Aunque los museos de arte representan una parte muy importante de nuestra cultura, financieramente son parientes relativamente lejanos de la economía liberal. Como instituciones que son sin ánimo de lucro, carecen tanto de la capacidad de conseguir recursos financieros – en la forma en que lo hacen las empresas convencionales -, como de la financiación pública sustancial.
El gran incremento en el valor de las obras de arte y otras expresiones artísticas durante los últimos años, ha provocado que los museos de arte sean potencialmente multimillonarios y, al mismo tiempo, notablemente pobres. Son ricos si se miden por el valor de sus colecciones a los precios actuales del mercado, pero pobres porque el fuerte aumento en el precio relativo del arte limita severamente su capacidad para adquirir obras adicionales, aparte de los gastos de supervivencia que tienen que afrontar los que no son super estrellas.
Los museos ricos en arte también son pobres cuando se evalúan los presupuestos operativos asociados disponibles para la preservación, protección, restauración, exhibición y educación. Existe un angustioso contraste entre la relevancia cultural y los tesoros artísticos de los principales museos del mundo – en general -, y los presupuestos tan modestos que manejan. Por ejemplo, en Estados Unidos, los 150 museos de arte más grandes tienen un presupuesto operativo anual medio de 1.300 millones de dólares. Pero esta cifra, no supone tan siquiera el 1% del gasto nacional en educación superior del país, o lo que se gastan, aproximadamente, los estadounidenses cada año en aparejos de pesca o equipos de golf.
La rigurosidad presupuestaria de los museos refleja, no solo su condición de organizaciones privadas sin ánimo de lucro, sino también la condición ética en su misión de preservar el arte y mostrarlo a un amplio público. El hecho de exponer restringe los ingresos, ya que limita los cargos de admisión. Una organización con ánimo de lucro, podría obtener de una colección de Rembrandts o Renoirs ingresos sustanciales cobrando tarifas de entrada muy altas; un museo, sin embargo, no podría seguir esa política, ya que la disminución sustancial de la asistencia sería contraria a su misión básica.
El carácter de los museos limita su capacidad financiera de manera importante. Las adquisiciones para aumentar su colección, así como la restauración y preservación de la ya existente, se asemejan a la inversión en planta y equipo de una empresa manufacturera. Pero a diferencia de un negocio con ánimo de lucro, un museo no puede financiar estas actividades de inversión mediante la emisión de capital. Y, aunque las colecciones de arte son en sí mismas activos de gran valor, el propósito del museo, como curador y exhibidor público de arte, conlleva que las colecciones no puedan ser tratadas como activos financieros – o como los activos de un negocio ordinario -, un patrimonio que pueda venderse siempre que se necesite el dinero.
El usos de los fondos.
Consideremos los tres usos principales de los recursos económicos en un museo:
- Costos operativos.
- Adquisiciones de arte.
- Construcción y mantenimiento de instalaciones.
Los costos operativos son principalmente de personal; aquí se incluyen los curadores, conservadores, empleados de gestión, mantenimiento, guardias, etcétera. Debido a la naturaleza de las actividades del museo, no hay margen para soluciones que reduzcan los gastos laborales, como se podría hacer en las empresas manufactureras, financieras y similares. Por lo tanto, es probable que los costos operativos aumenten indefinidamente, casi al mismo ritmo que los salarios, con una tasa aproximada del 2 % mayor que la de aumento del IPC. Esto tiene implicaciones importantes para la gestión económica en los museos.
La adquisición de nuevas obras de arte dependerá principalmente de las donaciones y las solicitudes para exponerlas. En España, por ejemplo, las reglas impositivas actuales – concretamente las obligaciones fiscales sobre el valor de las donaciones de propiedad privada al museo – suponen un gran impedimento a la hora de conseguir donaciones (regalos) de importantes obras de arte a los museos. A menos que se modifique este modelo fiscal, es probable que las obras de arte costosas estén fuera del alcance de casi todos los museos – salvo de unos pocos, los de siempre -. Aunque continúen comprando arte, la pesada carga de los gastos operativos absorberá la mayor parte de los fondos, sin restricciones, y los altos precios de las principales obras dificultarán su compra. La fuente más probable de fondos para la compra será la de «desacreditar», término que los funcionarios de museos prefieren al de «vender» – de la misma manera que los políticos suelen decir «mejoras de los ingresos» en lugar de «aumentar los impuestos» -.
