El diseño de los espacios de los museos siempre se ha visto afectado directamente por sus objetivos y funcionamiento. En los últimos años, la creciente atención sobre las necesidades de los visitantes ha llevado a cambios drásticos en su diseño, en particular en las exposiciones. Como todos sabemos, los museos comenzaron siendo lugares para que los ricos exhibieran sus colecciones privadas: «el deseo de coleccionar cosas y de mostrárselas a otras personas, fue el punto de origen de los museos» (Burcaw, 1997: 15). Hasta mediados del siglo XVIII no se abrieron museos públicos en el Reino Unido (como el Museo Británico en 1753). Incluso entonces, el acceso al público estaba restringido y la visita a un museo era un honor personal (Burcaw, 1997: 19). En ese momento el papel del diseño de museos consistía en crear espectáculos basados en los objetos, con la intención de provocar y asombrar (Hughes, 2010: 12). Así se mantuvo durante muchos años. A pesar de que los museos se fueron volviendo más abiertos al público, la experiencia de presenciar colecciones maravillosas era algo por lo que el visitante debería estar agradecido; el diseño de los museos reflejaba esta actitud. Hughes describe así la situación en ese momento:
«Muchos curadores se veían a sí mismos como fideicomisarios de importantes colecciones. Satisfacer las necesidades del público a menudo se consideraba una tarea más que un deber, una actitud que se reflejaba en una atmósfera silenciosa y con barreras entre el espectador y el artefacto» (Hughes, 2010: 13).
En la década de 1980, la creciente popularidad de los museos independientes de pago y el rápido crecimiento de la variedad de atracciones de ocio que compiten por el tiempo libre de los visitantes, ejercen una presión adicional sobre los museos y su capacidad para atraer visitantes. Con los financiadores públicos y privados imponiendo indicadores de desempeño basados en las cifras de asistencia, el papel del museo comenzó a cambiar, pasando de ser una organización centrada en colecciones a un espacio público. Esto tuvo un impacto significativo en el diseño de los espacios del museo. Para competir con otras formas de atracciones de ocio, los museos alteraron los diseños de sus espacios ofreciendo innovadores métodos de interpretación y nuevas experiencias para los visitantes (Kotler y Kotler, 2004). A finales de la década de 1990, Blais describió cómo el diseño de los museos estaba siendo dirigido por las fuerzas del mercado, bajo la presión para persuadir a las familias (y otros visitantes) de que visitar museos era una alternativa seria a acudir a parques temáticos u otros centros de ocio (ibid, 1997: 43).
Los estudios de visitantes y la investigación de la audiencia se han vuelto cada vez más útiles para informar sobre las numerosas áreas del trabajo de los museos, desde la gestión diaria hasta la planificación y las políticas a largo plazo. Kotler y Kotler explican cómo la investigación de la audiencia ayuda a planificar los diseños de los museos:
«En los últimos años, la investigación de la audiencia ha proporcionado datos que iluminan la percepción y las actitudes de los visitantes, lo que permite a los directores/as a responder de manera proactiva a las necesidades de los visitantes para diseñar entornos y experiencias que los visitantes pueden disfrutar» (Kotler y Kotler, 2004: 173).
El diseño de los museos, en particular el de las exposiciones, se centra ahora en la experiencia de los visitantes. Las exposiciones sirven para mostrar la cara cambiante del museo y son una herramienta vital para atraer a nuevos públicos y/o incitar a que se repitan las visitas. Si no fuera por los visitantes que quieren experimentar las colecciones, no habría necesidad de programar exposiciones; los objetos y artefactos podrían permanecer en cuartos trasteros seguros (reservas técnicas) y controlados por el medio ambiente. Esto sería bastante más apropiado para la conservación y preservación, y mucho más ajustado al criterio de los curadores. Sin embargo, los museos no son propietarios de los objetos y artefactos; más bien son los cuidadores de las colecciones, y su función ya no es solo exhibirlas al público sino lograr su supervivencia, hecho que depende, cada vez más, de su capacidad para hacerlo de una manera atractiva, emocionante e inspiradora.
Hubo un tiempo en el que el diseño se centraba exclusivamente en la creación de una cartela para ser colocada en las exposiciones. Ahora se respeta y valora como el «factor principal» (Lorenc et al, 2007: 22) y, a menudo, es una variable clave para el éxito (o fracaso) crítico de una exposición. Algunos profesionales de los museos incluso han afirmado que los «elementos físicos» de una exposición pueden ser más integrales para la interpretación de los visitantes que las gráficas, porque las personas responden primero al entorno 3D. Si éste es interesante y atrae al espectador seduciéndolo, es más probable que el público se desplace acercándose hacia un objeto o una cartela (Ellefson et al, 2001: 4).
El diseño de los museos ya no está impulsado por la exhibición de colecciones, y tiene como objetivo no enseñar a los visitantes todo lo que hay que saber sobre un tema, sino inspirarlos a seguir adelante y descubrir más por sí mismos. El propósito de una exposición no es convertirse en una fuente integral de conocimiento (¿verdad curadores/as?); su papel tiene que ver, más bien, con servir como una introducción; una iluminación para un tema:
«El [museo o exposición] es una teoría; una forma sugerida de ver el mundo. Y como cualquier teoría, puede ofrecer información e iluminación. Al mismo tiempo, contiene ciertos supuestos, habla de algunos asuntos e ignora otros» (MacDonald y Fyffe, 2004).
Una buena exposición proporciona el estímulo necesario que inspira entusiasmo e interés, comunicando su contenido de una manera que motive a los visitantes a seguir aprendiendo. El diseño de exposiciones de museos, atendiendo a los métodos primarios de interpretación, ha evolucionado más allá de la enseñanza didáctica y de la exhibición de objetos y artefactos, caminando hacia la provisión de experiencias memorables, Hughes describe así el diseño de museo moderno:
«Los diseñadores modernos enfatizan que las exposiciones se preocupan por crear experiencias para los visitantes en lugar de exhibiciones en un sentido tradicional. Esta distinción es importante porque mueve el límite de la tarea de diseño de la exposición física – el montaje de objetos para que los visitantes los vean desde una distancia segura – a la tarea más exigente de alterar e involucrar la percepción del visitante sobre el tema de la exhibición. Cada vez más, los diseñadores se preocupan por crear eventos estimulantes y transformadores que proporcionen impresiones memorables» (Hughes, 2010: 78).
La evolución del diseño de museos y exposiciones ha sido una respuesta a los cambios generales en el funcionamiento de estas entidades, con una mayor consideración hacia los visitantes, a los que se les brinda experiencias interesantes y memorables. Esto implica hacer que la colección sea accesible para un público más amplio, desglosando las barreras físicas que mantienen los objetos fuera del alcance del público, así como los cambios en el enfoque de la interpretación y una mayor interactividad (acción) y participación. Esta tendencia parece que continuará en el futuro. La mayoría de las discusiones actuales sobre los museos se centrarán en los nuevos modelos de interactividad, la interpretación narrativa y la coproducción de las exposiciones con la participación de los visitantes.
Recurso bibliográfico:
Jenniefer Gadsby (2014): Scenography in Museum Design: An examination of its current use, and its impact on visitors’ value of experience. Birmingham City University, Birmingham Institute of Art and Design.
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