el bienestar tienen que ver con tasas de recuperación más rápidas de los pacientes hospitalarios, estrategias de afrontamiento individuales y niveles de resiliencia (Keyes, Shmotkin y Ryff, 2002; Pressman y Cohen, 2005).
Restauración mental:
De acuerdo con la teoría de la restauración de la atención, la capacidad de prestar continuamente atención a una actividad concreta puede reducirse, o perderse, a causa del agotamiento mental, lo que conduce a un estado conocido como «fatiga de atención dirigida» (ver Kaplan y Talbot, 1983; Kaplan, 1995; Kaplan y Kaplan, 1989). Para recuperarse de este estado, según Kaplan, es importante que la atención del individuo se involucre involuntariamente o sin esfuerzo, en lugar de intencionalmente, permitiendo así la atención dirigida al descanso (Kaplan, 1995). Se han identificado cuatro condiciones como parte integral del proceso de recuperación o restauración: fascinación (estar comprometido sin esfuerzo); lejanía (estar física o mentalmente alejado del entorno cotidiano); la percepción de «extensión» (el entorno tiene suficiente contenido y estructura que puede ocupar la mente durante un período prolongado); y compatibilidad (que se adapte bien a los propósitos o inclinaciones de cada uno).
Kaplan y Kaplan argumentan que estos cuatro factores se producen con mayor frecuencia en ambientes naturales (1989). Sin embargo, existe alguna evidencia de que los entornos de ocio educativo también podrían desencadenar esos factores restauradores. Kaplan, Bardwell y Slakter volvieron a analizar los comentarios del público objetivo recopilados con un propósito diferente: determinar si, al hablar de su experiencia en un museo de arte, los participantes planteaban alguno de los temas teóricamente relacionados con el concepto restaurativo (1993). Finalmente, encontraron evidencia de las cuatro condiciones descritas anteriormente (fascinación; estar lejos; extensión y compatibilidad), así como dos categorías que identificaron como resultados de una experiencia reconstituyente (un estado positivo tranquilo y pacífico; y participación en la reflexión). En la segunda etapa de la investigación se utilizaron otras medidas de resultado de restauración, como sentirse renovado, restaurado, reflexivo, tranquilo y relajado, en lugar de cansado, acosado o preocupado por otros factores (Kaplan, Bardwell y Slakter, 1993 ). Esta segunda etapa, recopilada mediante un cuestionario, confirmó que la mayoría de los visitantes sintieron tener una experiencia restauradora en el museo. Kaplan, Bardwell y Slakter identificaron dos factores que contribuyen al potencial restaurador del entorno: sentirse cómodo o a gusto en el entorno y ser capaz de orientarse.
Existen otros dos estudios que respaldan los beneficios restauradores de los entornos de los museos. Scopelliti y Giuliani enumeraron las ciudades históricas y los museos como los entornos urbanos que los participantes del estudio de entre 60 y 85 años de edad describieron con mayor frecuencia como lugares restauradores (2005). Según Packer (2006), los visitantes de museos y acuarios, en respuesta a las preguntas sobre su experiencia de aprendizaje, ofrecían información coincidente con la caracterización de Kaplan de los ambientes restauradores. En particular, aludieron a la presencia de fascinación o atención que no requiere esfuerzo; un entorno rico y coherente; y la compatibilidad entre el medio ambiente y los propósitos o inclinaciones de uno. De hecho, se considera que estas se encuentran entre las características únicas de los entornos de ocio educativo (Packer, 2006; Packer y Ballantyne, 2004).
Hay análisis que confirman que las experiencias satisfactorias identificadas por Pekarik y Doering son el marco adecuado para comprender las experiencias de los visitantes en los museos. Se ha demostrado que dichas experiencias brindan beneficios más allá de la experiencia misma; beneficios que repercuten en el bienestar continuo de los visitantes cuando abandonan el museo y regresan a su vida cotidiana. En segundo lugar, destaca la relevancia del carácter restaurativo de la visita, tema que ha recibido poca atención en los recursos bibliógraficos de investigación recogidos hasta la fecha, pero qué, claramente, constituye un factor importante para un grupo significativo de visitantes. Otros análisis han identificado un quinto elemento que parece contribuir a la naturaleza restauradora de la visita al museo, y que podría ser relevante en otros entornos restauradores: la naturaleza pausada de la visita.
Todas estas investigaciones presentan una serie de limitaciones que deben tenerse en cuenta al interpretar los resultados. En primer lugar, los estudios se realizan en un número limitado de museos, por lo que existe una posibilidad muy alta de que las experiencias satisfactorias y los elementos restauradores que se identifican en un museo concreto no estén presentes en la misma medida en el resto. En segundo lugar, las entrevistas se realizan, normalmente, nada más finalizar la visita, por lo que no es posible detectar beneficios que pudieran surgir algún tiempo después. Es probable que este enfoque sobre los beneficios inmediatos haya favorecido los beneficios restauradores y haya infravalorado los efectos del bienestar psicológico. La identificación de los beneficios del museo para el bienestar de la comunidad en su conjunto también se halla más allá del alcance de este tipo de estudios.
Es necesario realizar más investigaciones en diferentes entornos, utilizando métodos tanto cualitativos como cuantitativos, para determinar la posibilidad de convalidar todos los hallazgos y refinar, aún más, las conceptualizaciones sugeridas por estos estudios exploratorios. Podría ser interesante una investigación cuantitativa que permitiera explorar las relaciones entre las categorías y la consistencia interna que existe dentro de las mismas.
Recursos bibliográficos:
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Fotografía principal: How stuff works? You Are the Art at These Museum Exhibitions!
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