Finalmente, el dinero se gasta en la construcción de nuevos edificios o en la expansión de los antiguos. Dado que los museos, por lo general, tienen mucho más arte que espacio para exhibir, siempre encuentran presión para aumentar su tamaño. Al igual que en otras organizaciones sin ánimo de lucro, suele ser mucho más fácil recaudar fondos para crear un edificio importante que para los gastos operativos. Pero los edificios no solo son caros per se, sino que también provocan aumentos en el nivel general de los presupuestos operativos. Las limitaciones en dichos presupuestos, así como en los fondos para la construcción, hacen que los museos que están ansiosos por exponer el máximo de su colección total, tengan que desarrollar formas creativas que permitan mostrar un conjunto más grande en una cantidad limitada de espacio, aunque eso implique una museografía de parte de ese patrimonio muy alejada del ideal.
Fuentes de fondos.
Existen museos que cuentan con el total apoyo público estatal, y otros con el de los gobiernos locales. Pero la mayoría de los museos de arte son organizaciones privadas sin ánimo de lucro, que dependen de los ingresos de sus entradas, obsequios, donaciones, ganancias de la tienda del museo; en el mejor de los casos, también de su servicios gastronómicos y alquiler de locales para eventos, más una cantidad relativamente pequeña por ingresos patrimoniales y otra, aún menor, que llega de los fondos del gobierno.
En la práctica, y volvemos al ejemplo de los museos estadounidenses como referencia, el dinero de las entradas supone, de media, el 5 % de los ingresos en los museos de arte más grandes. Un análisis económico tradicional determinaría que, en principio, un museo de arte no debe financiarse mediante las entradas. Aunque dicho análisis resulte familiar para los economistas, vale la pena revisarlo aquí para los que no lo somos. Un principio fundamental en economía es que los recursos de una nación se usan adecuadamente cuando cada actividad económica aumenta hasta el punto en que el beneficio para los consumidores, de cualquier expansión adicional, se equilibra con el costo de proporcionar una unidad más de dicha actividad. Así, por ejemplo, la producción de pan debe incrementarse hasta que el valor de la última barra – medido por la disposición de un consumidor a pagar por ella – sea igual al costo de producirla. Si hubiera otro consumidor que valorara una barra de pan adicional por encima del costo de producción, sería bueno producir pan extra. Pero, si el último pan no se puede vender por lo que cuesta producirlo, se estaría horneando de más.
Cuando esto se aplica a los museos de arte, siempre que un visitante adicional no impusiera costos adicionales al museo – ni a otros visitantes -, la política ideal de admisión sería que fuera gratis. Incluso un modesto cargo de admisión podría negarle a alguien que deseara ver la colección la oportunidad de hacerlo, a pesar de que no tuviera costo alguno. Sería incorrecto restringir la asistencia de esta manera, igual que lo seria no producir una barra de pan cuando existe un comprador dispuesto a pagar más que el costo incremental de la producción.
Algunas tarifas para los visitantes podrían justificarse en las exposiciones particularmente populares – o cuando las galerías están llenas -, porque la existencia de multitudes reduce el disfrute de los visitantes. En este caso, un costo por entrar mejoraría la situación. Sin embargo estos cargos de admisión «basados en la congestión» no cubren el costo total de las actividades del museo (incluida la conservación) a un nivel apropiado o deseable.
Las actividades de conservación del museo no benefician solo a quienes lo visitan en la actualidad. Las futuras generaciones también disfrutarán de la colección. Además, la reproducción de obras de arte en libros y video amplía el grupo beneficiado, más allá de aquellos que realmente pueden visitarlo. Aunque, obviamente lo correcto sería cobrar por dichos libros o videos, añadir un cargo por derechos al precio de la entrada desanimaría a algunas personas a visitar el museo. Eliminar el cobro de entradas y derechos de publicación solo es viable cuando existe el apoyo suficiente de contribuciones privadas y fondos gubernamentales para mantener el nivel apropiado de las actividades del museo. Cuando estas otras fuentes de fondos son insuficientes, elevar los precios de las entradas puede ser preferible a disminuir los niveles del gasto. La posibilidad de que los cargos de admisión puedan suponer una importante provisión de fondos es un tema en permanente discusión.
Los obsequios en efectivo de particulares y corporaciones, representan aproximadamente un tercio de los presupuestos operativos anuales de los 150 museos principales en Estados Unidos – donde esta costumbre está muy arraigada, no así en Europa -, y aproximadamente el 80% de esos fondos provienen de particulares. Hay que tener en cuenta que en Estados Unidos la deducción fiscal sobre los obsequios caritativos incrementa el dinero para donaciones que, inducidas de esta manera, son más significativas que todo el apoyo gubernamental directo que se concede a los museos de arte.
Aunque las contribuciones caritativas son una fuente importante de financiación, su carácter voluntario hace probable que estos fondos resulten insuficientes para respaldar el nivel apropiado de actividades del museo. La razón principal es que cualquier persona puede disfrutar de los servicios del museo sin ser un contribuyente. Aunque éste encuentra su recompensa en el hecho de dar – así como en los beneficios de «servicios especiales» del museo -, la mayor parte del dinero extra en la tesorería se destina al gran público. Incluso con la reducción por donaciones implícita en las leyes tributarias, no es suficiente como para apoyar el nivel necesario para las actividades del museo. Aquellos con una tasa impositiva marginal más alta deben renunciar a aproximadamente 65 céntimos por euro que se dona al museo, euro que beneficiará literalmente a cientos o miles de visitantes.
En España, y en otros países, queremos pensar que todos nuestros museos repredentan un gran tesoro nacional, por lo que cabría esperar que el Estado les brindara un mayor apoyo económico en el futuro. Pero cualesquiera que sean los méritos en cada caso – para conseguir aumentar su financiación pública -, es seguro que no pasará del 2 % del presupuesto medio operativo total de los museos privados de arte, y parece haber pocas posibilidades de conseguir una mejora significativa. Nuestra tradición política nos dice que el apoyo de los gobiernos locales y del sistema tributario a los museos depende del crecimiento fiscal. En cualquier caso, es muy poco probable que los museos de arte vean aumentar la ayuda pública.
En estados Unidos, los ingresos provenientes de las donaciones actualmente representa el 60 % de los presupuestos operativos totales de los museos. Un documento de Richard N. Rosett recoge que los museos han utilizado una tasa de pago promedio del 6,4 % para calcular el monto del dinero que necesitan gastar. Alrededor del 75% de estos ingresos se utilizan en la operativa general del museo, y el resto en adquisiciones.
Pero, en el caso de estados Unidos, algunos cálculos sencillos muestran que esta práctica actual supone una tasa de gasto de fondos patrimoniales insosteniblemente alta para la mayoría de los museos. El tamaño de la dotación total deberá incrementarse con el tiempo al mismo ritmo que la tasa del presupuesto operativo. Dado que los gastos operativos aumentan con el nivel de los salarios, que crecen aproximadamente un 2 % anual más que los precios, el crecimiento de la dotación deberia superar el aumento en el nivel general de precios en aproximadamente un 2 % al año. Muy pocos museos tienen el flujo de donaciones y regalos que justifiquen un gasto equiparable a la tasa de pago promedio del 6,4 % que es lo que, en su conjunto, están afrontando actualmente.
Cuantificación de los Trade-Off’s.
Los museos tienen una multiplicidad de misiones que incluyen no solo la exposición de la colección, sino también la preservación y restauración de las obras de arte, investigación académica y la educación pública. Es comprensible que el personal y los administradores de los museos, en general , consideren que tener más actividades sea lo mejor.
El deseo de ampliar los servicios es propio de aquellos responsables de todo tipo de organizaciones sin ánimo de lucro – incluimos la educación, atención médica, servicios de bienestar, organizaciones religiosas y, también, los museos -. Sin embargo, desde la perspectiva de la sociedad, el aumento de cada tipo de actividad debe equilibrarse con sus costos reales. Si nos alejamos por un momento del sector sin ánimo de lucro, para la mayoría de los bienes y servicios ordinarios producidos en nuestra economía las fuerzas básicas de la oferta y la demanda hacen un muy buen trabajo al equilibrar los valores de varios productos y servicios con sus costos de producción.
Resulta aún más difícil cuantificar los efectos del aumento del gasto en preservación y conservación. ¿Cómo pueden saber, entonces, los gestores responsables del museo si los fondos se están gastando bien?. Debido a que los presupuestos de los museos están severamente restringidos, es deseable volver a examinar dos cuestiones sobre las fuentes de fondos para los museos con este espíritu de enfrentar compensaciones difíciles: la baja de obras de la colección y el cobro de entradas.
Los gestores de museos tienen una reticencia natural a vender obras de arte de sus colecciones. Además de la pérdida que ello supone, existe la preocupación de que una pintura, u otro objeto, deje ser ser accesible para el público o de que, incluso, pueda abandonar el país. Por otro lado, una obra de arte que va de las manos expertas de un curador de museo a un particular podría no ser cuidada adecuadamente. Son preocupaciones legítimas de cualquier persona que se sienta responsable del cuidado y la exhibición pública de las obras de la colección del museo.
Si bien las reservas técnicas de los museos tienen muchas obras que actualmente no se pueden exhibir – debido a una carencia de espacios adecuados, y a que pueden no haberse exhibido durante décadas -, los curadores argumentan que aquellas que actualmente no están de moda pueden recuperar un mayor interés en el futuro. Además, existe la preocupación de que la venta de objetos de la colección puede disuadir futuros obsequios de obras de arte, o incluso frustrar contribuciones en efectivo de posibles donantes, que llegan a considerar la venta del arte del museo como una fuente alternativa de efectivo para fines operativos.
En un mundo ideal en el que los museos se financiaran holgadamente, estos argumentos podrían ser totalmente persuasivos. Pero en el real, en el que están lamentablemente mal financiados, los profesionales de los museos generalmente aceptan la venta de obras de arte de sus colecciones, siempre y cuando los beneficios se limiten a la compra de nuevas obras para la colección y no para dedicarlo a estos operativos.
Quizás, sorprendentemente, cuando las obras se venden, no lo hacen sujetas a las restricciones de no poderse exportar o de tener que permanecer en la colección de un museo público. La imposición de estas limitaciones legales reduciría el precio de venta de cualquier objeto, pero también disiparía algunas de las preocupaciones que tienen los gestores del museo sobre sus responsabilidades éticas. Las restricciones que protegen el cuidado y la disponibilidad pública de las obras de arte podrían hacer que los gestores del museo estuvieran dispuestos a utilizar los fondos de las ventas para afrontar ciertos tipos de gastos operativos. El coste de la restauración o preservación de obras de arte de cada colección pueden valorarse como un sustituto cercano a la adquisición de otras nuevas. De hecho, la restauración o preservación de una obra que ya está en la colección del museo, pudiera ser la forma socialmente más productiva de sumarla a la colección exhibida, porque representaría una adición al stock del arte del mundo, no solo un cambio de propiedad.
Los fondos gastados para mejorar la seguridad de la colección del museo (guardias, vigilancia electrónica, etcétera), o la climatización interna del museo (aire acondicionado, humidificación, etcétera), son similares en su impacto económico al trabajo más técnico del museo: restaurar y preservar obras de arte. Los gestores que se ven a sí mismos como los administradores del arte mundial podrían incluso considerar que los gastos en restauración, preservación y protección valen más la pena que los que suponen las adquisiciones.
Para terminar, volveremos al problema de los cargos por entradas. Ya sabemos que los economistas dicen que en un mundo ideal no habría que pagar entradas. Incluso cuando un cargo se justifica por el efecto perjudicial de los visitantes adicionales en el disfrute del museo por parte de otros, el nivel del cargo se establecería para reflejar solo este efecto de «congestión», y no con el fin de aumentar los ingresos.
Sin embargo, los museos han de vivir en otro mundo en el que la falta de fondos implica que todas sus misiones estén por debajo de los mínimos de lo que sería ideal. Hay muy poca restauración y preservación, los horarios de atención son demasiado restringidos, se hacen muy pocas cosas para atraer al público que normalmente no visita un museo, o para educar a los que sí lo hacen. Apenas se producen exposiciones especializadas, atendiendo a los visitantes del museo relativamente bien informados.
Si bien un aumento en el precio de las entradas desalentaría a parte del público, permitiría, como mínimo, que el museo sirviera a sus otras misiones de manera más adecuada. Los cargos, en la actualidad, son bastante bajos con relación a lo que un individuo podría pagar por pasar el mismo tiempo en un concierto, teatro o evento deportivo. Aunque los museos han sido reacios a aumentar el precio de las entradas, imponen tarifas adicionales para que las principales exposiciones temporales tengan un amplio atractivo popular, y los ingresos resultantes se consideran un añadido significativo a los presupuestos anuales. Sin embargo, en general, el dinero de las entradas actualmente solo financia aproximadamente el 5 % de los presupuestos operativos de los museos.
La decisión de aumentar, o no, el precio de las entradas debe basarse en una evaluación cuantitativa de los resultados. ¿Cuánto reduciría la afluencia de público si subiéramos un euro el precio de la entrada? ¿Cuánto ingreso adicional supondría, teniendo en cuenta los mayores ingresos de quienes continúan llegando y los ingresos perdidos de quienes dejan de venir? ¿Qué podría hacer el museo con los ingresos adicionales? ¿Qué tipo de público elegiría no acudir si aumentara el precio de las entradas? ¿Podrían los descuentos para grupos particulares (p. ej., estudiantes, personas de la tercera edad), u horarios especiales durante la semana, eliminar la mayor parte del efecto negativo sobre la asistencia y, al mismo tiempo, generar ingresos adicionales por parte de aquellos visitantes que son menos sensibles al precio de la entrada (por ejemplo, grupos de mayores ingresos y visitantes de fuera de la ciudad)? ¿Se podrían utilizar algunos de los ingresos adicionales para alentar la asistencia a través de programas de información pública diseñados para atraer visitantes, o mediante actividades en el museo que lograrán un público adicional? De esta manera, incluso podría aumentar la asistencia total al tiempo que subieran los precios y los ingresos netos. En resumen, aun en el caso de que esto no fuera posible, todo museo debería estudiar cuáles son las posibles compensaciones y contraindicaciones ligadas a una subida en el precio de las entradas.
Las fuerzas del mercado convencional no pueden soportar el nivel ideal para desarrollar actividades en el museo. Esto se reconoce por la voluntad del público a la hora de apoyar a los museos a través de sus contribuciones de dinero o arte, y por la ayuda de algunos gobiernos mediante subvenciones y un tratamiento fiscal especial para las donaciones y contribuciones privadas.
Pero, a menos que haya un cambio dramático en las prioridades de nuestros países, los museos continuarán teniendo presupuestos demasiado pequeños para llevar a cabo sus numerosas misiones a unos niveles que se adecúen a nuestras necesidades sociales. Es por ello que sus gestores están obligados a enfrentarse a situaciones e intercambios cada vez más difíciles, si es que quieren garantizar su supervivencia.
Recurso bibliográfico:
Martin Feldstein (1989): The Economics of Art Museums. Martin Feldstein, editor. University of Chicago Press. URL: http://www.nber.org/chapters/c11635
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